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El retorno de la derecha ultraliberal en Argentina

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La semana pasada, la extrema derecha obtuvo victorias electorales en Holanda y Argentina. La ola reaccionaria global que llevó a Donald Trump al poder no amainó con su derrota electoral en 2020, ni con la derrota de Jair Bolsonaro en Brasil. En la siguiente reflexión, un anarquista argentino explora por qué Javier Milei ganó las elecciones y sitúa la política de Milei en su contexto histórico. Aunque la retórica “anarcocapitalista” de Milei pueda parecer nueva, éste es sólo el último capítulo de una historia que es muy vieja en Argentina: la combinación de un capitalismo despiadado con la cruda violencia del Estado.


Volver al futuro

Javier Milei, el reciéntemente electo Presidente de Argentina, llevó a cabo una campaña presidencial en la que propuso abolir el peso argentino y adoptar el dólar estadounidense como moneda nacional, eliminar el banco central, privatizar la sanidad y la educación, privatizar o cerrar todos los medios de comunicación públicos y privatizar la mayoría de los aspectos de la infraestructura económica y estratégica del país.

El carácter y la política de Milei lo harían perfecto para el papel de supervillano en una obra de ficción anarquista excesivamente dramática. Hasta hace poco, se paseaba con un disfraz de superhéroe negro y amarillo como “Capitán Ancap”. Se le podía encontrar pontificando tranquilamente sobre cómo el libre mercado debería regular todos los aspectos de la sociedad -incluida la venta de niños y órganos corporales, o la libertad de vender un brazo para sobrevivir- y afirmando que una persona obligada a elegir entre morirse de hambre o trabajar 18 horas al día es “por supuesto” libre, ya que es libre de decidir sobre su suerte. Cuando no se dedicaba a estas delicias filosóficas, aparecía en tertulias echando espumarajos por la boca y despotricando sobre los “izquierdistas de mierda”, el “marxismo cultural”, el engaño del calentamiento global, etcétera.

La vicepresidenta de Milei, Victoria Villaruel, sólo es conocida por su virulenta defensa de los líderes militares que fueron encarcelados por su papel en la tortura y desaparición de miles de personas durante la última dictadura militar argentina en la década del setenta. Tanto ella como Milei cuestionan la cifra, establecida desde hace tiempo, de 30.000 muertos o desaparecidos. Milei niega públicamente que la dictadura llevara a cabo un genocidio sistemático, refiriéndose a los crímenes de la dictadura simplemente como “excesos”. Esos “excesos” incluían una red de cientos de centros clandestinos de detención, el lanzamiento de víctimas drogadas pero aún vivas desde helicópteros al Río de La Plata, y la entrega a familias de militares de varios cientos de recién nacidos secuestrados a prisioneras acusadas de ser “subversivas.”

Javier Milei como “Capitán Ancap”.

Su entorno no es mucho mejor. Incluye “activistas por los derechos de los hombres”, terraplanistas, un supuesto filósofo que pedía privatizar los océanos y cosas por el estilo.

Su política no solo es una pesadilla para los anarquistas, si no que también es diametralmente opuesta a la política de gran parte de la población argentina. Estamos hablando de una sociedad con un fuerte sentido de la justicia social, en la que la corriente política dominante de las dos últimas dos décadas ha sido el kirchnerismo, una especie de tendencia peronista progresista de centro-izquierda que surgió del levantamiento del 2001. Con la excepción de la presidencia de Mauricio Macri entre 2015 y 2019, los gobiernos kirchneristas gobernaron Argentina ininterrumpidamente desde 2003 hasta la victoria de Milei. La primera década de gobierno kirchnerista trajo consigo mejoras significativas en la calidad de vida de muchos argentinos, reduciendo las tasas de desempleo y pobreza y controlando la inflación (al menos para los estándares argentinos). Representó un giro a la izquierda tanto en el discurso público como en la política gubernamental, un alejamiento significativo de la hegemonía neoliberal de los años noventa.

Pero la segunda década de gobierno kirchnerista fue menos exitosa, plagada de escándalos de corrupción, así como de una de las cuarentenas por COVID-19 más largas del mundo. A pesar de una batería de medidas económicas proteccionistas -limitar las importaciones, gravar las exportaciones y establecer controles de divisas y una serie de tipos de cambio diferentes para el peso argentino-, la última década ha sido testigo de una continua devaluación del peso. Esto ha provocado un fuerte aumento de la inflación -más del 100% en los últimos doce meses- que ha sumido a millones de personas por debajo del umbral de la pobreza. Al momento de las elecciones, más del 55% de los menores y el 40% de los argentinos vivían oficialmente en la pobreza.

En este contexto, Milei obtuvo casi el 56% de los votos en la segunda vuelta, tras haber obtenido sólo el 30% en la primera, el 22 de octubre.

Enfrentamientos frente al Congreso durante el debate sobre la reforma de las pensioneslas en las elecciones de 2017.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Hacia dónde vamos? ¿Y qué hay que hacer?

“¡Viva la Libertad!” - Libertad para trabajar o morir de hambre, para someterse o ser fusilado

Al principio, la mayoría de la gente veía a Milei como una novedad exótica: un extravagante economista que se convirtió en invitado habitual de tertulias políticas y canales de noticias, disparando las audiencias al despotricar contra la “casta política”, gritando sobre “drenar el pantano”, tiñéndose de rojo sangre al desahogarse sobre la “ideología de género”.

