Continuando con nuestro tema de esta semana sobre el regreso a las clases, ofrecemos una memoria sobre cómo lxs estudiantes universitarixs pueden participar en motines en las aulas, utilizando como arma su acceso a los recursos que están allí a su disposición, para, de esta manera, contribuir a la lucha contra el capitalismo. Este escrito traza la trayectoria de un rebelde, desde su abandono de la política de confrontación de la era antiglobalización hasta su esfuerzo por infiltrarse en las instituciones de poder para socavarlas desde dentro, y termina con un apasionado llamamiento a personas de todas las profesiones y posiciones sociales a subvertir sus roles por el bien de la liberación colectiva.
Este texto apareció en 2007 en Constituent Imagination: Militant Investigations, Collective Theorization, libro editado por Erika Biddle, David Graeber y Stevphen Shukaitis. Para otra aproximación a algunos de estos mismos temas, escritos aproximadamente en la misma época, podrías comenzar con “The University and the Undercommons: Seven Theses” de Fred Moten y Stefano Harney.
La okupación de Wheeler Hall en la Universidad de California en Berkeley el 22 de noviembre de 2009.
Sin Dioses, Sin Títulos Máster
¿Pueden lxs estudiantes y lxs trabajadorxs de cuello blanco desempeñar un papel crucial en una revolución sin concesiones en aras de la liberación total?
El mundo ha cambiado —parece que para peor— desde el auge de las revueltas de sindicatos y estudiantes radicales. En Estados Unidos las escuelas y universidades contemporáneas no son precisamente nichos revolucionarios. De hecho, a excepción de algunas organizaciones sindicales de estudiantes graduadxs y conserjes, apenas mantienen vivos los rescoldos de la revolución, en comparación con sus contemporánexs en Francia y Chile. Este es una situación insólita, si tenemos en cuenta la una vez respetada posición de lxs estudiantes como detonantes de la insurrección global. ¿Qué ha sido de las turbas de estudiantes que expulsaban a lxs profesorxs de las aulas y salas de conferencias, de las asambleas generales en los auditorios universitarios, de las huelgas, de los comunicados enviados a presidentxs y primerxs ministrxs advirtiéndoles de su inminente desaparición?
¿Y dónde están las masas de trabajadorxs organizadxs que luchan por la destrucción del capitalismo? Necesitamos una segunda remesa de los Wobblies de antaño, o de las organizaciones sindicales de West Virginia, que estuvieron dispuestas a enfrentarse al mismísimo ejército en la batalla de Blair Mountain. Los sindicatos de hoy en día apenas son capaces de combatir la disminución de salarios y prestaciones, y su capacidad para convocar paros es menor que su miedo a las huelgas. Ahora que la gente se siente afortunada de tener un trabajo, cualquier trabajo, parece que lxs radicales tienen la imposible tarea de organizar una nación de fantasmas: oficinistas, madres solteras, personas deprimidxs y sin inspiración, con el corazón roto y con exceso de trabajo, todxs atrapadxs en el sistema e incapaces de llegar a ninguna parte hagan lo que hagan. ¿Qué pasa con los infames abandonos escolares? ¿Ha cambiado tanto la composición de clases que la revolución es ahora imposible más allá de la rebelión personal y la revuelta individual?
Mientras tanto, el gobierno de Estados Unidos y sus aliadxs parecen estar empeñadxs en provocar un apocalipsis mundial, y una explosión revolucionaria en el vientre de la bestia podría ser nuestra única posibilidad para sobrevivir. Aunque lxs estudiantes en EE.UU. siempre han sido más dóciles que sus compañerxs del resto del mundo—si investigas lo que lxs estudiantes hicieron en México en la época de la guerra de Vietnam prepárate para que te de vuelta la cabeza—, las cosas están más tranquilas que nunca en cualquier punto del frente occidental. Peor aún, lxs más cercanxs al origen del problema —la clase media, la “clase creativa”, lxs trabajadores administrativxs, lxs directorxs de oficina, lxs profesorxs de secundaria— están a la altura de su reputación de simples robots.
Sin embargo, en lugar de quejarnos de todos los sectores de la sociedad que no están a la altura de nuestros ideales revolucionarios, hemos revisado los archivos de agentes CrimethInc. que hicieron el máximo sacrificio, yendo a escuelas y lugares de trabajo con el explícito objetivo de socavar el capitalismo. En el transcurso de varios años dentro y fuera de las escuelas secundarias, universidades, oficinas y otros pabellones psiquiátricos,1 estxs agentes han formulado estrategias y tácticas para expropiar el mundo de cuello blanco con fines revolucionarios.
A continuación las notas recopiladas por uno de esxs amotinadxs de las aulas.
La okupación de la Universidad de Columbia en 1968.
Escapar del Complejo Universitario-Industrial
La educación, tal y como la conocemos, existe principalmente para adoctrinar. Está diseñada para lograr la obediencia y fomentar la voluntad de completar, sin quejarse, tareas irracionales y sin sentido. Ya que, de manera natural, los humanos prefieren que sus vidas tengan un significado y hacer cosas prácticas y útiles, esta tendencia innata debe ser reprimida por las autoridades, a toda costa, a la edad más temprana posible. Generalmente, con tiempo suficiente, el sistema educativo puede eliminar todo rastro de creatividad y pensamiento crítico. De hecho, ahora que la familia, en otros tiempos la institución opresiva por excelencia, se está derrumbando, solo la educación puede llenar el vacío que deja. Para lxs niñxs, cada momento en la escuela está reglamentado y controlado, cada momento está dedicado a alguna tarea—a cualquier tarea excepto la de perseguir sus propios deseos.
