En agosto de 2020, estalló una revuelta en Bielorrusia, que estuvo a punto de derrocar a Alexander Lukashenko, el dictador que ha gobernado el país desde 1994. En el siguiente análisis, lxs anarquistas que participaron en ella analizan las estrategias que tuvieron éxito y cómo tanto el régimen, como la oposición liberal, consiguieron debilitar el movimiento antes de que este pudiera derrocar la dictadura. El resultado es un valioso recurso para quienes buscan comprender la mecánica de la revolución, la represión y la cooptación, por no mencionar la política postsoviética en la región.
Sus conclusiones serán familiares para aquellxs que han participado los últimos años en revueltas en otras partes del mundo. Para tener éxito, un movimiento revolucionario debe perseguir inmediatamente sus objetivos mediante acciones concretas, en lugar de gestos simbólicos o apelaciones a la autoridad. El engaño de la protesta “pacífica”, de la respetabilidad y la legitimidad, solo sirve para incapacitar a los movimientos, minando su fuerza y mermando su influencia sobre quienes ostentan el poder. Quienes desean un cambio social profundo deben desarrollar redes descentralizadas basadas en relaciones sólidas, estableciendo objetivos a largo plazo que puedan dar respuesta a las necesidades de quienes sufren bajo el orden imperante. Estas son lecciones duramente aprendidas, en el transcurso de una lucha abierta contra una dictadura brutal. A medida que los gobiernos de todo el mundo se vuelven cada vez más autoritarios, la experiencia de lxs combatientes en Bielorrusia será cada vez más relevante en otros lugares.
Una versión anterior de este texto en ruso se publicó Aquí. Para poner en contexto la organización anarquista en Bielorrusia, puedes consultar las entrevistas que publicamos sobre los movimientos de 2017 y 2020. Esta colección de documentos también es una referencia útil para entender la revuelta de 2020.
Cuando nos Levantamos
Ya ha pasado un año desde el inicio de la campaña electoral de 2020, que fue el punto de partida del levantamiento del pueblo bielorruso contra la dictadura. Durante muchos meses resistimos al régimen en las calles, en nuestros barrios y en nuestros lugares de trabajo—empleando creativas fórmulas de desobediencia civil y participando en auténticos enfrentamientos con las fuerzas del régimen en las calles del país. En algunos lugares tuvimos éxito, pero en otros el régimen logró reaccionar rápidamente a la organización espontánea.
Al acercarse la víspera de año nuevo, las grandes protestas se silenciaron y solo pequeñas acciones clandestinas continuaron sacudiendo la capital. Pasamos de la sensación de “ya hemos ganado” a la actual situación de depresión, en la que parece que no llegará la primavera para el pueblo bielorruso. Para entender cómo debemos avanzar, es necesario analizar la situación constantemente y aprender de los errores para evitarlos en el futuro. Este texto es un intento de realizar una revisión crítica del desarrollo de los acontecimientos. No tiene la intención de servir de inspiración a nuevxs participantes ni de mantener alta la moral, sino, principalmente, de comprender lo que está sucediendo en las calles aquí y ahora y hacia dónde debemos ir a partir de aquí.
¡La crítica es bienvenida!
Mucha gente permanece en prisión por la revuelta.
La Descentralización como Fuerza Principal del Levantamiento Bielorruso
La movilización contra la dictadura en 2020 tuvo lugar por todo el país. Los grupos de iniciativa conjunta, que se formaron en torno a la sede de [la candidata de la oposición] Svetlana Tikhanovskaya, hicieron un gran trabajo en la activación de la población. La mayoría de lxs bielorrusxs ya conocían de antemano los resultados de las elecciones, pero esta movilización política se basó principalmente en la participación en el proceso democrático y en los intentos de proteger sus votos. Lxs anarquistas tenían pocas expectativas al respecto, y por ello, la mayoría de los colectivos, pidieron boicotear directamente las elecciones, con llamamientos a tomar las calles el 9 de agosto.
Debido a esta falta de ilusión respecto a la re-elección,1 los grupos de resistencia se formaron incluso antes de agosto, con el objetivo de participar en las protestas después del “recuento” de los votos. Las iniciativas de los grupos liberales, que estaban trabajando en las ciudades de Bielorrusia con un estatus semilegal, aumentaron el potencial de esta movilización.
Es difícil decir si Tikhanovskaya y su equipo entendieron la magnitud de la tormenta que había comenzado antes incluso de la campaña presidencial. El descontento con la política de Lukashenko en la lucha contra el COVID-19 ya había movilizado a una parte significativa de la población. Grupos autoorganizados de ayuda mutua estaban activos en varias regiones.
La campaña política de Tihanovskaya, como el coronavirus, afectó a todo el país. El plan para el día de las elecciones no se basaba en una gran protesta en Minsk, sino en la participación en concentraciones por todo el país. El régimen de Lukashenko no esperaba una movilización tan alta en las diferentes regiones.
Como resultado, nos acercamos al 9 de agosto con grupos preparados (incluidos anarquistas) no solo en Minsk, sino también en otras ciudades y pueblos del país. Aunque las autoridades intentaron extinguir el creciente fuego en varias regiones, mediante detenciones selectivas de destacadxs políticxs y activistas, el día de las elecciones decenas de miles de personas salieron a las calles de todo el país para exigir la caída del régimen.
Las fuerzas que entraron en Minsk esa noche pudieron finalmente dispersar la protesta. Pero después de que en algunos pueblos pequeños lxs manifestantes obligaran a la policía a huir, el daño infligido a la reputación de lxs supuestamente indestructibles “castigadorxs”2 fue enorme. La huida de la policía antidisturbios dotó a la sociedad bielorrusa de una fuerza que nos impulsó durante los siguientes meses. En los primeros días, las redes sociales jugaron un papel muy importante en la desmoralización del régimen: a pesar del intento del régimen de cerrar Internet, fue fácil encontrar videos, fotos y relatos personales de enfrentamientos con el régimen en los que la gente salía victoriosa. En los pueblos pequeños, la gente celebró su victoria sobre la dictadura después de que lxs castigadorxs locales huyeran.
En ese momento, la descentralización sobrepasó al centralizado estado de Bielorrusia y lo derrotó temporalmente. Fue esta descentralización del movimiento lo que nos permitió continuar con las protestas hasta noviembre.
Pero también se hizo evidente en esos primeros días el primer problema de la protesta bielorrusa: la ausencia de objetivos concretos en las protestas de las calles. Casi nadie entendía la mecánica de derrocar regímenes autoritarios. Sí, había una esperanza, alimentada por mitos liberales, de que, si suficientes personas tomaban las calles de forma pacífica, el régimen se asustaría y caería. Pero la realidad fue mucho menos romántica.
Tras los enfrentamientos nocturnos con la policía antidisturbios y las tropas internas,3 cuando lxs manifestantes volvieron a sus hogares, hubo algunas personas que permanecieron despiertas: lxs estrategas del régimen, que continuaron trabajando activamente y planificando sus próximos pasos. Las simbólicas victorias en Pinsk o Brest no lograron recuperar el espacio para nuevas protestas; las plazas y los edificios no fueron okupadxs ni destruidxs. Y aunque varias decenas de castigadorxs resultaron heridxs durante los enfrentamientos, no se produjeron daños graves en las infraestructuras de la dictadura. Podríamos discutir extensamente si tiene sentido tomar los edificios administrativos o la principal oficina de correos, pero, en cualquier caso, la gente no lo hizo.
Aun así, la simbólica victoria de los primeros días supuso un duro golpe para la moral de las autoridades. Hasta entonces, habían podido llevar a cabo sus crímenes con total impunidad, y la mayoría de ellxs nunca habían sentido la ira del pueblo. Después de esto, comenzó la huida en el Ministerio del Interior y la KGB (en Bielorrusia, la policía secreta todavía se llama KGB). Algunxs de lxs agentes de la KGB intentaron unirse a las estructuras de protesta; otrxs intentaron esconderse, anticipando la derrota del dictador.
No fueron sus altos valores morales, sino el miedo a ser masacradxs, lo que hizo huir a la mayoría de lxs agentes.
En Minsk la descentralización dio lugar a iniciativas vecinales. En algunos lugares, las comunidades locales celebraron festivales para niñxs y adultxs. En otros, los grupos se involucraron en una rápida politización. Por ejemplo, en Uručča (Minsk), las iniciativas locales se unieron e incluso adoptaron un programa político. El mismo tipo de declaraciones políticas y formación de grupos políticos tuvo lugar en otras partes de la capital. Aunque las iniciativas vecinales estaban más comprometidas con el trabajo cultural o los subbotniks, el movimiento, por primera vez en la larga historia de la región, devolvió la organización política a las bases.
La falta de partidos políticos y líderes clarxs que movilizaran a lxs activistas dificultó la represión de las protestas. Durante mucho tiempo, el aparato estatal no supo cómo adaptarse al formato descentralizado de las acciones en Minsk. Se llevaron a cabo numerosas conferencias, mítines y reuniones políticas públicas sin el peligro de sufrir represalias. Este nivel de libertad política era simplemente desconocido para la mayoría de lxs bielorrusxs.
Lamentablemente, el movimiento de asambleas vecinales solo se extendió en la capital. En Brest, Grodno y otras ciudades en las que se desarrollaban protestas, hubo intentos de organizar grupos locales, pero cuando la ola de activismo llegó a estas regiones, las autoridades ya habían aprendido cómo lidiar con éxito con los movimientos locales, y el número de manifestantes continuó decreciendo.
Después de semanas de intensas marchas y acciones descentralizadas, el régimen se adaptó una vez más a lo que estaba sucediendo y desalojó sistemáticamente barrio tras barrio.
Aunque siguen existiendo numerosos grupos en Telegram, la mayoría de las iniciativas vecinales están ahora en modo supervivencia y rara vez llevan a cabo algún tipo de acción. La importante disminución de la actividad también ha facilitado al régimen controlar lo que sucede en los barrios y responder a pequeñas marchas o actos al aire libre.
