Cómo le ganamos a la administración y a la burocracia sindical

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La lucha del sindicato de trabajadorxs estudiantiles de la Universidad de Columbia, 2004-2022

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La semana pasada, lxs Estudiantes Trabajadorxs de Columbia (SWC, por sus siglas en inglés) alcanzaron un acuerdo tentativo con la administración de la universidad, votando para levantar una de las huelgas más largas en la historia del sindicalismo estudiantil. Tras nueve semanas sosteniendo el conflicto, lxs huelguistas forzaron a la administración a conceder todas sus demandas importantes. Y sin embargo, lxs huelguistas solo fueron capaces de conseguir esta victoria porque ya habían enfrentado y derrotado a la burocracia sindical, que buscó impedir que confrontaran a la administración. Su victoria muestra que lxs trabajadores que busquen afirmar sus intereses en el lugar de trabajo, deberán comenzar luchando por la autodeterminación y el poder desde abajo en el seno del propio sindicato. Sigue leyendo para aprender la historia completa de la huelga en Columbia.


A partir del mes pasado, la huelga del sindicato de estudiantes trabajadorxs de la Universidad de Columbia, de unxs 3000 afiliadxs, era según informes la mayor medida sindical en todos los Estados Unidos[^1]. Esto es indicio del grado al que la tradicional militancia sindical masiva ha retrocedido desde su ápex en el siglo XX.

En muchos sentidos, lxs estudiantes de posgrado son emblemáticxs de la nueva forma de la fuerza laboral. El sindicalismo de estudiantes trabajadorxs ocupa lo que unx estudiante de posgrado podría llamar un espacio liminal entre educación y trabajo: lxs estudiantes de posgrado son trabajadorxs, pero todavía no se han unido a la fuerza laboral propiamente dicha. No son lxs únicxs trabajadorxs cuyos trabajos son fundamentalmente temporales y transitorios; hoy, hay rubros enteros que dejarán de existir para cuando la siguiente cosecha de estudiantes de posgrado reciban sus títulos. Las universidades justifican los bajos salarios que pagan a lxs trabajadorxs de posgrado describiéndolxs como estudiantes y no trabajadorxs, señalando en cambio a su supuesta proyección laboral futura… que en realidad solo estará disponible para un número ínfimo (y decreciente) de graduadxs en un mercado crecientemente competitivo, moldeado a un ritmo vertiginoso por medidas de austeridad y recortes. En este sentido, la estafa piramidal de la educación superior se vuelve un microcosmos de la estafa piramidal que es el propio capitalismo.

Sin embargo, buscar defender la seguridad de un grupo particular de estudiantes trabajadorxs sin preocuparse por otrxs trabajadorxs o estudiantes está destinado al fracaso. Lxs estudiantxs de posgrado no son indispensables para la economía industrial en ningún sentido estrictamente material. Para poder obtener cualquier tipo de poder de negociación con la administración que los emplea, deben ejercer presión en coordinación con otrxs que están siendo tan exprimidxs como ellxs. Los capitalistas del siglo XXI han reestructurado la economía para hacer reemplazables a lxs trabajadorxs de prácticamente cualquier rubro. En este contexto, comportarse de acuerdo al viejo eslogan de lxs Industrial Workers of the World1, “una ofensa a unx es una ofensa a todxs”, se vuelve, tanto estratégica como éticamente, una necesidad. Para que los conflictos sindicales tengan peso en este nuevo mundo, aquellxs de nosotrxs cuyos trabajos y vidas se están volviendo más y más precarias tendremos que forjar nuevas alianzas que crucen lineas demográficas y laborales.

En el siguiente análisis, participantes de la huelga en Columbia harán un recuento de toda su historia, golpe a golpe, y destilarán las lecciones que dejó para estudiantes, trabajadorxs y rebeldes del mundo entero.

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La lucha del sindicato de trabajadorxs estudiantiles de la Universidad de Columbia, 2004-2022

La historia completa2 del sindicalismo estudiantil estadounidense aún no se ha escrito. Esta historia se complejiza más por las diferencias entre trabajadorxs en universidades privadas, sujetas a las leyes laborales federales, y lxs de las universidades públicas, cuyxs trabajadorxs están reguladxs por la legislación de su estado. Para las universidades públicas, cuyxs empleadxs no califican para la ley federal por las provisiones incluidas en la Ley Taft-Hartley, se encuentran con políticas diversas de acuerdo al clima político y las circunstancias de cada lugar.

En universidades privadas como Columbia, el sindicalismo de estudiantes de posgrado estuvo encorsetado por dictámenes administrativos y judiciales hasta muy recientemente. En el año 2000, estudiantes trabajadorxs de la Universidad de Nueva York (NYU) fueron lxs primerxs en lograr el reconocimiento de su sindicato por una universidad privada cuando la Junta Nacional de Relaciones Laborales (NLRB por sus siglas en inglés) -la agencia gubernamental encargada de interpretar la ley laboral- declaró nulas décadas de precedentes que prohibían los sindicatos de estudiantes trabajadorxs. El recientemente reconocido sindicato de la NYU, afiliado al UAW3, ganó inmediatamente conquistas masivas con su primer acuerdo, incluyendo un 40% de aumento salarial, más beneficios y otras protecciones.

En 2004, sin embargo, la NLRB (tras un cambio de autoridades de la administración Bush) revocó su decisión anterior. La Junta declaró que el sindicato de estudiantes trabajadorxs de la Universidad de Brown, que luchaban por ser reconocido, no era pasible de participar en la negociación colectiva porque su estatuto lxs definía “primeramente” y “antes que nada” como estudiantes (no empleadxs), con su remuneración definida como una forma de “asistencia económica”. NYU no tardó en desconocer a su sindicato estudiantil, generando una amarga huelga. En respuesta, la administración castigó a lxs huelguistas y ofreció al mismo tiempo aumentos en la “asistencia económica” de lxs estudiantes trabajadorxs mientras que excluía a sus representantes del proceso de toma de decisiones.

Y sin embargo, en 2016, mientras los vientos políticos volvían a cambiar y otra década de sindicalismo estudiantil aumentaba la presión, la NLRB volvió a revertir su reversión, dictaminando que lxs estudiantes trabajadorxs de Columbia efectivamente tenían el derecho a sindicalizarse y negociar colectivamente. Esto abrió las puertas para estudiantes trabajadorxs de todas las universidades privadas, resultando en reconocimiento y acuerdos en Brandeis, Tufts, Georgetown y Harvard, con muchos otros negociándose ahora mismo.

