Tras masacrar a más de 42.000 palestin@s, entre ellos 16.500 niño@s, el ejército israelí invade ahora Líbano y amenaza con entrar en guerra con Irán. En el siguiente relato en profundidad, un anarquista de la Palestina ocupada repasa la historia del colonialismo sionista y la resistencia palestina, defiende una interpretación anticolonial de la situación y explora lo que significa actuar en solidaridad con el pueblo palestino.
Ya Ghazze Habibti
Ya Ghazze habibti, oh Gaza mi amor. Gaza, a la que Napoleón, uno de sus muchos ocupantes, llamó el puesto avanzado de África, la puerta de Asia. Esto se debe a que pasó por ella en su camino hacia el norte y, una vez derrotado, volvió a pasar por ella de regreso a África.
Gaza, que siempre ha sido un punto central de paso de imperios, rutas comerciales, ocupaciones y culturas, debido a su situación geográfica a lo largo de la línea costera del Mediterráneo. Gaza, por donde pasaba la Via Maris, que conectaba Egipto con Turquía y Europa. Gaza, a través de la cual los griegos, los romanos, el califato Rashidun, los cruzados, los mamelucos, los otomanos, los británicos, los egipcios y las fuerzas sionistas presionaron sus reivindicaciones, escribiendo su historia como una historia de ocupaciones, guerras, atrocidades y resistencia.
Gaza, mi amor, que siempre fue un campo de batalla, aunque siempre permaneció inmóvil. Gaza, que entierra a 41.0001 de sus habitantes, conmemorando un año de una guerra de aniquilación en curso, enfrentada a una escala de destrucción que ya ha superado el bombardeo de Dresde por las fuerzas aliadas durante la Segunda Guerra Mundial, y a una tasa de muertes diarias que es superior a la de cualquier otro conflicto del siglo XXI.
Casi un año después del genocidio, algunas cosas deberían estar claras. La destrucción de Hamás es un daño incidental. El objetivo principal es la matanza masiva de niños y niñas, dirigida contra el futuro de Gaza. De las 41.000 personas muertas registrados hasta ahora, unos 16.500 menores de edad.
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Pero Gaza no está indefensa. El pueblo de Gaza lucha, y su valor y resistencia son una inspiración para el mundo entero y las generaciones venideras.
Antes de hablar de la situación actual, es importante repasar la historia. Para aquellos de nosotras que crecimos y vivimos en la entidad, el vientre de la bestia colonial, parece que la historia comenzó el 7 de octubre. Esta es la única narración que reciben los israelíes. Pero las cosas no suceden en el vacío y cosas similares han sucedido antes, en guerras similares de descolonización y liberación. Un poco de historia nos permitirá ampliar la perspectiva y entender estos acontecimientos como parte de procesos a largo plazo.
Entonces podremos hablar de futuros posibles.
Una historia de conquista, una historia de resistencia
Gaza tiene una larga historia de ocupaciones y resistencia, pero lo que entendemos actualmente por la «Franja de Gaza» como un rectángulo en el mapa del sur de Palestina no se deriva de las características naturales de la tierra, sino que es una creación artificial y moderna. Los mamelucos del siglo XIII fueron los primeros en utilizar el término Quta’a Ghazze (Franja de Gaza), pero se referían a todo el sur de Palestina, hasta la actual Cisjordania. La Franja de Gaza tal y como la conocemos se creó en 1948.
No podemos entender lo que se conoce como la Franja de Gaza sin hablar del ataque sionista a Palestina en 1948, la campaña masiva de limpieza étnica conocida como la Nakba. Sin este contexto, es imposible entender por qué la mayoría de los gazatíes no son originarios de Gaza y por qué el 80% de la población son refugiadas. Gaza es una franja artificial de tierra que se convirtió en un inmenso campo de personas refugiadas tras la campaña masiva de limpieza étnica llevada a cabo por las milicias sionistas. De las casi 800.000 personas refugiadas expulsadas de sus pueblos, muchos escaparon a países cercanos como Líbano, Siria y Cisjordania. Los que intentaron cruzar a Egipto se encontraron con una frontera cerrada; a diferencia de otros países vecinos, Egipto no aceptaba personas refugiadas, algo similar a lo que hace hoy el gobierno egipcio. Así surgió la Franja de Gaza: como medio sionista para controlar la demografía y la población.
Muchos de los kibutzim y pueblos que fueron atacados el 7 de octubre se construyeron sobre las ruinas de comunidades que existían allí antes. Las tribus beduinas y otros residentes de 11 pueblos de los alrededores de Gaza fueron expulsados a la Franja de Gaza, y sus tierras, clasificadas como «abandonadas», fueron expropiadas por el Estado y convertidas en campos de entrenamiento militar y asentamientos. Se construyeron ciudades y kibbutzim en ellas para impedir los intentos de retorno. La orden de deportación, documentada por los historiadores como Orden número 40, incluía la orden de quemar los pueblos y no dejar restos. Podemos suponer que algunos de los combatientes que atacaron estos asentamientos el 7 de octubre de 2023 eran refugiados de segunda o tercera generación que veían por primera vez las tierras ancestrales de sus padres o abuelos al otro lado del bloqueo.
Al final de estas expulsiones, en 1950, la población de Gaza se había triplicado como consecuencia de la llegada de cientos de miles de refugiados. No había infraestructuras para acoger a tantos refugiados y, hasta 1950, no existía una organización de ayuda como la UNRWA para asistir a los refugiados. A pesar de ello, los historiadores hablan de la increíble solidaridad de los habitantes de Gaza, que en tiempos de crisis decidieron compartir los pocos recursos que tenían con los refugiados, manteniéndolos con vida. Por decisión de las Naciones Unidas, en 1950 se creó el Organismo de Obras Públicas y Socorro de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en el Cercano Oriente (OOPS), que comenzó la tarea de construir campo de personas refugiadas y escuelas y organizar la ayuda para el enorme número de refugiados que, hasta entonces, dormían en escuelas locales, mezquitas, campos y casas particulares de los lugareños que les abrían sus puertas.
Las personas refugiadas recién llegadas a lo que se convertiría en la Franja de Gaza crearon una amenaza inminente para el proyecto colonial sionista. Algunos afirman que Gaza ha estado sitiada desde 2007, pero en realidad lo ha estado desde el principio, pasando por varias etapas de asedio a lo largo del tiempo. La creación de la Franja de Gaza fue una decisión calculada de David Ben Gurion, arquitecto de la Nakba y primer Primer Ministro de Israel, de ceder un trozo de Palestina para construir un enorme campo de refugiados para las personas expulsadas que huían hacia el sur. Además de controlar la demografía del resto de Palestina, el aislamiento de la franja sirvió para otro propósito. Su distancia geográfica de Cisjordania, de los palestinos y las palestinas que permanecían en los territorios ocupados en 1948 y del resto del mundo árabe contribuyó a fragmentar el tejido de la sociedad palestina. Se trataba de una estrategia colonial calculada para dividir la tierra en guetos aislados -en lo que en Sudáfrica se denominaban bantustanes- con el fin de abrir una brecha entre las distintas clases de población ocupada.
En 1967, Israel había resuelto sus problemas demográficos originales, pero había creado nuevos problemas geográficos. El apetito expansionista había vuelto a surgir y la Franja de Gaza fue ocupada junto con Cisjordania, los Altos del Golán y la península del Sinaí. Israel devolvió más tarde el Sinaí a Egipto, pero el resto de los nuevos territorios ocupados planteaba un reto importante para el Estado judío, ya que no estaba claro que fuera posible una simple repetición de 1948. Era necesario un nuevo modelo de limpieza étnica. Las condiciones habían cambiado, por lo que resultaba más difícil justificar la expulsión física de la gente de su tierra; lo siguiente mejor era simplemente encerrarlos en su lugar.
La máxima prioridad era impedir por todos los medios que se produjera una situación en la que los colonos se mezclaran con los nativos, por lo que Israel construyó dos prisiones al aire libre: una en Cisjordania y otra más estrictamente controlada en la Franja de Gaza. A diferencia de los territorios ocupados en 1948, estos nuevos territorios nunca se anexionaron oficialmente a Israel. La población nunca recibió la ciudadanía. Se les negó cualquier derecho; sus pueblos fueron rodeados de puestos de control, muros y asentamientos; y se instauró un gobierno militar. De hecho, la limpieza étnica y el gobierno militar han ido a menudo de la mano a lo largo de la historia.
Otra cosa que históricamente va unida a la limpieza étnica y al gobierno militar es la resistencia. El estallido de la primera intifada desde el campo de refugiados de Jabaliya, en Gaza, en 1987, desencadenó olas revolucionarias en toda la región. Esto no se debió únicamente a la intensidad de la insurrección, sino también a que marcó un punto de inflexión en el que los y las palestinas tomaron el asunto en sus manos y lucharon por su propia liberación.
En muchos sentidos, la Organización para la Liberación de Palestina ya había estado haciendo esto desde la década de 1960, quitando a los Estados árabes su papel de «liberadores» y desplazando el centro de atención a las guerrillas árabes revolucionarias y a las comunidades palestinas de la diáspora, principalmente en Jordania y más tarde en Líbano. Pero la primera intifada en Palestina estalló espontáneamente. No estaba bajo el control de ningún partido u organización militarizada en particular; estaba dirigido por una red de grupos y organizaciones de base que se unieron bajo la Dirección Nacional Unificada del Levantamiento (UNLU), una red de coordinación entre los diversos comités regionales, organizaciones y partidos implicados en el levantamiento.
El hecho de que el levantamiento estallara en Gaza es significativo. No es sorprendente que comenzara en un campo de personas refugiadas. Entre los palestinos, el campo es la clase más baja; es también la más revolucionaria, siempre en primera línea tanto de la resistencia popular como de la lucha armada. Es donde tradicionalmente se organizaban las guerrillas y se formaban los bastiones de la resistencia. Debido a su centralidad en la lucha, es también donde se han cometido muchas de las atrocidades más horripilantes y se ha infligido la represión más dura. Los campo de personas refugiadas del Líbano fueron semilleros de revolucionari@s durante la guerra civil libanesa de los años setenta y ochenta; también fue allí donde los fascistas libaneses perpetraron la masacre de Sabra y Shatila en 1982, bajo la atenta mirada de las Fuerzas de Defensa Israelí (FDI).
A día de hoy, campos de personas refugiadas como los de Yenín y Balata, en Cisjordania, siguen siendo un foco de resistencia armada, con muchas facciones, como la Guarida del León y la Brigada de Balata, que insisten en no afiliarse a ninguna facción importante de la política palestina, fuera del control tanto de Israel como de la Autoridad Palestina. Los y las jóvenes de estos campos han defendido sus hogares contra las incursiones israelíes una y otra vez, y lo han pagado caro. Desde el 7 de octubre de 2023, los campo de personas refugiadas de Gaza han sido un objetivo central de las fuerzas genocidas.
La primera intifada articuló los campo de personas refugiadas como la principal fuerza de la revolución palestina. También mostró lo explosiva que era la situación.
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El estallido de la intifada fue una completa sorpresa tanto para Israel como para la OLP. Israel nunca imaginó que el pueblo palestino se rebelaría, y la OLP nunca imaginó que lo harían fuera de su control. Yasser Arafat, líder de la OLP y de su mayor partido político, Fatah, vio en el carácter incontrolable y horizontal de la intifada una amenaza y buscó la forma de someterla al control de su organización. Esto, junto con la interferencia israelí y estadounidense, llevó a Fatah a ceder en sus posiciones y buscar negociaciones de paz con Israel.
