Por Qué Necesitamos la Verdadera Anarquía

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No Permitas que los Esbirros de Trump Gentrifiquen la Revuelta

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Lxs políticxs se han unido más allá de sus siglas de partido, para denunciar que el asalto al Capitolio del 6 de enero fue “ilegal”, “antidemocrático” y “extremista”, llegando incluso describir de manera tergiversada sus consecuencias como “anarquía”. Pero el problema de la invasión del Capitolio no ha sido que fuera ilegal, antidemocrática o extremista en sí misma, sino que fue un esfuerzo por concentrar el poder opresor en manos de un autócrata—que es precisamente lo opuesto a la anarquía. La acción directa, las tácticas combativas y la crítica de la política electoral, seguirán siendo esenciales para los movimientos contra el fascismo y la violencia estatal. No debemos permitir que la extrema derecha las asocie con la tiranía, ni permitir que lxs centristas confundan las cosas.


Tal y como lo cuentan lxs políticxs y los medios corporativos, el 6 de enero estuvo a punto de tener lugar una revolución anarquista en Estados Unidos cuando los partidarios de Trump invadieron el Capitolio.

La representante demócrata Elaine Luria calificó a los manifestantes como “lxs anarquistas del presidente” y condenó a “lxs miembros del Congreso que han apoyado esta anarquía”. El senador republicano y leal a Trump Tom Cotton se hizo eco de que “la violencia y la anarquía son inaceptables”, mientras que Marco Rubio no pudo resistirse a introducir un matiz racista y nacionalista: “Esta es la anarquía anti-estadounidense al estilo del tercer mundo”. Como puro discurso orwelliano de doble sentido, nada podría superar el titular de Fox News: “El ataque al Capitolio por parte de anarquistas no estadounidenses, es un acto terrorista y hace un flaco favor a Trump”.

Para acrecentar la confusión, lxs leales a Trump, desde el programa de radio de Rush Limbaugh hasta el representante en el congreso Matt Gaetz, afirman que lxs infiltradxs de “Antifa” fueron de alguna manera lxs responsables de los fatales disturbios—incluso cuando lxs entusiastas de QAnon y Proud Boys están siendo identificadxs y arrestadxs o despedidxs por sus participación en la refriega.

En otras partes del mundo, los titulares proclamaban la “anarquía” que había estallado en el Capitolio, con los tabloides británicos denunciando “Anarquía en los Estados Unidos”.

Desinformación estratégica.

Para lxs verdaderxs anarquistas que se opusieron a Trump y su programa desde el primer día a un alto precio, es una ironía particularmente cruel. En el último aliento de su administración, cuando el acto final de su reinado ignominioso finalmente une a todo el espectro político en su contra, a sus últimxs y más acérrimos partidarixs se les pone la etiqueta de aquellxs que, con la mayor valentía, lucharon contra todo lo que él representa.

Recuerda nuestras palabras—a largo plazo, las medidas represivas provocadas por nuestrxs enemigxs más acérrimxs asaltando el Capitolio, estarán dirigidas contra nosotrxs. Biden ha anunciado que priorizará la aprobación de una ley antiterrorista nacional y creará un puesto federal para “supervisar la lucha contra lxs extremistas violentxs de inspiración ideológica”. Desde el 11 de septiembre de 2001, los principales objetivos contra el “terrorismo nacional” han sido la supresión del activismo por la liberación de la tierra y los animales, así como los movimientos anarquistas y antifascistas; podemos anticipar una nueva ola de represión de nuestras propias luchas con el pretexto de tomar medidas enérgicas contra la extrema derecha.

Pero este esfuerzo por rebautizar el trumpismo rebelde como anarquía podría tener consecuencias aún más siniestras.

El Movimiento por las Vidas Negras que saltó a escena a nivel nacional en Ferguson en 2014 y estalló este año con el levantamiento de George Floyd, representó un enorme paso adelante para los movimientos sociales. Como argumentamos el verano pasado, estas protestas reflejaron las ideas anarquistas en acción, ya que encarnaban la descentralización, la ayuda mutua, la resistencia a la supremacía blanca y otros valores fundamentales. Durante un breve período de tiempo, los enfoques anarquistas sobre el cambio social, se ganaron el apoyo generalizado, con el de policías y políticxs de todo tipo en retroceso.

En consecuencia, la feroz reacción contra estos movimientos se centró en demonizar a lxs anarquistas y antifascistas, mientras que el pánico producido por las elecciones, desvió el ímpetu de las luchas basadas en la acción, hacia el voto por el mal menor. Ahora, la indignación por el asalto al Capitolio, podría dotar de argumentos a lxs políticxs centristas, para retratar los enfoques clave anarquistas sobre el cambio social, como algo que va más allá de los límites aceptables, circunscribiendo los movimientos en los años venideros, a un reformismo ineficaz.