Trabajar con las asambleas vecinales también presentó algunos desafíos para el movimiento contra Lukashenko. En muchos de los grupos vecinales surgieron personas que adoptaron el papel de líderes. Estas mismas personas participaron activamente en impulsar en sus redes una determinada agenda. Esto hizo que algunos chats borraran cualquier mensaje que llamara a la acción directa, mientras otros borraron cualquier intento de convocar protestas pacíficas. Este tipo de división se produjo en general en todo el movimiento democrático, pero la presencia de moderadorxs, que se convirtieron de facto en jefes de sus respectivas áreas, a menudo reproducían en miniatura la dinámica de la dictadura, por lo que la gente se vio obligada no solo a luchar contra Lukashenko, sino también contra lxs activistas locales que tenían más poder dentro de las iniciativas vecinales debido a sus conocimientos técnicos.
Esto está bastante en consonancia con la sociedad bielorrusa en su conjunto, que ha estado en manos de una dictadura u otra durante muchas generaciones. La dinámica autoritaria del estado se manifiesta en nuestra sociedad de muchas maneras, desde la educación hasta el lugar de trabajo. Es lógico que los mismos problemas comenzaran a surgir con lxs pequeñxs cabecillas dentro de las iniciativas vecinales.
Los debates sobre la descentralización y las asambleas de barrio hicieron que aumentara la influencia de las ideas relativas a la organización social descentralizada, desde el federalismo liberal suizo hasta el anarquismo, que adquirió un nuevo significado para algunxs participantes del movimiento democrático. En algún momento, la agenda de la descentralización se volvió tan importante que incluso los partidos y agrupaciones políticas liberales comenzaron a tratar de promoverla en diversos formatos, que iban desde el uso de instituciones ficticias de autogobierno dentro de la dictadura4 hasta conferencias sobre cantones suizos y la posibilidad de controlar el aparato estatal por parte de la ciudadanía.
En el contexto actual de represión y necesidad de supervivencia política, las conversaciones sobre diferentes formatos de organización descentralizada han pasado a un segundo plano, pero esperamos que esta agenda política regrese en futuros intentos de derrocar a Lukashenko. Después de todo, la sociedad bielorrusa tiene el ejemplo de Rusia, que en la década de 1990 intentó escapar de su legado soviético de capitalismo de estado, para acabar en la dictadura de Putin. Lxs ucranianxs se vieron obligadxs a rebelarse nuevamente en 2014, después de las protestas pacíficas de Maidan en 2004, iniciando otra fase de lucha contra el autoritarismo en la región. Creemos que estos brotes de descentralización sobrevivirán a esta ola de represión, y también—al régimen mismo.
En Minsk y otras ciudades, se utilizaron cócteles Molotov en los enfrentamientos contra la policía.
Represión contra Todxs
Pero la victoria sobre la policía tuvo un alto precio. En tres días, más de 6.000 personas fueron detenidas; en celdas y cárceles se llevaron a cabo torturas y violaciones y algunas personas fueron asesinadas. Durante el día, las principales ciudades experimentaron los caóticos intentos del régimen de capturar a cualquiera que pudiera. Una gran parte de lxs detenidxs eran transeúntes arrestadxs al azar a plena luz del día. La violencia estatal se dirigió a todos los estratos de la sociedad. Todxs se convirtieron en sus víctimas, desde simples trabajadorxs hasta simpatizantes del régimen, cuyas familias fueron sacadas de las calles a pesar de su lealtad a este.
En este ambiente, muchxs dieron la bienvenida a las marchas no violentas, que se extendieron por todo el país en solo unos días, creando una falsa ilusión de seguridad. El inicio de las protestas pacíficas coincidió con la decisión del régimen bielorruso de abandonar temporalmente su política de represión total. Las marchas dominicales se convirtieron en el principal foco organizativo de las llamadas marchas pacíficas.
La represión de las grandes manifestaciones en Minsk y otras ciudades fue moderada; por lo general se detenía a unas cien personas. Dado que más de 100.000 personas salieron a las calles, esas detenciones parecían pequeñas. Algunos canales de Telegram calcularon incluso la probabilidad de ser detenidx en una manifestación, utilizando para ello los datos de detenidxs en marchas anteriores.
Pero mientras Minsk seguía viviendo una calma relativa y mantenía la sensación de que el régimen estaba a punto de caer, en las regiones periféricas la represión fue mucho más activa. Ya en agosto, decenas de personas fueron detenidas acusadxs de diversos delitos penales. La presión sobre lxs organizadorxs de mítines se intensificó y la represión se llevó a cabo de manera más eficiente.
Un par de semanas después, muchxs observadorxs notaron que la situación ya estaba empeorando, ya que el movimiento popular estaba siendo gradualmente reprimido en las mismas regiones que inicialmente habían sido el origen del levantamiento bielorruso.
La estrategia de Lukashenko fue relativamente simple. Primero reprimió las ciudades pequeñas, luego los centros regionales, y cuando las cosas se calmaron allí, comenzó a planear una limpieza total y definitiva de Minsk.
Este enfoque gradual de la represión permitió al régimen restaurar su poder. La mayoría de los principales medios de comunicación y bloguerxs se encontraban en la capital, por lo que los problemas organizativos y la necesidad de solidaridad con las regiones periféricas rara vez figuraban en la agenda de la mayoría de los grupos de protesta.
Para lxs anarquistas, la situación con respecto a la represión en las regiones periféricas ya era evidente en la segunda semana, cuando activistas en varias ciudades comenzaron a ser imputados por cargos criminales. Ya en agosto, algunxs de ellxs decidieron salir del país. Poco a poco, la situación para la mayoría de lxs activistas se volvió tan difícil que empezaron a salir del país en grupo, de manera paralela al éxodo masivo de activistas democráticxs.
La violencia continuó incluso mientras el sentimiento de victoria persistía en Minsk. Las palizas y las torturas eran sistemáticas. Y aunque su número no se puede comparar con el de los primeros días tras las elecciones, el régimen siguió “quebrando” a lxs activistas en las cárceles. La presión física y psicológica obligó a muchxs participantes del movimiento a huir del país.
La segunda ola de COVID-19, que comenzó en el otoño de 2020, asestó un golpe adicional al levantamiento. El régimen utilizó el virus como arma de represión política. Lxs detenidxs sanxs fueron ubicadxs en celdas con enfermxs de coronavirus. Una persona podía ser trasladada de celda en celda varias veces durante la detención, aumentando la propagación del virus por toda la prisión. Casi todxs lxs anarquistas detenidxs en el otoño de 2020 contrajeron el coronavirus mientras estaban bajo custodia o fueron liberadxs enfermxs y pasaron varias semanas más recibiendo tratamiento.
Era imposible obtener ayuda médica durante la detención. Sólo conocemos unos pocos casos, de entre más de 30.000, en los que a las personas se les realizó un test de coronavirus. Uno de estos casos fue un/a anarquista. La prueba confirmó la presencia del coronavirus, pero las autoridades penitenciarias, contraviniendo los criterios médicos, decidieron no liberar a nuestrx compañerx para que pudiera recibir tratamiento. En lugar de ello, lo encerraron durante el resto de su condena en una celda fría en régimen de aislamiento.
Al menos un/a miembro del movimiento liberal murió por complicaciones del coronavirus, que contrajo mientras estaba detenidx.
Cabe señalar que las condiciones en las cárceles y centros de detención de Bielorrusia pueden considerarse tortura per se. El número de presxs en las celdas era dos o tres veces el número de camas. Muchxs detenidxs se vieron obligadxs a dormir en el suelo de madera o piedra. Las brillantes luces de las celdas no se apagaban ni siquiera por la noche. Los paseos al aire libre, que debían ser diarios y de una hora de duración, según está previsto en el reglamento, se llevaban a cabo no más de una o dos veces por semana, y la duración se redujo a 10-15 minutos. A menudo no se proporcionaban mantas y, más tarde, las autoridades dejaron de proporcionar colchones. Lxs presxs fueron golpeadxs sistemáticamente—y todavía hoy lxs siguen golpeando.
Durante mucho tiempo, el trato a lxs presxs políticxs fue ligeramente mejor, pero ha seguido deteriorándose en los últimos meses. Lxs presxs son golpeadxs tanto antes como después del juicio. La muerte de Vitold Ashurak5 fue la consecuencia de las terribles condiciones a las que se enfrentan lxs presxs políticxs.
Hoy, el régimen está tratando de acabar con lxs últimxs activistas de los barrios y destruir la vida política en Bielorrusia. Para ello utilizan el castigo colectivo: las personas que no participaron en la protesta, pero que están en la lista de activistas y que, a juicio del régimen, merecen castigo por las acciones de otrxs, pueden ser detenidas. En esta situación, al organizar acciones, existe el peligro de que personas al azar sean detenidas, y el régimen intenta responsabilizar por esta represión arbitraria a lxs propixs activistas. Esta táctica se utilizó contra lxs anarquistas en 2014-2016, cuando algunos grupos llevaron a cabo acciones espontáneas y el gobierno, en respuesta a ellas, atacó a conocidxs activistas.
Lxs manifestantes más jóvenes actuando como si caminaran juntxs en la manifestación.
La Disminución y Posterior Escalada del Conflicto
En los primeros días de protesta, el régimen optó por una estrategia de represión total. Lxs estrategas de Lukashenko asumieron que la mayoría de la gente iría a la capital, donde sería posible acabar con todo en uno o dos días. Pocos días después, la táctica de represión masiva había mostrado poca eficacia, sólo incrementando el nivel de confrontación—movilizando, entre otrxs, a colectivos de trabajadorxs en varias fábricas. En esta situación, lxs estrategas de Lukashenko pudieron cambiar su enfoque con bastante rapidez, y para el fin de semana ya habían desistido de aplastar la protesta lo más rápido posible. En cambio, el régimen de Minsk adoptó una estrategia de relativa desescalada. Las noticias sobre brutales detenciones masivas dejaron de aparecer en Internet.
