En los últimos dos días, el conflicto ha estallado en las calles de varias ciudades colombianas en respuesta al brutal asesinato en Bogotá, la capital, de Javier Ordóñez, de 43 años, abogado y padre de dos hijxs. Ordóñez se encontraba bebiendo pacíficamente en la calle en frente del apartamento de un amigo, cuando llegó la policía y sin que mediara provocación alguna, comenzaron a golpearle y le dispararon 11 veces con un taser. Cuando llegó al hospital, tras una nueva paliza en la comisaría de policía, ya estaba muerto.
Un video grabado por amigxs de Ordóñez, compartido en redes sociales, detonó las protestas en Bogotá, Cali, Medellín, Bucaramanga, Popayán, Ibagué, Barranquilla, Neiva, Tunja, y Duitama. Solo en Bogotá se dañaron 56 subestaciones de policía, llamadas CAIs (Comandos de Atención Inmediata), la mayoría fueron quemadas. Aunque los principales medios de comunicación informaron sobre el asesinato de 8 personas a manos de la policía o paramilitares durante la primera noche, el jueves circulaban por Colombia imágenes que confirmaban 10 muertxs, todxs identificadxs a excepción de una persona. Las cifras de heridxs varían dependiendo de la fuente. El New York Times declaró que unas 66 personas más sufrieron heridas de bala la noche del 9 de septiembre, con un total de más de 400 heridxs.
Colombia tiene una larga historia de violenta represión a manos del estado y grupos paramilitares, que se ha intensificado con la pandemia. Bajo el mandato del actual presidente Ivan Duque, considerado una continuación de la anterior narco-administración corrupta del presidente Álvaro Uribe, el gobierno de Colombia ha fracasado en mantener su parte del acuerdo de paz con las fuerzas guerrilleras desarmadas, y los asesinatos y desapariciones de activistas, disidentes y revolucionarixs se han incrementado significativamente.
En el siguiente informe y entrevista, exploramos el trasfondo y las implicaciones del capítulo más reciente de la ola global de revueltas contra la policía y la represión del estado. Para más información sobre las luchas sociales en Colombia y otras partes de Latino América, consulta Avispa Midia y el Proyecto de Acompañamiento Solidario con Colombia PASC, ambos proyectos colaboraron con este artículo.
10 de septiembre, 2020: 10 personas asesinadas, Bogotá, Colombia. Justicia y que pare el genocidio.
Trasfondo: El Paro Nacional del 2019
El 21 de noviembre del 2019, inspirándose en la revuelta chilena y otros levantamientos populares de Sudamérica, varios sectores de la sociedad colombiana tomaron las calles. Las protestas, que a menudo adoptaron un tono militante y cuya duración fue de aproximadamente un mes, no se debían a ningún agravio específico, sino que respondían a múltiples factores que habían hecho insoportable la vida en este país desgarrado por la guerra. El gobierno de Duque intentaba aprobar un impopular paquete de medidas de austeridad, lxs estudiantes demandaban mejores fondos para la educación, y los asesinatos de activistas, indígenas, y ex-guerrillerxs a manos del estado o grupos paramilitares habían aumentado.
La movilización, que duró un mes, se llegó a conocer como paro nacional. Más que su duración, su importancia radicó en que era la primera vez en décadas que se veía semejante movilización autónoma de masas. Durante años, la resistencia militante había sido monopolizada por grupos guerrilleros especializados y armados como las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) y el ELN (Ejército de Liberación Nacional). El paro representó el regreso de una confrontación callejera más generalizada que se prestó a una participación mucho más amplia.
“La policía nos cuida? NO, la tomba somete, mutila, viola y mata.”
Un Año de Revuelta en Sudamérica
El paro nacional de Colombia debería analizarse en el contexto de los movimientos que sacudían otros países sudamericanos en ese momento. Aunque el levantamiento chileno fue más duradero y tuvo más alcance en términos de autogestión y militancia, Ecuador, Perú, Bolivia, y Paraguay también vieron cómo se generalizaban las protestas en 2019. En Bolivia, un complejo y tenso conflicto desembocó en un sangriento golpe de estado por parte de derechistas cristianxs.
Como en Colombia, las movilizaciones fueron provocadas por diferentes causas. Durante décadas—o más bien durante siglos—Latinoamérica ha sufrido elevados grados de violencia y desigualdad. Gracias a las políticas de austeridad, el mayor impacto del reciente estancamiento económico se ha trasladado a la fuerza a lxs más desfavorecidxs.