A medida que el mundo se opone a Trump y su decadente espectáculo autoritario, la extrema derecha parece estar a la defensiva, y podemos atrevernos a esperar, que los próximos años puedan ofrecer a los movimientos populares por la libertad una oportunidad de recuperar la iniciativa. Queda por ver si los acontecimientos del 6 de enero provocaran una reacción que incapacite al MAGAverse o preparará el terreno para que se sienten las bases que hagan emerger el fascismo—o ambos. Pero nuestra capacidad para responder, tanto a la ofensiva como a la defensiva, depende de si podemos recuperar la esencia de las ideas y prácticas anarquistas y aplicarlas en el nuevo escenario que está surgiendo como consecuencia del asalto al Capitolio.

Hoy es más importante que nunca, que lxs anarquistas alcen la voz—lxs verdaderxs anarquistas, que luchan por un mundo sin jerarquía ni dominación, no lxs payasxs y su toma LARP de el Capitolio con banderas confederadas y parches de “Fuck Antifa”. Tenemos que defender y ampliar nuestros enfoques sobre el cambio social, mostrando lo que nos distingue tanto de lxs fascistas que intentaron dar un golpe como de lxs políticxs a lxs que pretendían intimidar. Tenemos que dejar claro que la acción directa no es competencia de la extrema derecha—que Trump y sus secuaces no tienen el monopolio de las críticas a la democracia electoral—que la protesta militante todavía pertenece al centro de nuestros movimientos de liberación.


Acción Directa

¿Qué se necesita para cambiar el mundo? Lxs anarquistas han insistido durante mucho tiempo en que la mejor manera de hacer las cosas es tomar las riendas, en lugar de esperar a que lxs políticxs aprueben leyes o la policía nos de permiso. A esto lo llamamos acción directa. Apoyamos la acción directa no solo porque es eficaz, sino porque es un medio de autodeterminación, una forma de hacer realidad nuestros propios deseos en lugar de los de lxs líderes o representantes. En este modelo, todxs asumen la responsabilidad de perseguir sus propios objetivos, mientras buscan convivir y colaborar como iguales, respetando la autonomía de lxs demás.

Pero como vimos en el Capitolio el 6 de enero, desafiar la ley y actuar directamente contra lxs políticxs también puede servir para otros fines. Ampliar la variedad de tácticas permisibles, para concentrar poder en las manos de autoridades en lo alto de la jerarquía, ha sido una característica definitoria de la política fascista desde las camisas negras de Mussolini hasta la Kristallnacht nazi. Incluso cuando se trata de violar la ley, cumplir las órdenes de marchar de su Amado Líder, de la forma en que lo hicieron los drones del MAGA en el Capitolio, no es una acción directa anarquista. El objetivo de la acción directa anarquista es mantener el poder horizontal.

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En el relato que surge de Washington, los héroes del 6 de enero son lxs políticxs y la policía de servicio—las mismas personas que nos explotan y brutalizan a diario, cuyo trabajo es evitar que nos involucremos en la verdadera autodeterminación. Lxs villanxs de esta historia son lxs que desafiaron la ley, lxs que se enfrentaron a la policía, y sacaron a lxs políticxs de sus cómodos asientos—no porque estaban tratando de mantener Trump en el cargo al que le encumbró al principio la democracia, sino porque esta vez, lo estaban haciendo desafiando la democracia, la ley y el orden. Según esta lógica, si Trump hubiera ganado las elecciones al recibir algunos miles de votos más, cualquier grado de tiranía que hubiera introducido habría sido absolutamente legítimo, siempre que lo hiciera por medios legales.

Si esta versión de la historia gana terreno, la reacción al intento de golpe se convertirá en una profunda derrota para todxs lxs que buscan la liberación—porque es precisamente esta separación entre los fines de la acción política y sus medios, lo que caracteriza a lxs políticxs y a las hordas insurgentes de Trump.

Lxs mismxs policías que brutalizaron a la población durante todo el verano para reprimir el Movimiento por las Vidas Negras, se convirtieron en héroes el 6 de enero, al menos en el relato difundido por lxs políticxs centristas.

