Las manifestaciones de esta semana en Minneapolis marcaron un hito histórico en la era COVID-19. Como discutimos en marzo, hay algunas cosas por las que vale la pena arriesgarse a morir. Perpetuar el capitalismo no es una de ellas. Pero algunos de nosotros enfrentamos amenazas aún más mortales que el COVID-19. Vale la pena arriesgar nuestras vidas para luchar por un mundo en el que nadie sea asesinado de la forma en que lo fue George Floyd, y lo que está sucediendo en Minneapolis muestra que la gente está lista para hacerlo.
Incluso antes de que se produjera la pandemia, los Estados Unidos eran un barril de pólvora, con desigualdades en rápida escalada que polarizaban la población. Desde marzo, hemos experimentado un desempleo sin precedentes históricos junto con riesgos letales que se han distribuido entre la población según las mismas líneas de raza y clase que las disparidades preexistentes. El gobierno ha inventado miles de millones de dólares para verterlos en los bolsillos de los ejecutivos, dejando a la gente corriente en la estacada; las empresas están obligando a los que aún tienen trabajo a arriesgar sus vidas diariamente, al tiempo que introducen nuevas tecnologías de vigilancia y tratan de acelerar el ritmo de la automatización. En resumen, se nos está tratando como un excedente de población que debe ser controlado por la violencia del Estado y sacrificado por el virus.
Los políticos de todo el espectro político son cómplices de esto. Algunos confían más en la fuerza bruta para estabilizar la situación, otros en una gestión más racional, pero nadie que ostente el poder tiene un plan real sobre cómo abordar los factores sistémicos que nos han traído aquí en primer lugar. En el mejor de los casos, toman prestada la retórica y los temas de debate de las campañas que nosotros iniciamos, mostrando -como lo hizo el disparo de la policía en Minneapolis- que la única forma de ver el cambio social es si tomamos medidas de base para llevarlo a cabo por la fuerza.
Sin embargo, hasta el 26 de mayo, la principal línea divisoria en los Estados Unidos parecía estar entre los partidarios de Trump, que quieren fingir que no hay una pandemia en curso, y los demócratas, que quieren ser vistos como los cautelosos y responsables sin abordar los factores que nos obligan a ponernos en riesgo. El espectáculo de los enfrentamientos entre un movimiento ”astroturfista”1 de extrema derecha que exigía “reabrir” la economía y los inusuales agentes de policía que defendían las medidas de cierre de los estados sirvió para limitar el discurso político a la elección tonta entre el tipo de “libertad” que defienden los capitalistas y los supremacistas blancos por un lado y el tipo de “seguridad” que los estados totalitarios siempre prometen proporcionar por el otro.
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La valiente resistencia al control policial en Minneapolis los días 26 y 27 de mayo en respuesta al brutal asesinato de George Floyd muestra que un gran número de personas están dispuestas a oponerse al gobierno y a la policía incluso afrontando un gran riesgo para ellas mismas. Estamos escuchando las voces de la parte de la población que ha permanecido en silencio estos últimos dos meses -aquellos que no son ni liberales ricos ni conservadores lameculos- y esto demuestra que juntos, somos lo suficientemente poderosos para interrumpir el statu quo.
Los acontecimientos de Minneapolis ampliarán la imaginación colectiva de lo posible, la cual se ha contraído dolorosamente en los últimos años. Cambiarán el discurso sobre cómo se producen los cambios sociales. Ha quedado claro que suplicar a los que tienen el poder por medios electorales es un callejón sin salida. Intentar hacer el cambio por la fuerza es una apuesta, pero es la única opción realista que queda.
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Es significativo que la movilización que nos llevó a atravesar este umbral fue una respuesta a la violencia policial contra los negros, iniciada por aquellos en el extremo receptor de la supremacía blanca y todos los demás vectores de la opresión. Como observamos a finales de 2017, los levantamientos contra la violencia policial que tuvieron lugar en todo el país desde Ferguson hasta Baltimore y más allá, prácticamente cesaron tras la elección de Donald Trump. La razón por la que esto sucedió no está clara, pero ciertamente no ha sido porque la violencia policial haya disminuido de alguna manera. El levantamiento en Minneapolis pone de nuevo en juego todas las deudas no resueltas de aquella época, pero en un contexto totalmente diferente, en el que mucha más gente se ha radicalizado, la sociedad está mucho más polarizada, y cada vez está más claro para todos que -ya sea por las balas de la policía, por el COVID-19 o por el cambio climático global- nuestras vidas están en juego.
Los enfrentamientos en Minneapolis dominan las noticias desde Grecia hasta Chile. Para bien o para mal, los Estados Unidos ocupan un lugar central en la atención global- y gracias a la pandemia, todos en el mundo están experimentando presiones similares. Especialmente en el los paises del Sur -Brasil, Indonesia, Sudáfrica- donde un gran número de personas experimentan la misma brutalidad que se impone a personas como George Floyd. La rebelión en Minneapolis ofrecerá un ejemplo que otros emularán en los próximos meses.