Sus apariciones en televisión le generaron una base de seguidores, jóvenes de clase media alienados políticamente. Para ellos, ofrecía una salida a través de la cual canalizar su resentimiento contra el Estado del bienestar, al que veían apoyando a hordas de vagos con el dinero de los impuestos de los argentinos trabajadores. Contra los inmigrantes, que imaginaban que llegaban a Argentina para aprovecharse de la educación y la sanidad públicas y gratuitas. Contra la corrección política, la agenda globalista, la vacuna COVID-19 y las cuarentenas. Increíblemente, contra el “gobierno socialista” en Argentina, a pesar de que Argentina es un país capitalista con un gobierno que, en el mejor de los casos, es ligeramente de centro-izquierda.

Consolidandose online y en redes sociales, en gran parte a través de clips de TikTok de Javier Milei y contenido de alt-right de Brasil y los EE.UU., estos jóvenes se convirtieron en el ala activista del incipiente partido “La Libertad Avanza” cuando Javier Milei anunció su intención de postularse para el congreso en 2021. Banderas amarillas de Gadsden y gorras de “Make Argentina Great Again” comenzaron a aparecer en sus mítines de campaña.

“Make Argentina Great Again”

Milei fue elegido diputado aprovechando un río latente de resentimiento que corría por un sector específico de la población argentina: hombres jóvenes, urbanos, de clase media y con movilidad descendente. Pero a medida que crecía su ecosistema, su influencia y su alcance, estos jóvenes se convirtieron en la clave del éxito de la extrema derecha a la hora de canalizar el descontento popular ante la crisis económica y política de Argentina.

Esto tuvo éxito porque, al mismo tiempo que la vida es miserable, la lógica empresarial y emprendedora se está afianzando cada vez más en la sociedad, especialmente entre los jóvenes. La lógica del capitalismo se torna cada vez más en sinónimo de sentido común. Si eres pobre, no hay ninguna razón sistémica para ello: simplemente no trabajas lo suficiente. Si no ganas suficiente dinero, no es que tu salario sea demasiado bajo: simplemente tienes que trabajar más. Si quieres cambiar tus circunstancias, si quieres ser “libre”, no deberías unirte y organizarte con otros; deberías empezar tu propio negocio, vendiendo alguna mercancía, con el objetivo no sólo de escapar de la esclavitud asalariada, sino también de adquirir algún día algunos esclavos asalariados propios. La libertad se entiende como una búsqueda totalmente individual, un juego de suma cero en el que debes explotar a los demás si quieres ser libre.

A medida que avanza la hegemonía capitalista, se culpa al “colectivismo y al socialismo” de los fracasos del mismísimo capitalismo. El capitalismo arco iris progresista, ideológicamente si no en la práctica, aborda (como corresponde) las luchas de algunos sectores oprimidos de la sociedad mientras condena a un gran número de personas a una pobreza absoluta. Esto hace que sea fácil canalizar la rabia de los desempleados y los trabajadores pobres en resentimiento contra cualquier chivo expiatorio que la extrema derecha pseudolibertaria invente, en vez de hacia la clase capitalista

Es muy probable que pienses que ya has visto esta película antes. No hace falta el análisis más agudo de los acontecimientos mundiales para ver los paralelismos con Trump en Estados Unidos o Bolsonaro en Brasil. Las similitudes están todas sacadas directamente del manual de la nueva derecha fascista. La política del agravio, las guerras culturales, los silbidos racistas para perros, la obsesión característicamente fascista con una nación humillada que necesita un hombre fuerte que la lidere contra sus muchos enemigos, tanto extranjeros como internos. También está la alucinación del socialismo en todas partes, incluso entre actores políticos que son lo más alejado de los socialistas. En Argentina, la izquierda real, dominada por el trotskista Frente de Izquierda (“alianza electoral” compuesta por cuatro partidos trotskistas distintos), obtuvo menos del 3% de los votos en estas elecciones. Esto demuestra hasta qué punto la izquierda ha fracasado a la hora de posicionarse como una alternativa viable, incluso en medio del descontento popular masivo y la desconfianza en la clase política.

Milei y sus “libertarios” lograron pintar a los movimientos sociales de izquierda radical y al gobierno kirchnerista de centroizquierda como una sola entidad, del mismo modo que Trump logró confundir a los “antifa” con los demócratas a los ojos de sus partidarios. A partir de ahí, la propaganda de la guerra cultural era sencilla. Los socialistas quieren un Estado gran hermano que controle y oprima a los trabajadores honrados del país; hordas perezosas y violentas viven de los programas de bienestar mientras los buenos trabajadores luchan bajo la carga de los impuestos; y todo esto sirve a una clase política atrincherada y corrupta.