Para lxs políticxs, ninguna acción es legítima a menos que pase por sus cauces, siga sus procedimientos y reafirme su poder sobre nosotrxs. La libertad y la democracia, afirman, solo funcionan si el resto de nosotrxs nos conformamos con emitir un voto cada cuatro años y luego volvemos a nuestro rol de espectadores. Lo importante no es el resultado—ya sea que tengamos acceso a la atención médica, podamos sobrevivir al COVID-19 o podamos protegernos contra la policía racista, por nombrar algunos ejemplos—sino que seamos complacientes y dejemos todo en manos de nuestrxs representantes, suceda lo que suceda.

Para lxs partidarios de Trump, los fines también están separados de los medios, pero al revés. Su objetivo es preservar el poder autoritario por cualquier medio necesario y subyugar y castigar a todxs lxs que se oponen a ellxs. En defensa de ese fin “sagrado”—el tuit de Trump el 6 de enero parafraseaba descaradamente a Mussolini aquí— sostienen que la gente está justificada para tomar el poder por sus propios medios, independientemente de lo que digan la policía o lxs políticxs en servicio.

Solo lxs anarquistas insisten en la libertad para todxs y en la unidad de fines y medios. La libertad no tiene sentido a menos que sea para todxs, sin excepción; y la única forma de llegar a la libertad es mediante la libertad. Cualesquiera que sean las reformas progresistas que Biden afirme que promulgará, se supone que debemos someternos y obedecer mientras las esperamos—para delegar nuestro poder. Tal “libertad” sólo puede ser un caparazón hueco, vulnerable al próximo cambio en los asientos del poder. Pero los medios insurgentes de lxs alborotadorxs del Capitolio, aunque vestidos con la retórica de la libertad, solo pueden desempoderarnos aún más, cuando su objetivo es reforzar la supremacía blanca y apuntalar el poder de un tirano.

Es por eso que debemos defender la acción directa como un camino hacia el cambio social, en lugar de permitir que lxs defensores de la ley y el orden nos reduzcan al callejón sin salida de lxs representantes de los hobbys y lxs mendicantes agentes del poder. Recuerda—si de alguna manera su torpe intento de golpe hubiera tenido éxito, la acción directa habría sido la única forma de resistir al gobierno que habrían implementado. Al mismo tiempo, insistimos en que el valor de la acción directa radica en restaurar el poder a donde le corresponde—distribuyéndolo entre todxs de forma descentralizada, en lugar de concentrándolo en las manos de lxs líderes.

De una manera orwelliana, la extrema derecha ha intentado apropiarse del lenguaje de la rebelión, incluida la palabra “orwelliana”—para servir a su proyecto de reprimir la rebelión.

La Crítica de la Política Electoral

Al asaltar el Capitolio en una turba empeñada en defender un gobierno autoritario, lxs alborotadorxs de Trump le hicieron un favor al Colegio Electoral. Críticas de todo el espectro político han condenado este extraño sistema; incluso lxs más fervientes partidarixs de la democracia electoral estadounidense han criticado sus defectos. Sin embargo, de repente, a pesar de que se diseñó explícitamente como una barrera contra la soberanía popular, la incursión del 6 de enero lo ha convertido en un símbolo santificado de la voluntad popular, uniendo al país en favor de este arcaico procedimiento.

Más importante aún, ha intensificado un fenómeno que catalizó la campaña de meses de Trump contra la validez de las elecciones: la defensa acrítica de la democracia electoral estadounidense como el único baluarte contra el fascismo. La beligerancia fascista de Trump ha sido una bendición para lxs defensores del statu quo, al generar miedo para apuntalar un sistema que había estado perdiendo legitimidad ante la opinión pública y asociar cualquier crítica a la democracia estadounidense con ambiciones autoritarias.

En la retórica solemne de lxs políticxs que fueron expulsadxs de sus acogedoras oficinas, la única alternativa al fascismo o la oclocracia es su tipo de democracia. Pero este sistema electoral mayoritario centralizado, de “el ganador se lo lleva todo”, ha generado una desilusión popular generalizada, al tiempo que ha propagado la idea de que es perfectamente legítimo emplear la coerción sistemática para gobernar a lxs adversarios políticxs. Juntos, estos efectos hacen que los enfoques más autoritarios sean peligrosamente atractivos en tiempos de crisis, especialmente en manos de un líder carismático que glorifica el poder mientras se presenta a sí mismo como víctima, desvalido y superhombre a la vez. Uno de los golpes geniales de Trump ha sido elaborar un lenguaje que despierte el resentimiento popular contra Washington, “la ciénaga”, el poder federal, las élites, y similares para aumentar ese mismo poder y elitismo mientras lo concentra solo en sus manos. Fue así como logró incitar a un grupo de autodenominadxs “revolucionarixs” a intentar llevar a cabo un golpe de Estado destinado a fortalecer el mismo Estado al que estaban desafiando. Trump aprovechó el resentimiento y la alienación que ha generado la democracia para liderar una rebelión contra la democracia en nombre de la defensa de la democracia—una rebelión que, si hubiera tenido éxito, solo habría exacerbado las peores cosas de la democracia.