Esta secuencia de acontecimientos, cuyos detalles quedan fuera del alcance de este artículo, condujo a la firma de los Acuerdos de Oslo, la migración de la OLP a Palestina, la creación de la Autoridad Palestina (AP) y la posterior gestión de la ocupación por parte del leal subcontratista de Israel. Entre otras cosas, los Acuerdos de Oslo supusieron la renuncia al 80% de la tierra a cambio de la promesa de una «solución de dos Estados» y el reconocimiento de Israel. También supusieron la división de Cisjordania en tres zonas: la zona A, que comprende el 18% de Cisjordania, que estaría bajo el control de la AP; la zona B, el 22% de Cisjordania, que estaría bajo el gobierno civil de la AP y el control de seguridad de Israel; y la zona C, el 60% de Cisjordania, que quedó bajo control israelí «temporal».
Esto también condujo a la coordinación de la seguridad entre la recién formada AP e Israel, lo que significó que palestinos y palestinas fueron reprimidas, encarceladas, golpeadas y ejecutadas por policías y carceleros palestinos en lugar de israelíes. Al mismo tiempo, la OLP «abandonó el terrorismo» y la resistencia armada, dedicándose a las negociaciones de paz y a las «soluciones no violentas». La última parte del acuerdo, la creación de un Estado palestino, nunca llegó a aplicarse.
Los acuerdos sirvieron como táctica de contrainsurgencia de manual. El objetivo era aplastar el levantamiento, domesticar o aislar a las alas revolucionarias dentro de la OLP, retirar de la gestión israelí las zonas problemáticas de Cisjordania y la Franja de Gaza y, al mismo tiempo, imponer el papel de policía a la AP mientras se daba falsas esperanzas a las masas en ascenso.
Pero no todos fueron engañados. Los Acuerdos de Oslo consiguieron poner fin a la primera Intifada, pero también supusieron una fragmentación dentro de la sociedad palestina, incluso dentro de la propia OLP, dividiendo a los partidarios de los acuerdos de paz frente a los que seguían comprometidos con los objetivos originales de la revolución palestina: la negativa a reconocer al Estado israelí, la liberación de río a mar y el compromiso con la resistencia armada y popular. Estos dos bandos definirían la sociedad y la lucha palestinas en los años venideros.
En medio del levantamiento, unos pocos hombres de la sección local de Gaza de los Hermanos Musulmanes, un movimiento social religioso con sede en Egipto, se reunieron en una casa del campo de refugiados de Shati, en la Franja de Gaza, el 9 de diciembre de 1988. Esta reunión tendría importantes consecuencias para el futuro de la resistencia palestina. Bajo el liderazgo espiritual del jeque Ahmed Yassin, un refugiado del pueblo de Al-Jura, cerca de Majdal Askalan (conocida hoy como la ciudad israelí de Ashkelon), el grupo decidió escindirse y fundar un nuevo movimiento, el Movimiento de Resistencia Islámica (Harakat alMuqawama alIslamiya) -en siglas, HAMAS. Unos meses más tarde, la naciente organización hizo pública su carta, en la que presenta el renacimiento islámico y la yihad como una forma de anticolonialismo y expone su filosofía política y religiosa respecto a la conexión que ve entre el Islam y la liberación palestina. A pesar de afirmar que el gobierno islámico permitiría a «musulmanes, judíos y cristianos vivir juntos en paz y armonía», el resto del texto está repleto de antisemitismo y teorías conspirativas, articulando la concepción que el movimiento tenía del sionismo, Israel y el judaísmo en aquella época.
Una década antes, en 1976, el jeque Ahmed Yassin había solicitado un permiso a las autoridades israelíes para establecer la Asociación Islámica, que debía ser una organización paraguas que diera cobertura legal y administrativa a los servicios sociales, religiosos, educativos y médicos de los Hermanos Musulmanes dentro de la Franja de Gaza. Israel aprobó la licencia. Esta es una de las fuentes del mito de que Israel «fundó» Hamás. De hecho, Israel no tuvo nada que ver con la «invención» de Hamás; como autoridad ocupante, se limitó a conceder un permiso a una de las instituciones de los Hermanos Musulmanes aproximadamente una década antes de que Hamás existiera. Hay un par de maneras de explicar por qué ocurrió esto.
Israel tenía una política de no interferencia con las organizaciones sociales islámicas. Pero también es útil comprender la dinámica social de la época. La década de 1970 fue el apogeo del izquierdismo revolucionario palestino; las organizaciones laicas y marxistas-leninistas eran las fuerzas dominantes en la resistencia armada. La religión, por otra parte, se consideraba un asunto privado, e Israel tenía interés en posibilitar el crecimiento de los Hermanos Musulmanes y otros movimientos islámicos que pudieran funcionar como contrafuerza para debilitar el movimiento nacionalista y crear división social.
La creación de Hamás, una década más tarde, aunque se basó en la infraestructura caritativa y social de la Hermandad, redefinió el islam como un movimiento político vinculado a la resistencia anticolonial, inspirándose en muchos partidos políticos del mundo árabe que combinaban el islam con el nacionalismo. Se inspiraron en el legado de figuras legendarias como Izz Ad-Din Al-Qassam, líder espiritual y militante activo en Palestina en las décadas de 1920 y 1930, que fue pionero en definir la Yihad Islámica como anticolonialismo y organizó la lucha de guerrillas contra franceses, británicos y sionistas. El brazo armado de Hamás, la brigada Al-Qassam, lleva su nombre.
Hamás participó activamente en el levantamiento desde el principio, enfrentándose a las fuerzas israelíes pero también a otras facciones palestinas que percibían como colaboracionistas. Varios factores permitieron a Hamás situarse como líder del bando de la resistencia, entre ellos la aceptación implícita de la OLP de dividir la tierra de la Palestina histórica en dos Estados y el abandono de la vía revolucionaria, lo que provocó la fragmentación del movimiento nacional palestino en el «bando de la resistencia» y el «bando de la negociación». Al mismo tiempo, procesos geopolíticos como la caída de la Unión Soviética y la derrota de la izquierda palestina en Líbano estaban cambiando el contexto. La intifada estalló por primera vez en los campo de personas refugiadas de Gaza, territorio de Hamás y principal base de apoyo.
Avanzamos rápidamente hasta el año 2000. Después de que las negociaciones fracasaran y el Estado palestino prometido en 1999 nunca llegara, estalló una segunda intifada, más amarga y militarizada, desencadenada por una provocadora visita de Ariel Sharon -entonces líder del partido de la oposición Likud- al complejo de la mezquita de Al-Aqsa en Jerusalén. Mientras que la primera intifada fue popular y descentralizada, la segunda comenzó de forma similar pero rápidamente cayó bajo el liderazgo de facciones armadas militarizadas, popularizando prácticas como los atentados suicidas y otros tipos de ataques armados mortales contra las fuerzas y los ciudadanos israelíes.
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Yaser Arafat, líder de la OLP y presidente de la Autoridad Palestina, demostró ser todo un pragmático. Para consternación de Israel y de los patrocinadores internacionales, se negó a denunciar los ataques armados, a menudo incluso los alentó, y más de una vez, las fuerzas policiales de la AP se encontraron intercambiando disparos con las fuerzas israelíes. Parecía considerar el «proceso de paz» y el proyecto de construcción del Estado como meras herramientas para la liberación palestina, que merecían la pena mientras funcionaran, pero estaba dispuesto a abandonarlos y cambiar de rumbo cuando fuera necesario. En respuesta, en 2002, Israel sitió la Mukataa, el edificio del Parlamento palestino en Ramala, donde quedó atrapado hasta su muerte dos años después, en 2004.
En su lugar llegó al poder Mahmud Abbas, miembro del partido Al Fatah con apoyo estadounidense. Para garantizar que no se repitiera el pragmatismo de Arafat, Estados Unidos y otros donantes internacionales iniciaron esfuerzos para «profesionalizar» la AP. El resultado fue una amplia reforma del sector de la seguridad con apoyo y formación estadounidenses, el refuerzo de la coordinación en materia de seguridad con Israel, la despolitización de la AP y de gran parte de la población palestina, y el nombramiento de Salam Fayyad como primer ministro, un economista neoliberal educado en Estados Unidos acusado de purgar las instituciones de la AP de voces excesivamente críticas.
En su libro Polarized and Demobilized: Legacies of Authoritarianism in Palestine (Polarizados y desmovilizados: Legados del autoritarismo en Palestina), la autora antiautoritaria palestina Dana El-Kurd detalla cómo se utilizan estos métodos agresivos de intervención internacional para aislar a la AP de su electorado, el público palestino, haciéndola responder en su lugar ante los donantes internacionales, especialmente Estados Unidos y la Unión Europea. Amenazan con sanciones y recortes de la ayuda cada vez que la AP se desvía del camino trazado por sus amos, las potencias occidentales mundiales. La creación de la AP y la participación en su gestión fueron cruciales para que Estados Unidos impusiera sus prioridades en la región. Nunca se ha permitido al pueblo palestino gestionar sus propios asuntos de un modo que no cuente con la aprobación de Estados Unidos.
Esto se hizo visible tras la victoria electoral de Hamás en 2006. Hamás consiguió capitalizar el descontento que siguió al fracaso de los Acuerdos de Oslo, las políticas de la AP y la corrupción y los sentimientos de frustración, obteniendo 76 de los 132 escaños del consejo legislativo y ganándose el derecho a formar gobierno. El bando de la resistencia estaba en la cima de su popularidad, ya que un año antes, en 2005, Israel había iniciado el Plan de Retirada, desalojando los 21 asentamientos israelíes de la Franja de Gaza junto con el ejército israelí, tras cinco años consecutivos de levantamiento armado. Aunque Israel seguía controlando la frontera, el espacio aéreo y el espacio marítimo de Gaza, esto seguía considerándose un logro significativo de la lucha armada, que consiguió forzar capitulaciones terrestres de Israel mientras las «negociaciones» y el «proceso de paz» seguían estancados.
De hecho, pocos votaron a Hamás por motivos religiosos o ideológicos. Al construir una infraestructura guerrillera durante la década de 1990 y la segunda intifada, Hamás simplemente había conseguido posicionarse como fuerza líder de la causa nacional, la alternativa más significativa a Al Fatah.
Conmocionados por la victoria de Hamás, Estados Unidos e Israel se apresuraron a iniciar lo que equivalía a un golpe de Estado. Ejercieron una intensa presión sobre el nuevo gobierno para que «moderara» sus opiniones; por ejemplo, para que aceptara el «proceso de paz» dirigido por Estados Unidos, la «solución» de los dos Estados, y para que no amenazara la influencia occidental en la región. El «Cuarteto para Oriente Medio», organismo internacional formado por Estados Unidos, la UE, la ONU y Rusia, al que se asignó la gestión de la «solución del conflicto palestino-israelí» según el «proceso de paz», condicionó la ayuda al gobierno de Hamás a tres exigencias: el reconocimiento de los acuerdos firmados entre la OLP e Israel, la denuncia del «terror» y el reconocimiento oficial de Israel. Tras la negativa de Hamás, se aisló al gobierno, se suspendió toda ayuda y se impusieron sanciones económicas.
En la guerra civil de Gaza de 2007 se produjeron enfrentamientos callejeros armados por la Franja de Gaza entre las alas armadas de Hamás y Al Fatah. La batalla se saldó con la victoria de Hamás y la posterior toma del control de la Franja de Gaza. Derrotado, Mahmoud Abbas declaró la disolución del gobierno, despidió a Ismail Haniyeh (el primer ministro de Hamás) y declaró el estado de emergencia. En su lugar, Salam Fayyad, un político de Al Fatah más «moderado» y aprobado por Estados Unidos e Israel, fue nombrado primer ministro. Abbas también ilegalizó el brazo armado de Hamás. Desde entonces no se han celebrado elecciones.
