Alrededor de un cuarto de lxs trabajadorxs en los Estados Unidos renunciaron de su trabajo en 2021. Se ha hablado mucho de una supuesta “escasez de mano de obra”. En teoría, estas condiciones deberían ser favorables para la organización sindical; pero pese a esto, no ha habido ninguna ola de huelgas real. ¿Cómo han cambiado las condiciones de empleo, y qué nuevas estrategias tienen chances de llevar a la gente a defenderse a sí mismxs y a otrxs contra la economía capitalista? En una serie de artículos futuros, exploraremos estas preguntas.
Esta semana, trabajadores de Kellogg’s levantaron una huelga, aceptando un nuevo contrato que su sinidicato declaró “una victoria”. Un notorio sitio anti-trabajo en Reddit jugó un rol en evitar que la empresa reemplazara a lxs huelguistas, marcando el camino hacia una simbiosis entre organización laboral y subversión anti-trabajo. A continuación, presentamos un relato que trata de las condiciones laborales enfrentadas por lxs trabajadorxs en otra industria atendida por el mismo sindicato.
Prefacio del autor
¡Felicitaciones a lxs trabajadorxs de Kellogg’s al final de su huelga de 77 días! Su lucha me es especialmente cercana, porque también fui miembro del Sindicato Internacional de Trabajadores de Panadería, Confitería, Tabaco y Molineros de Granos (BCTGM, por sus siglas en inglés) durante casi diez años, durante la década de 2000, el tiempo que trabajé de forma zafral en una fábrica de azúcar de remolacha en Minnesota. Como pequeña muestra de solidaridad, me gustaría compartir un relato sobre el trabajo que escribí en 2005, publicado en el primer número de Rolling Thunder.
No hace falta decir que mucho ha cambiado desde entonces: en la fábrica, el pueblo, el sindicato, y en el mundo entero. Mi relato es quizás más interesante como retrato del trabajo industrial en un determinado momento y lugar, como también de algunxs de lxs congeladxs y explotadxs maníacxs podían encontrarse trabajando allí, en ese punto de producción. Lo que no ha cambiado es que la vida bajo el capitalismo dista de ser dulce y, nada se consigue sin luchar. ¡Salud, trabajadorxs de Kellogg!
Partidarios de lxs trabajadorxs en huelga diseñaron estos agitadores silenciosos, para pegar sobre etiquetas en estantes y en cajas de cereales. Para usar con las etiquetas Avery 8160 o equivalentes. Haz clic en la imagen para descargar un pdf para imprimir.
De dónde viene el azúcar
Así es la cosa. Cada otoño, trabajo en esta fábrica de azúcar de remolacha en el oeste de Minnesota. Un montón de azúcar usada en todo tipo de alimentos procesados se obtiene de la remolacha azucarera, y un montón de esa remolacha azucarera sale del oeste de Minnesota. El condado donde está ubicada la fábrica es completamente plano, excepto por el valle del río Minnesota, y contiene exactamente tres cosas: maíz, soja y remolacha azucarera, perdiéndose en el horizonte. Es, a la vez, totalmente rural y tan antinatural como Los Ángeles o Disneyland.
Cada año, en setiembre, lxs productorxs de remolacha comienzan a cosechar: sacan sus cultivos de la tierra con una cosechadora, los cargan en un camión y los llevan a la planta procesadora. La planta no termina de procesar toda la cosecha hasta la primavera, por lo que debe almacenar las remolachas afuera, en siete pilas gigantescas, y necesitan contratar trabajadorxs zafrales para operar las máquinas que descargan los camiones. Al final de la cosecha, cada una de las pilas es más grande que un campo de fútbol y alcanza alturas de hasta diez metros. Un montón de remolachas.