Este segmento de la sociedad representó el 30% de los votos en la primera vuelta de las elecciones de octubre. Una cifra significativamente superior al 15% o así que se creía en un principio que era la estimación más alta de su apoyo, pero aún así ni de lejos suficiente para llevarle al poder. Aquí es donde encontramos otra sorprendente similitud con el trumpismo estadounidense. El ex presidente, Mauricio Macri, y su ex ministra de Defensa, Patricia Bullrich (que quedó tercera en las elecciones con el 23% de los votos), declararon inmediatamente su apoyo a Javier Milei en la segunda vuelta electoral. Sus electores no eran el voto joven, ni los votantes que buscan cambiar radicalmente el sistema, sino el clásico voto antiperonista y antikirchnerista de la clase media-alta y la oligarquía argentina. Al igual que hicieron los republicanos conservadores tradicionales en Estados Unidos en respuesta al éxito electoral de Trump, abandonaron de inmediato sus críticas mordaces a Javier Milei y se abalanzaron sobre la oportunidad de ejercer el poder con él y detrás de él.

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Mientras que gente como Mauricio Macri y Patricia Bullrich podrían fruncir el ceño ante la extravagancia de Milei y agarrarse las perlas horrorizados por los modales de un hombre que recorría los mítines con una motosierra para escenificar su intención de recortar el gasto público, la política de Milei representa sin duda sus sueños más profundos. Esta parte del electorado siempre ha soñado con privatizar la industria, con racionalizar el Estado al servicio de los intereses del capital, reduciéndolo a funciones puramente represivas para disciplinar a la sociedad. Simplemente carecían del capital político para insinuar que tenían esas intenciones sin condenarse a sí mismos a la irrelevancia política.

Ahora, inmediatamente después de las elecciones, los puestos clave del próximo gobierno de Milei han ido a parar a los ex ministros y economistas del desastroso gobierno de Macri. Después de que Néstor Kirchner liberara finalmente a Argentina del peso de la deuda con el Fondo Monetario Internacional, Macri asumió en 2018 el mayor préstamo de la historia del FMI, gran parte del cual no se utilizó para financiar proyectos de infraestructura o fortalecer la economía, sino para distribuir pagos a los capitalistas financieros. Parte de él fue desviado ilegalmente fuera del país.

Las promesas electorales de drenar el pantano ya se han olvidado incluso antes de que Milei haya jurado su cargo. Los nombres de los ministros y asesores recién nombrados son un quién es quién de un cuarto de siglo de políticos de derechas desacreditados.

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Hay diferencias entre el trumpismo y el fenómeno ultraliberal en Argentina. Trump era algo proteccionista en lo económico, mientras que Milei es un ferviente y dogmático defensor del libre mercado. Trump es claramente un oportunista, una especie de recipiente vacío. Milei es un fiel creyente en el modelo de capitalismo más reaccionario, vil y caduco que pueda imaginarse en la actualidad. Esta ideología le ha llevado a declarar -abierta, clara y repetidamente- que no hay derecho a la educación o a la sanidad, que si algo no es rentable en el mercado, no es necesario y no debería existir. Las carreteras deberían privatizarse y los órganos corporales deberían ser una mercancía de mercado. A pesar de todo lo que Milei habla de “anarquismo”, su segundo al mando es un firme defensor de los militares argentinos y su pasado criminal, cuyo plan para hacer frente a los movimientos sociales es la violencia bruta.

La diferencia clave entre el trumpismo y el fenómeno Milei es la edad de sus partidarios. Mientras promueve un modelo económico que devolvería a Argentina al siglo XIX, Milei se las ha arreglado de alguna manera para posicionarse a sí mismo y a estas ideas como nuevas y rebeldes. Con la excepción de pequeñas enclaves de jóvenes radicalizados, el electorado Trumpista es de carácter generalmente mayor, rural y aisladao, mientras que la mayoría de los menores de 30 años se opone incondicionalmente a él. Por el contrario, Javier Milei ha hecho importantes incursiones en barrios populares y entre los trabajadores pobres, y ha establecido una base entre los jóvenes. Por el contrario, Javier Milei ha hecho incursiones significativas en los barrios populares y los trabajadores pobres y ha establecido una base entre los jóvenes gracias a sus discursos agitados, su relato en el cual sus seguidores “no son ovejas para pastorear, sino leones para despertar”, su dominio de TikTok y las nuevas plataformas de medios sociales.

Como resultado, la interpretación más extendida de la libertad y la rebelión entre los adolescentes y veinteañeros en la Argentina de hoy no sólo es diametralmente opuesta a nuestros valores de solidaridad y ayuda mutua, sino que incluso coopta nuestro lenguaje, apropiándose abiertamente de los términos “anarquista” y “libertario.” Lo que quieren decir con estas palabras es un calco de los elementos más rancios del “libertarismo” y del capitalismo ultraliberal. Es la visión del empresario influencer de TikTok sobre la sociedad.

A pesar de sus diferencias, Bolsonaro, Trump y Milei son aliados incondicionales: se espera que Bolsonaro asista a la toma de posesión de Milei y Trump anunció recientemente su intención de visitarlo en Argentina. Juntos, los tres son la vanguardia de una internacional protofascista en ciernes. A pesar de proponer el viejo y cansado modelo de xenofobia, represión y austeridad capitalista, este resurgimiento de la derecha se ha posicionado con éxito como una nueva alternativa a la política de siempre, al menos en Argentina. Como consecuencia del fracaso de la centro-izquierda para mejorar la vida cotidiana de la gente y de la forma en que muchos actores de los movimientos sociales del período posterior a 2001 han sido gradualmente incorporados al aparato estatal, la alternativa ultraliberal ha logrado posicionarse como la representación de la rebelión juvenil.