Las protestas pacíficas llevaron a muchas más personas a las calles, y para la parte liberal del levantamiento, la revolución ya se había logrado—de acuerdo con el concepto liberal de participación política en la vida del país, un número tan grande de manifestantes conduciría inevitablemente a cambios radicales. Los principales bloguerxs y canales de Telegram hablaban sobre ello. Durante este período, el bloguero ruso Maxim Katz alcanzó una popularidad increíble, afirmando que la sociedad bielorrusa ya había ganado y que, después del derramamiento de sangre, Lukashenko era un cadáver político. Katz y otrxs políticxs liberales cometieron el error de intentar aplicar el análisis político democrático a una dictadura de Europa del Este. La incapacidad política de Lukashenko para gobernar la sociedad se ha demostrado repetidamente a lo largo de sus mandatos presidenciales.
Aunque la desescalada temporal nos permitió reunir fuerzas y crear una amplia estructura autoorganizada en Minsk y otras ciudades, a la larga, la desescalada jugó más a favor de Lukashenko y su banda, quienes recuperaron el control de las regiones periféricas poco a poco, mientras la atención de lxs activistas y los medios de comunicación se centraba principalmente en lo que estaba sucediendo en Minsk.
Lxs lukashistas “trabajaron” el período de desescalada a la perfección: paso a paso y con cuidado, reprimieron no solo a lxs activistas liberales, sino también a lxs trabajadorxs que se organizaron e intentaron impulsar la protesta en las fábricas. El relativo aislamiento de lxs trabajadorxs del resto de manifestantes, hizo posible al régimen sofocar rápidamente sus protestas.
Una aguda re-escalada del conflicto en Minsk ya no provocó una respuesta similar. Cuando se intensificó, muchxs activistas ya estaban en la cárcel por cargos criminales o en el exilio. Los intentos de iniciar una nueva ronda de protestas terminaron en fracaso—el último de esos intentos fue la defensa del memorial a Roman Bondarenko,6 que terminó arrasado por completo. Después, un número importante de manifestantes decidió abandonar la plaza para evitar represalias y varios cientos de personas fueron detenidas allí mismo.
Tras repetidas derrotas, la voluntad de salir a las calles disminuyó. Varios fines de semana de marchas descentralizadas dificultaron la represión de las protestas por parte de la policía, pero no lograron recuperar de ninguna manera el potencial de protesta ni en la capital ni en las regiones periféricas. Aunque el movimiento se había extinguido en gran medida a finales de 2020, un alto nivel de represión ha continuado hasta el día de hoy.
Como activistas, no pudimos utilizar la desescalada temporal para fortalecernos. El miedo a la represión y la condena, no solo de Lukashenko sino también de otrxs manifestantes, detuvo en gran medida nuestros propios intentos de intensificar un movimiento que podría haber destruido a Lukashenko y su régimen. En cambio, aceptamos el discurso de la protesta pacífica—y cuando el gobierno inició una nueva fase de violencia, estábamos severamente desmoralizadxs y exhaustxs por la represión dirigida a activistas concretxs.
El hecho de que la mayoría no estuviera dispuesta a resistir activamente no debería haber determinado el horizonte de nuestras propias acciones. Grupos organizados de diez o más personas pueden actuar eficazmente en manifestaciones pacíficas con su propio propósito y estrategia. Dentro de las marchas hemos podido actuar como grupo organizado con nuestra propia agenda, pero no hemos logrado ponerla en práctica.
Lxs anarquistas adquirieron la reputación de ser uno de los grupos más organizados en las protestas.
Huelgas y Protestas Laborales
Ya en la primera semana, una oleada de huelgas se extendió por todo el país. Lxs trabajadorxs, indignadxs por la represión contra sus compañerxs y la impunidad de la policía, exigieron al régimen el cese de la violencia y la liberación de todxs lxs arrestadxs y detenidxs en las protestas. Muchxs de ellxs formaron colectivos informales compuestos por colegas que trabajaban en los mismos turnos. El abucheo a Lukashenko en la fábrica MZKT infligió un daño considerable a su imagen como gobernante del “pueblo”.
Desafortunadamente, a excepción de en algunas empresas, las protestas de los colectivos de trabajadorxs se calmaron con relativa rapidez. Solo se cumplió una parte de sus reivindicaciones, pero, en seguida, comenzó la represión contra lxs participantes más activxs de las huelgas. Algunxs trabajadorxs fueron despedidxs y otrxs fueron procesadxs penalmente.
Cuando comenzaron las huelgas, el movimiento sindical en el país estaba en muy mal estado. Solo existían unos pocos sindicatos liberales independientes, que representaban a una pequeña parte de lxs trabajadorxs. La mayoría de lxs trabajadorxs no tenía experiencia en organizarse de manera colectiva. La construcción de estructuras de trabajadorxs durante la fase activa del conflicto fue un gran desafío. Los intentos de las ONG liberales de “ayudar” en algunas empresas a que lxs trabajadorxs se organizaran no produjeron ningún resultado particular—las propias ONG no tenían experiencia en organizar movimientos de protesta de trabajadorxs y solo disponían de metodologías de países liberales con sus propias reglas sobre la organización de huelgas. La ilusión de legalidad de las huelgas y protestas trasladó parte de la lucha de las calles y fábricas a los tribunales, donde los sindicatos independientes intentaron sin éxito defender el derecho a organizarse en el lugar de trabajo.
Los intentos de “aplastar” la dictadura en las primeras semanas de protesta pacífica provocaron muchos cambios en el sector de la protesta. Los días de movilización por la huelga fueron rápidamente reemplazados por llamamientos a un boicot económico contra el régimen y, una semana después, por una estrategia de bloqueo de carreteras. Es comprensible que el movimiento de protesta buscara nuevas formas de organización y medios para ejercer presión sobre el régimen, pero la falta de continuidad socavó la moral, incluida la del movimiento obrero. Los piquetes de solidaridad fuera de las fábricas duraron varios días, hasta que llegaron los primeros grupos organizados de tropas de OMON (Отряд милиции особого назначения, “Escuadrón móvil para Propósitos Especiales”—la policía antidisturbios en Bielorrusia). Las amenazas de represalias fueron suficientes para romper el puente entre lxs trabajadorxs y el resto de lxs manifestantes.
Además, la parte más privilegiada de la clase trabajadora de Bielorrusia— lxs trabajadorxs de la tecnología de la información (IT)—se negó a participar en el movimiento de huelga. Muchxs de ellxs argumentaron a favor de este enfoque alegando que era necesario seguir trabajando para financiar el movimiento de protesta. De hecho, algunas de estas personas financiaron activamente diversas estructuras de solidaridad. Algunxs también argumentaron que las huelgas dañarían tanto a Lukashenko como a las empresas privadas, lo que a su vez dañaría la imagen del sector IT del país.
Teniendo en cuenta todos estos argumentos, una huelga organizada de trabajadorxs IT habría ayudado más que el dinero que estxs mismxs trabajadorxs invirtieron en las protestas. En primer lugar, una gran huelga en cualquier sector ayudaría a extender la huelga a otros sectores. Dicho esto, el riesgo de perder el empleo es mucho menos preocupante para lxs trabajadorxs IT que para lxs de las fábricas, muchxs de lxs cuales se juegan el sueldo a diario. Cualquier supuesto daño a la imagen de la industria de la tecnología de la información en Bielorrusia se restablecería rápidamente si el régimen fuera derrocado, dado que lxs propixs trabajadorxs no protestaban por mejores condiciones de trabajo, sino por procesos democráticos generales. También debemos añadir que era relativamente seguro para lxs trabajadorxs IT organizarse en el lugar de trabajo: durante las protestas, sólo hubo unos pocos casos de represalias contra trabajadorxs IT de empresas privadas. Al mismo tiempo, estxs mismxs trabajadorxs podían utilizar para realizar reuniones de organización, parte de la infraestructura que la empresa ponía a su disposición para su ocio.
En general, el sector de las tecnologías de la información mostró poco o ningún poder político. Sí, lxs trabajadorxs IT participaron en las protestas de forma independiente, pero no tuvieron una organización propiamente dicha, a pesar de que muchxs tienen habilidades y capacidades que podrían haber empleado para ello.
En algunos casos, pequeñas empresas privadas realizaron huelgas simbólicas de un día para apoyar a las empresas en huelga, pero estas acciones no tuvieron un carácter masivo; la movilización se llevó a cabo solo unos días antes de la protesta y en muchos casos fue silenciada por el ruido de la información general.
Hoy en día, varios centenares de trabajadorxs de todo el país siguen en huelga, pero en este momento podemos decir que el movimiento de huelga en Bielorrusia ha fracasado al no haber conseguido organizarse a escala masiva. La situación actual es el resultado de la exitosa estrategia que, desde la década de 1990, ha seguido el régimen para destruir las organizaciones obreras y los sindicatos independientes. La actitud del Estado bielorruso hacia el movimiento obrero es similar a la soviética. El papel de la Federación Estatal de Sindicatos de Bielorrusia (FTUB) es destruir cualquier iniciativa que pueda surgir de lxs trabajadorxs. Pero, además, la FTUB también es importante porque ofrece la imagen de un sindicato absolutamente inútil que se limita a recaudar parte del salario de lxs trabajadorxs y proporcionar entradas para los eventos del estado.
El desinterés de la oposición liberal por el movimiento obrero únicamente consigue que el trabajador medio se aleje de la idea de acabar con la dictadura y deje de aspirar a conseguir la libertad. Mientras tanto, en esta etapa, lxs anarquistas no pueden influir en lxs trabajadorxs de manera significativa debido a su pequeño número, sus limitados recursos organizativos y su específica agenda política, en la que lxs trabajadorxs no desempeñan casi ningún papel.