Paga bien. Lxs productorxs cosechan remolachas todo el día y toda la noche, salvo cuando está demasiado caluroso, demasiado frío, o demasiado húmedo. Lxs trabajadorxs zafrales, que apilan la remolacha, trabajan doce horas al día todos los días, mientras lxs productorxs sigan cosechando. Esto significa ochenta y cuatro horas por semana si el clima está de tu lado, por lo que las horas extra se acumulan fácilmente. Cada hora por sobre las 8 diarias o las 40 semanales paga por hora y media, y los domingos pagan doble. Si vivo de forma extremadamente austera, puedo ganar suficiente dinero para financiar mis actividades durante la mayor parte del resto del año.
El pueblo es exactamente igual a cualquier otro centro agrícola de su tamaño. Hay un bar, un restaurante, una ferretería, dos gasolineras, una oficina postal, una biblioteca y una comisaría. Las caras detrás de los mostradores casi no cambian de un año a otro. El edificio más alto es un silo, y el pueblo termina abruptamente donde comienzan los campos de remolacha, en el límite del jardín de la última familia. El lugar es absolutamente ordinario en todo sentido, salvo porque una vez al año se llena de apiladorxs.
Hay tres tipos de personas que apilan remolacha: locales, latinxs y jóvenes. El oeste de Minnesota fue robado a sus habitantes originales en el siglo XIX y desde entonces ha estado poblado casi exclusivamente por gente blanca de ascendencia escandinava. Desde hace poco, sin embargo, muchxs latinxs se han mudado ahí en busca de trabajo. Hoy son una minoría considerable tanto en la ciudad como en la fábrica.
Y luego están lxs jóvenes. Es un fenómeno extraño, pero cada otoño la ciudad se ve inundada de jóvenes de aspecto salvaje, llegadxs de Otro Lugar con sus perros y tatuajes faciales, que trabajan con las remolachas porque pagan bien y no hacen muchas preguntas. Yo soy uno de ellxs.
En realidad, no hay lugar en la ciudad para alojarnos de ninguna forma convencional, por lo que casi todos los años terminamos quedándonos en un sitio diferente. Solía haber un motelucho en la ruta que hospedaba apiladorxs, pero lo cerraron por copiosas violaciones del Código. El año pasado, cuarenta de nosotrxs ocupamos una granja abandonada justo a las afueras de la ciudad. Era como una banda de vagabundxs descendiendo sobre un pueblo medieval. Me preocupaba un poco que los bebés comenzaran a desaparecer y la gente del pueblo viniera a por nosotros con horquillas.
Un año, el tiempo estuvo terrible. Nadie trabajaba (ni le pagaban), y casi todo el mundo paraba en el bar durante largos días, emborrachándose ferozmente y aterrorizando a la ciudad. Finalmente, intervinieron las ‘fuerzas del orden’. Pero armar un buen escándalo resultó una estrategia sorprendentemente efectiva. Al año siguiente, la empresa se esforzó mucho para darnos trabajo sin importar lo mal que estuviera el tiempo, posiblemente solo para mantenernos lejos de las calles.
En otra ocasión, la cantinera vino a la finca para pasar el rato con nosotrxs después del trabajo. Se encontró con siniestra una horda de apiladorxs solemnemente despellejando un cachorro alrededor de una fogata para comérselo1. Ella estaba comprensiblemente horrorizada por esto, incluso después de que alguien le explicara que no habían matado al cachorro. (Uno de los perros más grandes lo mató accidentalmente, y su dueñx había decidido que esta era la forma más respetuosa de lidiar con su muerte). Siempre pareció desconfiar un poco de nosotrxs después de eso.
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Trabajar con la remolacha puede ser una experiencia positiva en muchos sentidos. Existe una camaradería sincera y una especie de solidaridad que se desarrolla cuando vives, trabajas, comes y duermes colectivamente con un grupo de personas en condiciones arduas. Hay personas que hacen juntas una especie de circuito anual: apilar remolacha en Minnesota, recolectar arándanos en Maine, enlatar pescado en Alaska, y una variedad de otras cosas. Es una forma de hacer que el trabajo y la vida sean un poco menos alienantes y solitarios.
También puede ser terrible. La embriaguez extrema y el perpetuo abuso de drogas pueden volverse demasiado, y trabajar 84 horas a la semana en el frío extremo mientras duermes sobre un montón de paja en un granero durante un mes y medio, sin agua corriente ni electricidad, te saca las ganas de aguantar a nadie.