La huelga de 2018 y la prohibición de huelga

Los esfuerzos de Columbia para sindicalizarse comenzaron en 2004 junto con la controversia en torno a la resolución sobre Brown. Energizadxs por la decisión de la NLRB en 2016, el aún no reconocido sindicato en Columbia lanzó un paro en primavera4 de 2018. Este duró una semana, un esquema craneado por su organización madre, la Unión de Trabajadorxs Automovilísticxs, Aeroespaciales, y de Implementos Agrícolas de América (UAW), que en general apunta a mantener los conflictos predecibles y dentro del presupuesto.

La huelga de la primavera de 2018 se granjeó una cobertura mediática considerable. La moral estaba alta. Lxs miembros se reunieron para debatir si extender la huelga o no, pero una encuesta sugirió que no había el suficiente apoyo para hacerlo. Volvieron al trabajo sin hacer ningún avance significativo.

El desenlace de esa huelga reflejó divisiones de larga data que la UAW explotó repetidamente para moderar la forma y la agenda de las huelgas. Columbia comprende varias facultades y muchos departamentos, que pueden dividirse a grandes rasgos en STEM (ciencias, tecnología, ingeniería y matemática), y humanidades y ciencias sociales. Aunque una proporción importante de la participación orgánica de base emergió de trabajadorxs de humanidades y ciencias sociales, el refrán repetido hasta el cansancio fue que era necesario atenuar las demandas para no alienar a lxs trabajadores de STEM. Esto permitió dejar tapadas las aspiraciones más radicales de las bases. En palabras de unx militante de base, la UAW usó exitosamente esta división como estrategia para regular la combatividad del sindicato.

En otoño del 2018, se acumularon las energías con miras a otra huelga, más larga y más grande, que comenzaría en noviembre. A pocos días de que tuviera lugar, y a partir de negociaciones secretas con dirigentes la UAW, la administración anunció una propuesta de reconocimiento formal con el sindicato y el comienzo de las negociaciones, a cambio de que este se comprometiera a no llamar a la huelga por 16 meses. Exigieron una respuesta inmediata. Esto dividió amargamente al sindicato, que votó por escaso margen aceptar la propuesta y la prohibición de huelga. Las negociaciones comenzaron, en largas y tensas reuniones entre el comité de negociación, oficiales de la administración, abogades, y un puñado de observadores de las bases sindicales.

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Interludio I: sobre la organización sindical estudiantil

Imagina el lugar de trabajo promedio del siglo XX: en general, podemos asumir que lxs empleadxs de mayor trayectoria serán lxs más informadxs respecto a medidas sindicales, y lxs más comprometidxs con su resultado.

La trayectoria laboral de lxs trabajadorxs estudiantiles crea la dinámica opuesta. Lxs militantes que han estado más tiempo en la lucha (lxs que están en su quinto, sexto o séptimo año) ya están con un pie en la calle. No van a beneficiarse del acuerdo que salga de las negociaciones; consigan o no un trabajo en la academia, su tiempo como estudiantes está por llegar a su fin. Entretanto, lxs nuevxs estudiantes, lxs que se juegan más en el acuerdo, porque serán sujetxs a él por los años venideros, son lxs que menos saben del sindicato, la universidad, y la lucha.

En consecuencia, los intereses de lxs militantes más experimentadxs divergen de los intereses de quienes tienen que vivir con el acuerdo que estxs consigan. Lxs veteranxs quieren cerrar su trayectoria con la tan esperada victoria en su haber; además, están exhaustxs, gastadxs, y con un pie fuera. Esto les da más incentivos para claudicar ante ciertos términos que no aceptarían si ellxs mismxs tuvieran que vivir bajo ellos.

Por otro lado, la mayoría de lxs estudiantes entrantes -lxs que tienen más que ganar (o perder) de las negociaciones- no llevan involucradxs lo suficiente para volverse activistas bien conectadxs, o miembros del comité de negociaciones (lxs militantes elegidxs para representar al sindicato). Vimos esta desconexión en la votación de noviembre de 2018, cuando 9/10 del comité de negociaciones votó a favor del polémico acuerdo que incluía la prohibición de huelga, cuando casi la mitad de las bases se opuso a él.

De igual forma, la UAW, un importante sindicato internacional con casi 400.000 miembros organizadxs en unos 600 núcleos, tiene sus propios intereses… que pueden o no coincidir con los de lxs propixs trabajadorxs estudiantiles. Como lxs críticxs de la burocracia sindical han sostenido desde hace tiempo, cuando las estructuras de poder y financieras de un sindicato comienzan a parecerse a los de las patronales y los gobiernos que supuestamente desafían, es posible que sus intereses se alíneen con ellos antes que con lxs trabajadorxs que dicen representar. Mientras lxs Trabajadorxs Estudiantiles de Columbia (SWC por sus siglas en inglés) estaban negociando en 2019, el presidente de la UAW Gary Jones fue arrestado por servirse de más de un millón de dólares que desfalcó de los fondos jubilatorios de lxs trabajadorxs automovilísticxs; comenzó a servir una sentencia en prisión en una cómoda instalación de seguridad mínima a fines de 2021. Los dirigentes de alto nivel de la UAW, acostumbrados a cenar bistecs y jugar al golf a costa de lxs trabajadorxs, necesitan que las cuotas sindicales sigan llegando. Su interés financiero está en que lxs trabajadorxs estudiantiles acepten incluso un acuerdo paupérrimo. El poder de las bases no solo amenaza a los patrones, sino también a los dirigentes que ven a lxs trabajadorxs como un mero respaldo electoral a ser movilizado por capital político, y una gallina de huevos de oro que poner a empollar para mantenerse.

Tras años de actividad sindical, lxs trabajadorxs estudiantiles salientes son lxs que más probablemente hayan absorbido la influencia de lxs militantes de la UAW. En algunos casos, han recibido pagos de la UAW para organizar sus institutos. Ellxs son lxs más pasibles de inclinarse por que las decisiones las tomen burócratas de forma vertical, tanto en negociaciones con la administración como hacia dentro del sindicato.

Este contexto es fundamental para entender lo que pasó después.