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¿Cómo responderá la clase dirigente? En los Estados Unidos, Trump y sus partidarios acusarán a los demócratas de no poder controlar los estados que gobiernan, usando esto para avivar el miedo racista entre los beneficiarios del privilegio blanco. Los Centro democratas reclamarán que este tipo de disturbios suceden cuando el estado de derecho no es respetado en la Casa Blanca, con la esperanza de recuperar el poder a nivel nacional - aunque Minnesota está bajo el gobierno Demócrata en este momento, y la ley siempre ha sido un instrumento de la supremacía blanca. La izquierda institucional se presentará como intermediaria, ofreciendo sacarnos de la calle y controlarnos a cambio de algunas concesiones.
Es de esperar que, en un momento en que el propio Estado se está fracturando en facciones rivales, ninguno de estos grupos tenga el capital político que necesita para llevar a cabo una represión estatal masiva sin correr el riesgo de ser abandonado por los demás. Parece que a cada facción le gustaría que los otros fueran los responsables dehacerse cargo de la situación. En cualquier caso, Trump ya no es el único que domina el ciclo de noticias. Ahora esta guerra tiene dos lados.
Hace sólo una semana, algunos elementos de la extrema derecha trataron de enmarcarse de ser ”anti-policía” debido a las protestas de “reapertura”. Anoche, en Minneapolis, los milicianos armados expresaron la incómoda posición de que apoyaban las protestas pero se oponían al saqueo- una contradicción que se hace flagrantemente evidente en cuanto se nota en qué dirección apuntan sus armas. El aparente asesinato de un manifestante en Minneapolis anoche por un vigilante que defendía una tienda debería dejar suficientemente claro que los vigilantes y los policías son lo mismo: asesinos- ya sea con o sin uniforme.
¿Y qué debemos hacer nosotros? Deberíamos hablar claramente con todos los que nos escuchen acerca de por qué la gente se pone de pie. Deberíamos compartir habilidades sobre cómo mantenernos seguros unos a otros en la calle. Deberíamos fortalecer nuestras redes y prepararnos para participar en eventos similares en todo el mundo. Deberiamos resistir todos los esfuerzos para dividir a los que actúan juntos en solidaridad contra la violencia policial, especialmente las teorías de conspiración sobre los agitadores externos. Debemos explicar una vez más por qué el vandalismo y el saqueo son tácticas de protesta efectivas y legítimas. Cada vez que la gente se levanta contra el estado policial, deberíamos mostrarnos solidarios, preparados para correr los mismos riesgos que aquellos a los que apoyamos. Sobre todo, deberíamos compartir visiones de un mundo sin opresión, sin jerarquías, sin policía, ni prisiones, ni vigilancia, y demostrar estrategias a través de las cuales crearlo.
No le debemos nada a la policía que se ha aprovechado de la pandemia para asesinar a los negros de forma aún más flagrante que antes. Ellos nunca tuvieron la intencion de cuidarnos. No le debemos nada a los multimillonarios que se han aprovechado de la pandemia para embolsarse más dinero del estado y acaparar el mercado con sus monopolios. La vida para su economía significa la muerte para nosotros. No le debemos nada a los políticos que apenas han levantado un dedo para proteger nuestra salud o vivienda. Ellos han tenido su oportunidad. Tenemos que cambiarlo todo nosotros mismos.
El orden dominante está condenado. Tarde o temprano ha de colapsar. Concentrar riqueza y poder en cada vez menos manos es insostenible. La única pregunta es si lo aboliremos antes de que nos mate a todos y diezme el planeta. El tiempo es corto. Las vidas que pensábamos que estaban por delante de nosotros ya nos han sido arrebatadas. Depende de nosotros crear otro futuro.
Gracias a todos los que en Minneapolis y Los Ángeles arriesgaron su libertad -y tal vez sus vidas- anoche para demostrar que el asesinato de George Floyd es inaceptable.
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Nota del traductor: Astroturfing es un término referido a campañas de relaciones públicas en el ámbito de la propaganda electoral y los anuncios comerciales que pretenden dar una impresión de espontaneidad, como nacida de una fuerte relación con el entorno social. El nombre proviene de un doble juego de palabras en inglés, partiendo del concepto de grassroots (literalmente “raíz de hierba”, figurativamente “de base”). Este concepto sirve para calificar a los movimientos «con base social», que surgen «de abajo», de la interacción de los miembros de una comunidad. Por otro lado, AstroTurf es una conocida marca estadounidense de césped artificial, cuyos productos están diseñados para parecer hierba natural. Así, astroturfing hace referencia a esa artificialidad, a esa falsa base social de ciertas campañas comerciales. ↩