El trabajo es realmente sencillo. Un orangután bien entrenado podría manejar una apiladora de remolacha. Apreta los mismos botones, tira de las mismas palancas, una y otra vez. En general, es ruidoso, monótono y frío.
También es bastante peligroso. Tienes que estar alerta por todos los camioneros colocados para que ninguno te atropelle. Y tienes que asegurarte de no caer dentro de la máquina: alguien muere bajo un montón de remolachas en algún lugar de Minnesota o Dakota del Norte casi todos los años.
El interior de la fábrica es aún más loco. Hay insondables laberintos de máquinas incomprensibles, pasarelas y cintas transportadoras que no dan a ningún lugar, y arcaicos motores cubiertos por medio metro de pulpa de remolacha. Tienes el estruendo ensordecedor de un millar de engranajes rechinando sin cesar, un piso entero que siempre está a unos 55°C, y un lugar llamado El Foso a donde ningún supervisor irá jamás. Todo el lugar es completamente inhumano. No faltan oportunidades para esconderse… o terminar mutiladx o asesinadx.
Yo trabajo afuera, en las pilas, a menos que haga mal tiempo, pero en ocasiones también trabajo dentro de la fábrica. Aquí va una historia: un día, llego a la planta y el jefe me da un gigantesco secador. Me lleva a una tubería en particular en las entrañas de la fábrica que ha tenido una enorme fuga y está rociando cantidades masivas de melaza a medio procesar por doquier. “Limpia este jugo”, me dice, y luego se va para no ser visto de nuevo. Así que, durante doce horas, la tubería sigue derramándose mientras empujo un lago de jugo, que nunca se hace más pequeño, por un desagüe. El drenaje da a una bomba de sumidero, ¡por lo que el jugo era bombeado de regreso a la tubería!
Más tarde, mientras meditaba acerca de lo absurdo de mi tarea, vi a un par de tipos con una retroexcavadora pasar la mitad del día cavando un gran hoyo en el suelo, almorzar, y pasar el resto del día llenándolo de nuevo. Comencé a pensar que, de cierto modo, todo el mundo estaba haciendo lo mismo. Lxs soldadorxs cortan losas de acero por la mitad, almuerzan y las vuelven a soldar; lxs mecánicxs desmontan motores, desmontan motores, almuerzan y vuelven a montarlos Todo el lugar es en realidad un enorme laboratorio de metanfetamina o un producto de gancho para la mafia. Ahí tienes el “método a la locura” de la producción.
La fábrica es supuestamente propiedad cooperativa de lxs productorxs, pero la gestión termina a cargo del malvado gigante de la agroindustria, Cargill. El verano pasado hubo un lockout patronal de un mes, cuando el sindicato rechazó por amplia mayoría un contrato que habría dejado a lxs trabajadorxs menos beneficios y mayores costos en seguros médicos. El lockout patronal fue tremendamente impopular y finalmente se levantó, pero la ciudad y la fábrica están anticuadas en muchos sentidos. No tengo ninguna duda de que en los próximos años habrá más intentos de acabar con el sindicato y más de los recortes de personal, automatización y tercerización que ya han diezmado la mayoría de los trabajos industriales bien remunerados en el resto del país. Cuando esto inevitablemente suceda, la planta de remolacha será un campo de batalla interesante cuando esto suceda inevitablemente. Ciertamente existe la posibilidad de construir alianzas profundas a partir de la necesidad entre trabajadorxs de diversos trasfondos raciales y culturales.
La cosecha de la remolacha funciona bastante bien para mí, y sigo volviendo año a año, pero tan pronto como termina estoy feliz de poder irme. Tan pronto como llego allí, se siente como si nunca me hubiera ido, y no me toma más de una semana para comenzar a soñar con la remolacha nuevamente. No puedo imaginar lo difícil que debe ser aguantar ese trabajo todos los días del año, año tras año. Sí sé que la compañía comenzó a registrar las retinas de sus empleadxs a tiempo completo, porque muchas personas estaban trucando sus tarjetas.