Trump ha aprovechado la desilusión generalizada con la democracia representativa para promover algo aún más autoritario.

Muchxs liberales se echan las manos al a cabeza, ante las masas engañadas por Trump que continúan insistiendo, sin la más mínima evidencia, que las elecciones fueron “robadas”, que de alguna manera Trump realmente debe haber ganado. Si bien la mecánica precisa de cómo esto supuestamente ocurrió, varía de una teoría conspirativa absurda a otra, es más útil mirar más allá de las conspiraciones al contexto emocional de la elección y sus consecuencias políticas.

Casi 75 millones de personas depositaron su voto por Trump. En el sistema “el ganador se lo lleva todo” de la democracia estadounidense, dado que estos votos no se distribuyeron de tal manera que consiguieran una mayoría en el Colegio Electoral, tuvieron un impacto cero en el resultado. Llevadxs por la histeria de la retórica demagógica y alentadxs a creer que votar por Trump era lo único que podían hacer para proteger su libertad, estxs votantes tuvieron que hacer frente repentinamente, a medios de comunicación liberales que les decían que todos sus votos no significaban nada. Frente a ese resultado, y alentados por Trump y otrxs defensores de la supremacía blanca o el dogmatismo cristiano, a sentir que eran lxs únicxs con derecho al poder, no es sorprendente que muchxs eligieran abrazar una narrativa dramática en la que lxs nefastxs liberales habían robado las elecciones.

Si tu hubieras creido esa narrativa, tú, también, podrías haber ido a Washington, soñando con representar tu mismx un papel protagonista en el drama, imaginando una historia en la que tus acciones no se limitarían a un voto perdido, en la que podrías ponerte en primera línea para expulsar a las élites corruptas de la cúpula del poder y marcar por ti mismx el comienzo del milenio.

Por supuesto, el sueño se convirtió en una pesadilla. Ya sea que fueran pisoteadxs por sus camaradas del MAGA, disparadxs o golpeadxs por la policía, despedidxs de sus trabajos o arrestadxs por cargos federales—o que simplemente regresaran a casa con el mundo etiquetándolxs de traidorxs sediciosxs—sus esfuerzos por vengarse del profundo desempoderamiento de las elecciones, desempoderando a otros, fracasó, por el momento. Pero si el centro político piensa que esto significa que la democracia es segura, se engaña.

La lección aquí no es simplemente que la demagogia amenaza a la democracia—fue la democracia la que en primer lugar recompensó la demagogia de Trump. Más bien, es que la democracia se está derrumbando por sus propias contradicciones, su propio fracaso en brindar el tipo de empoderamiento y autodeterminación que promete. Lxs arrogantes liberales pueden condenar la ignorancia de lxs fanáticxs de Trump que atacan los molinos de viento de las máquinas de votación y proclaman estupideces extraídas de las redes de conspiración de QAnon. Pero no ven que las quejas que expresan lxs votantes de Trump son causadas por problemas reales, incluso si su respuesta está mal enfocada. Si bien quienes niegan la victoria de Biden emplean una retórica sobre la traición de la democracia, sería más preciso decir que sienten que la democracia lxs ha traicionado. Y en cierto sentido, tienen razón acerca de esto.

¿Qué tipo de sistema presenta el voto como la expresión suprema de empoderamiento y participación, describiéndolo como nuestra única y sacrosanta “voz” política—para luego decir a 75 millones de votantes que sus votos no significaron nada y no cambiaron nada, que tienen que volver a la pasividad durante cuatro años, obedeciendo los dictados de un régimen al que se oponen y en cuya elección no intervienen?.

Uno democrático.

Este es el contexto en el que debemos ver la negación de la victoria de Biden. Las características clave de la política fascista incluyen la movilización popular, la inversión emocional de las masas en el estado y la santificación de la política. La maquinaria de Trump elaboró magistralmente todas ellas, generando altos niveles de participación de votantes e intensas reacciones de furiosa negación cuando perdió. Sin embargo, estas no podrían haber tenido tal poder si no hubiera sido por la desilusión ya existente, con la forma en que las elevadas promesas de la democracia contrastan con la realidad del espectáculo electoral alienante. Vemos esto en el desprecio popular por Washington, con su lejanía de la vida cotidiana y las preocupaciones de la gente corriente y su aire de irresponsabilidad y corrupción.

