El producto capitalista ideal realizaría su valor del constante trabajo impago de la especie humana. Nosotres seríamos prescindibles, pero el producto sería indispensable. Integraría la actividad humana por completo en un solo terreno unificado, accesible solo a través de productos corporativos adicionales, donde mercado y taller clandestino estarían combinados. Lograría todo esto bajo la bandera de la autonomía y la decentralización, e incluso quizás de la “democracia directa”.
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Seguramente cuando tal producto fuera inventado, algunes anti-capitalistas bien-intencionades proclamarían que el reino de los cielos se acerca –restaría quitar al capitalismo de la ecuación. El himno de los lotófagos1.
No sería la primera vez que les disidentes extrapolásemos nuestra utopía de la infraestructura del orden dominante. ¡Recordemos el entusiamo de Karl Marx y Ayn Rand por las vías de tren! En contraste, creemos que la tecnología producida por la competencia capitalista tiende a encarnar e imponer su lógica y si queremos escapar de este orden, nunca debemos tomar las herramientas por dadas. Cuando usamos herramientas, somos usades por ellas a su vez.
A continuación exponemos nuestro intento por identificar la ideología incorporada en la tecnología digital y enmarcar algunas hipótesis sobre cómo abordarla.
La red se cierra
En nuestra época, la dominación no es solo impuesta por órdenes emitidas de gobernantes a gobernades, sino por algoritmos que sistemáticamente producen y constantemente recalibran diferenciales de poder. El algoritmo es el mecanismo fundamental que perpetúa las jerarquías actuales; determina las posibilidades de antemano, a la vez que ofrece una ilusión de libertad como elección. Lo digital reduce las infinitas posibilidades de la vida a una red de algoritmos interconectados –a elecciones entre ceros y unos. El mundo se reduce a la representación y las representaciones se expanden para llenarlo; lo irreductible desaparece. Aquello que no computa no existe. Lo digital puede presentar un impresionante conjunto de elecciones –de posibles combinaciones de unos y ceros– pero los términos de cada elección están pre-establecidos.
Una computadora es una máquina que realiza algoritmos. Originalmente, el término designaba a una persona humana2 que seguía órdenes tan estrictamente como una máquina. Alan Turing, el patriarca de la ciencia de la computación, bautizó a la computadora digital en una extensión metafórica de la forma más impersonal de trabajo humano: “La idea detrás de las computadoras digitales es que estas máquinas puedan realizar cualquier operación de la que sea capaz una computadora humana”. Cincuenta años después, esta metáfora ha sido invertida una y otra vez, a medida que humanes y máquinas se volvieron cada vez más indivisibles. “Se espera que la computadora humana siga reglas fijas –continuó Turing– sin autoridad para desviarse en ningún detalle”3.
Así como las tecnologías que ahorran tiempo solo nos dieron más ocupaciones, pasarles el trabajo de procesar números a las computadoras no nos ha liberado del trabajo, en cambio ha integrado la computación en cada faceta de nuestras vidas. En la Rusia post-soviética, los números te procesan4.
Desde el principio, el objetivo del desarrollo digital ha sido la convergencia del potencial humano y el control algorítmico. Hay lugares donde este proyecto ha sido completado. La pantalla Retina de los iPhones es tan densa que el ojo humano al desnudo no puede determinar que en realidad está compuesta por píxeles. Aún existen grietas entre las pantallas, pero se reducen día a día.
La red que cierra el espacio entre nosotres también cierra el espacio dentro nuestro. Cerca los comunes que han resistido la acumulación originaria. Comunes como las redes sociales que solo podemos reconocer como tales ahora que han sido mapeadas para su cercamiento. Mientras la red crece para abarcar nuestras vidas completas, debemos empequeñecernos para caber en sus ecuaciones. Inmersión total.