Antes, conseguir que la mayoría de lxs trabajadores se mantuvieran en la escuela hasta terminar secundaria era suficiente para asegurar su domesticación, sin mencionar que les proporcionaba las habilidades básicas de lectura y escritura necesarias para pagar impuestos. Con el advenimiento del capitalismo global y la posterior especialización del trabajo a escala global, cada vez son más necesarias nuevas y más intensivas formas de educación. Las universidades, antaño refugios de la realidad para que los engendros de la clase dominante conectaran y se relacionaran entre sí, se han convertido ahora en poco menos que celdas de detención para lxs hijxs de lxs siervxs.
Dentro de la universidad moderna, las ciencias sirven de oportuna tapadera para la investigación del estado sobre técnicas de control y métodos de explotación y asesinatos masivos. Asimismo, el imperio de las máquinas necesita personas con experiencia en mecánica para arreglar coches, programar ordenadores y llevar los libros de contabilidad de sus distintas corporaciones. Dado que estas tareas requieren aptitudes técnicas más allá de la aritmética básica, las escuelas ofrecen de todo, desde clases de negocios y contabilidad hasta programas de ingeniería e informática. De vez en cuando, el sistema necesita apologistas de la terrible destrucción causada por el capitalismo, para ello hay personas que ingresan en las escuelas de periodismo y en los departamentos de economía.
La okupación de NYU (Universidad de Nueva York) en 2009.
Los departamentos de ciencias políticas y relaciones internacionales preparan a otrxs para unirse a la burocracia del propio aparato del estado, donde pueden participar en la represión y el asesinato transmitiendo órdenes a soldados y policías. Quienes todavía creen en ideas románticas sobre la educación son dirigidxs a los planes de estudios de humanidades o “escuelas de arte”, donde pierden años de sus vidas enterrando miopemente sus cabezas entre libros o realizando otras actividades autoindulgentes, hasta que son lo suficientemente humilladxs como para aceptar trabajos en el sector servicios, trabajos para los que sus diplomas de bachillerato habrían sido más que suficientes. ¿Cuántxs filósofxs lavaplatos necesita el mundo?
Lo verdaderamente notable es que la gente se somete voluntariamente a estas formas de “educación”. En una estafa masiva, el capitalismo convence a las personas para pagar por el privilegio de ser “educadxs” y que, de esta manera, adquieran deudas de las que nunca podrán salir, ¡atándolxs para siempre al sistema!
La okupación del Hetherington Research Club (HRC) en la Universidad de Glasgow en 2011.
Permíteme aquí profundizar en mi propia experiencia. Muchxs de mis compañerxs—diablos, la mayoría de ellxs—se acercaron a la universidad con el único objetivo de estudiar una carrera. Conseguir una bonita y estable familia, un trabajo, respeto en la comunidad. A pesar de sus grupos de punk y su activismo, sus causas y sus marchas, en esencia, seguían deseando lo mismo que sus padres y madres, o, al menos, no eran capaces de imaginar otra cosa. Cualesquiera que fueran sus compromisos políticos, parecían considerarlos básicamente un pasatiempo al que tendrían que renunciar tarde o temprano por la inevitable incorporación a la vida laboral; “política” y “trabajo” formaban una dicotomía imposible de superar o combinar.
Encontré todo esto increíblemente perturbador. Después de todo, los trabajos que buscaban consistían en su mayor parte en un interminable desfile de papeles, en marcar números y en reuniones sin sentido—y no estamos hablando de trabajos poco cualificados, ¡sino de privilegiados trabajos administrativos! ¿Qué alegría podía haber en ese monótono trabajo? Cuando éramos niñxs, la mayoría de nuestros padres y madres estaban tan ocupadxs que ni siquiera tenían tiempo para jugar con nosotrxs o leernos libros. En su lugar, nos ponían frente al televisor con comida basura antes de desplomarse ellxs mismxs frente a él. ¿Qué comunidad respetaba trabajos como esos, especialmente cuando la mayoría de ellos implicaban directa o indirectamente el saqueo de los recursos y pueblos libres que quedaban en el mundo? Lo máximo que mis padres tenían por “comunidad” eran algunxs amigxs del trabajo, que tenían la mala suerte de estar en el mismo círculo infernal que ellxs, además de las personas con las que coincidían en la iglesia. ¿Importaba si el trabajo era vender alimentos orgánicos o trabajar en un supermercado? ¿Ser parte de la burocracia de la Seguridad Social o estar en el ejército matando gente? Todo parecía una gran estafa.
Desesperado, hice lo que la mayoría de las personas en esa situación hacen. Empecé a beber mucho. Calculando que era la forma más barata de adormecer mi conciencia, desarrollé un gusto especial por el licor de malta. Empecé a cocinar bolsas de arroz instantáneo en licor de malta. Pensé que, si la vida era solo un largo y prolongado suicidio, podía acabar con ella rápidamente mientras disfrutaba del viaje.