Los acontecimientos de 2007 crearon una nueva situación en la gobernanza palestina, en la que palestinos y palestinas dependían de dos Autoridades Palestinas: la AP bajo el gobierno de Fatah en Cisjordania y Hamás en Gaza. Esto benefició a Israel, fragmentando aún más la sociedad palestina y dividiendo Gaza de Cisjordania y del resto de Palestina. A partir de 2007, Israel intensificó el asedio de Gaza como castigo colectivo por la elección de Hamás y la aisló completamente del mundo, convirtiendo el mayor campo de personas refugiadas del mundo en la mayor prisión al aire libre del mundo. La franja fue totalmente vallada por todos lados (incluida la frontera egipcia), se impuso un control más estricto de su espacio marítimo y aéreo, se restringió en gran medida la circulación fuera y dentro de la franja, e Israel decidía qué mercancías podían entrar.
A quienes equiparan a Hamás con ISIS, Al Qaeda o los talibanes les sorprendería saber que durante los dieciséis años que gobernó Gaza, Hamás nunca aplicó la sharia. Era un gobierno autoritario y conservador, muy represivo, especialmente con las mujeres, los homosexuales y los disidentes políticos. Sin embargo, había constantes debates y discusiones internas, elecciones y órganos representativos. La estructura organizativa se ha detallado en profundidad; baste decir que, aunque se trataba de una organización jerárquica, el sistema de Majlis Al-Shura (consejos consultivos generales), compuesto por miembros elegidos de grupos de consejos locales, con representantes de Gaza, Cisjordania, dirigentes en el exilio y presos y presas en cárceles israelíes, sí representa un modelo de gobierno descendente algo democrático.
Hamás no sólo no se parece al yihadismo salafí, sino que eran sus enemigos mortales. Las células salafíes que intentaron movilizarse en Gaza fueron violentamente reprimidas. Hamás no tiene intención de establecer un califato panislámico; siempre fueron más nacionalistas que religiosos, limitando sus actividades a la geografía de Palestina. Con todo esto no pretendo reivindicarlos -debemos seguir siendo críticos-, pero creo que debemos ser justos y precisos en nuestras críticas, entendiendo los matices y el contexto, para evitar difundir tonterías islamófobas que meten a todas las organizaciones islamistas en el mismo saco.
Israel parecía estar de acuerdo con que Hamás tomara el poder. Esto sirvió para dividir aún más a palestinos y palestinas, poner un órgano de gobierno en Gaza para gestionarla y proporcionar una justificación para los ataques israelíes. En los numerosos ataques aéreos que siguieron, Hamás se presentó como una organización terrorista fundamentalista islámica yihadista.
El historiador palestino Tareq Baconi detalla en su libro Hamas Contained: The Rise and Pacification of Palestinian Resistance cómo Israel inició la estrategia de «cortar el césped» en Gaza. Bombardeaba Gaza de vez en cuando, lo justo para dañar las capacidades militares de Hamás y masacrar a cientos o miles de palestinos y palestinas, manteniendo a Gaza bajo control, pero dejando a Hamás en el poder. Israel llevó a cabo cinco grandes operaciones militares en Gaza hasta 2023 y algunas de menor envergadura. Esta estrategia de mantener a Gaza en un estado congelado -siempre bajo gestión de crisis, a un paso del colapso, aislada del mundo y sin un plan a largo plazo- iba a estallar en la cara de Israel el 7 de octubre de 2023. Pero me estoy adelantando.
Por parte de Hamás, hay muchas formas de explicar por qué decidieron participar en la política electoral. Parece que Hamás veía el gobierno de forma parecida a como lo veía Arafat: como una herramienta de resistencia, una de las muchas herramientas con las que perseguir la liberación. Al igual que Arafat, iban a descubrir las tensiones y contradicciones de este enfoque. Como cabeza del bando de la resistencia, los líderes del gobierno revolucionario, Hamás se encontró a menudo como una fuerza pacificadora. Varias veces tuvieron que restringir a otras facciones militantes de Gaza, como la Yihad Islámica Palestina, que interferían en sus alto el fuego. Tampoco participaron en algunos enfrentamientos militares con Israel, como la escalada de 2022 entre Israel y la PIJ. Algunos interpretan ahora esto como una táctica engañosa, para hacer creer a Israel que no estaban interesados en la escalada a fin de sorprenderles el 7 de octubre, pero yo no me lo creo. Puede que sea cierto hasta cierto punto, pero no se puede negar que muchas veces, Hamás fue de hecho disuadida, y tuvo que caminar por la cuerda floja entre mantener una postura militante y restringir a otras facciones armadas para evitar que las escaladas se salieran de control.
La transición de movimiento social y formación guerrillera a órgano de gobierno no fue tan obvia. Al-Qassam, el brazo armado, a pesar de asegurarse una gran autonomía respecto a los órganos de gobierno, seguía teniendo que lidiar con la creciente tensión entre la resistencia y el gobierno. Esto no es nuevo en el movimiento palestino. En su libro La Cuestión Palestina, Edward Said detalló este dilema dentro de la OLP en sus días revolucionarios, cuando la revolución y el proyecto de construcción del Estado chocaban a menudo. Cuando por fin llegó el momento de avanzar hacia un Estado, traicionaron completamente a su pueblo, vendieron la revolución y capitularon ante los poderes disciplinarios del orden mundial. Pero Hamás adoptó un enfoque diferente.
Tras hacerse con el control de Gaza en 2007, Hamás tuvo que elegir entre repetir el camino de la AP en Cisjordania, vendiendo la resistencia y convirtiéndose en colaboradores de la ocupación, o mantener su postura desafiante. Optó por lo segundo. Ni Israel ni las potencias internacionales fueron capaces de domesticarlos del todo, y mantuvieron su compromiso con la descolonización, la resistencia y la lucha armada, al menos en principio, y a veces en la práctica. Pudimos comprobarlo durante la escalada de 2021, la Intifada de la Unidad. Mientras Sheikh Jarrah, un barrio palestino de Jerusalén, estaba amenazado de desalojo, Jerusalén ardía y una revuelta se extendía por toda Palestina; Hamás declaró un ultimátum para que las fuerzas israelíes se retiraran de Sheikh Jarrah y del complejo de Al-Aqsa, seguido de un aluvión de cohetes lanzados contra ciudades israelíes.
Este fue uno de los pocos casos en los que Hamás se salió de la jaula que le habían construido. El ataque con cohetes contra Israel no se utilizó para aliviar el asedio, negociar sobre las condiciones en Gaza, responder al asesinato de uno de sus militantes o presionar sobre cualquier otro asunto dentro de su círculo inmediato de preocupación como órgano de gobierno o militar; más bien, fue un acto en solidaridad con un barrio de Jerusalén y en respuesta a las incursiones israelíes en el complejo de Al-Aqsa. Esto les situó una vez más como frente principal de la resistencia, representando la participación de Gaza en el levantamiento unitario y actuando sobre cuestiones que conciernen a todos los palestinos.
Las contradicciones entre la lucha armada y la lucha popular son un tema constante de debate entre palestin@s. Algunos críticos acusan a Hamás de marginar la lucha popular que estalló durante el levantamiento al desplazar el foco de atención a la lucha armada. La realidad es más complicada. Hamás es mucho más que su brazo armado; es todo un movimiento que experimenta con muchos métodos de lucha diferentes, evaluando cada estrategia en función de los resultados. Hamás tiene mucha experiencia con la resistencia popular -por ejemplo, durante las Marchas del Retorno de 2018-2019, en las que los residentes de Gaza marcharon desarmados hacia la valla, inspirados en parte por el movimiento de derechos civiles en Estados Unidos, exigiendo el fin del asedio y que se les permitiera regresar a sus hogares al otro lado. No fue una iniciativa de Hamás -la organizaron activistas de base y civiles de Gaza-, pero Hamás, como órgano de gobierno, tuvo que permitir las marchas, participó en ellas y participó en parte de su financiación. La respuesta de Israel fue masacrar a 223 manifestantes, entre ellos 46 niños, con disparos de francotiradores. El mundo no hizo nada. Por el contrario, los acontecimientos de 2021 demostraron que Palestina sólo se convierte en una cuestión internacional cuando los ciudadanos israelíes pagan un precio.
Ante esto, quiero proponer una forma de ver el 7 de octubre. Nadie fuera de Hamás sabe exactamente qué les llevó a decidir iniciar ese ataque. Hay muchas teorías, y yo añadiré la mía. Hamás podría haber llegado a la conclusión de que el «gobierno de resistencia» ya no funcionaba, que en realidad era un obstáculo, y haber decidido volver a sus orígenes como formación guerrillera y movimiento social. Podrían haberlo intentado muchas veces antes, como podemos ver en los numerosos intentos de reconciliación con Fatah; mostraron su disposición a renunciar al control de Gaza y a trabajar para celebrar elecciones una y otra vez. El libro de Baconi Hamas Contained detalla muchos de esos intentos y cómo fueron desbaratados por Israel y Estados Unidos. Quizá pensaron que había llegado el momento de hacer algo extremo que les obligara a volver al camino de la resistencia, una especie de suicidio gubernamental. Desde octubre han dejado claro que están dispuestos a renunciar a gobernar Gaza, pero no se desarmarán-otro indicio de que intentan volver a sus orígenes.
Para que la revolución viva, el gobierno debe morir.
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Levantamiento del gueto
Entonces ocurrió el 7 de octubre.
Ha pasado un año y aún no se sabe exactamente qué ocurrió aquel día. Esto es lo que sabemos con certeza hasta ahora.
En las primeras horas del 7 de octubre de 2023, Hamás, junto con otras facciones militantes de Gaza, lanzó Tufun Al-Aqsa, la operación de inundación de Al-Aqsa, un ataque sorpresa coordinado contra Israel. Se dispararon miles de cohetes contra Israel y miles de militantes rompieron el asedio, rompieron la valla, ocuparon bases militares y se infiltraron en los asentamientos israelíes.
El ataque cogió desprevenido a Israel; el ejército tardó horas en responder. Según testigos, hubo tres oleadas principales que rompieron la valla de Gaza, que permaneció abierta durante horas. La primera oleada en romper la valla estuvo formada por Hamás y las otras principales formaciones armadas de Gaza, como la YIP, el Frente Popular para la Liberación de Palestina y el Frente Democrático para la Liberación de Palestina. La segunda oleada estaba formada por grupos armados más pequeños y menos organizados, incluidos probablemente algunos yihadistas salafíes. La tercera oleada incluyó a civiles desarmados, periodistas, blogueros y transeúntes curiosos.
No se puede negar que algunos de los participantes cometieron atrocidades contra israelíes. Numerosas pruebas, en algunos casos procedentes de las cámaras GoPro de los propios combatientes palestinos, los muestran disparando indiscriminadamente contra asentamientos israelíes, matando a civiles y tomando rehenes en la Franja de Gaza. También se produjo una masacre en el (ahora empañado) festival de música Nova.
Al mismo tiempo, circuló un aluvión de mentiras, atrocidades inventadas y propaganda. Equipos de rescate israelíes, oficiales militares, Sara Netanyahu y Joe Biden difundieron historias falsas sobre decapitaciones, asesinatos de niños, violencia sexual y otras cosas que nunca ocurrieron. Esto exacerbó la situación y sirvió para justificar el genocidio.
Al parecer, algunos israelíes murieron por disparos israelíes. La Directiva Aníbal es una política del ejército israelí destinada a impedir los secuestros por cualquier medio, incluido golpear a civiles y fuerzas israelíes. El razonamiento es que el precio político de liberar a los soldados o civiles israelíes secuestrados mediante acuerdos es demasiado alto -como ha dado lugar repetidamente a la liberación de muchos prisioneros palestinos a cambio-, por lo que es mejor atacar aun a riesgo de dañar a los secuestrados. El 7 de octubre, las fuerzas israelíes deliberadamente bombardearon bases militares, asentamientos israelíes y automóviles que presuntamente transportaban rehenes israelíes de vuelta a Gaza.
Al final del día, unos 1.140 israelíes habían muerto, 3.400 habían resultado heridos y 251 habían sido capturados. Al principio, los medios de comunicación corporativos informaron de estimaciones mucho más altas.