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Las grietas digitales
A los liberales bien intencionados les preocupa que haya comunidades enteras que aún no han sido integradas a la red digital global. De ahí salen las computadoras gratuitas para los países “en vías de desarrollo” y las tablets de cien dólares para niñes en educación primaria. Solamente pueden concebir el uno del acceso digital o el cero de la exclusión digital. Dado este binarismo, es preferible el acceso digital –pero el binarismo en sí es un producto del proceso que produce exclusión, no su solución.
El proyecto de computarizar a las masas recapitula y extiende la unificación de la humanidad bajo el capitalismo. Nunca un proyecto de integración se extendió tanto ni penetró tan profundo como el capitalismo y pronto lo digital va a llenar por completo ese espacio. “¡Los pobres aún no tienen nuestros productos!” –es el llamado a la acción de Henry Ford. Amazon también vende tablets por debajo del costo, reconociéndolo como una inversión. Les trabajadores individuales se devalúan sin acceso digital; pero estar disponibles a un solo click, obligades a competir inter-continentalmente en tiempo real, no hará que se recupere el valor total de mercado de la clase trabajadora. La globalización capitalista ya lo ha demostrado. Más movilidad para individues no asegura mayor igualdad en general.
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Integrar no es necesariamente igualar: la correa, la rienda y el látigo también son conectivos. Aun cuando conecta, lo digital divide.
Al igual que el capitalismo, lo digital divide entre quienes tienen y quienes carecen. Pero una computadora no es lo que nos falta a quienes carecemos. Carecemos de poder, que no es repartido ecuánimemente por la digitalización. En lugar de un binario entre capitalistas y proletaries, está surgiendo un mercado universal en el que cada persona será evaluada y clasificada incesantemente. La tecnología digital puede imponer diferenciales de poder con mayor profundidad y eficiencia que cualquier sistema de castas de la historia.
Nuestra habilidad para involucrarnos en relaciones sociales y económicas de cualquier tipo está determinada por la calidad de nuestros procesadores. En el extremo más bajo del espectro económico, las personas desempleadas que tienen un smartphone consiguen el viaje más barato en Craigslist (donde hacer dedo era igualdad de oportunidades). En el extremo más alto, el agente de bolsa de alta frecuencia y el minero de Bitcoin lucran directamente del poder de procesamiento de sus computadoras –haciendo parecer justa, en comparación, la compra-venta de acciones pre-digital.
Es impensable que se pueda lograr la igualdad digital sobre un terreno tan desnivelado. La brecha entre ricos y pobrxs no fue saldada en los países a la vanguardia de la digitalización. Cuanto más amplio se vuelve el acceso a lo digital, más experimentamos la aceleración de la polarización social y económica. El capitalismo produce y circula innovaciones con más rapidez que cualquier sistema anterior, pero acarrea con ellas disparidades en aumento: allí donde los jinetes dominaban a lxs peatones, ahora los bombarderos invisibles sobrevuelan a les motoristes. Podemos imprimir armas en una impresora 3D, pero la NSA puede escribir gusanos informáticos [computer worms] capaces de tomar el control de sistemas industriales nacionales. Y el problema no es solo que el capitalismo sea una forma de competencia desleal, sino que esta forma de competencia se impone en cada esfera de la vida. La digitalización hace posible incorporar su lógica hasta en los aspectos más íntimos de nuestras relaciones.
La grieta digital no solo separa individues y demografías; nos atraviesa a todes. En una era de precariedad, donde todes ocupamos simultáneamente múltiples posiciones, cambiantes en lo sociales y en lo económicas, las tecnologías digitales nos empoderan selectivamente de acuerdo a las maneras en que somos privilegiades, mientras que ocultan las formas en que somos marginalizades. Le estudiante de posgrado que debe cincuenta mil dólares se comunica con otres deudorxs por redes sociales, pero es más probable que compartan sus currículums o califiquen restoranes a que organicen un paro de deudorxs.
