En Francia ha estallado una nueva oleada de protestas contra el gobierno de Emmanuel Macron en respuesta a una impopular reforma de las pensiones. Esto promete ser el malestar más poderoso en Francia desde el movimiento de los Chalecos Amarillos. En la siguiente introducción y traducción, exploramos las raíces, formas y perspectivas de este movimiento.
Introducción
Los bastardos lo saben bien: lo que temían en la cuasi-insurrección de 2018 no es tanto un sujeto social -diga lo que diga la peor sociología de izquierdas- ni siquiera un conjunto de prácticas. Era una ingobernabilidad, decidida y difusa. Una ola de odio al universo neoliberal.
Tras dos meses de protestas tradicionales y huelgas ocasionales escenificadas por la Intersindicale (la coordinación de los ocho mayores sindicatos nacionales de Francia), el movimiento contra la reforma de las pensiones del gobierno de Macron llegó a su punto álgido cuando Elizabeth Borne (primera ministra de Macron y jefa del gobierno) anunció que iba a utilizar el artículo 49.3 de la Constitución para aplicar la reforma de las pensiones sin votación en la Asamblea Nacional.
Durante esos dos primeros meses, un gran número de personas salieron a la calle, pero a pesar del apoyo público, las protestas y huelgas no fueron combativas. Sin embargo, los diputados de la Asamblea Nacional estaban divididos; era posible que una mayoría se opusiera a la reforma de las pensiones, así que Borne los esquivó. La ley aún tiene que ser aprobada por el Senado, pero por ahora eso no viene al caso. Los diputados franceses opuestos a Macron y a Borne presentaron una moción de confianza, que habría expulsado al gobierno de Borne.
En la noche del jueves 16 de marzo, la gente se reunió espontáneamente en lugares simbólicos de París y otras ciudades para protestar por el uso del artículo 49.3. A medida que avanzaba la noche, se negaron a marcharse, a pesar de que la policía se volvía cada vez más violenta. Al final, la policía detuvo a un gran número de personas en toda Francia -casi 300 sólo en París-, casi todas las cuales quedaron en libertad sin cargos al día siguiente.
El fin de semana estallaron protestas callejeras espontáneas (les “manifs sauvages “), aprovechando una huelga de recogida de basuras para llenar las calles de París de cubos de basura en llamas. A medida que se intensifica la violencia policial, el aspecto “espontáneo” de estas protestas desempeña un importante papel técnico. La mayoría de las protestas masivas en Francia, como las que tuvieron lugar antes del jueves, son “déclarées”: los grupos las registran previamente ante la policía. Las protestas espontáneas son legales, pero el marco de la represión está menos claro que en el caso de las manifestaciones autorizadas. Este es un gran problema: los tribunales todavía tienen que decidir si se puede ser detenido simplemente por estar cerca de una protesta espontánea, cuáles deben ser las consecuencias de liderar una protesta espontánea, si el derecho constitucional francés a manifestarse incluye las protestas espontáneas y qué puede hacer legalmente la policía para atacar a las personas en estas protestas.
Además, todas las protestas autorizadas tienen un lugar o recorrido fijo, mientras que las protestas espontáneas actuales son imprevisibles. No convergen en un lugar estratégico ni tienen un objetivo concreto, aparte de hostigar a la policía. Grupos de entre 100 y 1.000 personas se mueven en diferentes direcciones alrededor de una zona determinada, colocando barricadas en las calles, pintando e incendiando cosas. Al igual que ocurrió durante el levantamiento de George Floyd en 2020 en Estados Unidos, la policía no puede contener y controlar a varios grupos a la vez.
“Podemos manejar una protesta de 10.000 personas, pero diez protestas de 1.000 personas por toda la ciudad nos desbordarán”.
-Agente de policía de Los Ángeles, verano de 2020
Cuanto más cansados están, más violentos se vuelven los policías. La gente está siendo muy valiente, pero también están sufriendo graves lesiones y traumas.
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Estas protestas callejeras espontáneas se están produciendo por la noche, mientras que a primera hora de la mañana y durante el día, la huelga se ha ido intensificando, con gente organizando cada vez más bloqueos. La huelga comenzó antes de la aplicación del artículo 49.3 el jueves pasado; los principales sectores que están participando incluyen el procesamiento de basuras (recogida e incineración), la distribución de combustible (refinerías y transporte) y el transporte público (tránsito urbano, trenes y aeropuertos).