Incluso un año después, los israelíes parecen incapaces de comprender este ataque. Para ellos, surgió de la nada. Lo perciben como un «segundo Holocausto» (una narrativa muy popular en Israel), un ataque inexplicable e irracional de fuerzas bárbaras yihadistas que buscan matar judíos sin ninguna razón.
Pero es un craso error de caracterización pensar en el 7 de octubre como un hecho aislado que ocurrió en el vacío. Prácticamente todos los que tienen veinte años o menos en Gaza han pasado toda su vida en una realidad de asedio, bombardeos y masacres, criados por familiares que aún recuerdan los acontecimientos de 1948 y cómo fueron expulsados de donde ahora están los kibutzim. Desde la revolución haitiana y la rebelión de los esclavos de Nat Turner hasta la masacre de Orán en Argelia, toda guerra decolonial de liberación, toda revuelta de esclavos, todo levantamiento en los guetos ha implicado siempre atrocidades, a menudo dirigidas contra civiles. No podemos exigir al pueblo palestino una pureza que no exigimos a ninguna otra lucha histórica de liberación. Podemos lamentar las atrocidades, pero no podemos condenar un levantamiento en un gueto, no podemos condenar una revuelta de esclavos. Siempre debemos entender todo en su contexto con un análisis de las relaciones de poder.
Al atentado del 7 de octubre de 2023 siguió un genocidio que dura ya un año. A finales de septiembre de 2024, bastante más de 41.000 personas han muerto en Gaza, aunque la cifra real es probablemente mucho mayor. Más de 95.000 han resultado heridas. Alrededor de 1,9 millones de personas son desplazados internos, algunos de los cuales han sido desarraigados más de diez veces. Más de la mitad (el 60% según Al Yazira) de los edificios residenciales de Gaza, el 80% de las instalaciones comerciales y el 85% de los edificios escolares han sido dañados o destruidos; 17 de los 36 hospitales siguen funcionando parcialmente; el 65% de la tierra cultivable está dañada.
La actual guerra de aniquilación difiere de las anteriores rondas de escaladas y masacres, y no sólo en escala. Israel ya no sigue una política de «cortar el césped». Gaza, la prisión al aire libre, explotó. En consecuencia, toda la población tuvo que pagar. De hecho, las autoridades israelíes dejaron claro desde el principio que su intención es el genocidio.
Todos estos años, mientras Israel pensaba que estaba dañando sus capacidades militares, Hamás estaba cavando una compleja red de túneles bajo Gaza, armándose y preparándose para la lucha definitiva. Gaza no es apta para la guerra de guerrillas en el sentido tradicional, ya que es una franja de tierra mayoritariamente llana, sin montañas ni bosques a los que los combatientes puedan escapar. Los estrechos callejones de los campo de personas refugiadas podrían ser útiles en algunas fases de la lucha, y lo fueron, pero Israel dejó claro que esos serían los primeros lugares en ser atacados, como en Líbano y Cisjordania. La red de túneles, que se extiende por toda la franja hasta la península del Sinaí, al otro lado de la frontera egipcia, era necesaria para permitir a los combatientes atacar y escapar, reaparecer en otro lugar, esconderse, descansar, almacenar armas y ocultar cautivos. Durante los años de asedio, los túneles también fueron cruciales para la economía de Gaza: además de armas, se utilizaban para eludir el asedio israelí con el fin de introducir de contrabando productos de primera necesidad.
¿No sabía Hamás que la reacción israelí sería tan mortífera? Es imposible decir con certeza cuáles eran sus cálculos. Podemos suponer que sabían que el ataque provocaría un baño de sangre, quizá no de esta magnitud, pero debían saber que Israel respondería con severidad. Según la ecuación que Israel creó en 2014, por ejemplo, después de que militantes palestinos secuestraran y mataran a tres colonos israelíes en Cisjordania, Israel mató a unas 2.200 personas en Gaza, la peor masacre en Gaza hasta 2023. ¿Cuál sería entonces el precio de 1140 bajas israelíes?
¿Debemos concluir que a Hamás no le importan las vidas de los y las gazatíes? La respuesta es más complicada.
Podemos empezar diciendo que culpar a la resistencia de la violencia del ocupante tiene tanto sentido como culpar a los combatientes kurdos de la masacre de Dersim o de la ocupación de Afrin, o culpar a los rebeldes del gueto de Varsovia de la represión nazi. El impulso de una colonia de colonos es siempre adquirir más tierras mientras disminuye el número de nativos. A lo largo de todos los años de colonización sionista, los sionistas siempre han presentado sus atrocidades como respuestas a ataques anteriores, pero el objetivo real siempre fue la limpieza étnica. La propia Franja de Gaza se construyó como una solución para la limpieza étnica, un gueto cerrado para controlar la demografía, e Israel ha estado matando gente allí y en Palestina en su conjunto desde entonces. Esperar que la gente no luche, que sean víctimas indefensas, nunca fue realista.
Según la propia Hamás, en el documento Nuestra narrativa… Operación Al-Aqsa Flood, publicado después del 7 de octubre, se preguntan: ¿qué esperaba el mundo que hicieran los palestinos? Tras 75 años de sufrimiento bajo una ocupación brutal, tras el fracaso de todas las iniciativas de liberación, los desastrosos resultados del llamado «proceso de paz» que prometió Oslo y el silencio de la llamada comunidad internacional, ¿se suponía realmente que iban a morir en paz? Señalan que la batalla palestina por la liberación de la ocupación y el colonialismo no empezó el 7 de octubre, sino hace 105 años, contra 30 años de dominio colonial británico y 75 años de ocupación sionista. Decenas de miles de palestinos fueron asesinados entre 2000 y 2023; todas esas muertes tuvieron lugar con apoyo estadounidense, y todo tipo de protesta, incluidas iniciativas pacíficas como las marchas del retorno de 2018, ha sido brutalmente reprimida. A la luz de la agresión asesina con total impunidad, el documento pregunta,
«¿Qué se esperaba del pueblo palestino después de todo eso? ¡Seguir esperando y seguir contando con la impotente ONU! O que tomara la iniciativa en la defensa del pueblo, las tierras, los derechos y las santidades palestinas; sabiendo que el acto de defensa es un derecho consagrado en las leyes, normas y convenciones internacionales.»
En términos similares se expresó Basem Naim, alto miembro del buró político de Hamás, el 7 de octubre.
Si tenemos que elegir, ¿por qué elegir ser las buenas víctimas, las víctimas pacíficas? Si tenemos que morir, tenemos que morir con dignidad. De pie, luchando, contraatacando, y de pie como mártires dignos».
También podemos consultar al revolucionario y mártir palestino Bassel Al-Araj. Escribiendo en 2014, justo antes de la invasión militar terrestre israelí de Gaza el 17 de julio, planteó varios puntos2:
La resistencia palestina consiste en formaciones guerrilleras cuyas estrategias siguen la lógica de la guerra de guerrillas o guerra híbrida, en la que árabes y musulmanes nos hemos convertido en maestros a través de nuestras experiencias en Afganistán, Irak, Líbano y Gaza. La guerra nunca se basa en la lógica de las guerras convencionales y la defensa de puntos fijos y fronteras; al contrario, atraes al enemigo a una emboscada. No te aferras a una posición fija para defenderla, sino que realizas maniobras, movimientos, repliegues y ataques por los flancos y la retaguardia. Por lo tanto, nunca la compares con las guerras convencionales.
El enemigo difundirá fotos y vídeos de su invasión en Gaza, la ocupación de edificios residenciales o su presencia en zonas públicas y puntos de referencia conocidos. Esto forma parte de la guerra psicológica en las guerras de guerrillas; dejas que tu enemigo se mueva a su antojo para que caiga en tu trampa y le golpees. Tú determinas el lugar y el momento de la batalla. Así, puede que veas fotos de la plaza Al-Katiba, Al-Saraya, Al-Rimal o la calle Omar Al-Mukhtar, pero no dejes que esto debilite tu determinación. La batalla se juzga por sus resultados globales, y esto no es más que un espectáculo.
Nunca difundas la propaganda de la ocupación y no contribuyas a inculcar la sensación de derrota. Hay que centrarse en esto, porque pronto se empezará a hablar de una invasión masiva en Beit Lahia y Al-Nusseirat, por ejemplo. No difundas nunca el pánico; apoya a la resistencia y no difundas ninguna noticia difundida por la ocupación (olvídate de la ética y la imparcialidad del periodismo; igual que el periodista sionista es un combatiente, tú también lo eres).
El enemigo puede difundir imágenes de prisioneros, probablemente civiles, pero el objetivo es sugerir el rápido colapso de la resistencia. No les crea.
El enemigo llevará a cabo operaciones tácticas y cualitativas para asesinar a algunos símbolos [de la resistencia], y todo ello forma parte de la guerra psicológica. Los que han muerto y los que morirán nunca afectarán al sistema y la cohesión de la resistencia porque la estructura y las formaciones de la resistencia no están centralizadas sino que son horizontales y están muy extendidas. Su objetivo es influir en la base de apoyo de la resistencia y en las familias de los y las combatientes de la resistencia, ya que son las únicas personas que pueden afectar a los y las que componen la resistencia.
Nuestras pérdidas humanas y materiales directas serán mucho mayores que las del enemigo, lo que es natural en las guerras de guerrillas que se basan en la fuerza de voluntad, el elemento humano y el grado de paciencia y resistencia. Somos mucho más capaces de soportar los costes, por lo que no es necesario comparar ni alarmarse por la magnitud de las cifras.
Las guerras de hoy ya no son sólo guerras y enfrentamientos entre ejércitos, sino que son luchas entre sociedades. Seamos como una estructura sólida y juguemos a mordernos los dedos con el enemigo, nuestra sociedad contra su sociedad.
Por último, cada persona palestina (en sentido amplio, es decir, cualquiera que vea Palestina como parte de su lucha, independientemente de sus identidades secundarias), cada persona palestina está en primera línea de la batalla por Palestina, así que tened cuidado de no faltar a vuestro deber.
Una última nota antes de seguir adelante. En el libro Bendita sea la llama, el autor Serafinski repasa los levantamientos en los guetos y la resistencia en los campos de concentración de la Alemania nazi desde una perspectiva anarco-nihilista. El libro muestra que, a pesar de las condiciones represivas y paralizantes de los campos de concentración, seguían produciéndose actos de resistencia como el sabotaje, la ayuda mutua y los levantamientos, a menudo a pesar de las graves consecuencias y las escasas posibilidades de éxito. La motivación de muchos de estos actos era el deseo de rebelarse como fin en sí mismo. Serafinski parte de la idea de que el goce -la creatividad y la vida del propio acto de rebelión- merece la pena por sí mismo, independientemente de sus consecuencias. Los ejemplos demuestran que, en las situaciones más extremas, la gente opta por no ser llevada pasivamente al matadero, sino que se compromete en actos desesperados y salvajes de resistencia, escapando de la lógica, la moral y los campos de discurso establecidos. En condiciones imposibles, eligen acciones imposibles. Esto recuerda a lo que Bassel entiende por romance como la razón de la guerra.
Y la gente suele hacer lo que está dentro de sus posibilidades, no lo que es más «correcto». Esto es algo que tenemos que aceptar.
«Lo que realmente cuenta es la fuerza que sentimos cada vez que no agachamos la cabeza, cada vez que destruimos los falsos ídolos de la civilización, cada vez que nuestros ojos se encuentran con los de nuestros camaradas por caminos ilegales, cada vez que nuestras manos prenden fuego a los símbolos del Poder. En esos momentos no nos preguntamos: ‘¿Ganaremos? ¿Perderemos? En esos momentos, simplemente luchamos».