Entonces, un día, en el supermercado, mientras me dirigía a comprar mis próximas cuarenta onzas, conocí a dos individuxs larguiruchxs que estaban a punto de robar una no pequeña cantidad de comida, la mujer, sonriente, servía de distracción mientras su compañerx escapaba con una bolsa llena de comestibles. Sorprendido por lo fácil que fue y su confianza, me acerqué a ellxs una vez estuvieron fuera. Resultó que eran vagabundxs, desempleadxs… pero también eran artistas, anarquistas, amantes, escritorxs y creativxs. Mientras estaba sentado hablando con ellxs, me di cuenta de que sus vidas tenían sentido. Sus ojos brillaban con una energía que faltaba en todxs mis compañerxs, que tenían que beber hasta derrumbarse en la cama solo para despertarse a la mañana siguiente y enfrentarse nuevamente a su trabajo. Impresionado, decidí que, en la siguiente oportunidad, yo también dejaría la universidad, el trabajo y nunca volvería.
No pasó mucho tiempo antes de que llegara mi oportunidad. Sentado con mis amigxs entre las ruinas de nuestra casa, con un título y sin efectivo, decidí que lo iba a hacer. Iba a abandonar los estudios, para ir hasta el final en pos de mis sueños. Sé lo que haremos: ¡saldremos de gira! ¡Ni siquiera necesitaremos un grupo!
Después de recorrer el país, realizando innumerables robos, tirando donuts a la policía en medio de los enfrentamientos en las calles, haciendo el amor bajo las copas de bosques milenarios y componiendo e interpretando un musical a gran escala sobre el anarquismo, sentí algo que no había sentido en años, a pesar de que no había un centavo en mi bolsillo y mis perspectivas de supervivencia parecían, en el mejor de los casos, poco halagüeñas. Me di cuenta de que estaba vivo.
Okupación universitaria en Bogotá, Colombia.
Reconsiderando la Deserción
No perdamos de vista lo obvio: nadie es una isla—incluidxs lxs que han desertado del sistema. Como todxs lxs demás, lxs desertorxs, para mantenerse con vida, dependen de toda una red de personas. Deben aprender técnicas de supervivencia, como bucear en los contenedores de basura y robar, pero es el comprensivo trabajador de la cafetería, que hace la vista gorda cuando ve a lxs anarquistas colarse en la cafetería de la escuela, la trabajadora social, que les da cupones de alimentos, la vendedora, que sabe que de ninguna manera esas personas pueden haber comprado esa herramienta eléctrica que cuesta varios cientos de dólares, pero aun así les da en efectivo el dinero que cuesta cuando la “devuelven”—son estas personas las que crean los fallos en el sistema que lxs desertorxs necesitan para ganarse la vida con el trabajo mínimo. Estxs trabajadorxs son cruciales para la supervivencia de lxs desempleadxs, incluso si algunxs de ellxs hacen su trabajo anticapitalista casi inconscientemente.
Pero ¿cuánto tiempo puede un anarquista desempleado, el prototipo de desertor, sobrevivir gracias a la bondad de lxs extrañxs? Cuando se termine el último robo, cuando incluso para las cafeterías de la escuela utilicen escáneres de retina, cuando todas las tiendas estén repletas de matones de seguridad armados y vigiladas por cámaras de circuito cerrado, ¿qué pasará entonces? ¿Está condenada nuestra deserción? Y si el capitalismo alguna vez sufre un colapso económico importante, cuando el petróleo se acabe y la comida deje de llegar a los estantes de los supermercados locales, ¿entonces qué? ¿Es nuestra deserción sólo un viaje más agradable al infierno que el del resto de nosotrxs?
Volvamos a la idea de la red de simpatizantes y transformémosla en una red de revolucionarixs. A veces hay una distribución desigual de poder entre lxs desertorxs del sistema y sus simpatizantes, ya que los primeros no tienen forma material de avanzar y lxs simpatizantes están atrapadxs en algún rincón infernal del capitalismo. Para superar esto, debemos ir más allá de esta dicotomía de “desertorxs” y “trabajadorxs”. Examinemos los papeles más interesantes de “simpatizante” y “revolucionarix”. La diferencia entre simpatizante y revolucionarix es principalmente una cuestión de compromiso.
Okupación de una universidad en Bogotá, Colombia.
En este sentido, muchxs desertorxs del sistema son en sí mismxs merxs simpatizantes. Claro, pueden estar minimizando su impacto en el ecosistema al no trabajar, pero toda su actividad se reduce a, simplemente, intentar sobrevivir. El principal riesgo de lxs desertorxs revolucionarixs es que se conviertan en meros desertorxs, sin más adjetivos, deseando en secreto tener coche, trabajo, una carrera, calefacción y una fuente regular de alimentos, en lugar de aprovechar cada momento para luchar por la liberación. (Ben Morea de Up Against the Wall, Motherfucker! llamó a esto el “síndrome de Pancho Villa”, cuando lxs revolucionarixs ilegalistas terminan como pequeñxs delincuentes). Pero si lxs desertorxs pueden ser revolucionarixs, entonces lxs trabajadorxs pueden ser más que simples simpatizantes.
¿Qué implicaría ser trabajadorxs revolucionarixs en esta época? ¿Implicaría organizar un sindicato? Quizás. ¿Implicaría vender periódicos marxista-leninistas a compañerxs de trabajo que todavía no han “conseguido la revolución”? Ciertamente no. Una de las tareas más evidentes a la que se enfrentan lxs trabajadorxs revolucionarixs es simple: apoderarse y redistribuir los recursos. En lugar de sentirse culpables por los privilegios que tienen, lxs trabajadorxs revolucionarixs hacen cualquier cosa para “abusar” de esos privilegios, canjeándolos por los recursos materiales que necesitan lxs revolucionarixs que carecen de acceso a ellos. Esto podría significar cualquier cosa, desde sacar fotocopias a escondidas hasta hacer contrabando de armas. Imagínate los innumerables recursos que están a disposición de lxs empleadxs inteligentes si enfocan su trabajo como una estafa que exprimen al máximo sin ser descubiertxs.