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La traición

Las negociaciones comenzaron en febrero de 2019… y se prolongaron interminablemente. Blindada por el compromiso a no entrar en huelga que habían empujado al sindicato a aceptar, y representada por una arrogante firma antisindical (cuyos bolsillos se llenaban de más dinero de Columbia por cada día que pudieran estirar el proceso), la administración tenía pocos incentivos para ofrecer concesión alguna durante el primer año de negociaciones. A principios de 2020, con la prohibición venciendo en abril, militantes sindicales comenzaron a preparar una huelga de primavera.

Pero entonces llegó el COVID-19. Su impacto fue particularmente desastroso para la ciudad de Nueva York: las clases se cancelaron, cientxs cayeron enfermxs y una errática transición a clases a distancia vía Zoom tuvo lugar entre marzo y abril. Con el levantamiento de la prohibición de huelga, algunxs militantes propusieron seguir adelante con la huelga a pesar de la caótica situación, pero la mayoría se opuso, ya sea por estar en desacuerdo o por estar demasiado cansadxs, estresadxs o asustadxs para intentarlo. Los conflictos internos se encendieron en la interna sindical y se cruzaron ataques personales. Un pequeño paro de final de semestre sí tuvo lugar, y garantizó bonos de verano, cruciales para quienes tienen contratos de nueve meses. Esta fue la primera de muchas acciones participativas que aumentaron drásticamente la vinculación al sindicato. Pero con la explosión de protestas por justicia racial y contra la policía que la muerte de George Floyd desencadenó a escala nacional, muchxs de lxs militantes sindicales más politizadxs enfocaron su atención en el apoyo mutuo, la protesta callejera y la organización comunitaria que signó al largo ‘verano caliente’ de 2020. Mientras tanto, lxs trabajadorxs posdoctorales (cuyo sindicato llevaba tiempo organizado junto al más amplio sindicato de posgrados), negoció con éxito un nuevo acuerdo que contemplaba sus principales demandas, fraccionando un segmento de la fuerza laboral organizada.

El primer semestre vio la elección de un nuevo comité de negociaciones, con un agudo conflicto entre facciones que defendían visiones distintas de cómo llevar dichas negociaciones adelante. Un grupo de estudiantes con cierta coincidencia con el sindicato pretendieron organizar una abstención de pago de la cuota para responder a un amplio espectro de demandas que incluyen: un aumento en la asistencia económica, un freno a la gentrificación, el desfinanciamiento de la policía del campus, y el cese de inversión universitaria en combustibles fósiles, además de las demandas referidas al acuerdo sindical. En primavera de 2021, mientras las negociaciones chisporroteaban y la lucha sindical volvía a reanudarse, esta expansiva visión radical pasó a segundo plano; una de las oportunidades perdidas en una lucha más amplia.

A medida que el primer semestre de 2021 se desarrollaba, con estudiantes y trabajadorxs retornando una vez más al Zoom, comenzó a crecer el impulso a favor de una huelga. Pero, ¿cómo funcionaría? ¿Cómo vaciar de trabajo una ‘oficina’ virtual? ¿Cómo garantizar que la huelga se respete? ¿Sería lo suficientemente disruptiva para ejercer presión sobre la administración? A pesar de tantas preguntas, la frustración de dos infructuosos años de negociaciones estimularon una activa campaña huelguística.

La huelga comenzó el 15 de marzo. La universidad estableció un sistema de vigilancia para retener el sueldo de lxs huelguistas al forzar a todxs lxs trabajadorxs a “marcar presencia” on-line (en otras palabras, a ser carneros digitales) para recibir su salario. El rector, representante de la administración a cargo de las negociaciones por la universidad, era un historiador y cientista político progresista, con profusos antecedentes pro-sindicales; esto llevó a alguna gente a predecir (incorrectamente) que la universidad podría ser algo más flexible ante el poder disruptivo y mala publicidad de una huelga. Animadas concentraciones presenciales tuvieron lugar en el campus diariamente, mientras que un “piquete virtual” en Zoom ofreció una alternativa para huelguistas y simpatizantes de todas partes.

A dos semanas de comenzar la huelga, el comité de negociaciones presentó una propuesta a la universidad que incluía concesiones significativas ante varias de las demandas más críticas del sindicato. Preocupadxs, militantes de base comenzaron a organizarse por cuenta propia. A principios de abril, en la tercera semana de la huelga, el comité de negociaciones anunció que aceptaría una propuesta de la administración para “pausar” la huelga y entrar en mediación… sin recibir ninguna concesión o garantía de peso a cambio. Una asamblea general de 300 miembros votó contra la propuesta (75%), pero el comité de negociaciones votó para aceptarla (7 a 3), desconociendo a las mayorías de base.

Se desató un furioso debate. Muchos individuos y algunos institutos enteros continuaron la huelga, a pesar de la declaración de “pausa” del comité de negociaciones. La militancia de base siguió trabajando, con un sinnúmero de reuniones, manifestaciones en el campus, y acciones dentro de los institutos. Estaba cada vez más claro que el comité de negociaciones estaba fuera de sintonía con los sectores más movilizados de las bases. Esto quedó dramáticamente ilustrado el 19 de abril, cuando la universidad y el comité de negociaciones anunciaron que habían alcanzado un acuerdo tentativo… uno que no satisfacía ninguna de las tres demandas principales del sindicato de remuneraciones y beneficios, arbitraje neutral y reconocimiento pleno, que habían sido identificadas como sus prioridades centrales.

Este acuerdo entreguista desconcertó a muchos afiliadxs. Solo es posible darle sentido si entendemos las tendencias reaccionarias del sindicalismo burocrático y las circunstancias peculiares del sindicalismo estudiantil. Los siete miembros del comité que aprobaron el contrato estaban a punto de terminar sus posgrados y pasar a otros empleos; ellxs no tendrían que lidiar con las consecuencias de su fracaso al garantizar las demandas de lxs afiliadxs. Los dirigentes de la UAW mostraron su verdadero rostro repetidamente, al denunciar los esfuerzos de coordinación entre los núcleos de NYU y Columbia. La forma en la que los intereses de la UAW divergen de los de lxs trabajadorxs de base queda de manifiesto en los particulares financieros del acuerdo tentativo. En el papel, el aumento venidero parecía significativo, aunque fuera menos de lo esperado… hasta que se calculara la cuota sindical. Una vez restaras la cuota sindical y ajustaras por la inflación, los nuevos salarios eran en realidad un recorte para lxs trabajadorxs. El comité de negociaciones obtuvo su “victoria”, la UAW consiguió que la universidad subsidiara 3000 nuevxs miembros contribuyentes… y lxs trabajadorxs en las bases fueron vendidxs.