- «Una conversación entre anarquistas», Conspiración de las Células de Fuego
«Incluso tus observaciones y críticas sobre las paradojas de la guerra de 2014 fueron que convirtió a la mayor parte de la sociedad en un público pasivo que espera la muerte. Te opusiste a una muerte que no está rodeada de una narrativa romántica. Sabes que el equilibrio de poder entre las naciones está determinado por la «energía potencial» y la «energía cinética» (una energía aplastante). Y sabes que la energía potencial -y su función en la guerra- es transformarse en una fuerza aplastante. Creo que la posibilidad de crear narrativas románticas en torno al martirio y el heroísmo es uno de los elementos más importantes de la energía potencial, en la que superamos a nuestro enemigo.»
«Por qué vamos a la guerra», Bassel Al-Araj
La lucha desde, y otros frentes
Las personas que habitan Gaza no son víctimas indefensas desde el 7 de octubre. Sí, Gaza está devastada por el genocidio, pero la resistencia está luchando como un demonio, a pesar de las increíbles probabilidades. A mediados de septiembre de 2024, Israel ha informado de la muerte de 789 de sus soldados y fuerzas de seguridad. Otros informes indican al menos 10.000 muertos o heridos. Alrededor de 1.000 soldados israelíes entran en el Departamento de Rehabilitación del Ministerio de Defensa cada mes, según el Ministerio de Defensa israelí. Increíbles imágenes difundidas en Internet por las fuerzas guerrilleras les muestran saliendo de túneles, volando tanques, disparando y tendiendo emboscadas a soldados israelíes y volando edificios con soldados dentro. El ejército israelí admitió que muchos tanques han resultado dañados durante los combates.
En la ciudad de Jan Yunis, por ejemplo, que Israel ha invadido repetidamente, hasta ahora han fracasado todos los intentos de derrotar a las fuerzas guerrilleras. En muchas de las ciudades, campo de personas refugiadas y bastiones de la resistencia donde las FDI anuncian que «han desmantelado la brigada local», las fuerzas guerrilleras reaparecen inmediatamente y se reagrupan tras su retirada.
En Cisjordania, las FDI han llevado a cabo varias incursiones en ciudades y campo de personas refugiadas, infligiendo destrucción masiva en su infraestructura, matando al menos a 719 e hiriendo a más de 5.700 hasta septiembre de 2024. La resistencia armada, aunque no tan intensa como en Gaza, se ha cobrado la vida de 12 soldados israelíes y ha dejado 27 heridos. Varios militantes de Cisjordania también han llevado a cabo acciones armadas contra colonos israelíes tanto en Cisjordania como dentro de las fronteras israelíes.
La violencia de los colonos contra personas palestinas se ha intensificado significativamente desde octubre, con más de 800 ataques y pogromos, matando al menos a 31 personas palestinas, hiriendo a más de 500 y dañando unas 80 casas, casi 12.000 árboles y 450 vehículos, según la ONU. Unas 850 personas palestinas se vieron obligadas a abandonar sus casas como consecuencia de la violencia militar y de los colonos. Los colonos también bloquearon la entrada de ayuda humanitaria a Gaza desde Jordania, Egipto y puertos israelíes.
Dentro del Interior ocupado, también conocido como Palestina ocupada en 1948, o «Israel», las comunidades palestinas se han encontrado frente a una dictadura fascista. Protestar contra el genocidio fue imposible durante los primeros meses, ya que la policía reprimía violentamente las manifestaciones, atacaba a los activistas, allanaba sus casas y encarcelaba a la gente, a veces durante meses, por gritar consignas o sostener pancartas. Sólo en octubre y noviembre de 2023, Adallah, un centro jurídico para personas palestinas en Israel, documentó 251 detenciones, interrogatorios y «llamadas de advertencia» en respuesta a acciones como participar en una manifestación, publicar en las redes sociales y expresar opiniones en universidades y lugares de trabajo. Muchos y muchas estudiantes palestinas fueron expulsadas de las universidades; muchas personas trabajadoras fueron despedidas. En algunos lugares, esta represión fue disminuyendo con el tiempo, pero en otros, especialmente en ciudades «mixtas» como Haifa, [protestar contra el genocidio sigue siendo imposible…]. Protestar contra el genocidio sigue siendo imposible.
Protesta por Gaza bajo una intensa represión policial, Haifa, 30 de mayo.
Hasta ahora, a pesar de que grupos armados aislados en Cisjordania defienden sus comunidades de las incursiones israelíes y llevan a cabo ataques armados contra asentamientos y puestos de control cercanos, por no mencionar algunos intentos en Interior de organizar protestas, no se ha producido ningún levantamiento popular, como la Intifada de la Unidad que estalló en 2021 durante el anterior gran asalto a Gaza. La represión israelí ha demostrado ser eficaz para empujar a mucha gente al silencio y paralizar los movimientos callejeros. Esto podría cambiar, ya que la represión también puede conducir a una escalada, pero por ahora, no podemos confiar en un levantamiento dentro de Palestina para detener el genocidio.
La situación en las cárceles se ha vuelto inhumana. Los y las «prisioneras de seguridad» palestinas sufren torturas, violencia y abusos sexuales por parte de los guardias israelíes. El campo de tortura Sde Teiman saltó a la infamia mundial tras las filtraciones de denunciantes y los testimonios de presos liberados que revelaban una rutina de abusos, palizas, tortura física y psicológica, violencia sexual y violaciones, negligencia médica y amputaciones de partes del cuerpo. Las condiciones en las prisiones de «seguridad» de todo el país se han deteriorado, y el ministro de Seguridad Nacional, el ultraderechista Itamar Ben-Gvir, ha dado órdenes de reducir al mínimo los derechos de las personas presas. Están confinadas en celdas oscuras y abarrotadas, esposadas de pies y manos, durmiendo en camas sin colchón o en el suelo, con una dieta mínima. Miles de nuevas personas presas han sido detenidas durante el último año; bajo la sádica dirección de Ben-Gvir, la represión, el encarcelamiento y los campos de concentración y tortura están destinados a expandirse. Unos 60 prisioneros palestinos han muerto en cárceles israelíes desde octubre de 2023.
El frente del exilio ha estado activo. Refugiados y refugiadas palestinas han logrado movilizar manifestaciones masivas en muchos lugares. En los países cercanos, ha habido un importante movimiento callejero de miles de personas en apoyo a Palestina. En Ammán, Jordania, la gente se ha enfrentado varias veces con la policía y las fuerzas de seguridad ante la embajada israelí, exigiendo que su país abandone sus relaciones con Israel y Estados Unidos. También se han producido movilizaciones masivas en Líbano, Egipto, Túnez, Marruecos, Bahréin y en todos los campos de personas refugiadas y ciudades de Oriente Medio, el Norte de África y el mundo árabe y musulmán, a menudo a pesar de la represión de sus gobiernos reaccionarios, que temen que las movilizaciones masivas se vuelvan contra ellos.
Miles de personas celebran en las calles de Ammán, Jordania, la resistencia y la solidaridad.
En «Occidente», surgió un movimiento de solidaridad en las ciudades de Europa y Norteamérica. Se ha hablado mucho de las inspiradoras movilizaciones en los campus universitarios y de los diversos bloqueos, marchas y actos de sabotaje. Los que se encuentran en el núcleo imperial tienen una responsabilidad especial a la hora de emprender acciones de este tipo. Sólo podemos esperar que tales movimientos crezcan.
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Alemania, el país con la mayor comunidad de la diáspora palestina en Europa (unos 300.000), se convirtió en un campo de batalla único. El Estado alemán ha sido hostil a la liberación palestina durante muchos años, reprimiendo marchas, censurando discursos y consignas, prohibiendo actos de solidaridad y, en algunos casos, prohibiendo símbolos nacionales como el Keffiyeh y la bandera palestina. En Alemania, el racismo antipalestino y el apoyo al genocidio son compartidos por el Estado, la policía y los organismos represivos, la extrema derecha y los elementos islamófobos, antiárabes, coloniales y proapartheid de la escena «antifascista».
No obstante, el pueblo palestino y sus partidarios siguen resistiendo. Alemania es plenamente cómplice del genocidio, apoyándolo tanto material como retóricamente, proporcionando armas a Israel y llegando incluso a respaldar a Israel en su caso de genocidio ante el Tribunal Internacional de Justicia. Sólo podemos esperar que el movimiento allí siga rompiendo los muros del miedo y encuentre formas de escalar.
En cuanto al llamado Eje de la Resistencia, algunos grupos militantes armados de Oriente Medio declararon un frente de solidaridad con Gaza. En Irak, Siria y Jordania se atacaron bases estadounidenses. Durante meses, Irán, a pesar de intentar monopolizar la «resistencia», actuó principalmente como fuerza pacificadora, ordenando repetidamente a los grupos que redujeran los ataques para evitar entrar en confrontación directa con Israel y Estados Unidos. Irán atacó Israel con un gran ataque de misiles en abril de 2024, pero esto fue principalmente simbólico, ya que fue anunciado con antelación y no causó daños significativos.
Poco antes de la publicación de este artículo, en respuesta al asesinato del líder de Hezbolá, Hassan Nasrallah, Irán inició un segundo ataque directo contra Israel. El 2 de octubre de 2024, 180 cohetes cayeron sobre Israel. De nuevo, la mayoría de los misiles fueron interceptados por Israel, Estados Unidos y regímenes aliados como Jordania. Se produjeron algunos daños leves en bases militares y en una instalación del Mossad. Por el momento, la única víctima conocida de este ataque es un palestino de Gaza que se encontraba en la ciudad cisjordana de Jericó.
El movimiento Houthi, una organización islamista chiíta que controla gran parte de Yemen en el marco de la actual guerra civil yemení, que algunos describen como un «apoderado» iraní y parte del «Eje» aunque bastante independiente, ha estado disparando misiles contra Israel y atacando barcos comerciales en el Mar Rojo, considerando objetivo cualquier barco vinculado a Israel. Al parecer, han causado un enorme impacto en la economía mundial y un importante perjuicio al comercio internacional, dañando buques comerciales y obligando a muchos más a desviar su ruta alrededor de Sudáfrica, alargando enormemente su viaje.
En el sur de Líbano, Hezbolá se enfrentó diariamente a Israel con cohetes y vehículos aéreos no tripulados, aunque en un principio se limitaron en gran medida a las bases militares cercanas a la frontera y a algunas comunidades del norte de Israel. En respuesta, Israel bombardeó pueblos y comunidades del sur de Líbano y atacó Dahieh, un suburbio de Beirut donde viven algunos operativos de Hezbolá, matando también a civiles. La situación ha ido escalando; a principios de octubre de 2024, Israel ha invadido el sur del Líbano, tras muchas escaladas.3
En la niebla de la guerra, el orden mundial avanza. EEUU ve el genocidio y la escalada en Oriente Medio como una oportunidad para aumentar su poder en la región. El Canal 12 de Israel informó en octubre de 2023 que «doscientos cuarenta y cuatro aviones de transporte estadounidenses y 20 barcos han entregado más de 10.000 toneladas de armamento y equipo militar a Israel desde el comienzo de la guerra [sic]». Ese mismo mes, la ayuda militar especial de Estados Unidos a Israel alcanzó los 14.300 millones de dólares.
En el Golfo Pérsico, el mar Mediterráneo y las numerosas bases estadounidenses en países circundantes como Irak, Bahréin, Qatar y Arabia Saudí, Estados Unidos ha desplegado varios escuadrones de cazas, así como una batería THAAD y varias baterías antimisiles Patriot. Pretenden disuadir cualquier ataque a Israel por parte de potencias regionales, pero también participan activamente en los combates, como la coalición internacional liderada por Estados Unidos para golpear a los houthis en Yemen y el Mar Rojo y las milicias en Irak y Siria.
Estados Unidos también ha intervenido directamente en la toma de decisiones israelí para influir en el curso de la guerra. El Presidente Biden, el Secretario de Estado Antony Blinken, y el Secretario de Defensa Lloyd Austin participaron en las reuniones del gobierno israelí y del gabinete de guerra, ejerciendo una presión significativa para poner en práctica su visión de la posguerra. Tras darse cuenta de que la visión estadounidense podría ser más difícil de iniciar mientras Netanyahu esté al mando, los estadounidenses también se reunieron con líderes de la oposición y organizaciones de la sociedad civil israelí.