Los ejemplos de revueltas en otros países Sudamericanos, así como en Hong Kong y otros lugares, ayudaron a desencadenar el mes de protestas que tuvieron lugar en Colombia a finales del año pasado. Las nuevas tácticas, popularizadas en Hong Kong y Chile, se reflejaron en el uso efectivo de la táctica del bloque de escudos de ¨primera línea¨ por parte de lxs rebeldes colombianxs.
Los meses de conflicto en Chile, que sólo se vieron interrumpidos por la pandemia, proporcionaron un horizonte para otrxs en Sudamérica y el resto del mundo. Por otro lado, la pesadilla que Bolivia ha vivido en el último año es un recordatorio de que los golpes de estado y regímenes abiertamente racistas presentan todavía una amenaza real. El riesgo es alto, como bien saben lxs colombianxs tras años de violencia estatal y paramilitar.
Pandemia, Conflicto Económico, y Represión
Colombia se vio fuertemente afectada por la pandemia—y por intensas cuarentenas militarizadas, que la mayoría se vio obligada a violar por su desesperada situación económica. En un país donde la mayor parte de la población obtiene sus ingresos en la economía sumergida, se criminalizó aún más a las personas por hacer lo que necesitaban para sobrevivir en el día a día.
La ya de por si complicada vida se volvió aún mucho más difícil. Las atrocidades pasaban casi desapercibidas. En una ocasión, el estado masacró a 23 prisonerxs en la cárcel de La Modelo por protestar contra sus precarias condiciones y la falta de medidas adoptadas contra la pandemia.
El estado y otros grupos armados han estado usando la pandemia para encubrir un aumento en la represión de organizaciones y movimientos de resistencia. Preguntadx sobre la actual revuelta, un/a anarquista de Cali afirmó, “Esto se veía venir desde hace tiempo. Las masacres estaban ocurriendo casi a diario. No vamos a seguir soportando esto y estamos en las calles dándolo todo”.
La multitud se enfrenta a un vehículo blindado del ESMAD en Bogotá el 9 de septiembre.
Paralelismos con la Rebelión de George Floyd
Aunque la solidaridad internacional con el levantamiento en contra de la policía en EE.UU fue rápida y llegó a muchas partes del planeta, en muchos sentidos, esta revuelta, marca la primera aparición real del mismo modelo en otro país. La escala y rapidez de la respuesta en Bogotá ante el asesinato de Ordóñez ya ha eclipsado lo que ocurrió en Minneapolis o Kenosha. Esto no es del todo sorprendente tratándose de un país con un tamaño y población similar al del estado de California, y que desde los acuerdos de paz del 2016 ha visto como 971 activistas, defensorxs de los derechos humanos, y ex-guerrillerxs eran asesinadxs.
Las protestas fueron lideradas principalmente por jóvenes—de las nueve muertes confirmadas la noche del 9 de septiembre, ocho de lxs fallecidxs se encontraban entre los 17 y los 27 años. Lxs combatientes callejerxs atacaron principalmente a la policía, las comisarías y los bancos, pero la destrucción fue bastante generalizada.
Queda por ver cómo se combinan algunos de los elementos espontáneos de las protestas de los dos últimos días, con la militancia organizada que se desarrolló en noviembre y diciembre pasados. En Estados Unidos vimos aparecer en Kenosha, a finales de agosto, tanto rasgos de la ola inicial de disturbios en Minneapolis, como de las formas de organización de “primera línea” que se desarrollaron en Portland.
Algunos aspectos del lenguaje utilizado en las calles de Colombia se asemejan al utilizado en las revueltas que comenzaron con el asesinato de George Floyd. Más allá del consabido ACAB, que se encuentra en todas partes, lxs manifestantes portaban pancartas que rezaban “la policía no nos cuida”. Un destrozado cartel publicitario se redecoró con la frase “Nada vale más que la vida”.