Al mismo tiempo, en 2020, por primera vez en 20 años, lxs trabajadorxs de Bielorrusia pudieron mostrar voluntad política y expresar su oposición a la violencia estatal y la dictadura, aunque fuera solo por unos días. La extinción relativamente rápida de la agenda de protestas dentro del colectivo de lxs trabajadorxs se debió principalmente a la represión a la que el régimen lxs sometió. No se pudo crear un movimiento de solidaridad, ni estructuras más serias, debido a la presión del estado sobre lxs trabajadorxs y el resto del movimiento de protesta.
Trabajadorxs se enfrentan a un jefe por el tema de la violencia policial.
La Vieja Oposición y la Nueva Oposición
Para empezar, vale la pena definir qué es la “vieja” oposición. Este término se refiere a los grupos liberales y de derechas que se oponen al gobierno de Lukashenko. Esto incluye partidos políticos registrados, organizaciones políticas y políticxs individuales que han estado activxs durante muchos años. Ejemplos tradicionales de la vieja oposición incluyen el Partido Cívico Unido, el Frente Popular de Bielorrusia, la Democracia Cristiana Bielorrusa y Bielorrusia Europea. Statkevich, Severinets, Vechorka e incluso Pazniak pueden contarse entre lxs viejxs, pero activxs, políticxs de la oposición. La vieja oposición no es un grupo homogéneo, por lo que nos centraremos en políticxs u organizaciones individuales.
La nueva oposición se refiere a organizaciones políticas, agrupaciones y políticxs que han comenzado a aparecer en la escena pública en los últimos años. Esto incluye a personas que no participaron activamente en la oposición antes de estas elecciones. Los ejemplos más brillantes de tales políticxs son Tikhanovskaya / Tikhanovsky o Babariko. Lxs políticxs y organizaciones de la nueva oposición difieren entre sí en sus opiniones políticas y en los métodos que aplican para luchar contra la dictadura.
Durante los años de su gobierno Lukashenko se las ha arreglado para hacer frente a la oposición organizada utilizando principalmente la represión. Entre 2010 y 2020, la mayoría de los partidos liberales y nacionalistas fueron derrotados. Las organizaciones juveniles de calle dejaron de existir. Y aunque, desde 2015, Lukashenko ha comenzado a trabajar en estrecha colaboración con la Unión Europea en varios procesos económicos y políticos, esto no ha ayudado a la reactivación de las fuerzas políticas liberales en el país. La mayor parte del tiempo la Unión Europea y Estados Unidos han hecho la vista gorda ante la represión que ha sufrido la sociedad civil hasta 2020. La represión del movimiento contra la ley que penaliza el “parasitismo” en 2017 planteó a la UE las clásicas preocupaciones sobre la violación de derechos civiles en Bielorrusia—sin embargo, lxs políticxs occidentales no adoptaron ninguna medida en ese momento.
En este ambiente, solo unxs pocxs políticxs de la antigua oposición continuaron ejerciendo presión política de manera sistemática. En primer lugar, estamos hablando de Statkevich y Severinets, quienes pusieron en marcha el movimiento contra la ley del “parasitismo” en 2017. Ya se ha escrito suficiente sobre las opiniones políticas de ambos. A excepción de estos políticos, la mayoría de lxs líderes de carrera de la oposición han sido relegadxs a un segundo plano. Después de las protestas de Maidan en Ucrania en 2015, una parte de la vieja oposición decidió que era mejor tener a Lukashenko y al menos algo de independencia, que tratar de rebelarse y arriesgarse a que Putin invadiera Bielorrusia. Los llamamientos de Pozniak a no participar en las protestas del 9 de agosto son un claro ejemplo de esto—para algunxs, el riesgo de perder la independencia es más importante que derrocar a la dictadura.
En muchos aspectos, y a excepción de unxs pocxs políticxs, la vieja oposición no provoca ninguna emoción en la gente. Son personas que han estado luchando contra Lukashenko durante años, pero la mayoría rara vez están dispuestas a correr riesgos. Las conexiones de la oposición liberal y nacionalista con varias organizaciones de Occidente provocan a menudo una reacción negativa dentro de la sociedad bielorrusa. La dependencia de las subvenciones occidentales ha sostenido durante mucho tiempo la leyenda de que la oposición bielorrusa se beneficia de Lukashenko, ya que existe en equilibrio con la dictadura.
Es incorrecto decir que todxs lxs políticxs y organizaciones de la vieja oposición no están realmente en contra de la existencia de la dictadura, al menos porque todavía hay políticxs como Statkevich. Pero también sería una tontería negar la cómoda posición que muchxs políticxs liberales de la oposición tienen en la dictadura. Como de costumbre, la verdad está en algún punto intermedio. Hay personas como Olga Karach, que viven profesionalmente de las subvenciones y apenas están interesadas en ver transformaciones políticas radicales en el país, porque podrían cambiar la forma en la que fluye el dinero. Y hay activistas como Viniarski, que están dispuestxs a participar en las protestas contra la dictadura, aunque les cueste su libertad.
Al acercarse a la campaña electoral de 2020, la vieja oposición se había debilitado extremadamente. La cooperación política entre la UE y Lukashenko socavó el equilibrio de fuerzas dentro del país. Las reformas económicas liberales y neoliberales cumplieron en gran medida las demandas económicas de algunos partidos liberales-conservadores, pero las reformas en sí mismas no se tradujeron en más libertades para la sociedad bielorrusa. Statkevich, que tiene el mayor peso político dentro de la oposición activa, no pudo participar en las elecciones, aunque participó en las primeras semanas de la campaña electoral junto a la nueva oposición.
El debilitamiento de la vieja oposición creó un vacío político en el país. Era solo cuestión de tiempo que otras organizaciones y grupos ocuparan ese vacío. Las elecciones de 2020 se convirtieron en una plataforma para la movilización de nuevas fuerzas.
El bloguero Tikhanovsky, que había estado trabajando en las regiones periféricas de Bielorrusia durante varios años, se convirtió en una de las figuras políticas de la nueva oposición. Aunque Tikhanovsky tenía vínculos con la vieja oposición, parecía relativamente fresco en comparación con lxs viejxs políticxs. El formato de su proyecto mediático dio voz a muchxs bielorrusxs a lxs que la vieja oposición no había prestado mucha atención—como lxs trabajadorxs de las regiones periféricas que sienten el peso de la dictadura todos los días. Como era de esperar, Tikhanovsky recibió mucho apoyo entre la población en general. En muchos sentidos, la lucha de Lukashenko contra el bloguero le dio la reputación de ser un político liberal dedicado y listo para resistir la dictadura.
El arresto de Tikhanovsky, Statkevich y otrxs políticxs hizo aparecer un nuevo político “moderado” perteneciente a la élite bielorrusa: Viktor Babariko. El banquero, que no necesita robar al pueblo bielorruso porque ha ganado suficiente dinero durante su carrera, se ha convertido en el nuevo símbolo de las protestas en Bielorrusia. Numerosxs bielorrusxs se reunieron alrededor de la sede de Babariko, todxs aspirando a unirse a la clase media del país. Babariko es un ejemplo de capitalista exitoso que hizo fortuna a lo largo de los años, como si hubiera trabajado duramente. Este discurso es atractivo para muchxs que todavía se ven obligadxs a vivir en el inmovilismo soviético de Bielorrusia.
En muchos sentidos, Babariko es un ejemplo de la élite de Lukashenko, que existe a pesar del llamado estado social. Los millones que ganó Babariko no son el resultado de su arduo trabajo. Más bien, de la especulación bancaria y la voluntad de servir a la dictadura. Pero los compromisos a los que llegó Babariko para obtener su fortuna fueron de poco interés para muchxs bielorrusxs. Por eso Babariko se convirtió, después de Tikhanovsky, en el nuevo líder político de la campaña electoral. Cientos de jóvenes, que creían en un futuro brillante bajo el liderazgo de este banquero, se unieron a su campaña. Solo unxs pocxs estaban preocupadxs por el hecho de que Babariko fuera el jefe de Belgazprombank, directamente relacionada con la Gazprom de Putin. Muchxs analistas creían que Babariko era el candidato prorruso ideal para reemplazar a Lukashenko.
El alto apoyo que recibió Babariko obligó a Lukashenko a poner en marcha una nueva oleada de represión y a detener a casi todxs lxs candidatxs de la oposición. En ese momento, el dictador no tenía ni idea de que Tikhanovskaya pudiera representar algún tipo de amenaza. Sin embargo, las campañas de todxs lxs políticxs detenidxs se unieron en torno a Tikhanovskaya, y ella se convirtió en la candidata que la vieja oposición no había logrado ofrecer durante muchos ciclos electorales.
La misoginia del dictador y su régimen le llevó a subestimar a Tikhanovskaya, ofreciéndole suficiente libertad política como para movilizar antes del 9 de agosto no solo Minsk, sino muchas regiones. De la misma manera, fue el sexismo de Lukashenko lo que permitió a Tikhanovskaya registrarse como candidata presidencial.
Aunque la campaña de Tikhanovskaya buscaba crear algún tipo de agenda política avanzada, todo se reducía a la liberación de lxs políticxs detenidxs y a que hubiera nuevas elecciones sin Lukashenko. Un mensaje político tan simple rápidamente se popularizó entre la población en general. No se proponía que el 9 de agosto se eligiera un nuevo presidente, sino que se votara una especie de referéndum, donde un voto por Lukashenko significaba la continuación de la dictadura, y un voto por Tikhanovskaya el fin de la era del bigotudo dictador.
Nuevas fuerzas de oposición, incluidxs lxs principales bloguerxs y canales de telegram, pudieron unirse en torno a Tikhanovskaya y crear una poderosa agenda informativa en las redes sociales. En la calle se realizaron numerosas reuniones sin que la propia candidata7 estuviera presente; estas se convirtieron en mítines políticos.
La movilización de un número tan alto de personas fue posible gracias a que se puso el foco en las regiones periféricas. La vida política en el país se convirtió no solo en el dominio de la capital, sino también de muchas ciudades pequeñas, en las que el hartazgo de Lukashenko había alcanzado un nivel mucho más alto que en la relativamente próspera Minsk.