Los acontecimientos del 6 de enero arrojaron a esta caricatura política nuestra una luz aún más sombría.

En esto hay mucho que tiene que ver con el sentimiento anarquista. La diferencia es que llevamos esta frustración a su conclusión lógica al observar la causa en su raíz. El problema es el sistema en sí—una forma de organizar la sociedad y tomar decisiones que limita nuestra participación a rituales sin sentido y delega nuestro poder en íconos distantes, mientras nos obliga a aceptar decisiones tomadas sin nuestro consentimiento e impuestas desde arriba. En el mejor de los casos, podemos elegir quién ejerce el poder coercitivo sobre lxs demás, pero nunca podemos escapar de él. Cuando esta jerarquía alienante en la esfera política tiene eco en las otras esferas de nuestras vidas—en el trabajo, en la escuela y en tantos otros contextos en los que alguien está tomando las decisiones por nosotrxs—no es de extrañar que la gente se sienta impotente y resentida. Sin un análisis de cómo opera este poder, pueden dirigir ese resentimiento hacia otrxs que no son realmente responsables de su alienación, poniéndose del lado de algunxs de los beneficiarios de este sistema, en contra de aquellxs que están aún peor que ellxs.

A diferencia del centro y la izquierda políticos, que insisten en la legitimidad del proceso y el resultado de las elecciones, y de la extrema derecha, que insiste en que fue robado, lxs anarquistas afirman que cada elección es un robo. La política representativa nos roba nuestra identidad, nuestra capacidad para tomar decisiones de manera colaborativa y para determinar nuestras propias vidas de manera directa. El problema con las elecciones de 2020 no era que Trump debería haber ganado en lugar de Biden—lo que habría llevado a que aún más personas quedaran sin poder y oprimidas. El problema es que no importa qué político gane, todxs perdemos.

Si bien los 81 millones de personas que votaron por Biden salieron de las elecciones con un mayor sentido de satisfacción o al menos aliviadxs de que su voto sirviera para algo, de hecho no tienen control sobre lo que hace Biden con ese poder y pocos recursos en el caso de que lo ejerza contradiciendo sus promesas o sus deseos. En cuanto a los 77 millones que votaron por otra persona—sin mencionar los 175 millones que no votaron o no pudieron votar, la mayoría real, como en todas las demás elecciones en la historia de los Estados Unidos—ni siquiera tienen el consuelo de estar en el equipo ganador. No es de extrañar que esto deje a la gente cínica y alienada, aferrándose a explicaciones conspirativas, por inverosímiles que sean.

Lxs anarquistas proponen que no necesitamos, ni las falsas promesas de la democracia ni las falsas premisas de las teorías de la conspiración, para organizar nuestras propias vidas. Lo que necesitamos, más bien, es la autoorganización colectiva de abajo a arriba, la solidaridad y la defensa mutua, y una comprensión compartida de lo que todxs tenemos que ganar al coexistir en paz en lugar de luchar por la supremacía. Rechazamos la legitimidad de cualquier sistema, democrático o no, que nos aleje de nuestra capacidad compartida de autodeterminación y coordinación colectiva.

Como argumentamos en torno a las elecciones, si Trump hubiera sido debidamente elegido de acuerdo con el protocolo y certificado por el Colegio Electoral, eso no habría hecho más ético aceptar la legitimidad de su gobierno. No existe un proceso democrático que pueda justificar la deportación masiva, el encarcelamiento masivo, las muertes masivas por COVID-19, los desalojos masivos, la falta de vivienda, el hambre, la devastación ecológica o cualquiera de las otras consecuencias de la administración de Trump. Esas cosas están mal, no porque sean “antidemocráticas”, sino porque son incompatibles con una sociedad libre, justa e igualitaria.

Incluso—o especialmente—siendo impopular tras estas disputadas elecciones, debemos articular estas críticas y demostrar formas alternativas de autodeterminación popular. Podemos ponerlas en práctica de innumerables formas en nuestra vida cotidiana sin necesidad de asaltar un Capitolio para hacerlo. Podemos tomar decisiones colectivas y participativas en nuestros hogares, lugares de trabajo, escuelas y movimientos. Podemos organizar proyectos de ayuda mutua, asambleas vecinales y otras reuniones como espacios de encuentro para construir relaciones entre nosotrxs fuera del modelo antagónico de la política partidaria. Podemos inspirarnos en experimentos radicales alrededor del mundo, que organizan el poder de abajo hacia arriba, desde los caracoles del territorio autónomo Zapatista al sistema de consejos de Rojava. Podemos socavar la autoridad de jefxs, gerentes y políticxs que dicen hablar por nosotrxs, desafiando sus órdenes y organizándonos para satisfacer nuestras necesidades sin ellxs, o al menos organizándonos para resistir sus esfuerzos para evitar que lo intentemos.