Solo cuando comprendamos a les protagonistas de nuestra sociedad en tanto redes y no individues aislades, podremos chocarnos con la gravedad de este hecho: la colectividad digital tiene por fundamento el éxito del mercado, mientras que todes experimentamos el fracaso en aislamiento. En las redes sociales del futuro –las que publicistas, agencias de crédito, empleadores, arrendadores y policías vigilarán en una matriz única de control– puede que solo nos encontremos entre nosotres en la medida en que afirmemos el mercado y nuestro valor en él.
El sistema se actualiza
La competencia y la expansión del mercado siempre han estabilizado al capitalismo al ofrecer una nueva movilidad social, dándoles a lxs pobres una razón para participar del juego justo cuando ya no les quedaba ninguna. Pero ahora que todo el mundo está integrado en un solo mercado y que el capital se está concentrando en manos de una élite cada vez más pequeña, ¿qué podría evitar una nueva ola de revueltas?
El antes mencionado Henry Ford fue uno de los innovadores que respondió a la última gran crisis que amenazó al capitalismo. Subiendo los salarios y aumentando la producción en masa y los créditos, expandió el mercado para sus productos –saboteando los reclamos revolucionarios del movimiento obrero y transformando productores en consumidores. Esto fomentó que aun les trabajadores más precarizades aspirasen a la inclusión en lugar de la revolución.
Las luchas de la generación siguiente se dieron en un terreno nuevo, con consumidores que recuperaban el reclamo de les productores5 por su auto-determinación en el mercado: primero como reclamo por la individualidad y luego, cuando esa concesión fue lograda, por la autonomía. Esto culminó con el clásico imperativo de la contra-cultura hazlo-tú-mismx –“Convertirse en los medios”– justo cuando la infraestructura de las telecomunicaciones globales fue miniaturizada para volver a les trabajdores individuales tan flexibles como las economías nacionales.
Nos hemos convertido en los medios y nuestro reclamo por la autonomía nos ha sido dada –pero esto no nos ha vuelto libres. Al igual que la lucha de les productores se neutralizó convirtiéndoles en consumidores, las demandas de les consumidores fueron neutralizadas volviéndoles productores: donde los medios antiguos habían sido verticales y unidireccionales, los nuevos medios derivan su valor del contenido aportado por les usuaries. Mientras tanto, la globalización y la automatización erosionaron el compromiso que Ford había establecido entre capitalistas y una franja privilegiada de la clase trabajadora, produciendo una población redundante y precaria.
En este contexto volátil, nuevas corporaciones como Google están reversionando el compromiso fordista mediante el trabajo y la distribución gratuitas. Ford les ofreció a les trabajadores mayor participación en el capitalismo mediante el consumo masivo; Google regala todo al convertirlo en trabajo no pago. Al ofrecer créditos, Ford permitía a les trabajadores convertirse en consumidores al vender su mano de obra futura junto con la presente; Google ha disuelto la distinción entre producción, consumo y vigilancia, haciendo posible sacar provecho de aquelles que quizá jamás tengan algo para gastar.
La atención misma está supliendo al capital financiero como la moneda determinante en nuestra sociedad. Es un nuevo premio consuelo por el que les precarizades pueden competir –aquélles que nunca serán millonaries aún pueden soñar con un millón de vistas en Youtube– y es un nuevo incentivo para la constante innovación que el capitalismo requiere. Al igual que en el mercado financiero, tanto corporaciones como individues pueden probar su suerte, pero quienes controlan las estructuras a través de las que circula la atención empuñan el poder más grande de todos. La supremacía de Google no deriva de las ganancias publicitarias ni de ventas de productos sino de las formas en que modula los flujos de información.