Lxs revolucionarixs necesitan recursos, necesitan comer, dormir y tener ropa. Para las personas de color, las personas desempleadas, las personas con familias a las que apenas pueden mantener, especialmente para las personas criadas en el seno de familias compuestas por generaciones enteras sumidas en la pobreza, ser revolucionarix a tiempo completo y sin ingresos es imposible. Sin embargo, si algunxs de sus amigxs y aliadxs pueden encontrar trabajo y trabajar, pueden ponérselo más fácil a ellxs. Si lxs revolucionarixs que disponen de un empleo están dispuestxs a vivir frugalmente, pueden mantener a docenas de compañerxs—especialmente si son absolutamente despiadadxs con sus superiores, buscando siempre la manera de robar algo en el trabajo, cualquier cosa, para destinarlo a la revolución. ¡Ningún trabajo excepto el trabajo interior!
Barricada en una escuela de Chile.
Incluso para lxs más acérrimxs y politizadxs desertorxs del sistema, el objetivo no es el desempleo, sino la revolución. Tanto lxs revolucionarixs desempleadxs como lxs empleadxs —y todxs los que están en medio, que aceptan trabajos cuando es necesario y se niegan a trabajar cuando pueden— se enfrentan a riesgos ocupacionales. El riesgo de lxs revolucionarixs desempleadxs es, simplemente, convertirse en merxs desempleadxs, sin diferencias con sus veteranxs colegas que se limitan a pedir limosna para pagar su siguiente trago. El riesgo de lxs trabajadorxs revolucionarixs es probablemente más peligroso—pueden comenzar a creer en sus trabajos y en el sistema en el que participan, o, al menos, aceptarlos como elementos inmutables de la realidad. Pueden aceptar su posición en la economía y comenzar a seguir sus reglas, adaptándose lentamente a la idea de que, de alguna manera, son diferentes, tal vez incluso superiores, a todxs lxs desempleadxs que hay ahí fuera. Pueden acabar traicionando sus sueños y comenzar a vivir su muerte en vida. Es un camino resbaladizo con el que todx empleadx anarquista debería tener cuidado.
Reanudemos aquí la historia que había comenzado a contar, retomando el hilo algún tiempo después del momento en el que lo dejamos. Era el 11 de septiembre de 2001, y mis amigxs y yo habíamos asumido que nuestros cuidadosos preparativos para las próximas protestas del FMI/Banco Mundial se habían vuelto irrelevantes tras los ataques terroristas que habían ocurrido ese día. Dos de nosotrxs, criados en diversos suburbios de Estados Unidos, nos habíamos reunido en un restaurante de sushi en las afueras de Georgetown para reflexionar sobre nuestras experiencias como desertorxs del sistema y planificar los años venideros. Nuestra conversación fue una embriagadora mezcla de desesperación y tácticas. Ambos teníamos “currículums” similares—éramos anarquistas de clase media o pertenecientes a familias de clase trabajadora que habían ascendido en la escala social. Durante varios años, ambos nos habíamos dedicado principalmente a destruir el capitalismo, y teníamos títulos universitarios, pero ningún plan para utilizarlos. Habíamos recorrido el país en tren, alimentado a nuestrxs amigxs y a todxs aquellxs que aparecieron en Food Not Bombs, y nos habíamos enfundado en máscaras negras para tomar las calles. Sin embargo, después de organizar protestas, compartir habilidades, conferencias y sentirnos cada vez más cerca de la revolución, solo para ver cómo todo saltaba literalmente por los aires, nos sentimos extrañamente vacíos. ¿A dónde ir después? A algún otro lugar, a algún lugar inimaginable …
¿Qué haríamos? En ese momento ambos teníamos ya familias—no familias de sangre, sino de algo más fuerte—familias de vida. Personas junto a las que habíamos luchado con uñas y dientes, con las que habíamos experimentado las mayores alegrías y los infiernos más lúgubres. Gente por la que estaríamos dispuestos a recibir una bala. Por casualidad—o tal vez no—nuestrxs compañerxs no eran de familias blancas, de clase media y con educación universitaria. Eran personas que habían abandonado la escuela secundaria, personas que habían espabilado antes que nosotrxs o habían crecido en familias pobres. Nuestrxs amigxs—y más recientemente también nosotrxs—habían sido enviadxs a la cárcel. Habían sido violadxs, heridxs, pasaban hambre y vivían con frío en tiendas de campaña, debajo de pilares de cemento bajo puentes. Parecía realmente injusto que las personas más nobles y creativas de nuestra generación, aquellas que se habían apartado de la trayectoria profesional estándar por la fuerza o por elección, fueran empujadas al borde de la muerte. Siempre estábamos luchando por el siguiente dólar, teniendo que esforzarnos para salir adelante. ¿Cómo diablos íbamos a derrocar a todo el jodido gobierno, al sistema capitalista global, si siempre estábamos preocupadxs por nuestra próxima comida y no podíamos encontrar un lugar donde descansar?