Los sindicatos han convocado una huelga nacional para este jueves 23 de marzo. Cuando la dirección lo anunció la semana pasada, pareció un esfuerzo de pacificación, para sacar a la gente de las calles; pero como la gente no dejó de salir a la calle, en cambio, ahora representa una oportunidad para escalar. Esperamos que el país se bloquee y que los sindicatos se vean desbordados por acciones directas espontáneas en todo el país, en las que participen tanto grupos autónomos como secciones sindicales locales. Esto ya ha empezado a ocurrir en Fos-sur-Mer o en Rennes, por ejemplo.
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En París, las personas que encabezan la huelga son los basureros, que trabajan en tres lugares distintos. Llevan en huelga desde el 7 de marzo y han mantenido los piquetes desde entonces. Sólo un piquete ha sido superado por la policía, y se ha reformado desde entonces. Necesitan dinero para mantener la huelga. En cierto modo, se han convertido en las estrellas del movimiento, porque la basura que se acumula en las calles de París ha proporcionado el material ideal para que las multitudes nocturnas prendan fuego, un recurso que se repone sin cesar mientras los camiones de la basura sigan inoperativos.
En general, los piquetes están formados por obreros e izquierdistas de diversas tendencias, mientras que los manifestantes nocturnos son más jóvenes y alborotadores. Estos grupos no son antagónicos entre sí, lo que no siempre ha sido el caso en el panorama político francés. Parece que a la gente le gusta encontrarse cuando y donde puede; no hay asambleas generales que reúnan a todas las generaciones, pero ni los sindicatos ni los viejos izquierdistas condenan los disturbios nocturnos.
Durante los meses anteriores, se había desarrollado una conversación sobre cómo el COVID-19 provocó una ruptura en la transmisión de técnicas, historias y culturas de lucha en los círculos activistas franceses, y cómo eso condujo a la propagación de una política centralizada (y francamente, aburrida) en muchas universidades. En este movimiento, estamos viendo surgir nuevas formaciones políticas junto con experimentos descentralizados y autónomos de acción directa y resistencia, que revelan las limitaciones de los medios tradicionales de control y represión. Los acontecimientos de la semana pasada demuestran que podemos dejar a un lado cualquier temor sobre la pasividad de la generación más joven.
El lunes pasado, la Asamblea Nacional votó en contra del gobierno, indignando aún más a la población. El hecho de que el gobierno de Macron y Borne siga en el poder mantendrá estable, por ahora, el precario equilibrio entre las agendas nacionalistas e izquierdistas. Pero, ¿por cuánto tiempo?
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Al igual que en el movimiento de los Chalecos Amarillos de 2018, el nacionalismo es una fuerza impulsora en estas protestas. Nadie ha sacado realmente las banderas francesas todavía, pero podrían hacer su aparición pronto. Para bien o para mal, desde los Chalecos Amarillos, el imaginario político francés dominante se ha centrado casi por completo en la Revolución Francesa. La gente pide que Macron sea decapitado, para proteger el sagrado honor de la democracia francesa, etcétera. Todo esto viene acompañado de un nacionalismo amplio y, hasta ahora, difuso. El partido de extrema derecha Rassemblement National de Marine Le Pen está esperando entre bastidores para sacar provecho de la situación.
Para seguir creciendo, el movimiento tendrá que superar sus límites actuales. Hasta ahora, las revueltas y los bloqueos han sido mayoritariamente blancos; de todos modos, la mayoría de la clase trabajadora de color no se beneficiará del actual sistema de pensiones. A menos que quede claro qué pueden ganar con este movimiento, probablemente no saldrán a la calle, y eso limitará la posibilidad de una insurrección. Asimismo, aunque han circulado imágenes dramáticas de París y otras ciudades, a diferencia de los Chalecos Amarillos, este movimiento empezó en las grandes ciudades, y sigue sin estar claro hasta qué punto se extenderá a las zonas más rurales del país.