Si seguimos este camino, podemos imaginar un feudalismo digital en el que tanto el capital financiero como la atención han sido consolidadas en manos de una élite y una dictadura benevolente de computadoras (quizás humanas) mantiene a la Internet como un parque infantil para una población superflua. Los programas y programadorxs individuales serán reemplazables –cuanto mayor es la movilidad interna de una estructura jerárquica, más robusta y resistente se vuelve– pero la estructura misma no será negociable. Incluso podemos imaginarnos que el resto de la población participará de manera aparentemente horizontal y voluntaria en el refinamiento de la programación –dentro de ciertos parámetros, claro está, como todo algoritmo.
El feudalismo digital podría arribar bajo la bandera de la democracia directa, proclamando que cada quien tiene derecho a la ciudadanía y a la participación, presentándose como una solución frente a los excesos del capitalismo. Quienes sueñan con un ingreso básico universal, o quienes deseen ser compensades por la cosecha de sus “datos personales”, deben entender que estos reclamos solo podrían ser llevados a cabo por un Estado de vigilancia todopoderoso –y que tales reclamos legitiman el poder del Estado y la vigilancia aunque nunca sean concedidos. Los estadistas usarán la retórica de la ciudadanía digital para justificar mapearnos a todes en nuevas cartografías del control, fijando a cada une de nosotres a una sola identidad en línea con tal de cumplir su visión de una sociedad sujeta a la regulación y cumplimiento totales. Las “ciudades inteligentes” impondrán el orden algorítmico al mundo análogico, reemplazando el inmantenible imperativo de crecimiento del capitalismo contemporáneo con nuevos imperativos: vigilancia, resistencia y administración. Las ciudades inteligentes no se basarán en edificios más verdes, sino en la vigilancia y el control de nuestras posesiones personales: Walmart y otras corporaciones ya están utilizando chips RFID6, los mismos de los pasaportes, para rastrear el flujo de sus bienes a través del mundo.
En esta proyección distópica, el proyecto digital de reducir el mundo a su representación converge con el programa de la democracia electoral, en la que solo los representantes, mediante canales pre-establecidos, pueden ejercer el poder. Ambos proyectos se posicionan en contra de todo lo incomputable e irreducible. Fusionada como democracia electrónica, nos presentarían la oportunidad de votar sobre una gran variedad de asuntos minuciosos, mientras que vuelven incuestionable la infraestructura que la habilita –cuanto más participativo un sistema, más “legítimo” se vuelve. Y sin embargo cada noción de ciudadanía implica una parte excluida; cada noción de legitimidad política implica una zona de ilegitimidad.
La libertad genuina es poder determinar nuestras vidas y relaciones desde sus bases. Debemos ser capaces de definir nuestro propios marcos conceptuales, de formular las preguntas así como las respuestas. Esto no equivale a obtener mejor representación o más participación en el orden reinante. Abogar por la inclusión digital y la administración estatal “democrática” da a quienes tienen poder las herramientas para legitimar las estructuras a través de las que lo ejercen.
Es un error creer que las herramientas construidas para dominarnos nos servirían si tan solo pudiésemos deshacernos de nuestros amos. Es el mismo error que cada revolución previa ha cometido respecto de la policía, los tribunales y las prisiones. Las herramientas de la liberación deben ser forjadas en la lucha por alcanzarla.
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Las redes sociales
Contemplamos un futuro en que los sistemas digitales atenderán todas nuestras necesidades, siempre y cuando pidamos que el orden presente sea con envío instantáneo. Si trazamos la trayectoria de nuestro imaginario digital, siempre estaremos votando, siempre trabajando, siempre de compras, siempre encarcelades. Incluso las fantasías que separan el alma del cuerpo para viajar por dentro de la computadora dejan intacto el sujeto liberal: absolutamente todos los post-humanismos que nos han sido ofrecidos han sido neo-liberales.