Desafortunadamente, los principales medios de comunicación de Colombia ya están desplegando su propia versión de la deshonesta narrativa del “agitador externo” que tan nociva fue en EE.UU durante los meses de mayo y junio. Un informe de RCN Noticias, canal colombiano de noticias, aviva el miedo a los grupos callejeros altamente organizados bajo la dirección de fuerzas guerrilleras:
“La destrucción de 56 CAIs no fue un caso de incidentes aislados, sino que se trata de una estrategia articulada que se preparó con antelación, a la espera de un detonante. Tenemos detalles sobre colectivos armados, su preparación para un ataque, y su reclutamiento de jóvenes en escuelas y universidades. Este informe… revela una serie de células o grupos vecinales detrás de las violentas protestas, grupos dedicados a crear el caos, que siguen instrucciones del ELN y de grupos disidentes de las FARC.”
Tras una explicación ridículamente paranoica del significado de “ACAB”, dieron paso al Ministro de Defensa colombiano Carlos Holmes Trujillo: “Esto tiene un origen internacional. Tiene un origen internacional y está dirigido contra la policía de países de todo el mundo”.
Como en el caso de su homólogo en EE.UU, esta falsa narrativa le sirve para deslegitimizar la protesta a los ojos de la población. En EE.UU preparó el escenario para que al menos parte de la población aceptara una fase mucho más brutal de represión policial. Más jóvenes colombianxs serán asesinadxs debido a las declaraciones irresponsables y sin fundamento de estxs “periodistas”.
El principal inversor de RCN es el billonario colombiano Carlos Ardila Lülle, particularmente odiado por sus inversiones en la industria del azúcar en el estado de Cauca, donde muchxs indígenas Nasa han sido asesinadxs por su oposición al monocultivo de caña de azúcar que invade sus tierras. El poder de Lülle se extiende más allá de los medios de comunicación y la industria, y llega también a la política e influencia narco-paramilitar.
No hay un complot internacional organizado “en contra de la policía de países de todo el mundo”. ¿Quién podría organizar una cosa así? Solo lxs más ricxs tienen los recursos necesarios para promover rebeliones que de otra manera no se llevarían a cabo— y buscan suprimir los movimientos de cambio, no promoverlos. Lo cierto es lo contrario: lxs políticxs y la policía de todos los gobiernos del mundo se coordinan para imponernos violentamente el orden mundial capitalista a todxs nosotrxs. No hay una conspiración secreta que organice la resistencia: la situación se ha vuelto tan grave que están estallando revueltas como respuesta a las condiciones que se imponen a la gente. Si existen paralelismos entre las revueltas en las distintas partes del mundo, es simplemente porque los medios de represión son universales, debido a la homogeneidad de la clase dominante global y las estrategias que sus miembrxs utilizan. La policía, en todas partes, es la vanguardia de esta represión.
Comisaría de policía quemada y vandalizada en Bogotá la noche del 9 de septiembre.
10 de Septiembre: Más Protestas
Las manifestaciones continuaron en Bogotá, Cali, y otras ciudades durante la noche del 10 de septiembre. Según un/a activista de medios independientes que se encontraba en las calles de Cali, tanto el ESMAD (Escuadrón Móvil Antidisturbios), como carabinerxs, policía montada, y policía militar fueron fuertemente movilizados—esto fue una atípica demostración de fuerza, especialmente el uso de la policía militar. Los rumores sobre el uso de munición real contra lxs manifestantes aún no se han confirmado, pero existen fotos de la policía apuntando a la gente con pistolas. Horas después de que se convocara la protesta en Cali el 10 de septiembre, un grupo de manifestantes se vio obligado a refugiarse en el hospital universitario, donde lucharon valientemente durante horas, mientras permanecían rodeadxs por la policía. A eso de las 9 pm, al menos 32 personas habían sido arrestadas, aunque solo siete habían sido identificadas según Medios Libres Cali.
En Bogotá, a eso de las 10:30 pm del 10 de septiembre, organizaciones pro-derechos humanos informaron de 138 arrestos confirmados. El número aumentó durante la noche. Aunque no se informó de más asesinatos perpetrados por la policía, fuentes que documentaban los hechos en twitter describieron continuas palizas, desapariciones y torturas a lxs manifestantes.
Parece poco probable que los disturbios se calmen a corto plazo.
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Entrevista: Anarquista de Bogotá
Un/a antigux residente de Bogotá y miembrx de PASC, Proyecto de Acompañamiento Solidario de Colombia, proporciona más contexto en la siguiente entrevista en profundidad.
—¿Qué ha llevado a esto?