Si bien este estado de las cosas nos mantenía alerta, poco a poco estaba afectando a lxs menos resistentes de nuestrxs compañerxs. Unx por unx, lxs que pudieron, empezaron a establecerse, a conseguir trabajo, a tener hijxs y a volverse “normales” de nuevo. Si realmente nos tomáramos en serio un futuro revolucionario, tendríamos que encontrar los recursos para cuidar de los niñxs y los ancianxs de nuestras comunidades.
Trazamos un plan. Parecía una locura y moralmente incorrecto, pero según nuestra experiencia, tales planes eran, a menudo, los únicos que funcionaban. ¿Qué teníamos a nuestro favor en este momento? Teníamos títulos. Podíamos leer y escribir. Podíamos hacer lo imposible. Podríamos conseguir trabajo.
Rebeldes defendiendo una escuela okupada en Chile.
Cómo Me Convertí en Parte del Sistema y Viví para Contarlo
Cuando se roba, funciona una extraña lógica inversa, la contraria a la lógica aplicada por lxs compradorxs habituales. Ya que el castigo es siempre más o menos el mismo, se busca robar los artículos más caros en lugar de los más baratos. Esta lógica inversa opera de manera similar en el robo en el lugar de trabajo. Tradicionalmente, las personas adquieren un estatus social en función de su puesto de trabajo, pero muchxs revolucionarixs obtienen reconocimiento por su trabajo en proporción a cómo de mal pagado está — por ejemplo, trabajando en una tienda de sanos alimentos orgánicos por un salario modesto—o a cuán obviamente se relaciona su trabajo con la justicia social—como ir de puerta en puerta recogiendo firmas. La organización sindical revolucionaria es tan loable como siempre, pero lxs revolucionarixs que trabajan con el principal propósito de apoderarse de los recursos, deben enfocarse en encontrar el trabajo que ofrezca la mayor cantidad de recursos pero que requiera el menor compromiso posible.
En este sentido, el complejo educativo-industrial está especialmente indicado para el saqueo. Con la excepción de los recientes acontecimientos en la Sorbona, la mayoría de lxs maestrxs y profesorxs de hoy en día parecen apoyar plenamente al sistema, manifestándose este apoyo bien a través de artículos sobre macroeconomía global o a través de análisis literarios postmodernos. Incluso lxs profesorxs que se oponen a los sistemas de opresión rara vez hacen oír su voz fuera del mundo de los periódicos y revistas, y mucho menos emprenden acciones más allá de ellos. Si observas el sistema educativo moderno no como un sitio para la resistencia sino como un depósito de suministros para el saqueo, todo cobra rápidamente sentido. Si bien está siendo destruido rápidamente por las “reformas” neoliberales, el entorno académico es todavía manifiestamente fácil de aprovechar.
Como estudiante, se puede acceder a todo tipo de préstamos y dinero. Si se desea, se pueden dejar de pagar y quedarse con el dinero en efectivo, siempre que se esté dispuesto a comprometerse con un futuro sin un empleo cuyo sueldo pueda embargar el estado. Al fin y al cabo, ¿cómo será el mundo en veinte años? Además, como estudiante, se tiene generalmente poco trabajo que hacer—si puedes leer libros fuera de clase o impresionar a lxs profesorxs con tu inteligencia, ni siquiera hace falta asistir a clases con regularidad para obtener buenas calificaciones. Se puede asistir a una clase, viajar a otro estado para luchar contra lxs secuaces del capital durante unas semanas, regresar y descubrir, a menudo, que nadie se ha dado cuenta. Pocos trabajos ofrecen tanta flexibilidad.
Además, se sabe que las escuelas dan dinero a lxs estudiantes por las razones más triviales. Si lxs habitantes de un país fuertemente reprimido están pidiendo ayuda internacional para preparar su próxima protesta, digamos en Rusia, ¿qué mejor momento para ir al extranjero a un curso de inmersión en ruso? O si se desea apoyar iniciativas revolucionarias que ayuden a las personas a ser autosuficientes después de un desastre como el de Nueva Orleans, ¿por qué no convertirlo en un proyecto escolar? Estudiantes con ideas afines pueden unirse y fundar una organización que reciba aún más fondos con los que organizar conferencias de anticapitalistas locales e invitar a revolucionarixs a hablar en su escuela—a cambio de una buena cantidad de dinero en efectivo, que vuelve directamente a la lucha.
Hay todo tipo de recursos en las escuelas que son, para lxs revolucionarixs, tan buenos como el oro. Las escuelas pueden ofrecer acceso a ordenadores—e incluso a la impresión gratuita de documentos—algo difícil de conseguir para la mayoría de las personas. Se pueden robar fotocopias de la escuela para abastecer a infoshops locales o distribuir propaganda anarquista.
Las escuelas también tienen cafeterías, que a menudo no están vigiladas. Se puede robar comida de la cafetería y llevársela a compañerxs revolucionarixs que la merecen, y si se tiene algún tipo de “tarjeta de comida”, siempre se puede invitar a la cafetería a las personas de la zona que no tienen qué comer y ofrecerles una comida a tu cargo—o preferiblemente a cargo de la escuela. Las escuelas también cuentan con extraños armarios cerrados, habitaciones pequeñas e incluso edificios enteros abandonados. No hay ninguna razón para pagar un alquiler, incluso si se está trabajando—el dinero del alquiler se puede invertir en proyectos más emocionantes si se tiene como alternativa la okupación! Lxs agentes CrimethInc. han habitado armarios de escobas en bibliotecas, se han instalado en habitaciones vacías pertenecientes a departamentos de filosofía e incluso han vivido en los árboles mientras estaban “en la escuela”. Y para lxs revolucionarixs inteligentes, no solo hay un suministro ilimitado de lápices y papel, hay un sin fin de oportunidades. ¡Se puede entrar y robar casi de todo, desde pizarras hasta contenedores de basura, y amueblar toda una casa colectiva!