Del mismo modo, queda por ver cómo influiría una nueva ronda de disturbios en Francia en los movimientos de otros lugares del mundo. El ritmo de los disturbios en Francia no suele estar sincronizado con los acontecimientos políticos en otros lugares. El movimiento Occupy y sus equivalentes tuvieron lugar en España, Grecia, Estados Unidos e incluso Alemania en 2011, pero el equivalente francés, Nuit Debout, se produjo cinco años más tarde; el movimiento de los Chalecos Amarillos comenzó un año antes que la mayoría de las revueltas mundiales de 2019. Pero con los movimientos cobrando fuerza de nuevo en Grecia y en otros lugares, los acontecimientos en Francia podrían contribuir a dar forma a la imaginación popular en todo el mundo. Ninguna de las tensiones que catalizaron las revueltas globales de 2019 y el levantamiento de George Floyd de 2020 se ha resuelto. Desde Estados Unidos y Francia hasta Rusia e Irán, los gobiernos simplemente han intentado reprimir la disidencia con la fuerza bruta, mientras la gente se desespera y se enfada lenta y constantemente.
A corto plazo, los camaradas en Francia esperan construir poder para resistir las próximas leyes represivas contra los migrantes, los indocumentados, las personas sin hogar y los ocupantes ilegales que están en preparación por parte del gobierno de Macron y Borne. En París y sus alrededores, concretamente, la lucha contra la preparación de la ciudad para los Juegos Olímpicos del verano de 2024 también está en la mente de muchas personas. Reclamar las calles es urgente cuando los desalojos, la destrucción de parques y espacios públicos y la construcción de infraestructuras masivas e innecesarias en los suburbios del norte de París están siendo utilizados como medio para controlar y limpiar barrios tradicionalmente obreros.
El movimiento Nuit Debout de 2016, parte de la resistencia a la ley laboral que se introdujo ese año utilizando el artículo 49.3, es uno de los precedentes del movimiento que emerge hoy.
¿Hora de dormir para la Macronería?
Esta es una traducción de “La macronie, bientôt finie?” por A Planeta.
El anuncio, el jueves 16 de marzo, de que el gobierno utilizaría el artículo 49.3 de la Constitución para imponer su reforma de las pensiones sin votación en la Asamblea Nacional impulsó el movimiento de protesta hacia una nueva dimensión. A pesar de la feroz represión, una extraña mezcla de rabia y alegría se extiende por todo el país: manifestaciones espontáneas, bloqueos por sorpresa de las principales carreteras, invasiones de centros comerciales o de las vías del tren, vertido de basura en los despachos de los diputados, incendios nocturnos de basura, cortes de electricidad selectivos, y mucho más. La situación se ha vuelto incontrolable y el presidente no tiene otro plan que prometer que resistirá a toda costa y hundirse en una violencia desbocada. Los próximos días serán, pues, decisivos: o el movimiento agota su energía -aunque todo indica lo contrario- o el gobierno de Macron se derrumba. En este texto, intentaremos presentar un informe de situación, analizando las fuerzas implicadas, así como sus estrategias y objetivos a corto y medio plazo.
Solas contra todos
Si consideramos las dos fuerzas oficialmente presentes, la situación es única en el sentido de que ninguna puede permitirse perder. Por un lado, tenemos el “movimiento social”, que a menudo creemos que ha desaparecido pero que siempre vuelve a falta de algo mejor. Los más optimistas ven en él el preludio necesario para construir una relación de fuerza que podría allanar el camino a un levantamiento o incluso a una revolución. Los más pesimistas creen que, por el contrario, está comprometido desde el principio: que la canalización y ritualización del descontento popular contribuye a la buena gestión del orden imperante y, por tanto, a mantenerlo y reforzarlo.
Sea como fuere, sobre el papel, este “movimiento social” tiene todas las de ganar: los sindicatos están unidos, las manifestaciones son numerosas, la opinión pública le es ampliamente favorable y, aunque el gobierno fue elegido democráticamente, es muy minoritario. Por tanto, las estrellas están alineadas, todas las luces están en verde; en estas condiciones objetivamente favorables, si el “movimiento social” pierde, eso significa que nunca más podrá imaginar ni pretender ganar nada.
Las huelgas y los bloqueos han estallado en toda Francia.
En el otro lado, están Emmanuel Macron, su gobierno y algunos fanáticos que creen en él. Saben que son minoría, pero de ahí sacan su fuerza. Macron no es un presidente elegido para gustar, ni siquiera para ser apreciado. Encarna el término de la política: su adhesión pura y perfecta a la economía, a la eficacia, al rendimiento. No ve a las personas, la vida, los seres humanos, sólo átomos de los que extraer valor. Macron es una especie de droide maligno que quiere lo mejor para aquellos a los que gobierna en contra de su voluntad. Su idea de la política es una hoja de cálculo Excel: mientras los cálculos sean correctos y los números salgan bien, seguirá avanzando a paso firme. Por otro lado, sabe que si vacila, tiembla o se rinde, no podrá pretender gobernar nada ni a nadie.