En esa visión, Cisjordania y la Franja de Gaza se unen bajo una Autoridad Palestina «reformada» (es decir, controlada por Estados Unidos) y se aplica una «solución de dos Estados», tras una serie de acuerdos de normalización con los regímenes locales, con el fin de «integrar a Israel en la región», garantizar su seguridad y construir un fuerte bloque proestadounidense para aumentar la influencia estadounidense y aislar a las potencias regionales cuasiimperialistas competidoras como Irán y Rusia.
Esto no es nada nuevo. Estados Unidos lleva décadas interfiriendo en esta región para mantener su hegemonía. La política neocolonial de apoyo a regímenes títeres corruptos y reaccionarios que sirven de apoderados locales para garantizar el control estadounidense sobre los recursos es una larga tradición estadounidense. Ilan Pappe nos cuenta cómo, tras la retirada británica de Palestina en 1948, Estados Unidos necesitaba urgentemente una potencia regional prooccidental. Estados Unidos decidió invertir más en Israel tras su victoria militar en 1967, lo que supuso un duro golpe para los movimientos nacionalistas laicos de la región.
Los Acuerdos de Oslo constituyeron una intervención internacional en la política local palestina. No sólo sirvieron para acabar con un levantamiento popular dirigido por redes descentralizadas y horizontales de grupos y partidos activistas de base, sino que establecieron un régimen títere autoritario y colaboracionista para que los colonizados se gobernaran a sí mismos según los incentivos de Estados Unidos, la UE e Israel. Cuando ese régimen dejó de servir a sus patrocinadores globales, y Arafat pensó que tenía más margen de maniobra del que se le permitía, fue rápidamente abolido y sustituido por actores más obedientes. En 2006, cuando la ciudadanía palestina votó al candidato equivocado en unas elecciones democráticas, se inició un golpe de Estado y se castigó a toda la población. A los y las palestinas no les es permitido tomar decisiones sobre su propio destino. Hay que mantenerlos bajo un férreo control, ya que tienden a revelar elementos revoltosos desfavorables para la hegemonía estadounidense.
En los últimos años, en lo que Noam Chomsky denominó «la Internacional Reaccionaria», Israel ha firmado una serie de acuerdos y pactos de normalización -conocidos como los Acuerdos de Abraham- con dictaduras locales, monarquías y regímenes represivos. Esto tuvo lugar bajo la mediación de Estados Unidos, en oposición a la voluntad de las poblaciones de esos países. Entre los Estados que se han adherido hasta ahora al tratado de normalización figuran Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Marruecos y Sudán. Al parecer, Arabia Saudí también iba camino de la normalización con Israel, pero el proceso se congeló tras el 7 de octubre.
El impacto económico de estos acuerdos incluye inversiones formales y relaciones comerciales entre los países, especialmente en lo que respecta a las industrias de alta tecnología, y también relaciones militares y comercio de armas. Según el Ministerio de Defensa de Israel, el valor de las exportaciones israelíes de defensa a los países con los que normalizó sus relaciones en 2020 alcanzó los 791 millones de dólares. Los acuerdos petrolíferos entre los EAU e Israel amenazan con infligir un desastre ecológico en el Mar Rojo y exacerbar la preocupación por el cambio climático.
Toda esta trayectoria, unida a la «solución de dos Estados» como secuela del «conflicto», representa un patrón en la implicación de Estados Unidos en la región. Incluso se hizo una propuesta para que regímenes «moderados» (es decir, controlados por Estados Unidos) de la región tomaran el control de Gaza tras el genocidio hasta que una Autoridad Palestina «reformada» (lo suficientemente domesticada como para no causar más problemas a sus patrocinadores internacionales) pudiera ocupar su lugar como soberana.
El escenario regional del conflicto entre la alianza autoritaria reaccionaria estadounidense y la alianza autoritaria reaccionaria iraní se asemeja a la política campista de la Guerra Fría. Si entonces la gente se limitaba a elegir entre el modelo burgués estadounidense y el modelo burgués soviético, hoy parece que las opciones para los pueblos de la región vuelven a ser entre el imperialismo estadounidense y potencias reaccionarias, tiránicas, expansionistas y cuasi imperialistas como Irán, Rusia, Turquía y, en cierta medida, China. Estos países tienen sus propias visiones para la región y sus propias alianzas con otros regímenes represivos, todos los cuales reprimen brutalmente los movimientos revolucionarios que interfieren con sus planes o se apartan de su monopolio de la «resistencia».
No será fácil escapar de la trampa de estar atrapados entre estos dos bandos y del oscuro futuro que ambos representan para la región. Pero podríamos empezar por centrarnos en las luchas de base sobre el terreno, en lugar de en los Estados y sus apoderados. Ningún gobierno va a salvarnos de este infierno. Autoritarios y pequeños tiranos compiten por nuestra obediencia, pero ningún orden mundial que puedan ofrecernos colmará nuestras aspiraciones de libertad y dignidad.
El pueblo palestino ha sido traicionado por sus dirigentes una y otra vez. La OLP pretendió ser la «única representante del pueblo palestino», sólo para aplastar la primera intifada -que había estallado fuera de su control y en contra de sus deseos- y sumirse en el desastre de los Acuerdos de Oslo. A continuación se enredaron totalmente en el orden regional estadounidense, convirtiéndose en uno de los ejemplos más exitosos de la historia de la domesticación y neutralización de movimientos revolucionarios. La resistencia palestina como fuerza incontrolable e ingobernable, más allá del control de diversas oleadas de «representación», autoridades y mecanismos de pacificación y manipulación, sigue siendo una amenaza para todos aquellos que compiten por imponer sus órdenes mundiales preferidos y para cualquier fuerza que pretenda vincularla a sus propios intereses.
Durante años, los regímenes del mundo árabe utilizaron la causa palestina como el único tema en torno al cual se permitía a la gente movilizarse y protestar; esto les permitía desahogarse a la vez que silenciaban las críticas a sus propias políticas. También utilizaron esta cuestión para reclamar legitimidad, ya que siempre contó con un amplio apoyo de los pueblos de la región. Dana El-Kurd muestra cómo los movimientos que se organizaron en torno a Palestina en esos Estados se convirtieron en escuelas de activismo para los participantes, permitiéndoles con el tiempo oponerse también a sus propios gobiernos. Muchos de los movimientos que llegaron a participar en la Primavera Árabe comenzaron con la organización de la solidaridad con Palestina.
Incluso regímenes denominados «radicales» que se hacían pasar por partidarios de la resistencia, como el gobierno sirio, pasaron a imponer el asedio y la matanza de palestinos en cuanto se percibió que éstos amenazaban sus intereses o se unían a movimientos por la libertad, como en el campo de refugiados de Yarmouk en 2014. Ya se trate de regímenes «normalizadores» o de regímenes de «resistencia», los autoritarios siempre han tratado la causa palestina como una herramienta de legitimación, una retórica vacía que lanzar para garantizar la estabilidad, aunque sus políticas fueran antipalestinas en la práctica. En los momentos de la verdad, cuando la situación se descontrola, revelan su verdadero rostro.
Hoy en día, muchos gobiernos de la región están reprimiendo activamente los movimientos de solidaridad con Palestina y la oposición al genocidio, ya que ven que estos movimientos podrían «descontrolarse» o amenazar los esfuerzos de normalización que esperan que impulsen sus economías, ejércitos y capacidades represivas. Nuestra mejor manera de salir de este lío podría ser una alianza revolucionaria de movimientos por la libertad en toda la región y, con suerte, en todo el mundo: una Internacional de la Liberación que se alce orgullosa contra la internacional reaccionaria dirigida por Estados Unidos y la internacional autoritaria en la que participa Irán.
Palestina está profundamente conectada con la revolución siria, la tragedia de Sudán, las feministas revolucionarias de Irán, la revolución de Rojava, el levantamiento en Líbano, los muchos movimientos en Oriente Medio desde la Primavera Árabe, y -más globalmente- los movimientos Stop Cop City y Black Lives Matter en EE.UU., las luchas anticoloniales de los pueblos indígenas de todo el mundo, la resistencia antijunta en Myanmar, la resistencia ucraniana y la lucha por la libertad en el mundo. Nos inspiramos, nos fortalecemos y aprendemos unas personas de otras. Una victoria palestina en Gaza enviaría olas de libertad a los rincones más lejanos de la tierra, mientras que una victoria israelí envalentonaría a quienes persiguen estrategias violentas y genocidas en todas partes, reforzaría el control de alianzas reaccionarias y autoritarias sobre poblaciones enteras y les permitiría aplastar aún más los movimientos de liberación, ya sea en nombre de la «estabilidad» o de la «resistencia». Si dependemos unas de otras, más vale que empecemos a actuar en consecuencia. Quién sabe cuánto tiempo nos queda.
Intentando despejar la niebla
Los y las anarquistas han reaccionado ante el genocidio y el movimiento de solidaridad con varias capas de disonancia cognitiva. Algunas posturas eran confusas o ingenuas, carentes de matices y de comprensión de las condiciones materiales que prevalecen en diferentes geografías y contextos políticos; por ejemplo, eslóganes como «No hay más guerra que la guerra de clases», argumentos que llamaban al «proletariado israelí y palestino» a «unirse» contra «sus opresores comunes» y otras tonterías clasistas. Otras posturas llegaban hasta la islamofobia y las teorías de la conspiración: «Israel creó a Hamás», “Hamás es igual que ISIS”.
Hamás es el objeto de la disonancia cognitiva más significativa. Los antiautoritarios quieren apoyar al movimiento palestino, como a cualquier otro movimiento por la libertad y la liberación, pero no pueden comprender que Hamás es una parte orgánica e integral de ese movimiento, así que se inventan historias en el sentido de que Hamás es una invención del ocupante, que los palestinos no les apoyan realmente, que de alguna manera podemos contar la historia de la resistencia sin ellos. Quieren separar de algún modo a Hamás de la causa más amplia. ¡Cuánto más fáciles serían las cosas si eso fuera posible!
Hamás es, de hecho, un movimiento de liberación nacional dedicado a la liberación de Palestina. La idea de utilizar el concepto religioso de la yihad como resistencia anticolonialista y autodefensa no es nueva; se remonta a la lucha contra los franceses en Siria en la década de 1920, si no más atrás. Ha aparecido en Argelia y en muchas luchas desde entonces. No tiene nada que ver con la marca salafi-jihadista, y un califato transnacional panislámico no está sobre la mesa. El movimiento de liberación palestino es heterogéneo y diverso; incluye muchas ideologías e ideas con las que podríamos no estar de acuerdo. Hamás merece críticas por su patriarcado, su homofobia, su dependencia de fuerzas reaccionarias como Irán y el régimen de Assad, su brutal represión. Valientes grupos palestinos antiautoritarios ya lo han ofrecido, como Gaza Youth Breaks Out allá por 2011. Pero nuestras críticas deben ser justas y basarse en la realidad, no limitarse a una letanía de nociones preconcebidas.
También tenemos que hablar de los colonos. Hay muchas maneras de analizar la sociedad israelí. Podemos utilizar la útil distinción que hace el historiador Ilan Pappe entre el Estado de Israel y el Estado de Judea. En resumen, por un lado, el ala liberal, laica y «democrática» (democracia judía, sólo para judíos) de la supremacía judía, el apartheid y el colonialismo de colonos, la que lidera las protestas contra Netanyahu en Tel Aviv y otras ciudades israelíes; por otro lado, el ala más de extrema derecha, teocrática y abiertamente fascista, compuesta principalmente por pogromistas judíos de Cisjordania y sus aliados. El escritor y periodista antifascista David Sheen ofrece otro esquema útil, dividiendo la sociedad israelí en campos supremacistas, oportunistas, reformistas y humanistas.