Mientras el primer semestre de 2021 llegaba a su fin, un feroz conflicto se desató en torno a la ratificación del acuerdo. Mientras que la UAW y el comité de negociaciones podía hacer prácticamente lo que quisieran sin el consentimiento más amplio o la participación de las bases, una cosa que no podían hacer era aprobar el acuerdo. Lxs militantes de base gestaron una campaña para rechazar el contrato mediante el voto. Lxs afiliadxs que apoyaban el acuerdo lo defendían como “pragmatismo”, argumentando que la universidad era demasiado terca para ceder más terreno del que la huelga los forzó a conceder. Ya que el comité de negociaciones y la universidad controlaban todas las formas verticales de comunicación, incluyendo la cadena de correos y las redes sociales, fue necesario un importante trabajo desde abajo para argumentar a favor de rechazar el contrato y continuar la lucha.

A pesar de la cantidad de cosas acumuladas en contra de las bases, cuando se contaron los votos, el acuerdo fue rechazado por un escaso margen. Columbia y la UAW estaban en shock: un voto de las bases para rechazar un acuerdo es algo virtualmente inexistente en las disputas laborales. La universidad respondió hablando mal del sindicato y tratando de desacreditar el voto, pero fueron más allá: durante el verano, Recursos Humanos (llamado “Departamento de Relaciones Humanas”) anunció que reestructuraría unilaterlamente el esquema de pagos para estudiantes trabajadorxs, permitiéndoles retener hasta tres veces más de su paga en caso de una nueva huelga.

De forma inesperada, el comité de negociaciones renunció masivamente. Al final, se eligió un nuevo comité que prometió no vender a las bases. Durante el verano también se adoptó un nuevo Estatuto, permitiendo una mayor participación de las bases y mecanismos con los que hacer responsable al nuevo comité en caso de terminar o “pausar” unilateralmente un conflicto. La movilización generada por el acuerdo transador demostró ser resiliente, con consecuencias significativas para el siguiente round del conflicto.

Inesperadamente, las condiciones introducidas por la pandemia aportaron un mayor ímpetu a la participación y radicalización de las bases que emergió en 2021. Hasta entonces, las negociaciones habían sido presenciales, normalmente fuera del campus y en medio del día; aunque técnicamente estaban abiertas para las bases, eran inaccesibles para lxs miembros promedio. El pasaje a reuniones on-line hizo de las negociaciones mucho más accesibles, y ofreció múltiples canales de comunicación simultánea; decenas e incluso cientos de militantes de base podían observarlas y usar el chat del Zoom, canales de Discord o grupos de WhatsApp para ventilar, cotillear y diseñar su estrategia en tiempo real.

Esto se volvió particularmente importante durante la huelga, cuando cientos de trabajadorxs cuyas tardes estaban súbitamente libres, comenzaron a participar; sobre todo, porque la política de la UAW requería sostener la huelga física o virtualmente (lo que incluía participar de las negociaciones) para recibir un subsidio. En consecuencia, cientos de trabajadorxs que nunca antes habían visto la negociación en tiempo real fueron testigos de la arrogancia e intransigencia de la administración y sus abogados… y la forma en que la mayoría de los negociadores afiliados que respondían a la UAW transaban a costa de las bases. Sin esta accesibilidad digital y comunicación expandida, es difícil imaginar a la militancia de base rechazando el contrato que los vendía y transformando al sindicato desde dentro con éxito. Una nueva cohorte de militantes de base que se conocieron durante la huelga y en reuniones virtuales y sesiones de negociación, se radicalizaron y ocuparon roles más significativos, especialmente en el otoño. Muchxs aún estaban en etapas tempranas de sus carreras universitarias.

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Interludio II: sobre las demandas

Este reporte del conflicto en Columbia no se enfoca en las demandas específicas que sostuvo el sindicato durante los años de lucha. Esto es, en parte, porque el contenido concreto de las demandas cambió de forma importante a través del tiempo. La demanda fundamental durante la primera década de trabajo fue el reconocimiento del sindicato, que era concebido como un paso esencial previo para responder a un cúmulo más amplio de demandas mediante la negociación colectiva. Lxs militantes de la UAW establecieron grupos de trabajo para documentar asuntos a tratar y establecer posiciones de negociación en torno a asuntos como atrasos en el pago del salario y preocupaciones específicas de padres con hijxs, estudiantes internacionales, y otras demográficas. El punto focal de las demandas se fue trasladando a medida que algunas fueron atendidas exitosamente, tanto por la administración como mediante negociaciones.

Para las fechas de la huelga en primavera de 2021, tres áreas claves emergían como puntos muertos: compensación y beneficios (específicamente mayores estipendios, seguros dentales y de visión, y subsidios para el cuidado de niñxs), inclusión sindical plena (reconocimiento por la universidad de todxs lxs trabajadorxs, incluyendo estudiantes de grado, que legalmente tenían derecho a sindicalizarse), y arbitraje imparcial externo en casos de acoso sexual y comportamiento inapropiado. Esta última se volvió la cuestión más prominente y emocionalmente interpelante en la primavera de 2021, en tanto Columbia experimentó varios perturbadores escándalos públicos en torno a violaciones, ataques y acoso sexual por parte de miembros de la cátedra y empleadores hacia estudiantes de posgrado. Estos puntos perduraron hasta el otoño de 2021 y, combinados con preguntas acerca de la “seguridad sindical” (si todxs lxs trabajadorxs de posgrado deberían afiliarse o no), se convirtieron en los ejes de la comunicación y la agitación sindical.

Mientras que el contenido específico de estas demandas demostró ser útil para la movilización en diferentes momentos, el asunto más importante refiere a cómo y por quién se determina el contorno del conflicto, incluyendo no solo demandas sino táctica, estrategia, y modos de organización. El acercamiento original introducido por militantes de la UAW recordaba a la estrategia de “linea de masas”5 maoísta, en la que la dirección escucha las preocupaciones de “el pueblo”, formula un programa basado en estas preocupaciones, y difunde este programa de nuevo a las masas. En contraste, en las fases tardías del conflicto en Columbia, el giro del sindicato a la autoorganización conllevó una sustantiva participación de las bases para fijar el contenido y prioridades de las negociaciones a través de asambleas y caucus, encuestas, y otros medios.

