Nosotras también recordamos a Aleksei Sutuga

:

La vida de un anarquista y antifascista ruso

Categories:
Localizations:

cdn.crimethinc.com/assets/articles/2024/04/24/header.jpg

Aleksei Sutuga creció en lo más profundo de Siberia, en Irkutsk, la ciudad a la que en su día se exilió Mijaíl Bakunin, por no mencionar a muchos otros rebeldes rusos. Conocido por sus amigos como Sócrates, Aleksei se implicó en los movimientos anarquistas y antifascistas rusos. Es el tema de un nuevo libro, Sócrates, el cabeza rapada: la vida de un antifascista ruso.

Al trazar la historia de su vida, este libro documenta una época desaparecida de la historia rusa. Compuesto por docenas de entrevistas con participantes en los movimientos anarquistas y antifascistas de las dos primeras décadas del siglo XXI, ofrece una de las imágenes más detalladas de esas luchas disponibles en inglés. Es importante que conozcamos hoy ese periodo, porque fue una época en la que la historia aún estaba en juego, cuando las terribles tragedias que desde entonces han tenido lugar en Rusia, Bielorrusia y Ucrania aún no eran inevitables.

Los entrevistados relatan cómo resurgió el anarquismo en Rusia tras el colapso de la Unión Soviética. Compartiendo sus recuerdos de Sócrates, exploran la relación entre el hardcore punk, el straight edge, el veganismo, el anarquismo, el antifascismo y una variedad de otras formas de activismo. Describen cómo Sócrates y sus camaradas se vieron envueltos en un brutal conflicto, primero con los neonazis y luego con las autoridades rusas. Como consecuencia, pasó años en cárceles rusas.

Sócrates no era sólo un luchador. Cantó en bandas de hardcore, se organizó con Acción Autónoma y contribuyó a toda una serie de actividades culturales. También participó en teatro, actuando en obras como Tvoi kalendar’/Pytki, basada en monólogos de participantes en el caso de la Red-un caso judicial en el que la policía rusa utilizó la tortura para obligar a los detenidos a firmar confesiones falsas con el fin de inculparlos como parte de una conspiración terrorista inventada.

Aleksei Sutuga falleció el 1 de septiembre de 2020 en un trágico accidente que se produjo como consecuencia de su elección, una vez más, de defender a los demás.

Por invitación de nuestros camaradas rusos, hemos proporcionado una introducción al libro, emplorando por qué la historia de Aleksei Sutuga debería ser de interés fuera de Rusia. El texto aparece a continuación.


Una protesta en Irkutsk en 2005. El cuarto por la derecha es Aleksei Sutuga, conocido como Sócrates.


Nosotros también recordamos a Aleksei Sutuga

En Rusia, la primera década del siglo XXI fue una época de posibilidades y peligros.

Posibilidad. Porque tras el colapso de la Unión Soviética, era posible proponer nuevas ideas y llevar a cabo nuevos experimentos. Había nuevos problemas y también nuevos horizontes. Para la juventud, la subcultura sirvió de laboratorio para nuevas formas de vida: punk, hardcore, veganismo, straight edge, anarquismo. La primera generación de anarquistas que se encontró tras el fin de la Unión Soviética tuvo que redescubrir cómo articular su sueño de un mundo mejor. La segunda generación continuó donde la primera lo había dejado, creando organizaciones, articulando ambiciones, actuando juntos para ver si podían hacer realidad ese mundo. Aleksei Sutuga formaba parte de esta segunda generación.

Y del peligro. Porque los y las anarquistas no eran las únicas con una visión que proponer. Al mismo tiempo, los neonazis y otros nacionalistas aprovechaban el desorden y el caos en Rusia para cometer atentados y difundir su nociva ideología. Aleksei y algunos otros valientes se propusieron detenerlos.

Sócrates compareciendo por videoconferencia desde la prisión de Butyrka en una vista, 2012.

Al combatir a la extrema derecha cuando aún era un movimiento callejero andrajoso, trataron de impedir que se convirtiera en el próximo orden gobernante. Por poco tiempo, Aleksei y sus camaradas lo consiguieron. Ganaron el control de las calles a los fascistas, sólo para perderlo a manos del Estado. Tras utilizar a la extrema derecha como tropas de choque y apropiarse de su ideología, el gobierno de Vladimir Putin se dedicó a aplastar tanto a fascistas como a antifascistas, suprimiendo el sentido de posibilidad que había prevalecido en Rusia.