En palabras de un comunicado postelectoral publicado por organizaciones anarquistas especifistas de Argentina:

Para que una opción política de extrema derecha crezca de esta manera, la derrota es cultural e ideológica y viene desde hace muchos años -principalmente a partir del “repliegue” de muchos de los proyectos emancipatorios, por no decir progresistas, de la mayoría de los barrios populares y sindicatos; de la ausencia de una visión concreta de cómo enfrentar este sistema capitalista, y de un proyecto revolucionario que se oponga sin fisuras a la máquina de empobrecimiento de la sociedad que es el neoliberalismo. Un proceso en el que el Estado fue progresivamente incorporando e institucionalizando numerosas herramientas y prácticas del pueblo, llevando toda acción política a su campo y transformando las urnas en el único horizonte posible de acción política. Ese vacío de rebeldía, de presencia contestataria, de lucha social, fue llenado con la retórica pseudofascista y ultraliberal de un puñado de economistas y elementos reaccionarios.

Enfrentamientos frente al congreso durante el debate de la reforma de las pensiones de 2017.

La Historia Se Repite De Nuevo

Aunque reempaquetadas y con un marketing mejorado, las ideas de Milei son poco más que la fórmula clásica del ultraliberalismo. Irónicamente, si hubiera un solo lugar en el mundo donde ya se han probado tales experimentos de ultraliberalismo, sería Argentina.

El movimiento peronista surgió en la década de 1940 en torno al general Juan Domingo Perón, combinando un proyecto capitalista económicamente proteccionista con un fuerte Estado del bienestar y una retórica sobre la “justicia social”. Décadas de antagonismo entre el peronismo, a menudo aliado con fuerzas de izquierda, y la oligarquía y el ejército argentinos culminaron en el golpe militar de 1976. Fue el sexto golpe en Argentina en el siglo XX.

La junta militar lanzó la infame guerra sucia contra los restos de las organizaciones guerrilleras armadas del país: los peronistas de izquierda “Montoneros” y el trotskista “Ejército Revolucionario del Pueblo”, ambos ya derrotados y desmantelados en gran medida a finales de 1975, junto con cualquier otro considerado remotamente “subversivo”. De la mano del FMI, que en aquel momento concedió el mayor préstamo jamás concedido a un país latinoamericano y exigió a cambio una serie de reformas de mercado, la junta impuso al país la primera oleada de reformas económicas neoliberales. Al mismo tiempo, eliminaron el control de alquileres, cancelaron todas las subvenciones al transporte público y atacaron a los sindicatos y los derechos de negociación colectiva.

Los resultados fueron desastrosos para la mayoría de la sociedad argentina. Los trabajadores soportaron años de inflación anual de tres dígitos provocada por la creciente deuda externa del país. En 1982 una impopular junta militar llevó al país a la guerra con Gran Bretaña por las Islas Malvinas, en un intento desesperado de desviar la atención de sus problemas internos, llevándose por delante otro millar de vidas antes del retorno a la democracia capitalista en 1983.

Pero el peso de la aplastante deuda con el FMI resultó imposible de eludir. En la década de 1980 se registraron tasas de inflación anuales astronómicas, entre el 400% y el 600%. En 1989, la inflación había situado al 47% del país por debajo del umbral de pobreza. Una ola de hiperinflación del 200% en un mes provocó saqueos generalizados y enfrentamientos que causaron más de cuarenta muertos.

En 1991, poco después de la caída del Muro de Berlín y el desmoronamiento del bloque del Este, Francis Fukuyama proclamó “el fin de la historia”, el triunfo del capitalismo neoliberal como el mejor y único mundo posible. Argentina puso fin a la inflación mediante la “convertibilidad”, que vinculó artificialmente el peso argentino al dólar estadounidense a un tipo de cambio de uno a uno. Esto se financió con otro préstamo del FMI, esta vez por valor de mil millones de dólares estadounidenses, uno de los varios préstamos que el FMI concedió a Argentina en la década de 1990. Al mismo tiempo, el recién elegido presidente Carlos Menem lanzó una nueva ola de reformas neoliberales sin precedentes, centradas en la privatización de la industria, la relajación o eliminación de los controles a la importación, la reestructuración del Estado y la desregulación económica. La empresa privada y las fuerzas del mercado estaban a la orden del día y, de hecho, los primeros años fueron de relativa estabilidad y prosperidad. Por primera vez en décadas, la inflación estaba bajo control, la entrada de dinero fresco en las arcas del Estado permitió algunas exenciones fiscales, y las mejoras iniciales en el comercio y las infraestructuras gracias a la inversión extranjera, unidas a la ausencia de aranceles a la importación, trajeron al país empleo, crecimiento salarial y productos baratos.

Pero era una burbuja. Incapaces de competir internacionalmente, las pequeñas empresas y fábricas empezaron a cerrar. Los inversores extranjeros que engulleron las infraestructuras públicas empezaron a tratar de asegurar sus beneficios y no volvieron a invertir. Como era de esperar, esto provocó el rápido deterioro de los servicios públicos, especialmente el transporte. El desequilibrio comercial, en el que salían del país más dólares de los que entraban, hizo que el tipo de cambio de uno a uno fuera cada vez más insostenible. A medida que más y más gente perdía su empleo, la resistencia abierta a los cierres de fábricas comenzó a surgir a mediados y finales de los noventa, dando lugar al movimiento de trabajadores desocupados, que llegó a ser conocido como los piqueteros - famosos por utilizar los bloqueos de carreteras como demostración práctica de fuerza y herramienta simbólica para llamar la atención sobre su lucha.