Caras nuevas en la campaña, un mensaje relativamente simple y la voluntad de trabajar sobre el terreno fueron las claves del éxito electoral de la nueva oposición liberal. Los problemas y el cambio de rumbo comenzaron inmediatamente después de las elecciones, cuando se extendió la ilusión de que Lukashenko se estaba rindiendo. Con Tikhanovskaya fuera de Bielorrusia, lxs políticxs liberales que quedaban en el país se vieron obligadxs a buscar nuevxs representantes.
Las predicciones de lxs analistas políticxs liberales, sobre la inminente caída del régimen, fueron recibidas con entusiasmo. Solo faltaba aprovechar la situación para empezar a sumar puntos políticos para el siguiente ciclo electoral. Desafortunadamente, como ya se mencionó, este análisis de la situación fue incorrecto. Los intentos de crear nuevos partidos y organizaciones políticxs para hacerse cargo de la agenda no hicieron más que confundir a lxs manifestantes en la calle. Y mientras los canales de noticias recibían con entusiasmo la conformación de un consejo coordinador (CC), muchxs seguían desconcertadxs por el papel de este consejo, recibiendo con escepticismo sus intentos de convertirse en una nueva vanguardia. El anuncio de que Maria Kolesnikova había creado un partido político provocó aún más descontento con las ambiciones de algunxs de lxs políticxs de la nueva oposición.
Además, las protestas del 9, 10 y 11 de agosto presentaron a muchxs políticxs y propagandistas del régimen una disyuntiva: quedarse en un barco que se hunde y potencialmente en el lado perdedor del nuevo orden político, o cambiar de bando y unirse a la oposición. Uno de esxs políticxs fue Pavel Latushko, ex diplomático de Lukashenko, director del Teatro Kupalov cuando comenzaron las protestas. Latushko era miembro del CC y obviamente aspiraba a una carrera política seria en una Bielorrusia libre.
Además de lxs políticxs, lxs policías también comenzaron a abandonar el barco. En algún momento, crearon su propia organización llamada bypol, con una larga lista de objetivos. Recientemente, uno de lxs ex líderes de la policía política, y ahora representante de bypol, afirmó que lxs miembrxs de la organización esperaban recibir puestos de alto rango en el nuevo gobierno bielorruso. Tanto bypol como Latushko están desarrollando ahora un programa de reformas del Ministerio del Interior, con un programa más bien modesto de depuración del actual aparato represivo.
Cuanto más tiempo pasa desde las elecciones presidenciales, más se parece la nueva oposición bielorrusa a la anterior. Hay escisiones constantes, intentos de dividir zonas de influencia y nuevas organizaciones políticas que se crean —entre otras cosas— para gastar dinero. Lxs activistas a pie de calle cuestionan en gran medida la sinceridad de estxs políticxs y organizaciones. Aunque Tikhanovskaya sigue siendo una figura unificadora para muchxs, y lxs representantes de la antigua oposición también se han unido en torno a ella, su influencia en los procesos dentro de la nueva oposición sigue disminuyendo.
Los nuevos grupos y organizaciones liberales han cometido muchos de los errores que cometieron lxs políticxs que estaban antes que ellxs. Una profunda creencia en el apoyo occidental solo ha conseguido socavar aún más la legitimidad de lxs liberales dentro del país. Hoy en día, muchxs son conscientes de que el cambio solo puede venir desde dentro, no de fuera, sin importar las sanciones que prometan las potencias extranjeras. Solo el pueblo bielorruso puede derrocar a Lukashenko, no las sanciones de Occidente.
Pero el régimen también desempeñó un papel fundamental en la pérdida de la influencia política de la nueva oposición. Con el apoyo de Rusia chismes y hechos sacados de contexto se difunden constantemente online para desacreditar a ciertxs políticxs. La falta de transparencia por parte de lxs liberales crea un ambiente propicio para la difusión de rumores. Además, el régimen ha participado activamente en el apoyo a políticxs de la oposición que se dedican a socavar la autoridad de lxs líderes liberales. Olga Karach e Igor Makar han desempeñado este papel, siendo sobre todo conocidxs por la difusión activa de sus ideas por parte de varias agencias de trolls de Rusia y Bielorrusia.
Hoy, la oposición liberal es extremadamente débil. Aunque cientos de miles de personas se suscriben a los canales de Tikhanovskaya y otrxs políticxs y bloguerxs de la oposición, su capacidad para movilizar a la gente es extremadamente baja. Los llamamientos a tomar las calles a finales del invierno y la primavera no lograron movilizar a la gente para realizar ni siquiera pequeñas protestas callejeras.
Pancarta con el título de una vieja canción del grupo anarco-punk Contra la Contra que decía “La autoridad está hecha de goma negra”.
Anarquistas en el Movimiento de Protesta
El movimiento anarquista se acercó al inicio de la campaña electoral sin mucha energía. Los intentos de crear una plataforma común para movilizar a varios grupos fracasaron ya en mayo de 2020. Algunxs anarquistas sintieron que las nuevas elecciones difícilmente podrían brindar una oportunidad para derrocar la dictadura. Otrxs no quisieron participar en una iniciativa conjunta debido a limitaciones de tiempo, problemas de coronavirus y otros problemas personales. En general, la mayor parte del movimiento anarquista tenía poca idea de lo que podría suceder en agosto.
Aunque no se alcanzaron acuerdos generales, algunxs anarquistas comenzaron a participar en los procesos políticos en torno a las elecciones. El colectivo Pramen y el bloguero Nikolai Dedok estuvieron activos en las redes sociales. En julio, el primero llamó a boicotear el espectáculo electoral y la movilización de protesta del 9 de agosto. Dedok, por su parte, estuvo activo durante toda la campaña electoral, cubriendo la situación en torno a las protestas y la política de lxs candidatxs.
Algunos grupos de afinidad trabajaron en las calles: colocando carteles y pegatinas llamando al boicot en Minsk y otras ciudades.
Merece especial atención un grupo de Baranavichy que participó activamente en la organización de mítines en la ciudad. El grupo proporcionó equipos y consiguió un micrófono abierto para todxs lxs manifestantes. Un conocido anarquista de la ciudad participó activamente en las concentraciones con un programa anarquista y animó a la gente a hablar no sólo contra Lukashenko, sino contra el autoritarismo en general.
Antes de las elecciones, aparte de los blogs del anarquista Nikolai Dedok, las plataformas de información anarquista tenían poca visibilidad. Después de las elecciones, esa situación cambió drásticamente. Debido a la participación de lxs anarquistas en las protestas, muchxs bielorrusxs se interesaron activamente por sus ideas. Un pequeño grupo de medios de comunicación fue capaz de superar a muchas de las grandes plataformas a la hora de determinar la agenda informativa online y en la calle. Pero a pesar de este aumento de su influencia en los medios, lxs anarquistas no han podido utilizarla para determinar el formato de futuras acciones; hemos sido excluidxs de los grupos liberales en los que se planifican las acciones dominicales, a pesar de los numerosos intentos de entrar en este hermético club. Al mismo tiempo, la mayoría de lxs anarquistas entendieron perfectamente que, si hacíamos llamamientos a la acción por nuestra cuenta, nos enfrentaríamos a una represión mucho más dura que la que sufren las pacíficas manifestaciones del fin de semana.
Después de las elecciones, lxs anarquistas pudieron resistir no solo en Minsk, sino también en otras ciudades del país. Grupos de afinidad organizados participaron tanto en enfrentamientos con la policía antidisturbios y las tropas internas, como en la construcción de barricadas en varias zonas de Minsk. Sin embargo, a medida que las tácticas de protesta cambiaron y el número de participantes aumentó, lxs anarquistas fueron absorbidxs por la masa de manifestantes pacíficxs.
Durante los primeros días después de los enfrentamientos y después, durante las primeras marchas de los domingos, algunxs activistas anarquistas tenían más miedo de provocar una reacción negativa en otrxs manifestantes que de la violencia de la policía. Grupos organizados de manifestantes pacíficxs distribuyeron videos y fotos de supuestxs “provocadorxs”, haciendo que muchxs de lxs manifestantes que habían estado activxs los primeros días, se desanimaran de participar en manifestaciones posteriores.
Se necesitaron varias semanas para superar los temores de un posible conflicto en el seno de las protestas, lo que podría considerarse una oportunidad perdida para una agenda anarquista revolucionaria. Algunos grupos de afinidad llevaron a cabo campañas de agitación los domingos y participaron en pequeños mítines entre semana. A medida que la represión se intensificó, lxs anarquistas volvieron a ser bienvenidxs en todos los mítines, siendo precursorxs de la cultura de la seguridad. Pero para entonces, la represión ya había golpeado a muchxs activistas.
En general, el movimiento anarquista no pudo consolidarse completamente como una fuerza efectiva durante las protestas. Durante muchos meses, distintos grupos de anarquistas continuaron participando en las protestas, pero el llamado bloque negro nunca pudo reunir a más de 30 personas. Hubo bastantes razones para esto:
- La represión estatal contra el movimiento anarquista en 2017 tuvo un impacto directo en la voluntad de participar en las manifestaciones en un gran bloque junto con lxs liberales. En ese momento, solo en Minsk, alrededor de 50 anarquistas fueron detenidxs durante las protestas contra la ley del “parasitismo”. Algunxs compañerxs no pudieron superar la represión de esos días.
- Falta de cooperación activista a largo plazo. Algunos grupos de afinidad nunca trabajaron juntos. Algunos grupos de afinidad se formaron a partir de personas que no habían participado previamente en acciones conjuntas. Este tipo de organizaciones espontáneas son adecuadas para un corto periodo de tiempo, pero puede ser extremadamente difícil permanecer juntxs durante mucho tiempo bajo una presión externa constante. Muchxs de lxs anarquistas que participaron en las protestas del 9 al 11 de agosto no formaban parte de colectivos organizados y apenas trabajaban dentro de ningún tipo de estrategia de coordinación general.
