Con motivo del 150 aniversario de la revolucionaria Comuna de París, volvemos a revisar la película experimental que Peter Watkins realizó para invocar el espíritu de la Comuna, un desafío audaz al papel del cine y un ejemplo de la memoria histórica como arma.
Un borrador anterior de este texto apareció en el número 8 de Rolling Thunder, nuestra revista anarquista de vida peligrosa.
La película
Antes de presentar nuestros comentarios sobre la película, aquí está para facilitarte su visualización:
La Commune de Paris, 1871 por Peter Watkins (1999; 5 horas y 45 minutos)
El artículo principal del segundo número de Rolling Thunder preguntaba si lxs anarquistas deberían entender la liberación como la consumación de los valores y deseos actuales, o como un rechazo total de ellos. Se podría plantear una pregunta paralela sobre el cine radical: ¿es mejor apropiarse de las estéticas populares y volverlas contra los poderes fácticos, o transgredirlas en el curso del rechazo al sistema que las produjo? ¿Una película épica de Hollywood, realizada con actores estelares y animación CGI, seduciría a lxs espectadorxs a posicionarse al otro lado de las barricadas de manera más eficaz que la famosa pantalla en blanco de Guy Debord, o simplemente utilizaría los deseos rebeldes para atraer a más espectadores a sus asientos y ayudarlos sacar toda esa rebelión fuera de sus sistemas?
En 1871, al final de una desastrosa guerra con Alemania, París experimentó un levantamiento popular. Lxs rebeldes expulsaron a las fuerzas gubernamentales de la ciudad, convocaron un consejo de delegadxs inmediatamente revocables e intentaron llevar a cabo varios ambiciosos experimentos sociales en pro de la liberación de la mujer, la autogestión de lxs trabajadorxs y la educación pública. Después de dos meses, una contraofensiva reaccionaria, apoyada por lxs alemanes, reconquistó la ciudad, aunque lxs comunerxs lucharon calle a calle y manzana a manzana; lxs invasores asesinaron abiertamente a decenas de miles de parisinxs y luego ejecutaron o deportaron a decenas de miles más. Anarquistas y comunistas aclamaban la Comuna como la primera revolución proletaria; por otro lado, como escribió Edmond de Goncourt,
“…un derramamiento de sangre como este, al asesinar la parte rebelde de la población, solo postpone la siguiente revolución… La vieja sociedad tiene por delante 20 años de paz…”
En 1999, el director de cine y televisión disidente Peter Watkins se propuso representar el levantamiento en una película que pretendía ser tan horizontal y experimental como la propia Comuna. Cientos de actorxs fueron reclutadxs de acuerdo con la clase y la política de las figuras históricas que iban a representar, desde rudxs radicales hasta conservadorxs burguesxs; la mayoría no tenía experiencia previa en actuación. Formaron grupos de estudio para aprender sobre la vida de lxs constituyentes y oponentes de la Comuna, y discutieron la relación entre el París de 1871 y la Europa moderna. Un decorado que representa el distrito obrero 11 de París, uno de los últimos en caer al final del levantamiento, fue construido dentro de una fábrica en desuso en la zona del estudio del pionero del cine Georges Méliès. En esta configuración, el elenco representó la historia de la Comuna de París de principio a fin, mientras que el equipo de cámara se apresuró a filmar como si estuvieran documentando un levantamiento actual. Se le podría llamar memoria histórica teatralizada, pero el efecto es más parecido a una sesión de espiritismo, en la que lxs participantes invitan a los espíritus de lxs comunerxs mártires a poseerlxs, entregando el mensaje de la Comuna con la misma urgencia que tenía en 1871.
Como expresó la Internacional Situacionista, “La poesía real vuelve a poner en juego todas las deudas pendientes de la historia”.