Sin embargo, el enfrentamiento no es una simetría. Lo que amenaza al “movimiento social” es el cansancio y la resignación. Lo único que podría hacer desistir al presidente es el riesgo concreto de una sublevación. Desde la utilización del artículo 49.3 el jueves 16 de marzo, vemos que la situación está cambiando. Ahora que la negociación con las autoridades ha quedado obsoleta, el “movimiento social” hierve y se supera a sí mismo. Sus contornos se vuelven preinsurreccionales.
Queda una tercera fuerza, no oficial, la inercia: las personas que, por el momento, se niegan a unirse a la batalla por pereza, casualidad o miedo. De momento, juegan efectivamente a favor del gobierno, pero cuanto más inestable sea la situación, más tendrán que tomar partido, ya sea por el movimiento o por el gobierno. El gran logro de los Chalecos Amarillos fue sacar la frustración y el descontento de detrás de las pantallas, haciendo que la gente se desconectara y saliera a la calle.
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La mejor jubilación es el ataque1
Pero, ¿qué hay realmente detrás de este enfrentamiento y su puesta en escena? ¿Qué es lo que se apodera del corazón, inspirando coraje o rabia? Lo que está en juego es el rechazo del trabajo.
Evidentemente, nadie se atreve a formular así la cuestión, porque en cuanto hablamos de trabajo, se nos cierra una vieja trampa. Su mecanismo es, sin embargo, rudimentario y bien conocido: tras el concepto mismo de trabajo, se han confundido voluntariamente dos realidades bien distintas. Por un lado, el trabajo como participación singular en la vida colectiva, en su riqueza y creatividad. Por otra, el trabajo como forma particular de trabajo individual en la organización capitalista de la vida, es decir, el trabajo como dolor y explotación. Si uno se aventura a criticar el trabajo, o incluso a desear su abolición, normalmente se entenderá como un capricho pequeñoburgués o nihilismo gutter punk. Si queremos comer pan, necesitamos panaderos; si queremos panaderos, necesitamos panaderías; si queremos panaderías, necesitamos albañiles; y para la masa que metemos en el horno, necesitamos agricultores que siembren, cosechen, etcétera. Nadie, por supuesto, está en condiciones de rebatir tales evidencias.
El problema, nuestro problema, es que si rechazamos el trabajo hasta tal punto, si somos millones en las calles golpeando la acera para evitar ser sometidos a dos años más de trabajo, no es porque seamos vagas o soñemos con unirnos a un club de bridge, sino porque la forma que el esfuerzo común y colectivo ha adoptado en esta sociedad es insoportable, humillante, a menudo sin sentido y mutilante. Si lo piensas, nunca hemos luchado por la jubilación, siempre contra el trabajo.
Que la gente reconozca colectivamente a gran escala que, para la gran mayoría de nosotros, el trabajo es dolor: las autoridades no pueden permitir que esa idea arraigue, pues implicaría la destrucción de todo el edificio social, sin el cual no serían nada. Si nuestra condición común es que no tenemos poder sobre nuestras vidas y lo sabemos, entonces, paradójicamente, todo vuelve a ser posible. Tengamos en cuenta que las revoluciones no necesitan necesariamente grandes teorías y complejos análisis; a veces basta con plantear una pequeña reivindicación que se mantiene hasta el final. Bastaría, por ejemplo, con negarse a ser humillado: por un horario, por un salario, por un jefe o una tarea. Bastaría con un movimiento colectivo que suspendiera la angustia del calendario, de la lista de tareas, de la agenda. Bastaría con reivindicar la más mínima dignidad para uno mismo, su familia y los demás, y todo el sistema se derrumbaría. El capitalismo nunca ha sido otra cosa que la organización objetiva y económica de la humillación y el dolor.