- Represión directa en las propias marchas. Muchas personas no querían ser marginadas o imputadas por participar en marchas pacíficas. La estrategia de la KGB y la GUBOPIK,8 el departamento de policía que está supuestamente enfocado en la lucha contra el crimen organizado, era incomprensible para muchxs, ya que la represión de lxs activistas se llevó a cabo con un retraso de varias semanas.
- El movimiento anarquista estaba profundamente fragmentado debido a conflictos no resueltos. Esto también afectó a la posible cooperación entre algunos colectivos.
- La gente de la subcultura punk, tradicionalmente anarquista, se abstuvo en gran medida de participar en las protestas con lxs anarquistas, nuevamente debido al nivel relativamente alto de represión contra estxs.
- Muchxs viejxs activistas del movimiento anarquista se abstuvieron, sin dar explicaciones, de participar en columnas o bloques conjuntos. Algunas de estas personas participaron en protestas pacíficas de forma individual o con algunxs amigxs.
Estos son solo algunos de los factores que contribuyeron a la escasa movilización del bloque anarquista.
Lxs ultras antirracistas se negaron a cooperar con lxs anarquistas debido a la alta probabilidad de que estxs sufrieran represalias por parte de la GUBOPIK y la KGB. Como resultado, lxs ultras también participaron en las protestas por separado y en pequeños grupos.
Entre lxs anarquistas, también surgió un grupo de partisanos formado por activistas experimentados. Alinevich y Dubovsky cruzaron ilegalmente la frontera entre Bielorrusia y Ucrania, se reunieron con Romanov y Rezanovich y continuaron durante varias semanas con su lucha activa contra el régimen, llevando a cabo, presuntamente, varios ataques incendiarios. Aunque este grupo fue arrestado mientras intentaba retirarse a Ucrania, el hecho mismo de su existencia se volvió importante para mantener la imagen de lxs anarquistas como enemigxs decididxs del régimen. Incluso para muchxs liberales, los partisanos anarquistas fueron un importante ejemplo de resistencia organizada.
La represión contra lxs anarquistas comenzó incluso antes de las elecciones. Muchxs anarquistas destacadxs se vieron obligadxs a pasar a la clandestinidad. Por ejemplo, el anarquista Nikolai Dedok pasó a la clandestinidad de julio a noviembre, cuando fue detenido como consecuencia de una operación especial de la GUBOPIK.
También merece la pena señalar que el regreso a la normalidad en el movimiento anarquista sucedió con relativa rapidez. Una semana después de las elecciones, más del 40% de lxs miembrxs del movimiento regresaron al trabajo y a su vida cotidiana. La participación en la organización política disminuyó significativamente cuando el conflicto desescaló. Muchxs anarquistas creyeron en el discurso liberal de la victoria sobre la dictadura. En vista de esto, la falta de ganas de montar barricadas era comprensible: muchxs creían que, incluso sin la participación de lxs anarquistas, Lukashenko no sobreviviría.
Una vez más, esto fue un error, que casi les cuesta a lxs anarquistas la supervivencia de todo su movimiento: hoy, al menos diez anarquistas y cinco antifascistas más están entre rejas. Muchxs compañerxs abandonaron Bielorrusia en busca de un refugio seguro para poder continuar con su labor política. Algunxs sufrieron torturas y palizas. El movimiento anarquista bielorruso fue principalmente aplastado por la represión. Quedan pequeños grupos en el país que continúan organizándose contra la dictadura, pero el nivel de presión del Estado no permite ni siquiera una mínima movilización. Se conocen los nombres de muchxs activistas y, en el caso de que llevaran a cabo acciones anarquistas, serían detenidxs con bastante rapidez.
Las estructuras de solidaridad anarquista continúan operando: ABC-Bielorrusia se dedica a apoyar a lxs presxs, activistas represaliadxs y sus familias.
En esta etapa, es probable que lxs anarquistas que quedan se concentren más en sobrevivir a la represión, que en participar en una lucha política en toda regla. Las perspectivas para el movimiento anarquista no están claras y es difícil imaginar en el escenario actual una actividad anarquista continua. El alto nivel de interés de la GUBOPIK y la KGB en lxs activistas no hace más que complicar cualquier contacto con personas ajenas al movimiento, que temen sufrir problemas adicionales debido a conexiones con lxs anarquistas. Y aunque los proyectos de información como Pramen siguen siendo de interés para una parte de la sociedad bielorrusa, este interés sigue decayendo.
Bloque de anarquistas en una protesta. La pancarta dice “La solidaridad es nuestra arma”.
Lukashenko, Putin y la Unión Europea
La relación entre un dictador y otro siempre ha sido complicada. A partir del levantamiento de las sanciones en 2015, Lukashenko comenzó a distanciarse gradualmente de Putin. En sus discursos se refería cada vez más a una Bielorrusia independiente. Putin, de hecho, desprecia a Lukashenko y es muy consciente de que le están utilizando en los juegos políticos de Bielorrusia. El régimen bielorruso debe pagar el apoyo de Rusia con la integración política y económica. Lukashenko se resiste a este proceso porque sabe que, tarde o temprano, la integración tendrá como consecuencia la pérdida del poder.
El acercamiento a la Unión Europea le ha dado al dictador la oportunidad de limitar la influencia política de Putin. Los préstamos de lxs “socixs” occidentales y los contratos con grandes empresas podrían ayudar a reducir la dependencia del régimen de Lukashenko respecto a Rusia. También ha ayudado que la UE dejara de presionar en los procesos políticos internos del país. Para muchxs políticxs europexs, el autoritarismo estable de Lukashenko ha sido más atractivo que los riesgos de una repetición del escenario ucraniano, con protestas antigubernamentales y una posterior invasión de Putin.
Hasta agosto de 2020, Lukashenko utilizó una retórica bastante agresiva respecto a Rusia. El escándalo de los soldados de la rusa Wagner9, que “intentó” organizar un golpe militar en Bielorrusia, demuestra el deseo de Lukashenko de transferir la responsabilidad de cualquier inestabilidad política en el país a los hombros de Putin— papel previamente reservado a la Unión Europea y Estados Unidos. Probablemente el propio dictador esperaba que las protestas fueran pequeñas y que luego podría regresar a las negociaciones con lxs políticxs europexs.
La violenta irrupción de las protestas del 9 al 11 de agosto y la resistencia activa de la población en varias ciudades alteraron enormemente el equilibrio de poder. El Occidente liberal no podía tolerar semejante nivel de desórdenes, ya que hacerlo podría haber tenido un efecto negativo en la popularidad de los partidos políticos gobernantes. Pero a pesar de los asesinatos de manifestantes durante esas primeras semanas, la reacción de Occidente a los sucesos en Bielorrusia fue bastante moderada. Hizo falta tiempo para que los informes de tortura, violaciones y asesinatos obligaran a las élites políticas a hablar en favor de lxs manifestantes y condenaran las acciones de Lukashenko. Para lxs políticxs europexs, esto significó el fin de la “cooperación” entre Lukashenko y la UE, y el riesgo de otro acercamiento entre Rusia y Bielorrusia.
La reacción de Putin a las protestas en Bielorrusia también fue muy fría durante las primeras semanas. Al principio, no estaba claro quién ganaría en todo este asunto, y el apoyo ruso a Lukashenko provocaría un aumento de los sentimientos antirrusos en la sociedad bielorrusa en caso de que este saliera derrotado.
Para Putin, aunque la historia de Donbas10 pudo aumentar su popularidad por un tiempo, a la larga resultó ser una operación fallida que le costó demasiados réditos políticos. Aunque la operación de Rusia en Siria es importante geopolíticamente, Assad sigue siendo extremadamente inestable en los acuerdos generales. En esta situación, cualquier agresión rusa contra Bielorrusia volvería a tener un alto coste político.
Cuando quedó más o menos claro para lxs analistas políticxs rusxs que Lukashenko estaba recuperando el control de la situación, comenzaron las reuniones personales entre los dos dictadores. Los préstamos comenzaron a llegar, la mayoría destinados a pagar las deudas existentes del régimen.
Ahora, el equilibrio de poder de Lukashenko ha cambiado drásticamente. Si en 2019 podía navegar entre Occidente y Oriente, ahora no tiene más remedio que trabajar con Putin. La actitud despectiva del emperador ruso hacia el barón de la patata bielorruso sigue vigente. Muchxs analistas señalan que el objetivo de Rusia en esta etapa es continuar con su plan para reabsorber Bielorrusia.11. La nueva constitución podría ser la base para eso.
Es difícil predecir la relación entre Putin y Lukashenko, ya que la mayoría de los acuerdos se llevan a cabo a puerta cerrada. Aunque Lukashenko no menciona el precio del apoyo de Vladimir Vladimirovich, está claro para todxs que no será posible comprar a Putin con sandías y patatas de su jardín.
Una multitud se enfrenta en Brest a la policía la primera noche de protesta.
El Régimen Tecnócrata de Alexander Lukashenko
Mucha gente piensa erróneamente que el régimen bielorruso, encabezado por el ex presidente de la granja estatal, es solo un grupo de ex funcionarixs soviéticxs que, para hacer desaparecer a sus oponentes, solo saben usar policías con porras contra ellxs.
Esta percepción es errónea: hoy Bielorrusia es un país tecnológico relativamente avanzado. Numerosas empresas privadas de IT brindan servicios de ingeniería a varias de las principales empresas occidentales, incluidas Microsoft, Google y muchas otras. Dentro del aparato estatal, las personas que trabajan en el Centro Operacional y Analítico del presidente de Bielorrusia entienden solo un poco más de tecnología que Lukashenko.
Con el fin de adquirir equipos privados para controlar y reprimir a lxs civiles, la policía bielorrusa viaja constantemente a exposiciones que empresas privadas organizan para las fuerzas de seguridad de varios países. Por ejemplo, el Hacking Team italiano señaló, en documentos internos de 2015, que en Bielorrusia tiene “clientes” interesadxs en su servicio de hackeo para entidades estatales. Esto significa que cuando el Estado bielorruso carece de la tecnología necesaria para reprimir a sus ciudadanxs, las empresas privadas pueden ayudarle a hacerlo.