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El año pasado, alguien empezó a escribir “¡BDTF!” en todas partes. Burn down the factory - ¡Quema la fábrica! ¿Recuerdas esa canción de Fifteen? Comenzó a aparecer en las pilas, en la fábrica, en la ciudad, garabateado en el polvo de los automóviles, en letras de todo tipo. Quizás eran solo lxs niñxs. Pero quizás no.
No te equivoques: el azúcar es malo. Es adictivo, te pudre los dientes y es en gran parte responsable de una epidemia de diabetes entre la gente pobre de los Estados Unidos2. Su proceso productivo desperdicia una cantidad asombrosa de agua, es terriblemente destructivo para el medio ambiente y es lisa y llanamente asqueroso.
No puedes tener el pan y la torta. Si quieres azúcar, tienes que aceptar que se dedicarán grandes cantidades de tierra para cultivar remolacha, donde se usarán agrotóxicos masivamente; que habrá una ‘zona de sacrificio’ en algún devastado paisaje lunar dónde estará la fábrica; que mucha gente pasará los mejores años de su vida dentro de esa planta; y que, para alimentarla, se quemarán montañas de combustibles fósiles. Ah, y tienes que aceptar que algún que otrx punk dopado probablemente va a cagar en la pila de remolacha. Si me preguntan a mí, no vale la pena.
Cuando comencé a trabajar en la planta, juré que nunca volvería a comer nada con azúcar de remolacha. Más tarde, comencé a pensar de dónde tienen que venir el azúcar de caña, el jarabe de maíz, o cualquier tipo de alimento procesado, punto. Todo viene de alguna fábrica, en alguna parte. Es aleccionador darse cuenta de que toda la forma en la que los alimentos son producidos y distribuidos en nuestra civilización es así de desquiciada y destructiva. El problema es mucho mayor de lo que casi nadie se atreve a admitir.
Hay mucha gente buena, incluyéndome a mí, cuyo sustento depende de esa fábrica, o de otras similares, o de todo tipo de trabajos jodidos. Apoyo de todo corazón los esfuerzos de lxs trabajadorxs para mejorar su situación dentro de los confines del capitalismo industrial, pero debo ser honesto: al final, me gustaría ver esa planta de remolacha borrada de la faz de la puta tierra. Quiero darle a esa tierra la oportunidad de recuperarse, y quiero ser parte de una sociedad donde eso sea posible. Y sé que eso no sucederá sin un cambio verdaderamente revolucionario.
A veces, me encuentro sentado en la cabina haciendo funcionar la pila, mirando a través de las nubes de polvo las columnas de humo y vapor que salen de la fábrica, y me la realización me golpea justo en el pecho: hace 200 años, esto fue un pradera repleta de búfalos, y ahora, aquí estoy, como cualquier otra persona blanca, tratando de lucrar con esta tierra. No me siento exactamente culpable por eso; estoy atrapado en esta economía despiadada como tantxs otrxs, y a veces tendré que hacer concesiones si voy a conseguir los recursos para luchar. Si tengo a hacer esas concesiones, sin embargo, sí siento una profunda responsabilidad con esa voluntad de lucha. Y apuesto a que no soy el único que se siente así
A la memoria de Oakle, Justin, Mosca, Jared, Steph, and Flee compañeros apiladorxs que fallecieron desde la primera edición de este artículo. Vamos a extrañarlxs a todxs.
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Permítanme esta oportunidad para asegurar a mi gentil público lector que no tuve ninguna relación con el despellejamiento de cachorros. Muchas gracias. ↩
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N. del t. - Los estragos del azúcar se viven alrededor del mundo, con la diabetes, la obesidad y la mala salud bucal siendo especialmente mortíferos en comunidades y territorios más pobres. Invitamos a quien lo necesite a repensar el cliché de la desnutrición (que no deja de ser gravísima) como el único mal que ataca a la periferia global. ↩