Todos estos análisis exploran el debate interno de la sociedad de colonos sobre la mejor manera de gestionar el apartheid, el colonialismo de colonos, la limpieza étnica y el genocidio. Estas desavenencias sociales no son nuevas, pero se han exacerbado en los últimos meses. Si no las comprendemos, podemos llegar a conclusiones erróneas.
Por ejemplo, algunos camaradas citan las protestas Anti-Netanyahu para presionarle a aceptar un alto el fuego a fin de llegar a un acuerdo con la resistencia para liberar a los rehenes como prueba de que muchos israelíes se oponen al régimen. Algunos incluso lo presentan como un movimiento masivo contra la guerra. Esto es inexacto. Encaja en la narrativa anarquista porque estamos acostumbrados a insistir en la distinción entre personas y Estados, y muchos israelíes se oponen realmente a Netanyahu. Pero el apoyo al genocidio es abrumador en diversos campos políticos.
Un enorme cartel con luces de neón sobre manifestantes en Tel Aviv cuenta toda la historia: traed de vuelta (a los rehenes) y volved (a Gaza). Se trata de una descarada propuesta para reanudar los combates en cuanto se libere a los cautivos israelíes. Esto no representa necesariamente a todos los miles de participantes, pero sí indica la lógica sionista de estas manifestaciones: otra manifestación de la supremacía judía, tal vez su campo liberal, pero, no obstante, allí no hay preocupación por las vidas palestinas. En Israel existen voces antisionistas honestas y auténticas que piden el fin del genocidio, y celebran pequeñas manifestaciones de vez en cuando, que a menudo son reprimidas por la policía y atacadas por fascistas. Son una minoría diminuta, odiada e insignificante, sin esperanzas de convertirse en un poder político de masas en un futuro próximo.
La verdad incómoda es que cuando llega el momento de cometer una masacre, la sociedad israelí deja de lado todas las discusiones mezquinas, deja de fingir ser una sociedad civil en un «Estado democrático» y se une para la tarea. Entonces se revela lo que Israel es en realidad: una enorme base militar. No hay oposición masiva al genocidio. Las protestas masivas contra la revisión judicial se detuvieron durante unos meses tras la conmoción del 7 de octubre, y luego reaparecieron en forma de protestas por la liberación de los rehenes, renovando el debate sobre la gestión del genocidio. Todas las amenazas de los reservistas de negarse a servir llegaron a su fin después del 7 de octubre de 2023; en realidad nunca tuvieron la intención de cumplirlas. La rebelión y la protesta en Israel siempre se limitan a las estrechas narrativas sionistas que delimitan explícitamente lo que es aceptable y lo que no. Las alas fascista y liberal del sionismo pueden expresarlo de manera diferente, pero la supremacía judía y la completa deshumanización palestina son los hilos comunes.
La situación ya era mala, pero la izquierda radical se ha reducido significativamente desde el 7 de octubre, ya que los atentados conmocionaron a la sociedad israelí hasta la médula, despertaron la ansiedad de los colonos y empujaron a muchos «izquierdistas» al cálido abrazo de la supremacía judía. Podemos esperar que esto continúe. La razón de ello es que la «izquierda israelí» se basa abrumadoramente en la noción de que «el fin de la ocupación» (descolonización) significaría que podrían continuar con su cómodo estilo de vida de colonos sin la culpa. Por ejemplo, uno de los principales mensajes del bloque anti-ocupación durante el movimiento de masas contra la revisión judicial que existió hasta el 7 de octubre era que «la ocupación» (que típicamente significa la ocupación de 1967) es un «obstáculo para la democracia israelí», y si sólo pudiéramos ocuparnos de eso, el resto estaría bien. No es fácil encontrar a alguien que vea que todo el régimen israelí es ilegítimo, que la ocupación comenzó en 1948 y no en 1967, que la tierra es robada del río al mar y que la descolonización significa la transformación radical de las relaciones de poder.
Alfredo Bonanno dijo: «La solución ideal, al menos en lo que respecta a todos aquellos que tienen la libertad de los pueblos en el corazón, sería la insurrección generalizada. En otras palabras, una intifada que parta del pueblo israelí y que sea capaz de destruir las instituciones que lo gobiernan.» Me gusta Bonanno y creo que la mayoría de sus observaciones son brillantes, pero este análisis en particular no se ajusta a la realidad sobre el terreno. Forma parte de una larga tradición de pensadores occidentales que se centran en la sociedad de colonos, como si pudiera ser un vehículo significativo para el cambio. Estoy totalmente en desacuerdo. No hay precedentes históricos de sociedades de colonos o amos de esclavos que se hayan rebelado contra sus propios privilegios, y no creo que Palestina sea la primera en romper esta trayectoria.
Hay sociedades coloniales de colonos, como la estadounidense, que lograron desarrollar una orgullosa tradición de traidores a la raza tras un largo desarrollo. Lo vimos durante el levantamiento de George Floyd; la Argelia francesa ofrece otro ejemplo. Creo que esto es teóricamente posible para la sociedad de colonos en Palestina, quizás en algún momento en el futuro, pero probablemente no ahora mismo. Algunos israelíes fueron mucho más allá de la «izquierda israelí» y traicionaron completamente a «su» sociedad, cambiaron de bando y se unieron a la lucha popular palestina, bajo términos y liderazgo palestinos. Algunos incluso se unieron a la lucha armada. Son muy pocos, lejos de representar un fenómeno significativo en la sociedad israelí.
Quienes quieran expresar su solidaridad con los escasos israelíes antisionistas deberían hacerlo. Es una buena causa y lo agradecerían. Pero, sinceramente, el apoyo a la resistencia palestina es mucho más importante en estos momentos. Deberíamos estar con la resistencia contra la violencia del colonialismo de los colonos y el genocidio.
Esto puede ser inconveniente, pero debemos tener esta conversación. Nadie tiene por qué estar de acuerdo conmigo, hablo desde mi propia perspectiva y condiciones, y esto puede verse como mi intento de apelar a mi campo de origen, la izquierda radical israelí antisionista. En mi opinión, la «izquierda israelí» es un callejón sin salida. No tengo motivos para dudar de las intenciones de muchos de mis antiguos y actuales camaradas del «bloque anti-ocupación» y del «bloque radical» de Tel Aviv y otras ciudades. Son almas honestas, valientes y rebeldes; muchos de ellos realmente están en esto por las vidas palestinas, luchando para poner fin al genocidio.
Pero los que han conseguido escapar del culto al sionismo deben dar ahora otro paso adelante. A ellos quiero decirles que debemos dejar de vernos como actores dentro de la sociedad israelí, tratando de mejorarla o reformarla para salvarla de sí misma. Sería mejor adoptar el marco de Al-Araj del campo de liberación frente al campo colonial,4 y la concepción de Fanon de la adopción de la identidad de resistencia como una opción política más que como una cuestión de raza u origen, y trabajar para despojarnos por completo de la identidad de colono.
Esto es lo que palestinos y palestinas llevan años pidiéndonos que hagamos. No se puede reformar una sociedad enferma; no funcionará apelar a los intereses de un sistema que está podrido hasta la médula. No ha habido un solo segundo en la historia de este Estado desde su creación que no se haya basado en una violencia intensa y una deshumanización total. Este es un llamamiento a la deserción, a la traición y a la traición en toda regla, a cambiar de bando, con todos los riesgos, la represión, la tortura y la muerte que pueda conllevar. No es fácil, pero tenemos una rica historia mundial en la que inspirarnos. Podemos recordar a John Brown y su milicia, o a los franceses en Argelia que cambiaron de bando y se unieron al FLN (Front de Libération Nationale, «Frente de Liberación Nacional»). Lo que esas personas comprendieron, en coyunturas históricas cruciales, fue que, a pesar de lo que nos dicen las interpretaciones liberales de la «política de la identidad», cuando la revolución llama, no se trata de ser un «aliado» pasivo o de comprobar tus privilegios, sino de lanzarte a la lucha. La identidad se convierte en una opción política, basada en las acciones y no en los orígenes.
«El colono no es simplemente el hombre al que hay que matar. Muchos miembros de la masa de colonos se revelan mucho, mucho más cercanos a la lucha nacional que ciertos hijos de la nación.»
Frantz Fanon, Los desdichados de la tierra
La inquietud ante la descolonización no surge de la nada. Nada nos está prometido. Ni siquiera la propia liberación, para ser sinceros. Algunos proyectos coloniales han terminado de forma algo pacífica, con transición de régimen y comités de reconciliación, como en Sudáfrica; otros han terminado en un baño de sangre, como en Argelia. Incluso el ejemplo libertario y confederalista de Rojava no ha sido un proceso tranquilo. En ninguno de estos casos fue perfecto. La liberación es siempre un proceso desordenado y sangriento en la vida real.
Eve Tuck y K. Wayne Yang, en su ensayo La descolonización no es una metáfora, explican que la descolonización es inconmensurable con otras luchas por la justicia social -se pretende que sea inquietante, ya que sin duda aliviaría a los colonos -incluidos los trabajadores- de sus recursos robados. Debemos ser honestas con lo que decimos. Por ejemplo, en el debate sobre la frase «del río al mar», sobre si significa democracia o la abolición de Israel, la respuesta sencilla es que significa ambas cosas. La descolonización en condiciones palestinas -la abolición del sionismo, el retorno de los refugiados, el fin del gobierno militar y la igualdad de derechos civiles- significará que Palestina vuelve a ser lo que era antes de la colonización sionista, una tierra mayoritariamente árabe. Creo que la gente judía sería bienvenida a quedarse, aquellas personas que estén dispuestas a vivir en igualdad de condiciones con el resto de la gente de la tierra, sin un sistema racista de segregación y privilegio basado en la etnia.
El Bloque Radical en Tel Aviv.
En cuanto al reduccionismo de clase, no hay base material para la «solidaridad de clase» entre personas «palestinas e israelíes». Bajo el colonialismo de los colonos, no se trata de la misma clase. Judíos y árabes no son iguales, ni siquiera cuando trabajan en los mismos lugares de trabajo. Como señaló Frantz Fanon, en un contexto colonial, la opresión nacional es primaria y la opresión de clase es secundaria. Las colonias de colonos no se limitan a explotar la fuerza de trabajo de los colonizados o los recursos de la tierra de la colonia, como otros tipos de colonialismo; se basan en la completa eliminación de las personas colonizadas mediante la limpieza étnica, el genocidio o ambos.
Según el historiador Ilan Pappe, el sionismo, como cualquier otro movimiento colonial de colonos, requiere la aniquilación o expulsión de la población nativa para tener éxito. Muchos de esos movimientos estaban compuestos por refugiados europeos que escapaban de la exclusión y la persecución, buscando un lugar donde construir su propia nueva Europa. Las poblaciones indígenas son siempre un obstáculo para estas visiones utópicas, por lo que la solución suele ser una campaña masiva de genocidio y limpieza étnica. Otros proyectos coloniales similares, como los de Estados Unidos, Australia, Sudáfrica y Canadá, también encontraron a menudo una justificación religiosa para asentarse, utilizaron una superpotencia para afianzarse en una tierra extranjera y luego buscaron la manera de deshacerse tanto del imperio que les ayudó como de la mayoría de la población indígena.
Israel ha dejado bastante claro que siempre que ha emprendido acampadas masivas de limpieza étnica, como en 1948, o durante el actual genocidio en Gaza, sus objetivos no son el proletariado palestino, sino los palestinos como pueblo. Todas las clases y grupos sociales son un objetivo.
Si incluso Marx reconoció que la lucha por la jornada laboral de ocho horas en Estados Unidos no podía comenzar realmente antes de la abolición de la esclavitud, los izquierdistas occidentales de hoy deberían ser capaces de llegar a las mismas conclusiones con respecto al colonialismo de colonos y al apartheid. Si queremos tener una base significativa en el movimiento de solidaridad, debemos reconocer que algunas cuestiones no pueden reducirse a la clase.