El contexto que originó esta situación en las calles de Bogotá el 9 de septiembre y hoy, 10 de septiembre, tiene que ver con un conflicto social de larga duración. La pandemia hizo más obvia una situación que ya venía desarrollándose en términos de pobreza, exclusiones, suburbios llenos de gente desplazada… el conflicto armado que aún persiste, la guerra contra lxs pobres. La guerra de lxs paramilitares contra lxs campesinxs continúa en las zonas rurales, por lo que siguen produciéndose oleadas de desplazamientos de personas pobres que se quedan atrapadas en los suburbios. Generalmente, la población sobrevive gracias a la economía sumergida… y acaba de pasar los últimos seis meses siendo criminalizada por el mero hecho de salir de sus casas para comprar comida. La gente se muere literalmente de hambre; los últimos meses han afrontado una situación insostenible. La constante violencia policial, como en muchos otros lugares del mundo, es algo que enfurece a la gente, especialmente a las personas pobres que son quienes viven la represión—las cárceles están llenas de gente pobre.
Definitivamente todo esto tiene que ver con lo que pasó. El 9 de septiembre por la mañana, a las 4 am, un hombre estaba tomando una cerveza con unxs amigxs en la calle, lo que es ilegal… entonces apareció la policía y, según sus amigxs, el tipo dijo “OK, vale, ponerme una multa, está bien, estoy tomándome una cerveza en la calle, ¿me queréis poner una multa?, ponerme una multa”, y la policía respondió “No, hoy no va a haber multa,” y comenzaron a golpearle y darle descargas eléctricas. Según la autopsia recibió al menos 11 descargas. Al final, se lo llevaron a comisaría, donde le golpearon nuevamente, y por último lo llevaron al hospital. Cuando llegó al hospital, ya estaba muerto.
Y después, peor incluso que todo eso, cuando la familia se encontraba en su casa, velando el cuerpo y practicando sus ceremonias, aparecieron lxs agentes de policía, orgullosxs, taser en mano. Esa actitud por parte de la policía fue la que desató todo—la gente se siente oprimida, sienten que sus vidas no valen nada, y por ello salieron a las calles ayer por la noche.
La primera convocatoria fue a las 5 pm. Mucha gente se reunió alrededor de la comisaría de policía. La policía actuó de manera represiva contra la gente que se encontraba allí. Así fue como la situación se transformó en disturbios. Unas 50 comisarías de policía fueron quemadas. La policía utilizó esta excusa para abrir fuego contra la gente—por ahora tenemos confirmación de siete muertxs y 45 heridxs, al menos 20 de ellxs por heridas de bala. Les dieron, literalmente, la orden de disparar a la gente en las calles, de disparar a matar. Así que las imágenes que podemos ver en las redes sociales son perturbadoras: agentes de policía, algunxs sin sus uniformes, y civiles, que no se sabe si son policías, familia de policías, paramilitares, o lo que sea, persiguiendo a gente por las calles para dispararles.
Esto es lo que pasó ayer por la noche, hasta bastante tarde. Ahora, 10 de septiembre; hay más manifestaciones frente a la comisaría de policía, y algunas personas ya han sido arrestadas.
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—¿Cómo describirías la relación entre lo que está ocurriendo y el paro nacional del año pasado?
Tenemos que entender que, en Colombia, desde hace siete años, diez años, ha habido un proceso constante de movilización… el último gran episodio fue una huelga general en noviembre del 2019. Paró por el fin de año, pero debería haberse retomado en marzo del 2020 1— sin embargo, como ocurrió a la gente en todo el mundo, nos quedamos atrapadxs en casa durante seis meses debido a la pandemia. Así que hay mucho enfado, mucha rabia que viene de la frustración que la gente sentía meses atrás. Las movilizaciones de lxs campesinxs en las ciudades también han creado cierto tipo de tejido social—lxs vecinxs se conocen porque salían a hacer caceroladas juntxs, cada noche, durante todo noviembre y parte de diciembre. Ese tejido social fue la base de las movilizaciones en curso, incluso de lo que está pasando hoy. Así que definitivamente podemos ver un vínculo y un desarrollo a partir de esas situaciones.
—¿Cuál ha sido el rol de lxs anti-autoritarixs en la revuelta?