Mediante este proceso, la brecha entre “direcciones” y bases se acortó, garantizando que los intereses del comité de negociaciones no divergieran dramáticamente de los de quienes dicen representar, como lo hizo en fases anteriores. Mientras la obstinada negación de la universidad a conceder incluso cuestiones que no involucraban intereses financieros se hacía más y mas evidente, el asunto central siempre volvía a una cuestión de poder: no solo a quién le pagan cuánto, sino quién decide. En esta lucha, las demandas en sí eran menos importantes que los conflictos paralelos, tanto del sindicato contra la universidad como en el seno de este, por poder y autodeterminación6.

El duelo

En otoño de 2021, lxs estudiantes y trabajadorxs retornaron al campus presencialmente por primera vez desde que comenzó la pandemia. Esta decisión, impuesta desigualmente a lxs trabajadorxs de diferentes institutos y sectores de la universidad, llevó a quejas -y en ocasiones, a organizarse- en toda la universidad. El rector, supuestamente pro-sindicatos, ya no estaba, reemplazado por una burócrata quien, como efectivamente se predijo, era activamente hostil hacia los esfuerzos del sindicato. La rectora se enfrentó a un nuevo comité de negociaciones, empeñado en evitar los fracasos y transigencias del semestre pasado. Todo estaba listo para un nuevo round, más feroz que el anterior; esta vez, tendría lugar en el terreno físico de las clases presenciales, más vulnerables a la disrupción física de piquetes y protestas.

La negociación se reanudó, pero todas las partes sabían que una huelga no tardaría en llegar.

El 3 de noviembre de 2021, la nueva huelga comenzó. Se volvería la más larga huelga masiva en la historia del sindicalismo de posgrado, y sería más exitosa de lo que lxs sindicalistas podrían haber soñado. La universidad marcó el tono con más retenciones de sueldo, comunicados cada vez más hostiles con ribetes de desinformación por parte de la rectora, y esfuerzos para volver a la cátedra, el estudiantado y la comunidad en general contra el sindicato. Lxs huelguistas movilizaron redes de apoyo en el campus y la comunidad, abrieron un “fondo para dificultades” para apoyar a lxs trabajadorxs más económicamente vulnerables, sostuvieron piquetes diarios en el campus, y organizaron creativas acciones de protesta. Cada semana, el sindicato hizo una encuesta para medir el interés de continuar la huelga o levantarla. Semana tras semana, los resultados señalaban que la gente quería seguir peleando.

Luego de un mes, la huelga había arrancado algunas concesiones de la administración, pero esta parecía dispuesta a sufrir la mala publicidad y la disrupción laboral con tal de vencer por desgaste a lxs trabajadorxs. A medida que la angustia económica crecía, el sindicato consideró opciones para aumentar la presión. Al principio de diciembre, la universidad subió la apuesta: el departamento de RR. HH. envió un mensaje amenazando con retirar las citas de lxs huelguistas; en otras palabras, con despedir y reemplazarlxs. Más que ninguna otra acción, esto catalizó la indignación alrededor del campus. El siguiente lunes, una gigantesca concentración con decenas de simpatizantes docentes llenó el campus, y el miércoles, el sindicato efectuó una disruptiva protesta de 24 horas, con piquetes en todas las entradas para mantener el campus clausurado. [Ver el reporte más abajo]. La universidad entró en pánico. Al mismo tiempo que la administración denunciaba al sindicato con tono estridente, ofrecía sus mayores concesiones a la fecha, mostrando el poder de la acción directa.

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El semestre llegaba a su fin, y las partes seguían enfrentadas. Un mediador externo fue traído, pero esta vez, el comité de negociaciones se negó a “pausar” la huelga, habiendo aprendido del error de la primavera pasada. El comité de negociaciones ofreció concesiones, pero las calculó minuciosamente en asambleas abiertas primero, complementando estas con encuestas acerca de cuáles eran las prioridades más importantes y qué cuestiones no eran negociables. La universidad ofreció diversas propuestas “finales”, pero siempre que la adminsitración desatendió demandas claves, el sindicato se mantuvo firme. Semana tras semana, las encuestas mostraron altos índices de apoyo a sostener la huelga.

El semestre terminó con cientos de asistentes negándose a entregar notas. Pese a su amenaza de un excluir a lxs huelguistas el siguiente semestre, la administración no tenía posibilidad de contratar a suficientes carneros para cubrir todos los diferentes tipos de trabajo de los que lxs huelguistas eran responsables. La determinación de la adminsitración se caía a pedazos.

Finalmente, al acercarse el año nuevo, a más de nueve semanas del comienzo de la huelga, la universidad se doblegó y finalmente quebró en sus últimos lugares de resistencia. El acuerdo tentativo ahora sobre la mesa para su ratificación atendía de forma sustancial todas las demandas importantes del sindicato. Es muy diferente del acuerdo que la adminsitración y la UAW trataron de imponer a prepo al sindicato la pasada primavera.

La victoria en este conflicto es loable, no solo por ser un exitoso conflicto sindical en una época donde estos escasean, sino porque demuestra la importancia de una lucha interna por la autodeterminación sobre las condiciones de la toma de decisiones, tanto con la patronal como dentro del sindicato mismo. Las ganancias materials del nuevo contrato, inimaginables si el sindicato se hubiera plegado a la estrategia de la UAW y los “pragmáticos”, son la consecuencia de la acción autoorganizada contra la universidad y la burocracia sindical. Esperamos que los efectos de esta victoria reverberen hacia otras luchas en otros campus y otros lugares de trabajo, informando a otros movimientos y contribuyendo a una transformación más profunda de la universidad en sí.

La autodeterminación en clave horizontal no es solamente el norte de nuestras luchas: es la única manera de hacer progreso alguno.

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“Tenemos dientes”: Un informe de la huelga de trabajadorxs de posgrado en la Universidad de Columbia

El siguiente testimonio fue escrito por unx militante de base anarquista que participó en la huelga de la SWC a mediados de diciembre.