Si se es lo suficientemente privilegiadx, también es posible convertirse en maestrx de escuela, o incluso en profesor/a. Convertirse en profesorxs supone algunos años más de estudios de posgrado de los que vivir, mientras se continúa con la despreocupada vida de estudiante. Una vez que se es cualquier tipo de maestrx, también se puede, como lo han hecho todxs lxs grandes maestrxs desde Sócrates, corromper las mentes de lxs jóvenes. Por ejemplo, unx podría centrarse en libros como 1984, que se han colado en el plan de estudios de muchas escuelas. Se puede poner como tarea que lxs estudiantes hagan fanzines o, de manera más ambiciosa, que emprendan proyectos como la construcción de jardines comunitarios. Si eres profesor/a y tienes suficiente margen de maniobra, se pueden impartir clases sobre teoría revolucionaria o materias como “Movimientos sociales”. ¡Un/a gran maestrx debería ser capaz de hacer de la geometría una disciplina revolucionaria! Lxs profesorxs pueden animar a lxs estudiantes a organizar de todo, desde sindicatos de estudiantes radicales hasta manifestaciones.
Rebeldes defendiendo una escuela okupada en Chile.
Y así, una vez más, volvemos a mi propia experiencia, en otro momento de mi vida. La universidad donde había pasado los últimos tres años se había convertido en un caldo de cultivo de la revolución. Cuando llegó a la ciudad una gigantesca protesta contra la globalización, lxs pocxs anarquistas locales que actuábamos como anfitrionxs nos sentimos abrumadxs. Habiendo actuado nosotrxs mismxs como tropas de asalto al capital en ciudades que no eran las nuestras, comprendimos lo importante que era para el Black Bloc visitante poder reunirse de manera segura y dormir bien por la noche, para estar por la mañana listo para los disturbios. Después de las protestas contra el G8 en Génova en 2001, teníamos la infeliz sospecha de que la policía haría redadas a cualquier particular que nos alquilara un espacio. De hecho, la policía local ya había hecho su ronda, advirtiendo a todxs que evitaran personajes sospechosos que solicitaran alquilar amplios espacios en los que acampar.
Sucedió que, una amiga de un amigo de nuestro colectivo Indymedia local había asistido a la escuela secundaria con un miembro de izquierdas del gobierno local. Después de casi interminables reuniones (“¡Pero te das cuenta de que no podemos tener pacíficxs manifestantes durmiendo junto al black bloc!” ¡Si hubiera sabido con quién estaba hablando!), el gobierno de la ciudad decidió que era mejor reunir a todxs lxs anarquistas en un mismo sitio, en lugar de tener que lidiar con ellxs okupando espacios por toda la ciudad. No habían sospechado que, de todos modos, preferíamos dormir en un sitio seguro y legal en lugar de quedar atrapadxs por la policía defendiendo alguna okupa el día antes de la gran acción.
¡Sin embargo, todavía no había un lugar donde lxs anarquistas pudieran reunirse para planificar la jornada! Estaba malhumorado—hasta que un día se me ocurrió una idea. La policía nunca asaltaría el Sindicato de Estudiantes en la universidad más antigua y privilegiada de la ciudad. ¡Era un auténtico monumento histórico!
Con un poco de persuasión, el jefe del Sindicato de Estudiantes Demócratas entregó las llaves del edificio, que iba a ser aparentemente utilizado para una conferencia, conferencia que duró todo el tiempo que duró la protesta. A medida que se acercaba el gran evento, aparecieron anarquistas de todo el país y todxs necesitaban acceso a Internet y fotocopiadoras. Casi de la noche a la mañana, mi antiguo y pequeño Departamento de Estudios Políticos y Sociales se transformó en un hervidero de actividad revolucionaria a gran escala, y un anarquista incluso se coló y consiguió su propio escritorio de “profesor visitante”. Me las había arreglado para conseguir las llaves del guarda nocturno, así que, cuando llegó la noche, simplemente sacamos nuestros sacos de dormir y nos acostamos en la oficina.
A medida que se acercaba la protesta, quedó claro que no se trataba de una conferencia ordinaria. Hubo entrenamientos de acción directa, entrenamientos médicos, videos sobre protestas contra cumbres anteriores. Una horda de rebeldes vestidxs de negro okupó el Sindicato de Estudiantes. Poco antes del día de la acción, se llevó a cabo una gran asamblea anarquista en el piso de arriba del sindicato, en ella, las fuerzas de la insurrección global decidieron bloquear al presidente y a sus compinches utilizando para ello todos los medios que fueran necesarios.
En esta reunión, tuvimos la horrible constatación de que muy pocxs de lxs participantes conocían el trazado de la ciudad. Así que, al amparo de la noche, colamos aún más compañerxs en el Departamento de Estudios Políticos y Sociales, para producir en masa mapas de los lugares que se bloquearían e investigar los detalles sobre importantes centros locales del capital global. Encendimos la fotocopiadora del departamento y, gracias a una contraseña robada, procedimos a realizar miles de copias de los mapas, mientras grabábamos en CD, utilizando el ordenador de la secretaria, las fotos de los lugares más importantes. Sacamos la misteriosa caja de mapas directamente por la puerta principal y nos dirigimos a los coches que nos esperaban en el Indymedia Center.