Los gradualistas liberales que luchan por la privacidad en línea y la neutralidad de la red configuran les subalternes a quienes defienden como individuos. Pero mientras sigamos operando de acuerdo al paradigma de los “derechos humanos”, nuestros intentos por organizarnos contra los sistemas de control digital solo reproducirán sus lógicas. El régimen de constituciones y estatutos que ahora se está acabando no solo protegía al sujeto liberal, el individuo –también lo inventaba. Cada derecho del sujeto liberal implica un entramado de violencia institucional orientado a asegurar su atomización funcional –la repartición de la propiedad privada, la privacidad del cuarto oscuro y las celdas de prisión.
Si hay algo que resalta la divulgación ostentosa de la vida cotidiana es la fragilidad de la individualidad liberal. ¿Dónde comienza y termina el “yo”, cuando mis conocimientos son derivados de motores de búsqueda y mis pensamientos son desencadenados y dirigidos por posteos online? Para contrarrestar esto, se nos incita a fortalecer nuestro frágil individualismo mediante la construcción y diseminación de propaganda autobiográfica. El perfil en línea es una forma reaccionaria que intenta preservar el último vestigio de subjetividad liberal mediante su venta. Llamémosle la “economía de la identidad”.
Pero el objeto de explotación es una red, así como lo es le sujete en revuelta. Ninguno ha podido sostener una semejanza con al individuo liberal. Tanto el barco como la revuelta de esclavos son redes compuestas de algunos aspectos de muchas personas. Lo que las diferencia no es el tipo de personas, sino los distintos principios de interconexión. Cada cuerpx posee múltiples corazones. La perspectiva que la representación digital provee para alumbrar nuestra propia actividad nos permite clarificar que lo que perseguimos es un conflicto entre principios organizacionales contrapuestos y no entre redes o individues específiques.
Las redes que el liberalismo produce y oculta son inevitablemente jerárquicas. El liberalismo busca estabilizar la pirámide de la desigualdad mediante una ampliación de su base. Nuestro deseo es aplanar las pirámides, abolir las indignidades de la dominación y la sumisión. No pedimos que los ricos den a les pobres; buscamos derrumbar las cercas. No podemos decir que lo digital sea esencialmente jerárquico, porque no sabemos nada de “esencias”; solo sabemos que lo digital es fundamentalmente jerárquico, en el sentido de que se construye sobre los fundamentos del liberalismo. Si un mundo digital diferente es posible, solo podrá surgir sobre una base distinta.
No necesitamos mejores versiones de tecnologías existentes; necesitamos una mejor premisa para nuestras relaciones. Las nuevas tecnologías son inútiles salvo en la medida en que nos ayudan a establecer y defender relaciones nuevas.
Las redes sociales son anteriores a la Internet; diferentes prácticas sociales nos interconectan de acuerdo a diferentes lógicas. Si entendemos nuestras relaciones en términos de circulación en lugar de identidades estáticas –o de trayectorias en vez de lugares, o fuerzas en lugar de objetos– podemos dejar de lado la cuestión de los derechos individuales y emprender la creación de nuevas colectividades por fuera de la lógica que produjo lo digital y sus grietas.
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La fuerza renuncia
Para cada acción, existe una reacción igual y opuesta. La integración forma nuevas exclusiones, les atomizades se buscan entre sí. Cada nueva forma de control crea un nuevo escenario para la rebelión. La vigilancia y la infraestructura de control han aumentado exponencialmente en las últimas dos décadas, pero esto no ha creado un mundo más pacificado –por el contrario, cuanta más coerción, más inestabilidad y malestar. El proyecto de controlar poblaciones mediante la digitalización de sus interacciones y entornos es en sí misma una estrategia para demorar las revueltas que seguirán a la polarización económica, degradación social y devastación ecológica causadas por el capitalismo.