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Una crítica de la violencia
Dicho esto, debemos reconocer que en el futuro inmediato, la organización social que estamos impugnando no sólo se mantiene unida por el chantaje por la supervivencia que impone a todos. También se mantiene unida por la violencia de la policía. No vamos a entrar en el papel social de la policía ni en las razones por las que se comporta de forma tan detestable; esas ya han sido sintetizadas suficientemente bien en el texto “Por qué todos los policías son unos cabrones”. Lo que nos parece urgente es reflexionar estratégicamente sobre su violencia, lo que reprime y sofoca mediante el terror y la intimidación.
En los últimos días, investigadores y comentaristas han denunciado la falta de profesionalidad de la policía: sus excesos, su arbitrariedad, a veces incluso su violencia. Incluso en BFMTV [el canal de noticias conservador más visto en Francia] se sorprendieron de que de las 292 personas detenidas el jueves 16 de marzo en la plaza de la Concordia, 283 fueran puestas en libertad sin cargos y las 9 restantes recibieran una simple amonestación. El problema de este tipo de indignación es que, al centrarse en una supuesta disfunción del sistema, se impide ver lo que sólo puede ser una estrategia intencionada. Si cientos de BRAV-M [las Brigades de répression des actions violentes motorisées, unidades de motocicletas de la policía creadas durante las protestas de los Chalecos Amarillos] recorren las calles de París para perseguir y golpear a los y las manifestantes, si el viernes un decreto de la prefectura prohibió cualquier reunión en cualquier lugar de una zona que comprende aproximadamente una cuarta parte de toda la capital, es porque [Emmanuel] Macron, [el ministro del Interior Gérald] Darmanin y [el prefecto de policía de París Laurent] Nuñez han acordado el método: vaciar las calles, conmocionar los cuerpos, aterrorizar los corazones… a la espera de que pase.
Repitámoslo, nunca se gana “militarmente” a la policía. La policía representa un obstáculo que hay que mantener a raya, esquivar, agotar, desorganizar o desmoralizar. Acabar con la policía no es esperar ingenuamente que un día depongan las armas y se unan al movimiento, sino al contrario, asegurarse de que cada uno de sus intentos de reimponer el orden mediante la violencia produce más desorden. Recordemos que el primer sábado del movimiento de los Chalecos Amarillos, en los Campos Elíseos [una famosa avenida de París], la multitud que se sentía especialmente legitimada coreaba “la policía con nosotras”. Unas cuantas cargas policiales y gases lacrimógenos después, la avenida más bella del mundo se transformó en un campo de batalla.
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Aprender las lecciones de la represión
Dicho esto, nuestra capacidad de decisión estratégica en la calle es muy limitada. No disponemos de un estado mayor, sólo de nuestro sentido común, nuestros números y una cierta inclinación a la improvisación. En la configuración actual, podemos no obstante extraer algunas lecciones de estas últimas semanas:
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La vigilancia de las manifestaciones, es decir, la tarea de mantenerlas dentro de los límites de la inofensividad, es una tarea compartida entre los dirigentes sindicales y las fuerzas policiales. Una manifestación que se desarrolla según lo previsto es una victoria para el gobierno. Una manifestación que desborda los límites preparados para ella extiende la inquietud a la cúpula del gobierno, desmoraliza a la policía y nos acerca a la abolición del trabajo. Una multitud que ya no acepta el recorrido dirigido por la policía, que daña los símbolos de la economía y expresa su cólera alegremente, es una perturbación y, por tanto, una amenaza.
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Hasta ahora, con excepción del 7 de marzo, todas las manifestaciones masivas han sido contenidas por la policía. Los desfiles sindicales se han mantenido en perfecto orden y los y las manifestantes más decididas han sido sistemáticamente aisladas y brutalmente reprimidas. En algunas circunstancias, un poco de audacia libera la energía necesaria para escapar del marco; en otras, puede permitir a la policía cerrar violentamente cualquier posibilidad. Sucede que cuando una quiere romper una ventana, primero se rompe la nariz en el borde del marco.
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Por su rapidez de movimientos y su extrema brutalidad, los policías del BRAV-M son el obstáculo mayor. Hay que minar la confianza que se han forjado en los últimos años y especialmente en las últimas semanas. Si no podemos descartar la posibilidad de que pequeños grupos los burlen ocasionalmente y reduzcan su audacia, la opción más eficaz sería que la multitud pacífica de sindicalistas y manifestantes no tolere más su presencia, que se ponga de pie con las manos en alto cada vez que estos policías intenten irrumpir en la manifestación, que les grite y los aleje. Si su aparición en las manifestaciones empieza a provocar desórdenes en lugar de restablecer el orden, el Sr. Núñez se verá obligado a exiliarlos a la Ile de la Cité [la isla en el centro de París], a enclaustrarlos en su garaje de la rue Chanoinesse.