Lxs Trabajadorxs Estudiantiles de Columbia, núcleo 2110 de la UAW, entramos en nuestra sexta semana de huelga mientras escribo esto. Esta sigue a una huelga de tres semanas esta primavera y un voto para rechazar el acuerdo que nos ofrecieron… que a su vez fue la culminación de de casi dos décadas de militancia para establecer el sindicato, forzar a la administración a reconocerlo, y negociar los asuntos a resolver. Este testimonio representa mi perspectiva como participante, anarquista, y miembro de base del sindicato.

Las cuestiones que llevaron a la huelga son fáciles de enumerar. Nosotrxs exigimos:

1) un salario digno, con beneficios adecuados y servicio de cuidado de niñxs; 2) arbitraje neutral externo en casos de acoso sexual y mala conducta, en contraste con el roto sistema interno que la universidad ofrece para disciplinarse a sí misma; y 3) reconocimiento por la administración de todxs lxs trabajadorxs que son legalmente capaces de afiliarse al sindicato.

Ha habido señas en dirección de una medida como “NYPD fuera del campus” que lxs trabajadorxs de la Universidad de Nueva York lucharon por obtener, pero no ha ganado demasiada tracción. Pero la huelga tiene implicaciones más allá de nuestro campus: también es una lucha por lxs sindicatos de estudiantes trabajadorxs en general y por el movimiento sindical todo.

Mientras escribo esto, estamos oyendo que es actualmente la mayor huelga en los Estados Unidos. ¿Qué significa esto para nosotrxs? ¿Para el movimiento sindical? ¿Para la economía más ampliamente? ¿Qué pueden hacer las huelgas hoy (y qué no)? Y, ¿qué nos sugiere este conflicto de nuestras perspectivas más amplias para la liberación? Aquí van algunas notas desde la primera línea.

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Primero, dejemos algo claro. Que no te engañe el nombre: Columbia no es una “universidad”; es una empresa de bienes raíces, que ofrece clases y títulos para ampliar su prestigio. En la isla de Manhattan, uno de los mercados más caros del planeta, es dueña de la segunda mayor cantidad de propiedades. Solo la supera la Iglesia Católica, otra compañía de bienes raíces que se hace pasar por otra cosa. Esto está más que a tono para una institución que lleva el nombre del tipo que dio rienda suelta en este hemisferio a esa idea de que la tierra es algo de lo que puedes apropiarte.

El discursito elegante de Columbia acerca de su misión educativa no carece de significado, no obstante. Tiene un significado muy específico, que sirve para valorizar su marca. Al pasar por una institución socialmente responsable con un compromiso riguroso para la excelencia académica, Columbia puede maquillar y justificar el rédito astronómico que extrae de la tierra y la gente de Nueva York.

Es bien sabido que toda la industria académica está pasando por una contracción neoliberal en años recientes. Como en muchas industrias, más y más trabajos pasan a considerarse “eventuales” y adjuntos: menos paga, menos seguridad laboral, menos beneficios, etc.. La lógica económica y el fin de lucro son el motor de la distribución de recursos entre institutos y facultades más que nunca; aunque no por ello deberíamos comprar la fantasía de una utopía humanística impoluta y libre de la crudeza del materialismo, cosa que nunca existió en nuestro país.

Columbia está imponiendo su propia versión de la austeridad en la cátedra, el personal, y lxs estudiantes en todas sus formas. Pero en este conflicto, pese a lo que la adminsitración alegó tempranamente, sus objeciones no se centran en lo que nuestras propuestas van a costar. En medio de las negociaciones, Columbia anunció que sus activos crecieron en $3.300 millones (sí, tres mil trescientos millones) durante el último año azotado por el COVID, que hizo difícil creer en sus reclamos de que no podían costearse el los aumentos ajustados por inflación o el seguro dental de sus trabajadorxs. Por no mencionar los incontables miles de dólares que entregaron al bufete antisindical de élite Proskauer Rose para que luche con nosotros hasta las últimas consecuencias. En cambio, desplazaron su discurso para enfatizar lo que creen que es (o no) “justo” o “razonable”, según cualquiera sea el indefinido estándar que imaginan.

En otras palabras, es una cuestión de poder. Lo que les importa no es lo que costará, sino quién puede decidir. Una institución controlada por fideicomisarios y gestores, incluso si debe sacrificar el lucro a corto plazo, les es preferible a una controlada por sus trabajadorxs, estudiantxs y comunidad en la que está ubicada. Por esto es que es tan importante para esta compañía de bienes raíces, que exuda dólares de cada poro, luchar sin tregua contra no solamente demandas sanitarias y de cuidado infantil que cuestan centavos, sino también las minucias de los procesos mediante los cuales tratamos de hacer responsables a la cátedra y superiores que nos acosan.

¿Qué haces, cuando te enfrentas a una campaña tan concertada para mantener el control? El sindicato ha presentado la sustracción de nuestro trabajo como la principal arma que tenemos. Esto ciertamente es algo; incluso sin toda nuestra membresía participando de la huelga, hemos hecho de dar clase, asignar notas, investigar y otros aspectos del mantenimiento de la universidad, un dolor de cabeza. Como resultado, la administración ha subido el tono de sus amenazas, amenazando con despedirnos o impedirnos cumplir nuestras citas docentes del próximo semestre si no rompemos la huelga, y amenazando con no dar a lxs bachilleres los créditos de sus materias, esperando ponerlxs en nuestra contra.

Pero la idea de que abstenernos de trabajar es la mejor manera de ejercer presión se sostiene sobre la presunción de que Columbia es, de hecho, una universidad primero, como se presenta hacia afuera. Si ajustamos nuestro análisis para incluir el hecho de que Columbia es una empresa de bienes raíces que ofrece títulos, nuevas cosas pasan a primer plano.

La función “universitaria” de la empresa inmobiliaria no es irrelevante en este modelo. Pero la pregunta se vuelve: ¿qué estructura de esta función universitaria permitirá a Columbia mantener su actual modelo económico funcionando sin problemas, a la vez que preserva la legitimidad que le granjea su careta de Ivy League?