Todo esto llegó a un punto crítico en diciembre de 2001. Tras una corrida bancaria impulsada por los rumores de una inminente devaluación del peso argentino, el entonces ministro de Economía, Domingo Cavallo, impuso lo que se conoció como el corralito, que limitaba las retiradas de efectivo de los bancos a 200 dólares semanales. Esto creó una crisis entre la clase media, que convergió con la ola de descontento entre las clases populares argentinas, las más afectadas por una tasa de desempleo superior al 20% y una tasa de pobreza superior al 40%. El 19 de diciembre de 2001 se produjeron saqueos generalizados en varias ciudades del país, especialmente en el Gran Buenos Aires. Esa noche, el Presidente De la Rúa declaró el estado de emergencia, el primero en el país desde 1989. Decenas de miles de personas confluyeron inmediatamente en la Plaza de Mayo, frente al palacio presidencial, mientras otros cientos de miles se asomaban solidariamente a sus balcones para golpear cacerolas en una interminable cacofonía de rebelión. La policía desató una feroz represión; tras horas de batallas campales, consiguió despejar la plaza y dispersar a los manifestantes.

Todo podría haber acabado ahí, de no ser porque la noche del estado de excepción cayó un miércoles. Como dijo un testigo,1

El destino sonríe a los audaces. ¿Cómo explicar si no que la mañana siguiente a la feroz represión caiga un jueves? Jueves. El único día de la semana en el que, desde los tiempos más oscuros de la dictadura en 1977, las madres y abuelas de los secuestrados y desaparecidos por la Junta Militar se reúnen para hacer vigilias y exigir justicia por sus hijos. Todas. Cada. Jueves. Que yo sepa, sin excepción, llueva o brille el sol, están allí con sus icónicos pañuelos blancos en la cabeza, marchando en digno y desafiante silencio frente al palacio presidencial, en la Plaza de Mayo.

Y así, en la mañana del jueves 20 de diciembre, poco después de las 10 de la mañana, las Madres de Plaza de Mayo llegaron a la plaza. Esto ocurrió unas cinco horas después de que una tensa calma volviera por fin al centro de Buenos Aires, después de que la policía lograra finalmente dispersar a las decenas de miles de personas que se encontraban en las calles, aunque no antes de que la multitud, al parecer, lograra varios intentos de asaltar el Congreso. Esa noche podría haber sido el principio y el final de la “Batalla de Buenos Aires”.

Pero a medida que avanzaba la mañana, ya se habían producido intentos dispersos por parte de la gente de empezar a retomar la plaza, o al menos de volver a reunirse ante la prohibición de las concentraciones públicas. Se pudo ver a un joven en la televisión, implorando a la gente que bajara, que no fuera a trabajar, que se tomara un día, una hora, un momento, para ayudar a cambiar el curso de la historia. Pero cuando llegaron las Madres, probablemente no había más de cien o doscientas personas.

Poco después de su llegada, la policía recibió la orden de dispersar a la docena o dos docenas de Madres y al centenar de simpatizantes presentes. Las ancianas, muchas de ellas de entre setenta y ochenta años, resistieron valientemente las cargas y los latigazos de la policía montada. Ancianitas de aspecto frágil, pero con décadas de inquebrantable coraje y convicción, enfrentadas a la violencia desquiciada de un gobierno moribundo. Armadas únicamente con su dignidad. El país lo vio todo en directo por televisión.

No sé si el levantamiento argentino necesitaba otra chispa, o si el fuego ya se estaba extendiendo fuera de control para entonces. Nunca lo sabremos. Pero sí sé que el impacto de esas escenas fue inconmensurable. Si faltaba una chispa final, esas escenas la proporcionaron. También fueron -y estoy seguro de que miles de personas compartieron precisamente esta experiencia conmigo- las últimas imágenes que vi antes de dirigirme yo mismo al centro de la ciudad.

Ese día, el 20 de diciembre de 2001, la juventud, la clase obrera, y los y las desocupados de Argentina sitiaron el palacio presidencial con decenas de miles de personas “jóvenes y mayores, lanzándose directamente contra el gas y las balas, sin saber si la que te disparaban sería de goma o de plomo”2.

Al final del día, a pesar de una represión asesina que se cobró 39 vidas en el transcurso de esos dos días, habíamos obligado al Presidente a dimitir, y vimos cómo huía del palacio presidencial en helicóptero. Parecía, en aquel momento, que era el final definitivo del experimento neoliberal en Argentina, y una lección sobre la relación intrínseca entre política ultraliberal y represión, que ilustraba el enorme coste en vidas humanas de ambos experimentos neoliberales.

Pensábamos que eso serviría para inocular a Argentina contra el retorno del neoliberalismo durante generaciones. El paso del tiempo ha demostrado que estábamos equivocadas.

El presidente Fernando De la Rúa huye del palacio presidencial en un helicóptero desde la azotea en la tarde del 20 de diciembre de 2001.