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El jueves 16 de marzo, tras el anuncio del recurso al artículo 49.3, una manifestación sindical anunciada con antelación y convocatorias más dispersas convergió al otro lado del puente de la Concordia, frente a la Asamblea Nacional. Como el principal objetivo de la policía era proteger a los representantes de la nación, empujaron a la multitud hacia el sur. Gracias a esta maniobra, los y las manifestantes se vieron expulsadas y dispersadas por las calles turísticas del centro de la ciudad. Los montones de basura dejados por la huelga de basureros se convirtieron espontáneamente en hogueras, ralentizando e impidiendo la respuesta policial. Espontáneamente, en muchas ciudades del país, la quema de contenedores de basura se convirtió en la firma del movimiento.
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El viernes 17 de marzo se contuvo una nueva convocatoria para acudir a la Place de la Concorde. Aunque los y las manifestantes se mostraron valientes y decididas, se encontraron atrapadas en una trampa, una cerca, incapaces de recuperar la movilidad. La prefectura no cometió el mismo error que la víspera. El sábado, un tercer llamamiento a concentrarse en la misma plaza convenció a las autoridades para prohibir todas las concentraciones en una zona que se extendía desde los Campos Elíseos hasta el Louvre, desde los Grandes Bulevares hasta la calle de Sèvres, es decir, a lo largo de aproximadamente una cuarta parte de París, alrededor del Palacio Presidencial del Elíseo y de la Asamblea Nacional. Miles de policías apostados en la zona impidieron el inicio de cualquier concentración hostigando a los y las transeúntes. En el otro extremo de la ciudad, una concentración en la Place d’Italie se tomó con calma el despliegue policial e inició una manifestación espontánea en sentido contrario. Los grupos móviles consiguieron bloquear las calles durante varias horas, incendiando contenedores de basura y escapando temporalmente del BRAV-M.
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El ABC de la estrategia es que las tácticas no deben chocar, sino componerse. La prefectura de París ya ha presentado su relato de batalla: manifestaciones masivas responsables pero inofensivas por un lado, disturbios nocturnos protagonizados por flecos radicales e ilegítimos por otro. Cualquiera que haya estado en las calles esta última semana sabe hasta qué punto esta caricatura es mentira y lo importante que es mantenerla así. Porque ésta es su arma definitiva: dividir la revuelta en buenos y malos, responsables e incontrolables. La solidaridad es su peor pesadilla. Si el movimiento gana en intensidad, las marchas sindicales acabarán siendo atacadas y, en consecuencia, defendiéndose. Los bloqueos por sorpresa de las autopistas de circunvalación por parte de grupos de la CGT [Confédération Générale du Travail, un sindicato nacional] indican que una parte de la base ya está decidida a ir más allá de los rituales. Cuando la policía intervino el lunes en Fos-sur-Mer para hacer cumplir las órdenes del prefecto, las y los trabajadores sindicados pasaron a la confrontación. Cuanto más se multipliquen las acciones, más se aflojará el cerco de la policía. Gérald Darmanin mencionó que se han producido más de 1200 manifestaciones espontáneas en los últimos días.
twitter.com/illwilleditions/status/1638342765669937153
“El poder es logístico: bloqueemos todo”
Más allá de su propia violencia, la eficacia de la policía reside también en su poder de distracción. Al determinar el lugar, la forma y el momento de la confrontación, mina la energía del movimiento. Si apostamos por el desorden y la amenaza que supone para el gobierno obligar a Macron a renunciar a la ampliación de la jornada laboral, el bloqueo es crucial. En efecto, nadie esperará indefinidamente la huelga general de una clase obrera y un movimiento obrero erosionados por 30 años de neoliberalismo; el gesto político más evidente, espontáneo y eficaz es ahora el bloqueo de los flujos económicos, la interrupción del flujo normal de bienes y personas.