El régimen de Lukashenko se preparó bien para las protestas de 2020, comprando cañones de agua canadienses, gases lacrimógenos checos, escudos de electrochoque y muchas otras innovaciones tecnológicas para el control de masas.
El régimen ha estado cooperando durante varios años con la empresa privada bielorrusa Synesis, que desarrolla tecnología de reconocimiento facial; apenas unos días después de que comenzaran las protestas, se supo que la policía estaba usando sistemas automáticos de reconocimiento facial para identificar a lxs manifestantes y localizar a lxs activistas. Se utilizaron impresiones del sistema Synesis durante los juicios de algunxs manifestantes; sus imágenes y perfiles, obtenidos con este programa, colgaban del expediente administrativo.
Se utilizó equipo de la firma estadounidense Sandvine Inc. para restringir el acceso a Internet. El equipo israelí Celebrite se utilizó para piratear dispositivos móviles. Expertxs de China vinieron a apoyar al régimen bielorruso en la censura y monitoreo de la actividad online.
El régimen usó activamente la clonación de tarjetas SIM para piratear cuentas de Telegram. El bug que permitía desactivar el anonimato en Telegram posibilitó la creación de listas de participantes de ciertos chats de Telegram para, posteriormente, vincular comentarios específicos a ciertas personas e iniciar un proceso penal en su contra. Lxs analistas de datos dentro de la GUBOPIK y la KGB pudieron vincular grabaciones que se habían subido a Telegram, con las direcciones IP desde las que se había hecho y, de esta manera, consiguieron rastrear a lxs activistas de las iniciativas vecinales.
Por primera vez, la sociedad bielorrusa se enfrentó a un oponente astuto y educado—y no hablamos de Lukashenko y sus hijos. Un gran número de personas están trabajando para el régimen, y han optado por ofrecer sus servicios a la dictadura por su propia comodidad. Estas personas no se mueven por su amor por la ideología de Lukashenko, sino por el dinero, y están listas para realizar cualquier tarea técnica que les soliciten sin considerar las consecuencias morales de esa elección.
Hemos visto que numerosas soluciones tecnológicas en el mercado occidental se ponen rápidamente a disposición de los regímenes autoritarios. Tecnologías como el reconocimiento facial automático han jugado un papel extremadamente importante en la lucha contra los movimientos democráticos y la estabilización de dictaduras. El crecimiento del mercado de la vigilancia y el control solo dificultará cualquier intento de liberación.
No Violencia e Inacción
Antes de junio de 2020, las protestas en Bielorrusia eran en gran parte no violentas. A excepción de lxs anarquistas, nadie pidió una resistencia violenta a la represión. Esta situación cambió rápidamente durante el verano. Las primeras escaramuzas con la policía bielorrusa tuvieron lugar en pueblos pequeños, cuando los intentos de detener a lxs manifestantes provocaron resistencia. Estas acciones fueron espontáneas y extremadamente efectivas; el régimen bielorruso no está acostumbrado a una población activa, y en las primeras semanas cualquier resistencia provocó el desconcierto de lxs castigadorxs.
El ataque a la policía antidisturbios en Minsk que se produjo en julio se convirtió en un punto de inflexión para muchxs manifestantes. Descubrieron que la unidad de policía especial, supuestamente invencible, se derrumbaba rápidamente en una situación de conflicto. Durante generaciones, la policía antidisturbios bielorrusa ha tratado de presentarse como guerrerxs que pueden trabajar en las situaciones más difíciles y detener los disturbios. Sin embargo, tanto entrenamiento no consiguió ayudar a lxs jóvenes lukashistas descerebradxs a enfrentarse a lxs manifestantes en las calles. La huida de estxs policías antidisturbios cambió el equilibrio de poder en las calles, ya que lxs bielorrusxs se dieron cuenta de que podían enfrentarse con éxito al aparato represivo.
Después de estos enfrentamientos, hubo multitud de pequeñas concentraciones y marchas. Muchos grupos y ciudadanxs de a pie se estaban preparando para el acontecimiento principal, el día de las elecciones. Aunque algunxs todavía esperaban una resolución pacífica del conflicto, el día de las elecciones la mayoría de la gente luchó por todo el país contra la policía. En algunos lugares, la población pudo liberarse completamente de la dictadura por una noche. En Minsk y otras ciudades importantes, lxs castigadorxs pudieron “limpiar” las calles por la mañana, pero no pudieron detener el movimiento. Las siguientes protestas nocturnas demostraron la eficacia de la resistencia activa y la descentralización.
El debilitamiento de la autoridad del Ministerio del Interior continuó y aumentó.
En un intento desesperado por evitar las protestas, la policía comenzó a detener a todxs lxs que parecían manifestantes. Durante el día, policías en camionetas, autobuses y ambulancias de la policía intentaron ejercer presión. Las detenciones aleatorias aumentaron el número de personas afectadas por la represión política en el país; por ejemplo, tales tácticas llevaron a la detención de muchxs trabajadorxs que regresaban del turno de noche. Esto, a su vez, aumentó el nivel de enfrentamiento en las fábricas y se convirtió en uno de los catalizadores del movimiento de huelga.
Para algunxs manifestantes del campo liberal, el nivel de confrontación fue demasiado alto. La violencia de las autoridades provocó, en tan solo unos días, la muerte de varixs manifestantes, cientos de heridxs y la tortura de miles en las celdas del departamento de policía y los centros de prisión preventiva. Para la relativamente pacífica población del país, estas tácticas fueron una sorpresa.
En respuesta a la violencia, en el cuarto día de las protestas postelectorales, comenzaron las marchas pacíficas. Cientos de mujeres, en su mayoría vestidas de blanco con flores rojas, se reunieron en el centro de Minsk, exigiendo el fin de la brutalidad policial, la liberación de todxs lxs prisionerxs y la libertad de reunión. Al principio, las autoridades no reprimieron las marchas de mujeres.
Muchas plataformas de noticias liberales promovieron el pacifismo. En esta etapa, la agenda principal de las protestas era poner fin a la violencia. El primer domingo después de las elecciones, cientos de miles de personas salieron a las calles en ciudades de todo el país. Esto no había sucedido nunca antes en Bielorrusia. Ese día, parecía que la dictadura había perdido y finalmente podíamos respirar libremente.
La parte liberal de la protesta percibió este día como el principio del fin de Lukashenko. Después de una manifestación tan grande, el dictador seguramente tendría que irse. Pero la falta de objetivos fue un problema que lxs manifestantes no pudieron resolver. En algunos casos, lxs manifestantes pudieron obligar a las autoridades a liberar a lxs presxs marchando hacia los centros de detención. En Minsk, una marcha de varios miles provocó un conflicto con lxs “voluntarixs” organizadxs en torno al apoyo a lxs detenidxs,12 quienes formaron contra lxs manifestantes una línea de defensa adicional alrededor de la prisión—la razón de este comportamiento fue el acuerdo entre estxs voluntarixs y la administración de la prisión, que, según lxs voluntarixs, podría haber sido cancelado en caso de intentar presionar para que se liberara a lxs detenidxs. Las propias manifestaciones pasaron a menudo de ser acciones de protesta a reuniones masivas por el mero hecho de reunirse.
Los intentos de varios canales de Telegram de establecer un objetivo para un día de protesta en particular fracasaron en gran medida; sólo una pequeña parte de lxs manifestantes estaba dispuesta a actuar. En este caso, ni siquiera estamos hablando de enfrentamientos directos con la policía antidisturbios, sino de diversas formas de resistencia no-violenta.
La protesta pacífica se convirtió rápidamente en un dogma y las acciones proactivas de cualquier tipo se percibieron como provocaciones. En poco tiempo, las protestas bielorrusas pasaron de los enfrentamientos con las autoridades a la pasividad total. Muchxs incluso percibieron los intentos de bloquear carreteras a través de cadenas de solidaridad como provocaciones, mientras que muchos miles de manifestantes paradxs en los semáforos en rojo se interpretaron como un ejemplo de la alta cultura de protesta y orden de la sociedad bielorrusa.
Este tipo de desescalada sin presión sobre el régimen creó una oportunidad para que las autoridades desarrollaran una nueva estrategia para reprimir las protestas. Si bien el ambiente informativo estuvo dominado por la agenda “derrocar a la dictadura—no un sprint, sino un maratón”, la relativa calma en las calles de la capital permitió a la policía aplicar la estrategia de represión paso a paso, que ya hemos mencionado.
Lxs manifestantes pacíficxs en Minsk se dieron cuenta de esto demasiado tarde, cuando el movimiento ya había sido aplastado en otras partes del país. Los intentos tardíos de utilizar la acción directa después de unos meses de marchas dominicales no produjeron ningún resultado serio; muchxs de lxs activistas que estaban dispuestxs a intensificar el conflicto ya estaban en prisión o en el extranjero. Las tácticas de liberar a lxs detenidxs y atacar a lxs policías que se atrevían a acercarse a un grupo de manifestantes, continuaron durante varias semanas más, pero su objetivo principal era defender las manifestaciones, que aún no tenían objetivos concretos.
Cabe recordar que, además de las grandes protestas, en muchas ciudades continuaron los actos de sabotaje en solitario: la gente bloqueó vías de tren, destruyó equipos, etc. Sin embargo, este formato no alcanzó la masa crítica necesaria para infligir un daño grave al régimen.
La priorización de la protesta pacífica golpeó al movimiento con mucha fuerza. Aunque cientos de miles de personas en todo el país pudieron unirse al levantamiento contra Lukashenko al precio de la desescalada, la división entre los campos radical y pacífico le hizo el juego a la dictadura. La sociedad bielorrusa se encontró en una situación familiar para muchxs manifestantes occidentales, en la que lxs pacifistas intentan excluir del movimiento a lxs partidarixs de la acción directa y así terminan ayudando a lxs opositorxs del movimiento.