Cuando me iba, noté que eran casi las nueve de la mañana, y, para mi horror, vi al jefe del departamento, un anciano y respetado profesor, subir las escaleras hasta la puerta principal. Me miró y sonrió, “despierto toda la noche, ¿eh? No lo creerá—¡esxs sucixs manifestantes acaban de pintar con spray el símbolo de la anarquía en nuestro edificio! “ Solo sonreí y salí con los planes secretos.
Convertir el Cuello Blanco en Negro
Llevemos esta historia a su conclusión lógica. Ser un parásito y estafar el dinero de un trabajo no es el fin de la actividad revolucionaria. En todo caso, lxs anarquistas que se infiltran en la universidad no son creativxs. Sería más creativo para lxs anarquistas infiltrarse en trabajos cotidianos de todos los ámbitos, con el expreso propósito de causar problemas. A medida que el estado de vigilancia cierra las posibles vías de escape, anarquistas estratégicamente ubicados en el DMV y las agencias de seguridad valdrían su peso en oro. Si el estado y las corporaciones envían infiltradxs a nuestras reuniones, ¡deberíamos devolverles el favor e infiltrar anarquistas en sus oficinas!
Lxs anarquistas solemos hablar de sacar a nuestros compañerxs de las prisiones. ¿Por qué no conseguir trabajo como funcionarixs de prisiones? Acceder a estos puestos debería ser bastante fácil para aquellxs de nosotrxs que no tenemos antecedentes penales. Unx podría aprender los entresijos de la prisión y planificar la ruta de escape perfecta para lxs prisionerxs. (Lxs nihilistas rusxs hicieron exactamente eso en el siglo XIX). Bibliotecarixs anarquistas, carpinterxs anarquistas, cocinerxs anarquistas y banquerxs anarquistas—no debería haber ningún trabajo que no podamos subvertir. Si hay un solo trabajo que no podamos aprovechar para los fines de la anarquía, eso dará fe de nuestra falta de ingenio, no de la fuerza del capital.
Lxs anarquistas necesitamos tanto recursos materiales como humanos para luchar con éxito contra el sistema. No nos equivoquemos al respecto: estamos librando una guerra, y en la guerra, tienes que hacer uso de todo lo que puedas.
El sistema capitalista parece estar condenado al colapso. Lxs revolucionarixs necesitan centros sociales urbanos, tanto financiados legalmente como—si es posible—okupados. Lxs revolucionarixs a veces necesitan trabajo, por lo que también podemos poner en marcha cafés veganos cooperativos y empresas similares, siempre que invirtamos todos los recursos que podamos en la lucha. Para comprar terrenos y edificios se requiere dinero en efectivo que algunxs anarquistas pueden ganar, mientras otrxs, que tienen más tiempo que dinero, pueden aprender a cultivar y cocinar, etc. Estos roles nunca deben permanecer fijos, aunque algunos roles serán más accesibles para unxs que para otrxs. Si nos tomamos en serio la idea del poder dual, desarrollaremos contra-instituciones a las que la gente pueda recurrir mientras los escasos restos de las antiguas estructuras de protección social son destruidos por lxs saqueadorxs capitalistas. Si todo lo que hacen lxs anarquistas es viajar de protesta en protesta, nunca crearemos la fuerza local, el impulso y el arraigo que necesitamos para que otrxs confíen nosotrxs y—lo que es más importante—en ellxs mismxs, cuando el sistema entre en un colapso total. Un colapso total, con suerte, provocado por nosotrxs.
Sin embargo, la verdadera prueba no es si podemos provocar el colapso del sistema, sino qué podemos hacer aquí y ahora—cómo aprovechamos cualquier oportunidad, incluido el colapso, para difundir la anarquía. Que nunca se malinterprete que el único camino hacia la revolución es que todos lxs anarquistas se retiren. No, la pregunta importante es cómo vinculamos los esfuerzos y deseos de quienes están dentro del sistema con los de quienes no tienen su seguridad y control. Para ello necesitamos analizar más profundamente cómo, a lo largo de la historia, las alianzas de diferentes clases han ayudado a impulsar la lucha revolucionaria. Tal estudio podría comenzar con las masas empobrecidas que permitieron que aristócratas rusxs como Kropotkin y Bakunin se unieran a ellxs, y extenderse hasta los grupos de distintas clases que cocinan y sirven hoy en Food Not Bombs.
El papel de la educación en la revolución.
Revolución
Hacer la revolución no es sólo cuestión de utilizar los recursos que tenemos a nuestro alcance—también debemos enfocar todas y cada una de las situaciones hacia este fin, incluidos nuestros trabajos en oficinas o aulas universitarias. Para ello, todx revolucionarix debe ser un situacionista, un artista de situaciones. Si somos inflexibles en nuestra exigencia de hacer la revolución a escala mundial, no mañana, no después de los exámenes, no después de que se escriba el próximo libro o después de horas, sino ahora, entonces debemos poneros a vosotrxs—queridxs lectorxs—en una posición comprometida.
Es cierto que apenas os conocemos. Podríais ser revolucionarixs amargadxs, que ya han gastado todo su dinero en innumerables horas de organización y están considerando conseguir un trabajo en el servicio postal. Quizás, al leer acerca de académicxs que intentan ser consecuentes con sus ideas, os sentís celosxs de su privilegio de no tener que lidiar con la monótona e interminable rutina de trabajar de nueve a cinco ¿Dónde está el libro escrito por un colectivo de revolucionarixs trabajadorxs de correos, el libro que habla de las vidas y sueños de oficinistas y conserjes? Jurasteis escribir ese libro.