Seguimos todo esto de lejos desde Estados Unidos. Mientras nosotros y nosotras organizábamos Food Not Bombs y Really Really Free Markets, nuestros homólogos rusos luchaban contra los fascistas en salas de conciertos y vagones de tren. Mientras nosotros y nosotras destrozábamos oficinas de reclutamiento del ejército, ellos lloraban a compañeros asesinados por neonazis. Después de que nosotros y nosotras nos reuniéramos en parques y plazas para Occupy Wall Street, ellos se congregaron en la plaza Bolotnaya en 2011 en un intento desesperado por impedir que Putin consolidara su control. Para cuando participamos en los levantamientos de Ferguson y Baltimore, muchos anarquistas rusos ya habían sido asesinados o forzados al exilio, y Aleksei estaba en prisión.

Sócrates en 2017, tras su liberación de la colonia penal de Angarsk.

Y luego, en Estados Unidos, éramos nosotros y nosotras los que llorábamos a compañeros asesinados por neonazis y nos afanábamos por frustrar a un aspirante a déspota. El contexto ruso que nos había parecido distante no estaba tan lejos después de todo.

Así que no se trata simplemente de una historia sobre el Salvaje Oriente, una tierra exótica y lejana. Las mismas fuerzas y procesos geopolíticos que actúan en Rusia también actúan donde vivimos, y los exotizamos por nuestra cuenta y riesgo. Al igual que Aleksei y quienes le recuerdan, nosotros y nosotras también nos enfrentamos a un movimiento fascista impulsado por el aumento de la desigualdad y la desesperación, nosotros y nosotras también nos enfrentamos a un autoritarismo creciente. Debemos entender las condiciones en Rusia y nuestras propias condiciones como diferentes facetas de la misma cosa.

Esto es especialmente apremiante porque esta historia aún no ha terminado, ni en Rusia ni en Estados Unidos.


La policía acosa a los manifestantes que apoyan a los acusados en el caso de la Red después de que fueran condenados a entre seis y dieciocho años en una colonia penal cada uno. 2 de febrero de 2020.


Si observamos la Rusia de 2024, podemos ver que la violencia estatal no llega a su fin una vez que un solo autócrata consigue consolidar el poder. Al contrario, una vez aplastada la disidencia interna, la clase dominante busca a su alrededor otros enemigos, otras fronteras para la conquista. El autoritarismo no es un orden estático, sino un sistema volátil. Es un fuego que debe consumir cada vez más combustible para persistir. Cuando los autoritarios se aseguran el control de una sociedad, la guerra es el siguiente paso inevitable.

Hoy vivimos en el futuro que Aleksei y sus camaradas intentaron evitar. Por difíciles que fueran sus tiempos, lo que ha venido después ha sido peor. Luchamos contra el fascismo y el totalitarismo porque sabemos que cada vez que perdamos una batalla contra ellos, tendremos que volver a librarla, sólo que en peores términos, en condiciones aún peores.

Este libro es una valiosa obra de memoria histórica, un gesto de desafío contra la muerte y la autocracia. A lo largo de siglo y medio, sólo ha habido unos pocos años durante los cuales los y las anarquistas pudieron organizarse abiertamente en Rusia. Algunos aún recuerdan a Mijaíl Bakunin, Peter Kropotkin, la Makhnovschina, el levantamiento de Kronstadt, la batalla por el bosque de Khimki, pero ¿quién sabe cuántas personas valientes como Aleksei han sido borradas a la fuerza de los registros históricos? Recordar su vida y aprender de la situación a la que se enfrentó es una forma de resistir al totalitarismo. También es una forma de aprender más sobre nosotras mismas y sobre cómo podemos actuar hoy.

Porque nosotras también nos enfrentamos a una época de posibilidades y peligros.


Puede encargar el libro aquí.

cdn.crimethinc.com/assets/articles/2024/04/24/4.jpg

Olga Sutuga: Hace tiempo que conozco, y de hecho comparto, las inclinaciones políticas de mi hijo. No puedo decir que sea anarquista, sólo estoy empezando a leer a Mijaíl Bakunin y a Néstor Makhno. Pero sí observo los principios del anarquismo.

Sócrates: Es simple, todo es muy simple. Lo más importante es que la gente no aspire a obtener el poder. Si quieren el poder, entonces por definición no son de los nuestros.

Voz del público: ¿A qué debemos aspirar entonces?

Sócrates: ¿A qué debemos aspirar? A la vida. Por una vida libre, por la autorrealización, por el conocimiento, por las estrellas por amor de Dios. Pero definitivamente no al poder.