La agenda de protestas pacíficas se hizo cumplir tanto en las calles como a través de las redes sociales. Muchas personas que salieron tras las radicales manifestaciones de los primeros días, en su ánimo de detener la violencia, vieron en cualquier acción una posible provocación del régimen, un pretexto para otra ola de represión. Sin embargo, esta suposición era completamente contraria a la lógica: el régimen de Lukashenko, debilitado en agosto de 2020, no buscaba provocar la violencia de la gente para agravar aún más el conflicto, porque tal estrategia solo desestabilizaría la situación, haciendo extremadamente difícil recuperar el control. El régimen lo entendió después de los primeros días tras las elecciones.
Lxs anarquistas y otros grupos radicales, a su vez, no deben temer desestabilizar la protesta en caso de enfrentamientos con OMON y otrxs policías. Obviamente, cuanto más activa es la resistencia en las calles, mayor es la probabilidad de que el régimen cometa errores o incluso se derrumbe. Los métodos activos son necesarios incluso si la mayoría pacífica se opone a tal acción. La agenda liberal de información puede enmarcar tales acciones como provocaciones, pero no debemos olvidar que nuestro objetivo en las protestas no es apoyar al campo liberal sino derrocar a la dictadura, incluso si trabajar con aliadxs liberales es importante.
Conclusiones
Meses de protestas han destrozado por completo la ilusión de la oposición democrática de que una gran manifestación lo cambiará todo. Simplemente marchar por las calles del país, sin metas u objetivos concretos, no puede dañar al régimen. Solo una síntesis de diferentes tácticas, desde manifestaciones pacíficas hasta enfrentamientos abiertos con el régimen y la toma de puntos estratégicos, puede llevar al derrocamiento de la dictadura. Al buscar esto, cada eslabón de nuestra rebelión debe actuar en solidaridad con el resto del movimiento. Los ataques desde el campo pacífico contra lxs llamadxs radicales deben cesar, al igual que las condenas a lxs manifestantes pacíficxs por parte de la población más activa. Solo juntxs podríamos crear una fuerza capaz de destruir a Lukashenko y sus seguidorxs. Debe entenderse que las protestas pacíficas también pueden incluir formas activas de resistencia como barricadas, piquetes, acciones en puntos estratégicos, huelgas, etc., acciones que debilitan al régimen y crean una presión adicional. La acción radical no debe limitarse a defender una manifestación o apedrear a lxs policías. La estructura del poder estatal es mucho más compleja que los cordones de la policía antidisturbios; los ataques a esas estructuras pueden llevarse a cabo de varias maneras, no solo como parte de grandes manifestaciones.
No deberíamos depender solo de los grandes canales de comunicación para coordinar las protestas. En un principio, las marchas de mujeres se organizaban sin mayor apoyo, pero gracias a su formato, se hicieron populares entre miles de manifestantes. Lxs anarquistas y antifascistas también deberían intentar organizarse fuera de su pequeño círculo de activistas, yendo más allá de la comodidad, para desarrollar estrategias de protesta de acuerdo con nuestros principios, ideales y experiencia en grandes protestas.
El levantamiento demostró la efectividad de las tácticas de protesta descentralizadas. Pudimos estar tan cerca de destruir la dictadura gracias a los esfuerzos organizativos en muchas regiones. Las protestas tradicionalmente centralizadas en la capital son mucho más fáciles de aislar y extinguir que numerosos puntos de resistencia por todo el país. Tenemos que seguir buscando aliadxs en los pueblos pequeños, dispuestxs no solo a expulsar a las fuerzas enemigas, sino también, si es necesario, a tomar el poder en las ciudades y liberar por completo del dictador las regiones situadas más allá de la capital, tanto mediante tácticas guerrilleras como de desobediencia civil.
La eficacia y la importancia de la descentralización mostraron el anarquismo a muchxs bielorrusxs, no como caos y desorden en las calles, sino como movimiento organizado con objetivos políticos, que se convirtió en una alternativa real a la centralización estatal. Aunque las ideas del anticapitalismo siguen siendo ajenas a la sociedad bielorrusa, la resistencia a la centralización y los modelos horizontales de distribución del poder son de gran interés. Si Lukashenko es derrotado, no nos hacemos ilusiones sobre la posibilidad de crear una república o federación anarquista dentro de Bielorrusia, pero la influencia de lxs anarquistas en los círculos liberales y la sociedad podría conducir a un colapso importante y rápido de la centralización del aparato estatal.
Durante generaciones, ha existido un cierto estereotipo en la mente de las personas: el bielorruso pacífico, capaz de adaptarse a cualquier situación y aceptar cualquier injusticia. Este estereotipo fue alimentado por la dictadura bielorrusa y también por muchxs políticxs de la oposición que buscaban derrocar la dictadura “pacíficamente”. Los chistes sobre bielorrusxs tolerantes se esparcieron por toda Europa del Este.
Pero juntxs hemos logrado superar este estereotipo, y hemos demostrado al mundo entero que el pueblo de Bielorrusia anhela la libertad como el que más, y que estamos dispuestxs a actuar con decisión para conseguirla. El levantamiento de 2020 acabó con la imagen de siervx sumisx dispuestx a tragarse cualquier burla y humillación. El aumento del poder social ha sido un factor importante en nuestro camino hacia la liberación. Es verdad, no pudimos derrocar a Lukashenko en el verano de 2020, pero la guerra contra la dictadura no está perdida. Por delante tenemos muchos meses para darnos cuenta de nuestra propia fuerza y seguir organizándonos y rebelándonos por una Bielorrusia libre.
Dejemos el pesimismo para tiempos mejores y volvamos al trabajo organizativo y la preparación para volver a intentar derrocar a Lukashenko. ¡La dictadura caerá y haremos todo lo que esté a nuestro alcance para acabar con ella y ser finalmente libres!
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Las elecciones bielorrusas a veces se denominan “re-elecciones” porque son un espectáculo, en el que ni siquiera se cuentan los votos, sino que los resultados se presentan desde arriba. ↩
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A partir de julio, numerosos canales de Telegram y plataformas de noticias comenzaron a utilizar el término “castigadorxs” para describir a lxs empleadxs del Ministerio del Interior / KGB (es decir, la policía secreta) y las tropas internas (una organización semimilitar dentro del Ministerio de Asuntos internos). ↩
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“Tropas internas” describe una organización semi-militar dentro del Ministerio del Interior, utilizada sobre todo para la represión política. Aparte de lxs policías, para estas tropas se reclutan soldados. ↩
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En 27 años de dictadura, Lukashenko recurrió repetidamente a la “descentralización” del poder, creando instituciones estatales que supuestamente debían distribuir el poder entre las bases. En realidad, estas instituciones fueron trampas para absorber iniciativas locales y anular su influencia en la sociedad. Aparte de eso, las “instituciones de autogobierno” locales se utilizaron como medio para recibir financiación de la Unión Europea. ↩
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Vitold Ashurak fue durante muchos años un activista de la oposición liberal. Fue detenido el 19 de septiembre de 2020 por participar en las protestas; en enero de 2021, fue condenado a cinco años de prisión. Ashurak fue asesinado en prisión por el régimen en mayo de 2021. ↩
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Roman Bondarenko fue un activista que participó en una de las primeras asambleas vecinales de Minsk. Fue asesinado por el régimen en la plaza del barrio, donde policías y activistas del régimen destruían banderas y protestaban contra el arte. Sus últimas palabras en el chat del vecindario fueron “Voy a salir”. ↩
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Todos los mítines y manifestaciones políticas están prohibidos en Bielorrusia. Sin embargo, durante el ciclo electoral, existen algunas normas adicionales que permiten a lxs candidatxs reunirse con la gente en lugares públicos sin el permiso explícito del estado. El equipo de Tikhanovskaya aprovechó esta laguna jurídica para realizar convocatorias oficiales de concentraciones políticas incluso sin la participación de la candidata, lo que permitió realizar decenas de mítines políticos por todo el país. ↩
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Desde las elecciones, la GUBOPIK [“Dirección General de Lucha contra el Crimen Organizado y la Corrupción”] se ha centrado principalmente en la represión política. Incluye un subdepartamento centrado en la lucha contra el “extremismo”. ↩
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Wagner es una empresa de seguridad privada de Rusia. Varias decenas de mercenarios de Wagner fueron arrestados en julio de 2020 en un centro turístico de Bielorrusia y acusados de preparar actos de sabotaje para derrocar a Lukashenko. Más tarde, todos fueron liberados y no se volvió a oír nada sobre ellos. Muchxs creen que el dictador estaba tratando de usar a Wagner para distraer la atención de las protestas en Bielorrusia, así como para buscar el apoyo de la Unión Europea, aunque esto no funcionó. ↩
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En abril de 2015, las fuerzas prorrusas en la región de Donbas, con el apoyo del ejército ruso, se rebelaron contra el gobierno ucraniano. Originalmente, lxs separatistas esperaban convertirse en parte de Rusia, pero esto nunca se hizo realidad. En cambio, más de un millón de personas fueron desplazadas por la guerra. Hoy, la República Popular de Donetsk y la República Popular de Lugansk siguen bajo el control de las fuerzas rusas. ↩
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A finales de la década de 1990, Lukashenko y Yeltsin (entonces presidente de Rusia) firmaron un tratado para unificar Bielorrusia y Rusia, creando el llamado “estado de la unión”. La idea del gobierno ruso era absorber a Bielorrusia poco a poco. El proyecto del estado de la unión no fue realmente exitoso, pero a finales de 2019, Putin comenzó a impulsar una hoja de ruta hacia la “integración”, buscando obtener la mayor influencia política posible. ↩
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Después de la primera noche de protestas, más de 1.000 personas por todo el país fueron detenidas y retenidas en varias instalaciones de detención preventiva. En Minsk, un grupo de voluntarixs se unió para apoyar a lxs familiares que visitaban las cárceles, así como a las personas liberadas. También fueron responsables de publicar listas de detenidxs, ya que la policía se negó hacer esta información pública o facilitársela a lxs familiares. ↩