Puedo imaginarme un par de realidades distópicas en las que lxs estudiantes de posgrado son consideradxs redundantes en el empuje hacia la austeridad. En la Universidad de Chicago y NYU, las respectivas administraciones trataron de sobornar a lxs estudiantes de posgrado con abultados estipendios que en realidad no requerían trabajo alguno… con la condición de que se mantuvieran estudiantes (dóciles) y no se sindicalizaran. Donde las dotaciones no permiten ofrecer zanahorias tan jugosas, otras universidades (especialmente en regiones más hostiles al sindicalismo) se han apoyado más en el palo para mantener a lxs estudiantes en su sitio. Aquí en Columbia, creo que probablemente ganemos esta batalla particular y obtengamos un contrato con el que podamos vivir. Pero a largo plazo, recuerden bien mis palabras, la institución y sus semejantes están urdiendo sus plantes para descentrar el sindicalismo estudiantil.

Mirar la situación desde esta perspectiva ha transformado las razones por las que encuentro, nuestra lucha aquí es tan interesante.


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El pasado miércoles [8 de diciembre de 2021], cientos y cientos de sindicalistas, estudiantes de grado, simpatizantes docentes y militantes de toda la ciudad convergieron en el campus para clausurarlo por el día. Cada entrada al campus central estaba atestada con una vivaz manifestación, con cientos de manifestantes sosteniendo las postas y gente enfrentando agresivamente a quien cruzara los piquetes. La gente aún iba y venía, pero el campus se sentía extrañamente desierto, e incluso aquellos que cruzaban el piquete sentían la compulsión de justificar sus acciones. El sindicato había invertido el sentimiento de derecho a todo que usualmente caracteriza a lxs estudiantes en su relación cotidiana con el territorio. La gente trajo tambores, pasacalles, comida, medios e incluso uno de los animales inflables de los Teamsters (sindicato de transportistas) que ejemplifica el paisaje visual del sindicalismo neoyorquino.

Algunas de las acciones más interesantes salieron de equipos pequeños enfocados en frenar entregas. Un nudo de participantes se sentó junto a un grifo todo el día para repeler al camionero de los Teamsters que vino a reponer las reservas de combustible de la universidad. Unx sindicalista de Amazon salió a hacer contacto con lxs huelguistas, y lxs manifestantes abrumaron a lxs choferes de Amazon, UPS, FedEx y otros servicios. No todos los abordajes fueron exitosos, pero muchos sí lo fueron; y el lado oscuro de la infraestructura de la universidad fue sometido a más escrutinio y disrupción de lo que yo había visto nunca.

Hasta ese punto, los comunicados administrativos sobre la huelga habían sido relativamente moderados, aunque interesados y engañosos. Pero el cierre del campus los hizo entrar en pánico. Múltiples e-mails a todo el campus fueron enviados poniendo el grito en el cielo, animando a lxs estudiantes a pedir a la policía del campus que lxs ayude a cruzar los piquetes, acusando al sindicato de violencia, y generalmente esparciendo su pánico. Parecía que muchos centenares de nosotrxs sustrayendo nuestro trabajo por semanas era molesto, aunque tolerable…pero interrumpir el flujo de cuerpos y bienes por un solo día los hizo temblar de verdad.

Por supuesto, muchos estudiantes también estaban enojados. En un comiquísimo intercambio que pude presenciar, un chico blanco con un corte de pelo a lo Jóvenes Republicanos estaba cruzando el piquete. Mientras lxs piqueterxs gritaban “¡No cruces!”, él les respondió “¡No corten!”. Cuando alguien le respondió “¡Jódete!”, retrucó con sorna: “¡Consíguete un trabajo!”.

Más allá de la risible ignorancia de este bro pródigo diciéndole a trabajadorxs en huelga que consigan un trabajo en una protesta sindical, hay algo más que está ocurriendo aquí. Para una generación de reaccionarios, las protestas están identificadas con hippies mugrientxs y desempleadxs, infelices buscando caridad, resentidxs con la gente trabajadora y exitosa para maquillar sus propios sentimientos. El movimiento anti-guerra de los 60s grabó este esquema a fuego tan poderosamente que incluso conservadores nacidos décadas después de que terminara aún conjuran este cliché, envalentonados por más recientes teorías conspirativas de manifestantes desempleadxs pagadxs por George Soros o alguna otra fuerza siniestra. Muchxs conservadorxs solo pueden entender la protesta a través de ese marco, incluso una protesta como esta, que no sucedería en primer lugar si lxs manifestantes no tuvieran empleos. Por ignorante y egoísta que esto sea, esta lectura refleja la angustia de los ricos por la amenaza que lxs pobres y desempleadxs representan a su poder.

Otra lectura, específica a este contexto, sería que lxs huelguistas no son realmente “trabajadorxs”, sino estudiantes; en teoría, serían categorías mutuamente excluyentes, aunque en la práctica, casi nunca lo son. Esta fue la línea de Columbia desde el principio -hasta que la Junta Nacional de Relaciones Laborales la refutaron y forzaron a la administración a que reconociera al sindicato- pero su poder retórico prevalece. Cuando nos dijo que buscáramos un trabajo, el bro pudo querer decir que consiguiéramos un trabajo “de verdad” en lugar de quejarnos de nuestras condiciones en nuestro estado intermedio. Claro, solo estamos “realmente” empleadxs en nuestros actuales empleos, sino que lxs estudiantes de posgrado son conducidxs a un cuello de botella cada vez más angosto de trabajos profesionales y académicos que son más contingentes y precarios cada año. No importa que tan trabajadorxs o tesonerxs seamos, incluso con todas nuestras ventajas de Ivy League, la economía impediría estructuralmente a la mayoría que tomara el consejo de ese bro.

Uno de los cánticos recurrentes más cómicos que marcó a los piquetes y manifestaciones es “¡TENEMOS DIENTES!”. Este es en referencia a nuestra demanda de seguro médico dental; tiene la ventaja de ser gracioso, universal e íntimamente fácil para identificarse. Tiene implícita una ironía, no obstante, en cómo juega con su significado metafórico. Que algo “tenga dientes” en inglés quiere decir que tiene fuerza. Decir que tenemos dientes es anunciar que estamos haciendo una amenaza que podemos cumplir, que no estamos jodiendo.

Una de las formas de lidiar con la angustia es con la risa. El humor en este cántico está marcado con angustia: sí, tenemos dientes, pero ¿los tiene nuestra lucha? ¿Tiene nuestra huelga la fuerza detrás para obligar a la universidad a cumplir nuestras demandas? E incluso aunque ganemos ¿tenemos el poder colectivo como estudiantes, trabajadorxs, futurxs académicxs, etc., para tener “dientes”, para importar, mientras las políticas neoliberales drenan los recursos de las universidades y la austeridad avanza en múltiples frentes?