Ha sido realmente interesante en varias de las movilizaciones de los últimos años y especialmente en la última, la huelga—no solamente han salido a las calles lo que aquí llamamos gente “organizada”. Con “Organizada” quiero decir que son parte de una federación anarquista, un sindicato, una organización campesina, o de algún movimiento social activo en Colombia. Va más allá de estas categorías. Puedes ver a tus vecinxs, que nunca habían organizado nada, pero que están contra la injusticia, uniéndose a protestas que antes estaban compuestas solo por activistas. Ha sido muy interesante ver ese cambio, con respecto al tipo de personas que sale a la calle—y también a diferentes personas que trabajan juntas, antiautoritarixs y personas de movimientos sociales, movimientos indígenas, y ver todo eso unido. En el último mes, a pesar de la pandemia, movimientos indígenas, campesinos, y estudiantiles se han unido en algo llamado la Marcha por la Dignidad —desde hace dos semanas, de 50 a 100 personas han estado caminando hacia Bogotá desde diferentes regiones. Esta marcha obtuvo el apoyo de muchas personas. Esto ha sido otro elemento catalizador.
Una multitud el 9 de septiembre.
—¿Ves conexiones entre lo que está ocurriendo y la revuelta antipolicial que comenzó en mayo en EE.UU?
Definitivamente podemos ver un vínculo entre la revuelta aquí y la que hemos visto en Estados Unidos. Obviamente, hay un problema de racismo sistémico en Estados Unidos y lo que esto significa para las personas negras; pero Black Lives Matter y todo lo que esa lucha significa en Estados Unidos no es exactamente lo mismo aquí, incluso cuando se puede ver que quienes se ven más afectadxs por los asesinatos de líderes sociales, durante la ola de masacres en las zonas rurales de Colombia, son indígenas, son comunidades negras organizadas que tienen otra forma de ver la vida, que tienen conexiones comunitarias y otro proyecto de vida, que no es el capitalismo. Así que hay similitudes y hay diferencias.
Pero creo que, el tema principal es que la pandemia es solo un ejemplo más que confirma por qué la gente ya no puede soportar este sistema, y se está verdaderamente rebelando contra esa opresión. Esta es la principal conexión, esto es lo que podemos aprender, ahí es donde podemos construir puentes en términos de preguntas como ¿Con qué mundo soñamos? ¿Podemos soñar con crear un mundo donde no necesitemos cárceles? ¿Podemos crear un mundo donde no necesitemos al estado? Ese es el tipo de preguntas que debemos hacernos—y esa es la base desde donde podemos construir puentes entre las luchas en Estados Unidos y el resto de las Américas, junto a comunidades Indígenas y Negras en lucha.
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—¿Qué rol han jugado los grupos paramilitares en la represión?
El conflicto armado en Colombia continúa. Realmente la principal guerra contra la población no tenía mucho que ver con las FARC—la guerra es, de hecho, una guerra del estado contra su propia gente, contra su propio territorio, porque muchas comunidades tienen otra forma de vida. No quieren depender del estado, quieren tener autonomía territorial, quieren tener su propia economía, que no es una economía capitalista. Así que hay una guerra continua en contra de esos proyectos.
Y esta guerra se desarrolla a través de medidas legales—existe un marco legal— hay personas detenidas y arrestadas, hay presxs políticxs, la población es reprimida por la policía. El paramilitarismo es una estrategia que el Estado ha utilizado siempre como forma de sembrar el terror en las zonas rurales, para llevar a cabo un genocidio contra lxs indígenas y acabar con sus proyectos, con ese tejido social. El propio tejido social es el objetivo militar de la estrategia paramilitar. Esto es algo que está tan arraigado en la sociedad colombiana, desde hace tantos años, que, ayer por la noche, ni siquiera nos sorprendió ver a civiles armadxs uniéndose abiertamente a la policía y ayudándola. Porque la actividad paramilitar está tan arraigada en la práctica de las fuerzas militares y policiales de Colombia, desde hace tanto tiempo, que ambas están profundamente vinculadas.
—¿Qué significa esta revuelta en el contexto general de los movimientos sociales en Colombia y Sudamérica?