Lo que se ha organizado en Rennes durante dos semanas puede servir de ejemplo. En lugar de enfrentarse a la policía como objetivo principal, los habitantes de Rennes han organizado asambleas semipúblicas en las que se conciben acciones de bloqueo. Este lunes al amanecer, una convocatoria de “ciudades muertas” vio cómo cientos de personas repartidas por varios puntos de la ciudad acudían a bloquear las principales vías y la circunvalación de Rennes. Dos semanas antes, 300 personas prendieron fuego a contenedores de basura en plena noche, bloqueando la calle de Lorient hasta la madrugada. El reto no consiste nunca en enfrentarse a la policía, sino en cogerla por sorpresa, en volverse sigiloso. Incluso desde el punto de vista de los que sólo juran por números y siguen esperando la huelga general, esta multiplicación de los puntos de bloqueo y el desorden es evidente. Si, tras la explosión en respuesta a la utilización del artículo 49.3 el jueves pasado, sólo hubiera habido el llamamiento [de la dirección sindical oficial] a manifestarse el jueves siguiente, todo el mundo se habría resignado a una última resistencia y a la derrota. Los bloqueos y los desórdenes difusos han inspirado el coraje, la confianza y el ímpetu que el movimiento necesitaba para proyectarse más allá de los plazos determinados a espaldas de los dirigentes sindicales.
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Ocupar para reunirse y organizarse
El colapso de la política clásica con sus partidos y su desilusión ha abierto el camino a experimentos autónomos innovadores. El movimiento contra la ley laboral, Nuit Debout [un movimiento en 2016], los Chalecos Amarillos, les Soulèvements de la Terre [los levantamientos de la Tierra, una serie reciente de movilizaciones medioambientales que utilizan la acción directa de masas], y muchos otros han confirmado en los últimos años que no sólo no quedaba nada que esperar de la representación, sino que ya nadie la quería.
Cada una de estas secuencias merecería un análisis exhaustivo de sus puntos fuertes y débiles, pero nos ceñiremos a un hecho básico: deshacer el poder implica inventar nuevas formas, y para ello, en la atomización de la metrópolis, necesitamos lugares desde los que reunirnos, pensar y actuar. Durante décadas, la ocupación de edificios, campus universitarios u otros lugares ha formado parte de las prácticas obvias de cualquier movimiento. Un rector de universidad que aceptara la intervención de la policía en su campus era inmediatamente condenado, pues se daba por sentado que la reapropiación colectiva y participativa del espacio era la respuesta mínima a la privatización de todos los espacios y a la vigilancia del espacio público.
Está claro que hoy no se tolera ninguna ocupación. Si, como se ha hecho en Rennes, uno toma un cine abandonado para transformarlo en una Maison du Peuple [“casa del pueblo”] donde se reúnen sindicalistas, activistas y vecinos, el alcalde socialista de la ciudad lo desaloja en 48 horas, enviando a cientos de policías. En cuanto a las universidades, sus autoridades invocan descaradamente los riesgos de desórdenes y la posibilidad de la enseñanza a distancia para cerrarlas administrativamente o enviar a la policía contra sus propios estudiantes. Por otra parte, todo esto pone de relieve lo importante que es disponer de lugares donde reunirnos y organizarnos, lo mucho que pueden aumentar lo que somos capaces de hacer. En París, se intentó ocupar la Bourse du Travail [sala sindical] tras una bulliciosa asamblea y un banquete espontáneo bajo el techo de cristal del movimiento obrero. Sin embargo, se marchitó por la noche, debido a la indecisión o la incomprensión de los sindicatos y los y las rebeldes autónomas. Necesitamos lugares para crear conexión y solidaridad y necesitamos conexión y solidaridad para mantener lugares. La historia del huevo y la gallina.
En Rennes, el movimiento superó temporalmente el problema: una vez evacuados, los y las participantes en la Maison du Peuple se reunieron a plena luz del día y siguieron organizando bloqueos y reuniones, probablemente a la espera de estar lo suficientemente unidos y fuertes como para recuperar un lugar con techo, agua corriente y calefacción. En París, los límites que alcanzó el experimento de la Nuit Debout parecen haber excluido la posibilidad de reunirse al aire libre. La caricatura que perdura quiere que las discusiones al aire libre sólo produzcan monólogos sin principio ni fin. Sin embargo, recordamos el aperitivo en casa de Valls2 y la posibilidad, incluso desde nuestra egocéntrica soledad metropolitana, de tomar la decisión a la primera de cambio de acudir a casa del Primer Ministro con varios miles de personas. El hecho de que el Gobierno se empeñe en dejarnos sin puntos de encuentro demuestra la urgencia de establecerlos.
twitter.com/JulesRavel1/status/1638320128914776067
Hacia el infinito y más allá
Como hemos dicho, los contornos del movimiento se están volviendo pre-insurreccionales. Cada día, los bloqueos se multiplican, las acciones se intensifican. El jueves será, pues, decisivo. Desde el punto de vista de la reforma, si las manifestaciones del jueves se descontrolan, Macron se verá acorralado. O bien correrá el riesgo de un sábado negro3 en todo el país -es decir, la vestimenta amarilla que teme por encima de todo- o retrocederá el viernes, invocando el riesgo de importantes estallidos incontrolables.