Yo personalmente, nunca tuve seguro odontológico en toda mi vida adulta. ¿Alguna vez hiciste la cola en la clínica mensual para pobres por varias horas, solo para que te digan al final que tu número no apareció? Yo lo he hecho, más de una vez. Así que la idea de que puedo conseguir un doctorado y también ir al dentista me resulta bastante atractiva. Pero, ¿es este un preludio para una vida dental más segura? ¿O es el último suspiro de un movimiento que tiene escasas chances de garantizarnos un boleto al consultorio del dentista tras la graduación?

Creo que la respuesta depende de dónde vemos nuestro poder y si elaboramos una estrategia acorde. ¿Podemos pasar de imaginar que nuestro (precario, reemplazable) trabajo es en sí mismo nuestra fuerza, a concentrarnos en generar la capacidad colectiva de interrumpir el funcionamiento cotidiano del capital en la universidad y más allá? Un solo día de interrumpir físicamente a estudiantes, trabajadorxs y deliveries parecen haber tenido más impacto que cinco semanas de huelga, a juzgar por los comunicados de la universidad y el anuncio que hizo Columbia en la mesa de negociaciones el día después, cuando ofrecieron las mayores concesiones que han hecho nunca.

Hay mucho que podemos aprender de esto. En este nuevo mundo, nuestro trabajo ya no es nuestra fuente de poder. Pero las relaciones que hacemos en el proceso de alzarnos -cruzando las fronteras de posición, lugar de trabajo e identidad- pueden ser la base de un poder de choque que explote las vulnerabilidades infraestructurales, apuntando a los cuellos de botella en el flujo de personas y valores. Nuestros enemigos están más preocupados con prevenir que construyamos poder colectivo que con cualquier concesión económica en concreto. Saben que una inversión a corto plazo vale la pena para mantener su dominio a largo plazo… y de que siempre pueden maniobrar alrededor de nosotrxs, si nos mantenemos intratables. Lo han hecho antes, sobornando a negociaciones enteras justo lo suficiente para recuperar el control.

Con el clima colapsando, la vigilancia masiva estirando sus tentáculos cada vez más profundo en nuestras vidas, las desigualdades económicas intensificándose, y el fascismo asomando su horrenda cabeza, el tiempo no está de nuestro lado. No podemos solo cerrar nuestros puestos de trabajo; tenemos que clausurar la economía entera. Eso es lo que tomará un huelga con dientes. Y nuestros dientes (por no decir nuestras vidas) dependen de ello.

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Para leer más

Cómo hacer huelga y ganar, por Labor Notes (inglés)

Los sindicatos contra la revolución por G. Munis7 - Una crítica del tradeunionismo y el sindicalismo desde una perspectiva comunista (inglés)

Contra la pared, hijx de yuta: El juego. Volviendo sobre una simulación de la ocupación de Columbia en 1968 (inglés)

  1. Como muchxs ya sabrán, la IWW es un sindicato norteamericano combativo fundado en la primera década del siglo XX; en su apogeo, tenía filiales en varios lados del continente americano. A diferencia de las centrales sindicales, apuesta por el modelo de un Gran Sindicato para fomentar la solidaridad y la cohesión en la clase trabajadora. La IWW vive y lucha en Estados Unidos y Canadá; pueden leer de ella en sus palabras en su sitio web, y una versión más completa de su historia por la CNT-CIT

  2. Para 1968, asistentes académicxs en la City University de Nueva York fueron lxs primerxs en ser incluidxs en el resultado de una negociación colectiva, mientras que en la Universidad de Wisconsin en Madison, lxs asistentes fueron lxs primerxs en conseguir el reconocimiento como sindicato independiente con un acuerdo negociado exitosamente en 1970. En la Universidad de Washington, estudiantes de posgrado trabajadorxs comenzaron a organizarse tan temprano como 1963, pero no obtuvieron el reconocimiento formal (con poder para negociar colectivamente) hasta 2004. Una propuesta de ley estatal en California que habría exigido a las universidades estatales el reconocimiento de sindicatos estudiantiles fue derrotada en 1984, pero, tras años de fieras batallas en la Universidad de California en Berkeley y otros campus, un sindicato afiliado a la UAW fue reconocido en 1999… aunque militantes estudiantiles radicales señalaron que los burócratas sindicales y las autoridades universitarias conservaron el control de las negociaciones, sin responsabilidad ante o participación de las bases. En otros estados, con legislación más antisindical, lxs estudiantes trabajadorxs aún carecen de derechos de negociación colectiva, nucleándose en asociaciones que sus patrones se rehúsan a reconocer. En 2004, 23 estados, habían prohibido a todxs lxs empleadxs públicxs la sindicalizacón, mientras que otros específicamente excluyen a lxs estudiantes trabajadorxs de los derechos de negociación colectiva otorgados a otrxs empleadxs universitarixs. Hablando en general, la sindicalización estudiantil fue exitosa en muchos campus en los 70s, se frenó en los años de Reagan, pero volvió a crecer en los 90s; todo este tiempo, sin embargo, lxs estudiantes trabajadorxs en universidades privadas fueron privadxs de reconocimiento. 

  3. el UAW, conocido como United Auto Workers pese a un más largo nombre oficial, es un sindicato norteamericano fundado en tiempos del New Deal como parte del CIO, la más progresista de las dos centrales que se fusionaron en el (tristemente célebre fuera de Norteamérica) AFL-CIO. Hoy el UAW inlcuye sindicatos de rubros diversos, desde la salud al trabajo universitario, incluyendo su núcleo original de industrias automotrices. 

  4. Recordamos a quienes residan en el hemisferio Sur que la primavera del Norte se da entre marzo y junio. 

  5. El artículo original en inglés remite a una introducción crítica al maoísmo desde el marxismo libertario. Aunque como siempre alentamos las lecturas propias para quien le interese, advertimos que tanto Mao como sus seguidores gustan de los aforismos y un tono casi esotérico, que no hace nada fácil destilar los conceptos más analíticos. Casi parecería ser a propósito. 

  6. Para más reflexiones sobre los límites de la política en torno a demandas en los movimientos sociales, puedes leer “Por qué no hacemos demandas”

  7. una colección completa de los escritos de G. Munis puede encontrarse aquí. Munis fue un marxista radical español con acercamientos al trotskismo, fallecido en 1989.