Ultraliberales, militares y represión: Una historia de amor

La presidencia de Milei no comienza hasta el 10 de diciembre, pero el señuelo de la campaña de Milei ya es obvio. La promesa de que la austeridad y los recortes presupuestarios los pagarà “ la clase política” ya giro a “Van a ser seis meses increíblemente difíciles para todos”. Ya ha anunciado la posibilidad de no pagar las primas de fin de año a los trabajadores públicos. Sus garantías de una solución inmediata a la inflación han dado paso a “Llevará entre 18 y 24 meses.” Por último, en un guiño a la promesa de Trump de “drenar el pantano”, la casta política contra la que arremetió ahora le rodea y ocupa cargos en el Gobierno, incluidos muchos de los responsables de los desastres económicos y sociales de los años 90 y del Gobierno de Macri.

En otros aspectos, sin embargo, Milei ha dejado claro que gobernará tan cerca de su ideología como se lo permita la correlación de fuerzas en los poderes del Estado y en la calle. El primer día después de su elección, anunció su intención de llevar a cabo la venta o el cierre de todos los medios de comunicación públicos y la paralización de todos los proyectos de infraestructuras públicas. Como era de esperar, ya estamos viendo una campaña de propaganda en los medios de comunicación corporativos para enfrentar a los trabajadores del sector privado y a la sociedad en su conjunto contra los empleados del Estado y los que trabajan para los canales de medios públicos; los medios de comunicación corporativos han estado publicando cifras salariales falsas e infladas e inculpando a los empleados del Estado de querer preservar “sus privilegios a expensas de la sociedad”. No contentos con la inseguridad del conflicto de pobres contra pobres que experimentamos en nuestros barrios, estos reaccionarios están haciendo ahora un intento concertado de provocar un canibalismo social en el que los trabajadores que aún tienen acceso a la seguridad laboral y a las prestaciones sean presentados como privilegiados a expensas de todos los demás. Mientras la resistencia se agita contra los despidos, las privatizaciones y la austeridad que se avecinan— con trabajadores, sindicatos y organizaciones sociales convocando asambleas abiertas para debatir la situación y empezar a organizar su resistencia— la relación simbiótica entre las reformas ultraliberales, los medios de comunicación corporativos y el aparato represivo del Estado está saliendo a la luz. Muchos medios de comunicación advierten del peligro de un “golpe” en referencia a los posibles disturbios que podrían acabar derrocando al gobierno de Milei. Una retórica que pretende confundir la revuelta popular con la toma del poder por los militares.

Al mismo tiempo, el ex presidente Mauricio Macri salió en televisión para animar a los jóvenes partidarios de Milei a atacar a quienes pudieran salir a la calle para oponerse a los despidos y los recortes presupuestarios. Derrochando racismo y clasismo, sugirió que “los orcos”, como se refiere a los trabajadores desocupados y otros piqueteros, “deberían pensar muy bien lo que hacen en las calles, ya que los jóvenes no soportarán que les roben la oportunidad de cambiar el país”. El lenguaje, con Macri llamándonos “orcos” y Milei llamándonos “izquierdistas de mierda” que se interponen en el camino del cambio y de un “futuro mejor para los argentinos de bien”, no es sólo un reflejo del clasismo y el racismo de la clase media alta y la oligarquía argentinas. Es una herramienta conscientemente elaborada y esgrimida para empezar a estigmatizar y condenar al ostracismo la resistencia popular con el fin de inmunizar a una amplia franja de la sociedad contra la solidaridad con los movimientos sociales cuando inevitablemente comiencen los enfrentamientos.

Enfrentamientos frente al Congreso durante el debate de la reforma de las pensiones de 2017.

Menos de una semana después del día de las elecciones, la primera aparición pública de la vicepresidenta de Milei, Victoria Villaruel, fue una visita a unas instalaciones de gendarmería, donde apareció flanqueada por agentes mientras hablaba de la necesidad de concederles más fondos y equipamiento. Simultáneamente, el bando de Milei ya está anunciando que intentarán modificar la ley de defensa nacional para permitir de nuevo el uso de los militares con fines de seguridad interior, incluso contra los “terroristas”. El mensaje es claro para los anarquistas, la izquierda y cualquiera que se plantee salir a la calle para oponerse a este nuevo gobierno: seremos tachados de terroristas. A partir de ahí, es un paso corto antes de que los infames militares argentinos se desaten una vez más contra cualquier cosa y cualquier persona lo suficientemente desafortunada como para ser considerada “subversiva”.

No es casualidad que la vicepresidenta de Milei sea Victoria Villaruel, fanática defensora de los militares condenados por crímenes de lesa humanidad durante la última dictadura. Los militares y el aparato represivo del Estado en su conjunto son elementos esenciales en el proyecto ultraliberal, especialmente en países con redes de resistencia bien desarrolladas como Argentina. Por mucho que hablen de “anarcocapitalismo”, un oxímoron ridículo, el ultraliberalismo representa una racionalización del Estado para permitirle defender mejor los intereses de la propiedad y de la clase capitalista. Es el Estado deshaciéndose del bagaje del sistema de bienestar, de los programas sociales y de cualquier responsabilidad hacia la masa de la sociedad. Es la transformación del Estado capitalista a su version más cruda y descarnada: un instrumento para preservar la sociedad de clases y disciplinar a todos los que se oponen a ella.