Todo está en juego ahora, y más. La izquierda está esperando en una emboscada, lista para vender una laguna electoral, la ilusión de un referéndum, o incluso la construcción de la 4ª Internacional, lo que sea necesario para llamar a la paciencia y volver a la normalidad. Para que el movimiento perdure y evite tanto la cooptación como la represión, tendrá que enfrentarse cuanto antes a la cuestión central de todo levantamiento: cómo organizarse. Y, sin duda, algunos ya están pensando y hablando de cómo vivir el comunismo y extender la anarquía.
twitter.com/illwilleditions/status/1638276868192325652
Otros recursos
- Reflexiones estratégicas sobre las manifestaciones espontáneas del 18 de marzo en París
- Una lista exhaustiva de fondos de solidaridad en todo el país
- Fondo de solidaridad contra la represión
Apéndice
Presentamos aquí una traducción apresurada de una declaración de camaradas en Francia cuyo amigo fue gravemente herido por la policía en Sainte-Soline.
Comunicado sobre S., un camarada cuya vida corre peligro tras la manifestación de Sainte-Soline.
El sábado 26 de marzo, en Sainte-Soline, nuestro camarada S. fue alcanzado en la cabeza por una granada explosiva durante la manifestación contra los embalsamientos [proyecto de grandes depósitos de agua para el riego de las explotaciones industriales]. A pesar de su estado crítico, la prefectura impidió primero intencionadamente que intervinieran los servicios de emergencia, y luego les impidió por segunda vez que le trasladaran a una unidad de cuidados adecuados. Actualmente se encuentra en cuidados intensivos de neurocirugía. En estos momentos, su vida pende de un hilo.
El estallido de violencia que sufrieron los manifestantes infligió cientos de heridos, entre ellos varias lesiones físicas graves, como anuncian los diversos informes disponibles. Los 30.000 manifestantes habían acudido con el objetivo de bloquear la construcción de las balsas de riego de Sainte-Soline, un proyecto de monopolización del agua llevado a cabo por un reducido número de personas en beneficio de un modelo capitalista al que no le queda más que defender que la muerte. La violencia del brazo armado del Estado democrático es la expresión más llamativa de ello.
En respuesta a la ventana de posibilidad que ha abierto el movimiento contra la reforma de las pensiones, la policía está mutilando a la gente e incluso intentando asesinar a personas para impedir un levantamiento, para defender a la burguesía y su mundo. Nada debilitará nuestra determinación de poner fin a su reinado. El martes 28 de marzo y los días siguientes, reforcemos las huelgas y los bloqueos, tomemos las calles, por S. y por todos aquellos de nuestros movimientos que han sido heridos y encerrados.
Viva la revolución.
Compas de S.
PD: Si tienes alguna información sobre las circunstancias de las heridas infligidas a S., ponte en contacto con nosotros en:
Queremos que este comunicado se difunda lo más ampliamente posible.
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Una referencia a “la mejor forma de defensa es el ataque”, el texto original hace un juego de palabras con la similitud entre las palabras francesas para “retirada” y “retiro”. ↩
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El 9 de abril de 2016, durante una asamblea general, los participantes en el movimiento Nuit Debout decidieron invitarse a un aperitivo en casa del primer ministro Manuel Valls. Un mes más tarde, el 10 de mayo de 2016, frente a un movimiento social insumiso, Valls anunció que había decidido invocar el artículo 49:3 de la Constitución para aplicar la impopular Loi Travail [ley laboral] sin votación en la Asamblea Nacional, un precedente de la crisis actual. ↩
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A partir del 1 de diciembre de 2018, el movimiento de los Chalecos Amarillos se movilizó repetidamente los sábados, perturbando las zonas urbanas. ↩