Algunas de las organizaciones más importantes han estado planeando cómo organizar la vuelta a la huelga general. De hecho, se espera para el 21 de septiembre. Así que estos disturbios—esta revuelta—es interesante que llegue en un momento en el que todxs, a quienes hemos visto estar tranquilxs durante la pandemia, incluso cuando la situación era insoportable, esperaban que algo ocurriera. Para las personas que se han visto en la calle en las últimas semanas, la miseria a la que gran parte de la sociedad se ha visto condenada es absolutamente insoportable. Así que todxs han estado esperando, esperando un gran levantamiento. Es un ejemplo de lo que está por venir.
Es un ejemplo de lo que se espera en Colombia, pero es también un ejemplo de lo que está por venir en el resto de Sudamérica. Brasil se encuentra en una situación terrible. Hemos visto lo que ha estado pasando en Argentina con la policía intentando dar una especie de golpe de estado ayer, 9 de septiembre. Se palpa el crecimiento de cierta conflictividad social, y tiene que ver con el hecho de que este sistema económico no puede darnos lo que necesitamos. Ahora bien, esto no significa que con la revuelta y la lucha consigamos la paz y la anarquía… desafortunadamente, también puede alimentar al fascismo. Pero es una lucha que tiene que llevarse a cabo, es una lucha que no debe ceñirse sólo a las revueltas, también debe llevarse a cabo desarrollando el tejido social, estableciendo conexiones, construyendo diferentes proyectos, diferentes alternativas, muchas de las cuales ya tenemos, aunque otras aún deben ser creadas.
Sólo por nombrar algunos ejemplos de cosas inspiradoras que han pasado—durante la pandemia, organizaciones campesinas de trayectoria autónoma han estado enviando grandes cantidades de comida a barrios pobres de Bogotá y otras ciudades. Hemos visto ejemplos similares en otras partes de Sudamérica. Por ejemplo, en algunas de esas regiones, tienen sus propios sistemas de seguridad—su propia guardia, guardias sin armas. Esto es una antigua propuesta de las comunidades para reemplazar a la policía, para decir, ya sabes, no necesitamos que la policía venga del estado—tenemos nuestra propia estructura comunitaria que garantiza nuestra seguridad. La idea de lxs indígenas sobre lxs guardias es totalmente diferente. Tienen un palo, pero nunca es usado para golpear a nadie; es un palo que representa una autoridad colectiva, se le da a alguien y se le puede quitar en cualquier momento. Lograr que la guardia comunitaria funcione es una responsabilidad colectiva. Así es que tenemos la guardia Indígena, la guardia cimarrona, guardias comunitarias Negras, y actualmente, lo que se ha llamado la primera línea, jóvenes que han formado líneas de protección en las manifestaciones estudiantiles y la huelga, y que durante el mes pasado han estado intercambiando conocimientos con las guardias de las zonas rurales, para que todxs puedan entender esa perspectiva, y que pueda aplicarse en las ciudades.
Así que la gente no está solo participando de la revuelta, no está únicamente luchando contra el sistema—también están imaginando y creando nuevas formas y nuevos enfoques que hagan posible otro tipo de sociedad. A pesar de la rabia que puedo sentir ahora sobre todas las cosas horribles que hemos visto en las últimas horas, y las últimas semanas—he perdido la cuenta, pero durante el último mes y medio, llevamos unas 15 masacres y 60 personas asesinadas por soldados o paramilitares en zonas rurales—la ola de violencia puede llevarle a unx a una desesperación total, pero vemos que hay ejemplos inspiradores para anarquistas y anti-autoritarixs, o quien sea que quiera ver un mundo sin opresión y sin estado, hay cosas que nos llenan de esperanza.
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Más Información
Introducción al Anarquismo y Resistencia en Bogotá—Resumen del contexto de las luchas sociales en Bogotá hace una década y media, escrita por visitantes de Estados Unidos.
Apéndice
“Las Protestas del 9 de Septiembre contra la Brutalidad Policial en Colombia” Comunicado del Grupo Libertario Vía Libre.
Originalmente publicado el 10 de Septiembre de 2020.
En la tarde del miércoles 9 de septiembre de 2020 se presentaron en Colombia múltiples protestas contra la brutalidad policial en ciudades como Bogotá, Medellín, Cali2, Barranquilla, Ibagué y Tunja. Con eje en la capital, la actividad inició con una concentración de varios centenares de personas frente al Comando de Acción Inmediata (CAI) en el barrio Villa Luz de la localidad de Engativá, donde se presentó un fuerte choque con las fuerzas de seguridad. Desde allí los escenarios de denuncia y choque, con miles de participantes, se extendieron a otros sectores de la ciudad, principalmente en barrios populares, a localidades como Suba y Kennedy, y, en menor medida, Bosa, Usme, Teusaquillo, Antonio Nariño, Usaquén y Ciudad Bolívar, así como poblaciones del conurbano de Bogotá como Soacha y Madrid.