No es casualidad que Milei se negara a responder cuando un entrevistador le preguntó sin rodeos si creía en la democracia. El proyecto ultraliberal sitúa el mercado por encima de todo, considerando los derechos a la propiedad, al capital y a la explotación como los únicos derechos inalienables. Desde esa perspectiva, la “inmadurez” y los “caprichos” de la sociedad -incluso algo tan directamente enmarcado en la democracia representativa capitalista como echar a los políticos del poder o rechazar sus políticas en el parlamento- son sólo un obstáculo que hay que superar. Esta mentalidad se sintetiza perfectamente en la declaración de Henry Kissinger sobre Chile en la década de 1970: “Las cuestiones son demasiado importantes para que los votantes chilenos decidan por sí mismos”.

Tampoco es casualidad que fuera precisamente en Chile, de la mano de la dictadura de Pinochet y con el apoyo material de Estados Unidos, donde tuvo lugar el otro gran experimento ultraliberal en América Latina. En Chile, los “Chicago Boys”, un grupo de economistas chilenos educados en la Universidad de Chicago y adheridos a las ideas de Milton Friedman (a quien Javier Milei venera), lograron implantar una batería de reformas neoliberales. La condición previa necesaria para aplicar esas reformas fue una junta militar que asesinó y desapareció a miles de disidentes, al igual que en Argentina. Las consecuencias duraderas de varias de estas reformas (como la privatización de los planes de pensiones, los sistemas de vales escolares y universitarios y la privatización del transporte público) fueron los catalizadores del levantamiento chileno de 2019.

La libertad para el mercado significa necesariamente explotación para los trabajadores y miseria para la mayoría de la sociedad. La historia de este país lo demuestra. Eventualmente, cuando este estado de cosas genera suficiente resistencia popular, la única forma de mantenerlo es a través de la fuerza bruta del Estado. A pesar de la vacía retórica de la libertad, Milei y Villaruel son los herederos políticos de las políticas de Pinochet y los Chicago Boys, de Martínez de Hoz durante la dictadura argentina, y del neoliberalismo de los años 90 que se cobró 38 vidas en una semana antes de ceder el poder. Mimar a las fuerzas de seguridad del Estado y desestimar los crímenes de la dictadura argentina no son sólo maniobras de guerra cultural. Saben tan bien como nosotros que, tarde o temprano, el ultraliberalismo sólo puede imponerse mediante la represión y la violencia, y pretenden hacerlo de nuevo.

Las barricadas rodean el palacio presidencial el 20 de diciembre de 2001.

Las “Fuerzas del Cielo” contra los Orcos

Hoy, muchas de nosotras tenemos miedo. Es inútil tratar de ocultarlo. Muchas de nosotras no estamos ansiosos por la batalla. Tal vez sea porque ahora, por primera vez en décadas nos encontramos directamente a la defensiva. Estamos librando algunas batallas, como la batalla por la memoria colectiva de lo que representó la última dictadura, que creíamos definitivamente ganadas hace veinte años. Estamos librando otras batallas que creíamos ganadas desde hace un siglo, como la lucha por la educación y la sanidad públicas.

Antes sonreía bajo la máscara, deleitándome ante la perspectiva de enfrentarme a los guardianes del Estado. Ahora, participo en una asamblea o en un enfrentamiento a regañadientes, plenamente consciente de cuántas vidas perdimos a causa de la represión la última vez. Quizá sea porque las de mi generación ya somos mayores. Tenemos más que perder. La vida nos ha enseñado el miedo que no existía en los enfrentamientos de nuestra juventud.

O tal vez tenemos miedo porque en 2001, cuando el último experimento neoliberal en Argentina alcanzó su desastroso clímax con una tasa de pobreza del 50% y la furia de los y las desposeídas que culminó en saqueos generalizados y el asedio del palacio presidencial, fuimos nosotras -las personas jóvenes- que estuvieron al frente de aquellos enfrentamientos. Hoy, en un giro de los acontecimientos que tiene a muchas de nosotras sintiéndonos significativamente mayores de lo que realmente somos, un gran segmento de la juventud es el que está detrás de Milei y del nuevo gobierno ultraliberal.

Este es un ejemplo más del fracaso del progresismo y de la izquierda estatista, que no atacan al capitalismo en su raíz. En Argentina, tras el levantamiento de 2001, no supieron dar el golpe definitivo cuando la bestia estaba herida, desacreditada y en su punto más débil. En su lugar, intentaron domesticarla y gobernarla. Este proceso integró en la maquinaria del Estado a cientos, si no miles, de los militantes y combatientes de la década de 1990 y del levantamiento de 2001. Sí, el Estado adoptó una apariencia progresista, legalizando el matrimonio homosexual, enfrentándose a la oligarquía rural, desafiando a los monopolios de los medios de comunicación corporativos, liberando finalmente al país de la deuda con el FMI e incluso introduciendo la “redistribución de la riqueza” en el discurso dominante. Pero asociar a la izquierda con el Estado y la desastrosa situación financiera allanó el camino para la victoria que hoy ha obtenido la extrema derecha ultraliberal.