La ola de revueltas que sacude el mundo desde 2010 –desde Túnez y Egipto, pasando por España y Grecia, hasta el movimiento mundial de Occupy y más recientemente en Turquía y Brasil– ha sido ampliamente entendida como producto de las nuevas redes digitales. Sin embargo también es una reacción contra la digitalización y las disparidades que refuerza. Aunque las noticias de las ocupaciones circularon por Internet, quienes las poblaron estaban allí porque estaban insatisfeches con lo meramente virtual –o porque, siendo pobres o sin techo, no tenían acceso para nada. Antes de 2011, ¿quién hubiera imaginado que la Internet produciría un movimiento mundial basado en la presencia permanente en un espacio físico común?
Esto es solamente un anticipo de las resistencias que se opondrán a medida que más y más partes de la vida se vayan encastrando a la grilla digital. Los resultados no están escritos, pero podemos estar segures de que habrá nuevas oportunidades para que la gente se reúna por fuerta de y contra la lógica del capitalismo y del control estatal. Mientras que presenciamos la aparición de la ciudadanía digital y del mercado de identidades, comencemos por preguntarnos qué tecnologías les no-ciudadanes, les digitalmente excluides, necesitarán. Las herramientas empleadas durante la lucha por el parque Gezi en Istanbul en el verano de 2013 podrían ofrecer un humilde punto de arranque. ¿Cómo podemos extrapolar del mapeo de protestas las herramientas que serán necesarias para la insurrección y la supervivencia, especialmente en cuanto las dos convergen? Mirando a Egipto, podemos observar la necesidad de herramientas que puedan coordinar la distribución de alimentos –o deshabilitar el ejército.
Entender la expansión de lo digital como una acumulación originaria de nuestros potenciales no significa dejar de usar las tecnologías digitales. Por el contrario, se trata de cambiar la lógica de abordaje. Cualquier mirada positiva de un futuro digital será apropiada para perpetuar y encubrir el orden dominante; la razón para participar del terreno de lo digital es para desestabilizar las disparidades que impone. En lugar de establecer proyectos digitales en función de prefigurar el mundo que queremos ver, podemos perseguir prácticas digitales que interrumpan el control. En lugar de buscar defender los derechos de una nueva clase digital –o de incorporar a todes a esta clase por medio de la ciudadanía universal– podemos seguir el ejemplo de les desposeídes, comenzando por las revueltas contemporáneas que redistribuyen radicalmente el poder.
Entendides como una clase social, les programadores ocupan la misma posición hoy que la burguesía en 1848, esgrimiendo un poder social y económico desproporcionado respecto de su influencia política. En las revoluciones de 1848, la burguesía sentenció a la humanidad a dos siglos más de infortunios al terminar aliándose con la ley en contra de les trabajadores pobres. Les programadores fascinades con la revolución de Internet podrían hoy hacer algo incluso peor: podrían volverse les bolcheviques digitales cuyo intento por crear una utopía democrática termine por producir el más completo totalitarismo.
Por otro lado, si una masa crítica de programadores cambia su alianza hacia las verdaderas luchas de les excluides, el futuro volverá a estar en disputa. Pero eso implica abolir lo digital tal y como lo conocemos –y con ello, a les programadores como clase. Desertemos de la utopía digital.
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En la Odisea, los lotófagos se alimentaban de la flor de loto cuya dulzura les hacía olvidar todo el sufrimiento vivido en el pasado (nota de la traducción). ↩
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La computación era un trabajo que realizaban cis-mujeres, resolviendo –computando– algoritmos matemáticos y era considerado un trabajo repetitivo (nota de la traducción). ↩
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En la versión en inglés Turing usa un pronombre masculino, sin embargo el trabajo de computación era un trabajo feminizado, ver The Computer Boys Take Over (nota de la traducción). ↩
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Referencia al meme “en la Rusia soviética…” conocido como Russian reversal [inversión rusa] (nota de la traducción). ↩
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Se utiliza productores en el sentido de trabajadores, no de capitalistas (nota de la traducción). ↩
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Los chips RFID transmiten datos pasivamente y habilitan el control del flujo de cosas y seres (nota de la traducción). ↩