Convocada espontáneamente por redes sociales tras el cruel asesinato de Javier Ordoñez por parte de agentes de la Policía en la madrugada del mismo miércoles, las protesta contra la acción represiva sorprenden por su magnitud y rapidez. La actividad fue catalizada por la difusión del video donde se muestra los tratos crueles a los que someten varios policías a un Javier Ordoñez ya reducido y en el suelo. La respuesta de la población parece influida por la movilización de la población negra de Estados Unidos contra la policía racista tras el asesinato de George Floyd, y la experiencia anti represiva de las jornadas de movilización de noviembre-diciembre de 2019 en el país, motorizada a su vez por el asesinato del joven Dilan Cruz.
La jornada de protesta contra la brutalidad policial del 9 de septiembre cuenta con elementos de revuelta local, y es protagonizada por jóvenes populares, habituales víctimas de la brutalidad policial y blanco principal del desempleo, el trabajo precario y la violencia urbana. La misma retoma, aunque aún sin una continuidad política clara, las protestas del movimiento de mujeres contra la violencia sexual cometidas por las Fuerzas de Seguridad en junio de este año, las movilizaciones por hambre de trabajadoras desempleadas y habitantes de barrios populares en los primeros meses de la cuarentena y las más débiles jornadas de movilización del 21 de agosto contra las masacres y el incremento de la violencia en el país.3
En medio de un contexto marcado por el cansancio social y la crisis económica generada por las medidas de aislamiento obligatorio y la crisis socio sanitaria derivada de la pandemia del COVID-19, estas protestas se articulan con una nueva ola de denuncias por parte de víctimas, organizaciones defensoras de derechos humanos y medios de comunicación, de múltiples prácticas de brutalidad policial cometidas por las fuerzas de seguridad antes y durante la cuarentena. Su naturaleza explosiva muestra la existencia de un malestar importante entre múltiples sectores sociales y el desarrollo de una cierta identidad común entre las participantes, si bien desorganizada y fragmentada.
La lucha contra la brutalidad policial, reclamando justicia para Javier Ordoñez, Anderson Arboleda, Dilan Cruz y todas las víctimas de la represión gubernamental, resulta hoy vital. Es una lucha que debe partir del reconocimiento de la centralidad y la sensibilidad de las víctimas y sus familias, y debe hacerse analizando el especial énfasis que la represión institucional hace contra las jóvenes populares, la población negra y las disidencias sexuales. El ejemplo del caso de Nicolás Neira, asesinado hace 15 años por el Escuadrón Móvil Antidisturbios (ESMAD), debe llevarnos a cuestionar el carácter mismo de las Fuerzas de Seguridad en el marco de un Estado represivo y una sociedad capitalista injusta, violenta y desigual, esbozando posibles alternativas de auto organización y auto cuidado, en miras al socialismo y la libertad.
¡Justicia para las víctimas de la brutalidad policial!
Grupo Libertario Vía Libre
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En marzo 2020 se anticipaba el comienzo de una nueva fase de la revuelta en Chile. ↩
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La ciudad de Cali y alrededores fueron el epicentro de una gran revuelta liderada por esclavxs y ex-esclavxs Afro-Colombianxs conocidxs como lxs Zurriago, en 1850 y 1851. La revuelta incluyó azotar públicamente a esclavistas y la destrucción de cercos que habían sido construidos por latifundistas en tierras comunes, y jugó un rol importante en desatar la Guerra Civil de 1851, que culminó con la abolición de la esclavitud en Colombia (en ese entonces conocida como Nueva Granada). ↩
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La acción del 21 agosto fue una marcha en protesta contra las masacres dirigidas contra jóvenes de todo el país durante el mes de agosto. Un análisis de la acción, publicado en el sitio web de Vía Libre el 28 de agosto, argumentaba que fue necesaria para construir conexiones mas fuertes entre los movimientos sociales, como los de lxs estudiantes, campesinxs, y trabajadorxs, para así fortalecer la resistencia a la violencia del estado. ↩