En un momento, en el que todo lo que se considera izquierda en Estados Unidos, parece no tener un programa más visionario que defender la integridad del sistema electoral, lxs anarquistas tienen la responsabilidad de reconocer que el emperador está desnudo—de reiterar todas las buenas razones por las que el proceso electoral no debe ser venerado como la máxima expresión de libertad y responsabilidad. Si no lo hacemos, esto dejará a la extrema derecha como la única que articule los problemas con el sistema actual, de la misma manera que han logrado posicionarse como los principales críticos de los medios corporativos.1 Eso sería una gran ventaja para ellxs y una costosa oportunidad perdida para nosotrxs.

La “revolución” que estxs autodenominadxs patriotas tienen en mente es todo lo contrario del mundo libre que queremos crear. Donde lxs anarquistas proponen la coexistencia y el respeto mutuo a través de las líneas de diferencia, ellxs apuntan a usar la fuerza para dominar a todxs los demás. A pesar de toda su retórica de “No Me Pises”, los eventos del 6 de enero mostraron su voluntad de pisotear—literal y figurativamente—los cuerpos y la libertad de cualquiera que se interponga en su camino, incluso sus aliadxs. Lxs anarquistas, por el contrario, abogan por la justicia racial, la ayuda mutua y la organización de base horizontal como antídotos a la mezcla tóxica de supremacía blanca, individualismo hipercapitalista y autoritarismo que encarnan las multitudes de gorras rojas.

Incluso si algunxs partidarixs de Trump están respondiendo a frustraciones reales con la democracia estadounidense, debemos distinguir su confusión de nuestras críticas. Como todxs los binarixs, la supuesta oposición absoluta entre la “libertad” autoritaria de las hordas de Trump y la “democracia” alienada del Congreso que asaltaron, se rompe cuando la examinamos más de cerca. Mientras que nuestro objetivo es descentralizar el poder para que ni las mayorías ni las minorías puedan coaccionarnos, aquellxs que irrumpieron en el Capitolio quieren centralizarlo en su ejecutivo preferido en lugar de en una legislatura difícil de manejar. Esto hace que sea aún más crítico que nos distanciemos tanto de lxs centristas “defensorxs de la democracia”, como de aquellxs que la atacan desde la derecha, afirmando que, ni los hombres fuertes fascistas, ni las élites de Washington debidamente elegidas, merecen tomar las decisiones en nuestras vidas.

Mientras que lxs expertxs lamentan la división partidista, siempre hay un tema que une a todxs lxs políticxs, tanto demócratas como republicanxs: que coinciden en que ellxs deberían ser lxs que toman decisiones por nosotrxs. Esto es lo que unió a Nancy Pelosi y Mitch McConnell tan rápidamente el 6 de enero. Si lxs partidarixs de Trump y Biden se unieran a la mayoría real—lxs que no votaron el año pasado—y decidieran que juntxs podríamos tomar decisiones mejor que los representantes en Washington, se podría rehacer la sociedad de abajo a arriba.

Quienes ocuparon el edificio del Capitolio y quienes lo asaltaron tienen al menos esto en común: ambxs buscan gobernarnos.

Protesta Militante

A raíz de la “revuelta” del 6 de enero, Joe Biden se unió a muchos comentaristas para señalar el marcado contraste entre la represión militarizada contra el levantamiento Black Lives Matter el verano pasado y la voluntad que los oficiales de policía mostraron, para dejar que una turba armada asaltara el Capitolio. Desde una perspectiva liberal, esto ilumina cómo la raza, más que una preocupación por la ley y el orden, da forma a las respuestas policiales a la protesta; desde una perspectiva radical, muestra cómo la supremacía blanca es parte integral de la ley y el orden. Pero el objetivo que perseguía Biden cuando hizo esta comparación arroja luz sobre cómo estratégicamente se (mal)recuerdan las protestas del año pasado, para replantear qué tipo de tácticas de protesta se afirmarán públicamente como legítimas en los próximos años.