Hoy en día, La Commune sigue siendo una experiencia visual discordante, aunque no necesariamente desagradable. Si bien el vestuario y los interiores son convincentes, Watkins nunca oculta el borde del set, socavando la “autoridad” del cine como representación de la forma en que Bertolt Brecht podría haberlo hecho. De manera similar, Watkins describe anacrónicamente el levantamiento a través de reportajes de canales de televisión opuestos, la reaccionaria Versailles TV y la radical Commune TV, enfatizando que cualquier representación de la Comuna necesariamente tiene lugar a través del lente de nuestro propio tiempo. Al solicitar explícitamente que lxs espectadorxs suspendan su incredulidad—”Les pedimos que imaginen que ahora es el 17 de marzo de 1871“—lxs realizadorxs logran el efecto contrario, negando al público la ilusión de que la recreación tiene lugar en un mundo diferente al suyo. La Commune evita así la catarsis que Aristóteles describió como el propósito del drama trágico, en el que las personas experimentan una descarga emocional en un entorno controlado solo para volver a sus vidas cotidianas: “¡Esta sí que ha sido una historia triste!”
En lugar de centrarse en lxs Brad Pitts y Audrey Tautous de la historia, Commune TV deambula entre la multitud en largos cortes, dando el mismo tiempo a decenas de personas como lo haría un video fortuito de Indymedia. La aparente improvisación del reparto y del equipo de filmación consigue evocar la tremenda energía caótica de una insurrección: la urgencia y el desorden, la alternancia de júbilo y terror, la multiplicidad de voces, deseos y actividades.
A medida que las fuerzas reaccionarias del gobierno comienzan a bombardear París desde el exterior, se desarrollan luchas de poder dentro de la Comuna, abriendo las líneas divisorias que poco después de su caída dividieron a lxs anarquistas de lxs comunistas y otrxs socialistas. El elenco sopesa, contra el ideal de la Comuna, la supuesta necesidad de centralizar el poder para coordinar la defensa de la ciudad, como un gesto puro, aunque condenado, hacia la liberación; a medida que los argumentos se intensifican, algunxs actores y actrices se apartan del personaje para debatir la revolución bolchevique y la matanza de lxs rebeldes en Kronstadt.
Lxs periodistas de Commune TV sufren un cisma paralelo. Uno—quizás con la intención de representar a Peter Watkins, y en todo caso representado por su hijo—está indignado por la pretensión de objetividad del otro ante la consolidación del poder por parte del dictatorial Comité de Seguridad Pública: “Daremos nuestra opinión desde ahora y listo, ¡o me voy a casa!” Al igual que el Watkins de la vida real—que hizo La Commune para la televisión francesa solo para verla suprimida—los escrúpulos del periodista de ficción tienen como resultado su salida del equipo de televisión.
Hoy, cuando la televisión ha sido reemplazada en gran medida por plataformas online, es difícil imaginar qué otras funciones podría haber cumplido ese medio. Difícilmente podemos separar las deficiencias de la tecnología de la forma en que han tomado cuerpo en esta sociedad y la forma en la que, a su vez, se han plasmado en nuestra sociedad. Al despojarnos de nuestra imaginación y sentido de contingencia histórica, el capitalismo hace imposible imaginar o recordar cómo cualquiera de los inventos de nuestra civilización podría aplicarse fuera de su lógica. Dejando de lado las generalizaciones luditas, ¿podríamos producir algo parecido a las “motion pictures” sin condenar a millones de espectadores y sin derretir los casquetes polares en el proceso? Puede que nunca lo sepamos. Pero es conmovedor que hace solo dos décadas un director renegado, condenado a la oscuridad por el bloqueo corporativo, todavía estuviera luchando por construir señales hacia caminos no transitados.