Tal vez estemos condenadas a un ciclo interminable en el que cada generación debe volver a aprender las dolorosas lecciones del pasado. Teniendo en cuenta que esta generación ha conocido poco más que un 40% de pobreza, una inflación anual de tres dígitos, la erosión de la calidad de la sanidad y la educación públicas, la grotesca corrupción de una clase política que predica la justicia social y la redistribución de la riqueza mientras veranea en yates en el Mediterráneo… ¿podemos culparles por acudir desesperadamente a un hombre que les promete “liberarse” de todo esto? No tiene sentido advertir al conductor de Uber o al repartidor de Rappi de que perderán sus prestaciones o su derecho a vacaciones pagadas cuando ya no tienen ni lo uno ni lo otro. Pero la alternativa que están adoptando es aún peor.

El desarrollo de los próximos meses dependerá de varios factores. ¿Se replegarán los sindicatos burocráticos dominantes e intentarán capear el temporal, o apoyarán a sus trabajadores que se enfrentan a despidos? ¿Se movilizarán en solidaridad con los trabajadores desocupados, convocarán una huelga general si Milei intenta reformar la legislación laboral o las leyes de negociación colectiva? ¿Se movilizarán en defensa de las instituciones públicas y las empresas públicas? ¿Logrará la extrema derecha aprovechar la política de guerra cultural para desalentar la solidaridad con los más oprimidos y vulnerables del país?

Aunque Milei cuenta con el sólido apoyo de su base de jóvenes fanáticos y de las clases media y alta virulentamente antikirchneristas y antiperonistas, una parte significativa de sus votantes son desocupados y trabajadores pobres. Estas personas votaron por él con la esperanza equivocada pero genuina de que realmente podría cambiar sus vidas a mejor. No están ideológicamente ligados a su ultraliberalismo y no están en condiciones de esperar pacientemente seis meses mientras las cosas “empeoran antes de mejorar”. Si la inflación se descontrola y el peso de la austeridad y los recortes presupuestarios recae directamente sobre los más vulnerables de Argentina, el conflicto social podría extenderse una vez más.

Los movimientos sociales en Argentina están desmoralizados en estos momentos. En lo que respecta al campo anarquista, la triste realidad es que a pesar de los encomiables esfuerzos de generaciones de anarquistas, el movimiento es actualmente pequeño en número y la presencia de anarquistas en los movimientos sociales es marginal. Aunque el movimiento mantiene ciertos espacios físicos y hay intentos de empezar a reunir una presencia anarquista más cohesionada y visible, somos poco más que un remanente de lo que una vez fue uno de los movimientos anarquistas más poderosos del mundo.

Pero todos deberíamos ser muy conscientes del hecho de que la historia no tiende mágicamente hacia la liberación. Que hayamos derrotado antes a las fuerzas del neoliberalismo no significa que estén destinadas a caer de nuevo esta vez. La historia será lo que nosotros hagamos de ella. Ni más ni menos. La derrota de la política del ultraliberalismo -ya sea en el siglo XIX, o bajo Pinochet, o durante la última dictadura, o en el levantamiento de 2001- siempre ha sido a costa de inmensas luchas, sacrificios y pérdidas de vidas.

El último experimento neoliberal en Argentina generó la peor crisis económica y social de la historia de este país. Antes del levantamiento de diciembre de 2001, los y las revolucionarias, los movimientos sociales y, sí, los y las anarquistas -a pesar de ser pocas y distantes entre sí también entonces- dedicaron años de trabajo. Eso significó generar redes de solidaridad y ayuda mutua en los barrios. Crear organizaciones de base de trabajadores desocupados independientes de los sindicatos o partidos políticos mayoritarios. Celebrar asambleas en centros de trabajo, escuelas y universidades. Solidaridad práctica allí donde se nos necesite. Todo esto tendrá que volver a ocurrir hoy.

Camaradas, los tiempos que se avecinan nos exigirán redoblar nuestros esfuerzos y luchar por la más amplia unidad de las organizaciones populares, en el contexto de una estrategia de lucha popular en las calles. (…) Necesitamos deshacer la fragmentación y el individualismo que crearon el contexto que llevó a este personaje al poder. Es inútil predicar a los conversos. Es nuestra tarea hablar con cada compañero de trabajo, con cada vecino, siempre desde la perspectiva de la lucha y la organización popular.

-“¿Y Ahora Qué Pasa?” Declaración conjunta publicada el 21 de noviembre de 2023 por Federación Anarquista Rosario, Organización Anarquista Tucumán, Organización Anarquista Córdoba y Organización Anarquista Santa Cruz.

Al final, como en 2001, llegará el momento de tomar las calles, como jóvenes y viejos, como trabajadores, como estudiantes, como diversos elementos de la sociedad solidarios entre sí y hartos de la clase capitalista y sus políticos. Al grito de “Que se vayan todos “, nuestra rabia colectiva les derrotó en sólo cuarenta y ocho horas en diciembre de 2001.

Esperemos que, llegado el momento, lo volvamos a hacer.

Enfrentamientos en las inmediaciones del palacio presidencial el 20 de diciembre de 2001.

  1. Este es un extracto de un próximo libro de PM Press sobre el levantamiento argentino de 2001. 

  2. Barricada #13, Enero 2002, “Argentina Erupts”