Al comparar las protestas de Justicia para George Floyd y Black Lives Matter con el asalto al Capitolio, la mayoría de los medios de comunicación liberales definen los levantamientos contra la policía como “pacíficos” o “en su mayoría pacíficos” mientras critican a las hordas de Trump como “violentas”. ¿Hemos olvidado que uno de los momentos más catalizadores de 2020 ocurrió cuando lxs rebeldes capturaron e incendiaron el Tercer Precinto en Minneapolis? ¿Hemos olvidado el saqueo que estalló desde Nueva York hasta Los Ángeles y Filadelfia? ¿Hemos olvidado los meses de enfrentamientos nocturnos con la policía y lxs agentes federales en Portland? Los medios conservadores ciertamente no lo han hecho, sus criterios son aún más falsos que si intentaran describir a lxs alborotadorxs a favor de Trump como las verdaderas víctimas.

Este es solo el último ejemplo de la tendencia a definir acciones o grupos como “violentos” o “no-violentos” según el orador quiera enmarcarlos como legítimos o ilegítimos.

El presidente Obama elogió notoriamente la revolución egipcia, un levantamiento masivo en el que se quemaron cien comisarías de policía durante semanas de feroces combates—como “la fuerza moral de la no violencia que inclinó el arco de la historia hacia la justicia una vez más”. Usó esta retórica para reconocer la legitimidad del resultado, el derrocamiento de un dictador (respaldado por Estados Unidos), sin reconocer la eficacia o incluso la existencia de enfoques para el cambio social que exceden los límites de la “no violencia”. Ya hemos visto ese tipo de amnesia selectiva y doble discurso con respecto a la rebelión de Justicia para George Floyd. La izquierda retrata las acciones del verano pasado como legítimas al enfatizar que fueron no violentas, mientras que la derecha las condena como ilegítimas al enfatizar que fueron violentas. Estas son estrategias en competencia para mantener a la gente pacificada y prevenir la amenaza de un cambio revolucionario. Mientras que la estrategia de la derecha promueve la represión agresiva conjurando imágenes de violencia para justificar la control externo, la estrategia de izquierda lleva a cabo una represión encubierta al difundir un falso recuerdo de un movimiento no-violento para justificar el control interno. Los objetivos son los mismos: ambos buscan mantener a la gente a raya, protegiendo a lxs ricxs y poderosxs contra amenazas reales a su poder.

Si los levantamientos contra la policía de 2020 fueron legítimos, no fue porque fueran “no violentos”. Fueron legítimos porque respondieron a amenazas inmediatas a la vida de las personas y las comunidades. Eran legítimos porque movilizaron a millones para rechazar el racismo y la brutalidad, aumentando la concienciación popular sobre el problema de la supremacía blanca y la vigilancia y modificando el equilibrio de poder en Estados Unidos. Era estratégico que algunas de las manifestaciones siguieran siendo sin confrontación, especialmente en lugares donde las fuerzas desplegadas contra ellas podrían fácilmente haberlas dominado y brutalizado; y fue estratégico que muchas de las manifestaciones fueran de confrontación, especialmente donde eso empoderó a lxs participantes, hizo retroceder a la policía y envió poderosos mensajes de resistencia que resonaron en todo el mundo.

Así que lxs que invadieron el Capitolio no deberían ser condenadxs simplemente por ser “violentxs”. Ciertamente, no queremos vivir en una sociedad gobernada por la fuerza coercitiva; ni la brutalidad de lxs asaltantes del Capitolio, ni de la policía antidisturbios que los apartó tardíamente, modelan el mundo que queremos crear. Pero lo significativo de los hechos del 6 de enero no fue la violencia que lxs alborotadorxs ejercieron en pos de su mensaje—o que la policía ordenó en respuesta a ella—sino el inmenso sufrimiento que habría resultado si hubieran tenido éxito. Lxs partidarios de Trump merecen ser condenadxs porque estaban tratando de ayudar a un tirano a aferrarse al poder para preservar una administración que está llevando la miseria a millones de personas vulnerables y oprimidas. El problema no era que lxs invasorxs adoptaran tácticas militantes, sino que lo hicieron para intimidar y dominar.

En la medida en que Biden gobierne por los mismos medios y mantenga muchas de las mismas políticas, será necesario resistir tanto a su administración como a lxs fascistas que la amenazan.

Ni la brutalidad de quienes asaltaron el Capitolio, ni de las autoridades que buscan establecer un estado policial, representan el mundo que deseamos crear.