El riesgo, por supuesto, es que, al atacar seriamente los medios corporativos y su estética, la película podría legitimarse como un medio—ganando más tiempo para un formato que quizás estuviera mejor enterrado por completo. La ubicuidad del entretenimiento en pantalla hoy en día no es un argumento para la necesidad del entretenimiento revolucionario—por el contrario, parece sugerir que tal cosa es imposible. Incluso la pantalla en blanco de Guy Debord seguía siendo un espectáculo digno de contemplar, como atestigua su posterior vida en los museos europeos. Sin embargo, también se puede mirar La Commune de Watkins como un esfuerzo por descubrir una manera de contar la historia que vuelva a poner en juego sus deudas pendientes. Haya logrado esto o no para lxs espectadores, parece haber cumplido este propósito para lxs miembros del elenco, algunxs de lxs cuales formaron un colectivo que continuó organizándose, mucho después de su lanzamiento, en torno a los problemas planteados por la película. Se puede imaginar que, al intentar encarnar revolucionarixs sin dejar de ser ellxs mismxs, lxs actores y actrices se vieron obligadxs a enfrentarse a las injusticias y posibilidades de su época, así como a las de 1871.
Este compromiso personal es la mayor fortaleza de la película, también desde el punto de vista del/a espectador/a. Aunque algunos de los primeros momentos pueden hacerse interminables, la película llega a un clímax conmovedor e inusual. Dado que el artificio del cine se ha revelado desde hace mucho tiempo en las secuencias finales, su fuerza sólo puede derivarse de la autenticidad de las pasiones que en ellas se manifiestan, es decir, del hecho de que la carga explosiva de la Comuna de París sigue resonando en nuestra época, cuando se vuelven a poner en juego sus deudas pendientes. Esto subraya el mensaje esencial de la película: no solo la historia se repite, sino que todos sus conflictos no resueltos continúan palpitando justo bajo la piel de la actualidad. Como proclama un comunero cerca del final, con una sinceridad que pone la piel de gallina:
“Si hay barricadas en París en el año 2000, ¡estaré allí luchando!”
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Hoy, todos damos por sentado que las experiencias de los pocos cientos de personas que hacen una película son menos importantes que las de los miles o millones que la ven; experimentos como La Commune de Watkins son rechazados de plano por ser irrespetuosos con la audiencia e ineficaces como vehículos de propaganda. Pero en una sociedad orientada al producto, en la que muy pocxs experimentan las películas como invitaciones a la acción en lugar de al consumismo, quizás unos cientos de personas, que participan en un proceso de empoderamiento, podrían ser más importantes que cualquier éxito de taquilla visto por millones.
Además, si esto aparece en la pantalla como algo que realmente sucedió, quizás también podría desafiar la pasividad de la audiencia. Con ese espíritu, te invitamos a ver y discutir La Commune de Peter Watkins, a reflexionar sobre los eventos históricos de la verdadera Comuna de París y a participar con fiereza y valentía en las luchas de nuestro propio tiempo.
Para citar a Amiri Baraka, “Una nueva realidad es mejor que una nueva película”. La revolución no será televisada.
La Commune: apuntando al espectador mismo.
Más Lectura y Visualización
En 2013, las ediciones Ill Will prepararon una antología de fanzines sobre la Comuna de París para una proyección y discusión de la película.
Además, recomendamos las siguientes fuentes históricas:
- 18 de marzo de 1871: El nacimiento de la Comuna de París: una narración que relata el primer día de la Comuna de París desde la perspectiva de la anarquista Louise Michel.
- A l’Assaut du Ciel—: la Commune Racontée, Raoul Dubois
- Superando las barricadas: mujeres en la Comuna de París, Carolyn J. Eichner
- Mujeres rebeldes de París: imágenes de la comuna, Gay L. Gullickson
- El paraíso de la asociación: cultura política y organizaciones populares en la Comuna de París de 1871, Martin Phillip Johnson
- Historia de la Comuna de París de 1871, Prosper Olivier Lissagaray
- La Commune, Louise Michel
- La Virgen Roja: Memorias de Louise Michel
- Lujo comunal: el imaginario político del París. Comuna, Kristin Ross
- Louise Michel, Edith Thomas
- Las mujeres incendiarias, Edith Thomas