O tal vez sois estudiantes que recientemente se quedaron despiertxs toda la noche leyendo el Manifiesto Comunista y, después de una borrachera juvenil, procediron a declarar su dormitorio República Popular. Enfrentadxs a la elección de un sinfín de clases que van desde el Álgebra Lineal hasta la Antropología Biológica, todo parece carecer de sentido, y la universidad no es mejor que una inmensa fábrica de ofuscación y burocracia. En lugar de decidir qué queréis hacer con vuestra vida, lo que parece equivaler a ponerle fin en este mismo momento, ¡queréis la vida misma! Al leer acerca de lxs académicxs que intentan crear esa vida en la actualidad, tal vez os resulte más fácil sentir que—incluso dentro del marco académico—se puede pasar a la acción, y vosotrxs podéis ser quienes lo hagan.
Protestas en la Universidad de California en Santa Cruz en 2019.
O quizás sois profesorxs que ha pasado incontables horas dando clases a sus estudiantes sobre la oscura filosofía postmoderna. Cuando erais jóvenes estudiantes de posgrado, soñabais con cambiar el mundo, prenderle fuego con vuestras ideas, escribir famosos libros que inspirarían a las siguientes generaciones a levantarse y crear un mundo nuevo. Quizás en algún lugar del interminable ciclo entre publicar o perecer, perdisteis ese sueño, y ahora escribís un sinfín de artículos para revistas que nadie leerá jamás, y mucho menos encontrará inspiradoras. Ahora, leyendo este texto, os preguntáis si podríais cambiar las cosas, si en lugar de simplemente hablar de revolución, podríais hacerla vosotrxs mismxs. Se ha reavivado un sueño. ¿Quién sabe? Estos son solo experimentos mentales. ¡No sabemos nada de vosotrxs!
Sin embargo, hay algo que sabemos: todo depende de vosotrxs. Vuestras acciones, durante el próximo día, mes, año, década, vida, determinarán si sobrevivís o no, si el mundo mismo sobrevive. Si os entregáis a la muerte en vida que supone la obediencia al sistema, seréis cómplices de su sangriento final. Sin embargo, dentro de los recovecos más profundos de vuestro ser, tenéis los recursos para hacer algo hermoso, algo que puede cambiar el mundo. Podríais pensar que es injusto que pongamos todo este peso sobre los hombros de unxs extrañxs. Después de todo, está claro que no sois revolucionarixs. Quizás tenéis un trabajo que es contrarrevolucionario hasta decir basta, y ¿qué tipo de revolución puede iniciar alguien con ese tipo de trabajo?
Ese es el meollo de la cuestión: podéis abordar cualquier trabajo, en cualquier lugar, de una manera revolucionaria. Cuanto menos revolucionario creáis que es un trabajo, más probable es que sea radical subvertirlo, ¡solo os falta echarle valor!
Por otro lado, quizás vuestra experiencia no sea la adecuada, no os sentís como jóvenes revolucionarixs sexy y capaces. Sois demasiado mayores, o estáis demasiado cansadxs, o no tenéis confianza, y así sucesivamente. Considerad que esto es una fuerza oculta, la misma diversidad de nuestras vidas es, y debe ser, la base de una verdadera revolución. Una revolución iniciada solo por estudiantes revolucionarixs, o por cualquier otro grupo demográfico aislado, conduciría al desastre. Sin embargo, una revolución iniciada por astutas alianzas entre aquellxs de nosotrxs que menos se parecen, creará exactamente el tipo de situaciones que necesitamos, situaciones que pueden liberarnos de las cadenas de la costumbre y la división.
No importa cómo estén ordenadas, las palabras por sí solas no pueden iniciar una revolución. De la misma manera, a pesar de nuestros constantes llamamientos a la acción, tampoco podéis actuar sin pensar. Las situaciones revolucionarias surgen cuando las personas unen sus palabras y sueños con sus acciones cotidianas. Ningún libro, ningún artículo, no importa lo bien escrito o perspicaz que sea, puede proporcionar ese último paso crucial. Ese paso implica cerrar el libro, dejar a un lado el ordenador, dar un paso atrás y avanzar hacia vuestra propia vida.
Así que—continuad. Confesad vuestro amor, coged esa pistola, plantad esa semilla, poned vuestros cuerpos frente a esa excavadora. Haceos con el control de vuestras vidas por todos los medios necesarios. En el momento en que actuéis, la gigante mentira que ha proyectado su sombra a lo largo de la historia de la humanidad comenzará a desvanecerse.
Lo que hay al otro lado de la historia, nadie lo sabe. Sin embargo, podemos prometeros esto—nos veremos allí.
La okupación de la New School, diciembre de 2008.
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Como dijo Michel Foucault, ¿Puede extrañar que la prisión celular con sus cronologías ritmadas, su trabajo obligatorio, sus instancias de vigilancia y de notación, con sus maestros de normalidad, que relevan y multiplican las funciones del juez, se haya convertido en el instrumento moderno de la penalidad? ¿Puede extrañar que la prisión se asemeje a las fábricas, a las escuelas, a los cuarteles, a los hospitales, todos los cuales se asemejan a las prisiones?” ↩