Como anarquistas, siempre hemos insistido en el valor de la diversidad de tácticas y la importancia de hacer más que pedir cortésmente a lxs poderosxs que hagan concesiones. Después del 6 de enero, podemos esperar ver a políticxs y expertxs de todo el espectro político, uniéndose para cambiar el enfoque del objetivo de aquellxs que irrumpieron en el Capitolio, hacia las tácticas que emplearon, y que excedieron los límites de la ley y el orden. Un ejemplo particularmente descarado e hipócrita de esto ocurrió pocas horas después de la incursión, cuando el gobernador de Florida y leal a Trump, Ron DeSantis, usó lo que había sucedido en el Capitolio, como una excusa para resucitar su apoyo a una de las leyes contra las protestas más draconianas del país. Esto se hace eco del notorio esfuerzo de Trump por hacer una falsa equivalencia entre lxs fascistas asesinxs en Charlottesville y lxs antifascistas que intentaron defenderse de ellxs, o el cambio del Southern Poverty Law Center de tener como objetivo a los grupos de odio a centrarse en el “extremismo”, una categoría que incluye también a los movimientos militantes de liberación.

Ante tales maniobras, debemos reorientar nuestro enfoque hacia el objetivo de nuestra lucha y lo que se necesita para llegar allí. Podemos desafiar la amnesia liberal sobre los levantamientos del verano pasado, señalando que la única razón por la que conocemos el nombre de George Floyd—y no de los miles de diferentes personas que la policía ha matado—es porque lxs valientes rebeldes de Minneapolis no prestaron atención a la fronteras entre violencia y no violencia. Podemos recordar que a pesar de todas las invectivas sobre la supuesta violencia de lxs “terroristas antifa” y lxs alborotadorxs de Black Lives Matter, la muchedumbre con gorras rojas del Blue Lives Matter mató a más policías en una tarde, que todo el movimiento contra la violencia policial y supremacía a lo largo de 2020.

Finalmente, podemos organizarnos en nuestras comunidades para salir a las calles desafiando cualquier iniciativa que los políticos quieran implementar para reprimir protestas, en respuesta a los acontecimientos del 6 de enero, insistiendo en que el fascismo solo puede ser derrotado a través de la autoorganización popular de base. Fortalecer el estado no nos protegerá del fascismo—solo afila un arma que, tarde o temprano, está destinada a caer en manos de lxs fascistas.

Desde Charlottesville hasta Berkeley, lxs anarquistas y otrxs antifascistas han jugado un papel esencial en impedir, a través de tácticas militantes, el ascenso de la extrema derecha. Quién sabe cuánto más fuertes serían ahora, si no fuera por estos esfuerzos para obstaculizar su reclutamiento.

Mirando Hacia Adelante

Después del 6 de enero, tenemos que desacreditar las campañas de difamación que presentan a lxs partidarios de Trump como anarquistas, refutar los esfuerzos por deslegitimar nuestras ideas y tácticas asociándolas con nuestrxs enemigxs y prepararnos para la represión que, sin embargo, puede arrastrarnos junto a ellxs. Nos espera una ardua tarea.

Pero también tenemos muchas ventajas. El año pasado, millones de personas vieron lo poderosas que pueden ser la acción directa y la protesta militante. Pueden catalizar a millones para que actúen, logrando un cambio duradero. Sabemos que nuestras críticas a la democracia electoral hablan de una alienación que se siente profundamente en toda esta sociedad.

Para lxs anarquistas, la revolución no se centra en asaltar ciudadelas simbólicas, sino en reorganizar la sociedad de abajo a arriba, de modo que incluso si el Capitolio está ocupado, lxs ocupantes no puedan imponernos su voluntad. Al final, esta es la única defensa verdaderamente confiable contra aspirantes a hombres fuertes como Trump y turbas como la que intentaron tomar el poder por él. La política electoral puede elevarlxs al poder con la misma facilidad que eliminarlxs; las leyes y la policía pueden implementar sus tomas de poder tan fácilmente como frustrarlas. La resistencia horizontal de base es lo único que puede asegurar nuestra libertad.

Ahora mas que nunca.

Otras Lecturas

  1. “La reacción instintiva a la estrategia de Trump ha sido defender la importancia y la integridad de los medios corporativos. Por el contrario, Trump no podría capitalizar la desconfianza generalizada hacia los medios de comunicación, si no hubiéramos dejado de popularizar nosotrxs mismxs una crítica anarquista de los medios corporativos. Uno de los roles que juega la extrema derecha es obligarnos a ponernos del lado de las otras fuerzas opresoras de esta sociedad, normalizándolas. Si lo hacemos, la próxima generación de rebeldes no tendrá ninguna razón para confiar en nosotrxs, y la próxima vez que los medios corporativos nos ataquen, será más difícil desmontar sus narrativas”.—“La verdad real sobre las fake news”