Los revolucionarios ya han cometido este error antes. Muchos hombres anarquistas de la CNT (Confederación Anarquista Ibérica) durante la revolución española despreciaban a la organización de mujeres Mujeres Libres, proclamando que la represión de género era secundaria a la lucha de clases y que, en cualquier caso, la revolución la resolvería. Hoy sabemos que derrocando al capitalismo no aboliremos necesariamente el patriarcado. Podríamos crear una sociedad sin clases que seguiría siendo sexista y opresiva para las mujeres y otros géneros. Algunos izquierdistas ven el movimiento kibbutz como un ejemplo de sociedades socialistas libertarias, ignorando el hecho de que los kibbutzim son un proyecto racista y colonialista sólo para judíos, construido en el contexto del robo sionista de tierras, a menudo sobre las ruinas físicas de pueblos que fueron limpiados étnicamente. Sin un análisis adecuado del colonialismo de los colonos y una comprensión de la opresión nacional como una cuestión primordial en sí misma, cualquier comprensión de la situación en Palestina seguirá siendo un torpe intento de importar visiones del mundo y soluciones extranjeras a geografías con problemas radicalmente diferentes.
Junto con el compromiso de liberar a Palestina, me gustaría sugerir a los y las camaradas que permitan que Palestina les libere a ellos también. Puede funcionar en ambos sentidos. No participéis en el movimiento sólo para predicar, sino también para escuchar. No debemos renunciar a nuestras perspectivas y críticas, pero debemos aprovechar esta oportunidad para enriquecernos y ampliar nuestros horizontes aprendiendo de otras luchas de liberación, en lugar de tratar simplemente de imponerles nuestras nociones preconcebidas. Me encantaría discutir temas delicados con mis camaradas palestinos, como la dependencia de la resistencia armada de elementos reaccionarios como Irán y la Siria de Assad 5. Pero debo ser capaz de hacerlo como camarada, desde dentro de la lucha, tras desarrollar relaciones de confianza y aceptar una visión palestina del mundo, no como un molesto izquierdista que critica desde fuera. Si todo lo que hacemos es pasar el tiempo con los que son como nosotras, se notará, y se reflejará mal en nosotras. La gente lo nota, y eso saboteará las relaciones de confianza que estamos tratando de construir dentro del movimiento.
Afrontar la era del genocidio
El orden mundial colonial ha dividido el mundo en la parte «civilizada», el impenetrable Norte Global donde prevalece la democracia liberal, y vastos campos de genocidio llenos de un excedente de población a la que exterminar, esclavizar, despojar de recursos y olvidar. En un contexto colono-colonial, este proceso tiene lugar en el mismo territorio, sin la distancia geográfica entre la colonia y la metrópoli. Se construyen guetos, ciudades sitiadas, regímenes militares y un sistema de segregación étnica que divide a las personas colonizadas en varias clases de oprimidos, construye barreras mentales donde no las hay físicas y se asegura de impedir cualquier mezcla de nativos y colonos.
El orden colonial puede desequilibrarse de varias maneras. Una de ellas es el fascismo, en el que las prácticas coloniales se llevan adentro, a la metrópolis. En este caso, las prácticas genocidas y racializadoras que antes estaban reservadas a la población excedente en las colonias se utilizan contra las poblaciones no deseadas en el interior. Pero el orden colonial también puede desequilibrarse durante los levantamientos. Los nativos, negándose a ser confinados en su lugar, rompen la supuestamente impenetrable fortaleza de la colonia -que resulta ser muy penetrable- y, como dijo Fanon, inundan las ciudades prohibidas, llevándose todo lo que encuentran a su paso.
Israel trató durante décadas de mantener una población de colonos democráticos liberales y occidentalizados, experimentando su hogar (Europa) lejos de su hogar, después de que su hogar original se volviera demasiado peligroso para ellos. Otros judíos no europeos eran bienvenidos, siempre que fueran judíos y aceptaran la hegemonía occidental. Se inculcaron muros de hormigón, guetos aislados y barreras mentales para separar a la sociedad de colonos de la brutal violencia cotidiana necesaria para mantener este orden. No hay una única manera de hacerlo. Las estrategias incluyen el borrado cultural (por ejemplo, los palestinos con ciudadanía se convierten en «árabes israelíes»); campañas masivas de limpieza étnica cuando es posible (como en 1948) y cuando no, como la judaización6 de la Galilea, el Naqab y barrios de Jerusalén, Jaffa y Haifa7; el gobierno militar8; la gestión de conflictos, la estricta segregación racial y la contrainsurgencia, como se observa en los Acuerdos de Oslo, el muro de separación en Cisjordania y el asedio de Gaza; y el genocidio. Hoy parece que la gestión de conflictos, al menos, ha fracasado.
Israel ha sido humillado más de una vez en los últimos años. El Estado perdió el control durante el levantamiento de 2021 y de nuevo el 7 de octubre de 2023. El pueblo palestino ha demostrado una y otra vez ser una fuerza incontrolable, capaz de amenazar a una superpotencia nuclear apoyada por el imperio más fuerte del mundo, a pesar de que ese imperio vierte miles de millones de dólares en aparatos de seguridad, contrainsurgencia y tecnología avanzada. Los israelíes se han dado cuenta de que el Estado es incapaz de proporcionar seguridad a pesar de su poderoso poder, y están empezando a sentir pánico. Sólo cabe esperar que el castigo por rebelarse sea cada vez más cruel a medida que aumente la presión de los conmocionados israelíes y de las potencias internacionales para mantener bajo control a los rebeldes palestinos.
Es totalmente posible que, a medida que pase el tiempo, los campos de genocidio se amplíen y más personas sean tratadas como población sobrante. No hay ninguna garantía de que nosotros, los ciudadanos privilegiados de la civilización, no nos encontremos finalmente en el lado equivocado de ese muro. Las minorías racializadas ya lo saben, y en cuanto al resto de nosotros, no deberíamos contar con nuestra blancura, como descubrieron los judíos durante la Segunda Guerra Mundial, los irlandeses bajo la ocupación británica y los ucranianos hoy en día. Al igual que se puede atribuir la blancura, también se puede quitar.
Cada vez que un imperio califica a un nuevo grupo demográfico de población excedente, las fronteras de la «civilización» se desplazan. Cuanto más consiguen atrapar a una parte creciente de la población de la Tierra en un infierno, más sombrío e incierto se vuelve nuestro futuro. Cuanto más consigan aplastar la rebelión de los indeseables, más influirá su éxito en otros imperios y órdenes mundiales competidores. Al igual que nos inspiramos en cada revuelta de esclavos y en cada levantamiento de guetos, los regímenes también toman notas y se inspiran unos en otros cuando se trata de represión. Todos estamos profundamente conectados.
¿Qué debemos hacer los que estamos situados en tal o cual entidad, ciudadanos del Norte Global, ya sea como colonos en la colonia o en el núcleo imperial? Me resulta difícil decirlo. Situado en el Interior ocupado, que, como he dicho, no se rebela abiertamente por el momento, ¿es justo que abogue por cosas que yo mismo no hago? Sentimos la necesidad de una insurrección, pero nuestras comunidades están devastadas y rotas, la gente está paralizada y las heridas siguen abiertas desde la última ronda de represión. No puedo decirle a nadie lo que tiene que hacer. Todo lo que puedo hacer es compartir mi perspectiva. Os toca a vosotros y vosotras analizar vuestras condiciones y ver qué os conviene.
Los y las camaradas en el núcleo imperial de la llamada Norteamérica han mostrado una resistencia asombrosa e inspiradora. Los y las camaradas de Europa también lo han hecho. Sabotajes, bloqueos de puertos, marchas, ocupaciones de campus, todo esto es significativo, y algunos han conseguido importantes logros…. No quiero afirmar, como hacen algunas personas, que estas acciones no han conseguido nada hasta ahora. No sabemos cuál sería el estado de Gaza ahora mismo si no fuera por estas valientes acciones. La construcción del movimiento es importante en sí misma. Toda una nueva generación se ha politizado y radicalizado, y ellos llevarán adelante las luchas.
Pero una cosa es cierta. No hemos detenido el genocidio.
Tenemos que centrarnos. El genocidio lleva un año en marcha y, en este momento, no muestra signos de ralentizarse ni de permanecer confinado en Gaza. Creo que ha llegado el momento de intensificarlo. Las implicaciones son enormes. En estos momentos, Israel está decidido a entrar en guerra con Líbano y quizá también con Irán. Parece que se está desarrollando el peor escenario posible. Esto va a hacer que la situación se descontrole aún más; podría causar una guerra regional en toda regla que implicaría una cantidad inimaginable de muerte y destrucción. Nos enfrentamos a un orden mundial completamente psicótico decidido a causar la máxima devastación a todo lo que se interponga en su camino. No podemos permanecer como espectadores pasivos. Estamos implicados y lo que ocurra se reflejará en nosotros.
Por lo que parece, en el transcurso de las ocupaciones del semestre pasado, los camaradas de EEUU desarrollaron muchos elementos insurreccionales para desarrollar y expandir. También se enfrentaron a muchos policías -algunos de uniforme, otros ocultos dentro del movimiento, como liberales, pacifistas, «activistas» profesionales y reformistas. La gente tiene que encontrar la manera de enfrentarse a ellos. No caigas en las tácticas de contrainsurgencia que pretenden pacificarte, dividir y fragmentar el movimiento, definir por ti lo que es «aceptable» y «legítimo» o delimitar las fronteras de la protesta. Sé valiente, incontrolable e ingobernable. El resto depende de ti analizarlo, en cuanto a las tácticas, pero no dejes que nadie te confine.
Ignora también las campañas de desprestigio. Podrían hacerse más fuertes si el movimiento tiene más éxito. Ya he visto medios de comunicación y propaganda sionistas que describen las protestas como «pogromos antisemitas». No debería dedicar ni un solo momento a explicar lo ridículo que es esto.
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Todos sabemos que las agencias represivas de Israel y EEUU se entrenan juntas, y comparten consejos, herramientas y tácticas sobre cómo reprimir a poblaciones y movimientos de libertad. Esto debería preocupar a cualquiera que participe en luchas locales, como Stop Cop City, Black Lives Matter, la solidaridad indígena y el apoyo a migrantes y refugiados. También sabemos que Israel está exportando armas y tecnología represiva a todas partes. Se están desarrollando y utilizando herramientas de IA para automatizar la identificación y el asesinato de «sospechosos». Y sabemos que es al revés: Israel está bombardeando Gaza (y ahora también Líbano) con armas estadounidenses y todo su apoyo. Esta es una guerra estadounidense (y europea) tanto como israelí. El núcleo imperial del Norte Global está absolutamente implicado y es parte beligerante de la agresión, y esto convierte a sus ciudadanos en parte activa también.
No es del todo posible unirse físicamente a la lucha armada sobre el terreno como se puede hacer en Rojava o Ucrania, pero no hay necesidad de hacerlo. La gente puede venir a Palestina para participar en la lucha popular, como ya lo han hecho valientes personas estadounidenses y europeas; algunas de ellas se han convertido en mártires ellas mismos. Esto ayuda, pero la resistencia pide algo más: convertir sus propias ciudades en el núcleo imperial en un campo de batalla. Traigan la guerra a casa. Abrid otro frente. Únanse al campo de liberación, como dice Al-Araj, y levanten el infierno contra el orden mundial que permitió que esto sucediera. Deben sentir las consecuencias. Creo que todavía es posible un levantamiento, aquí en Interior también, pero requerirá que seamos valientes, como lo son en Gaza.
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Una última cosa que quiero preguntarles: mientras escribía este artículo, los combates en los frentes del Líbano, Irán y otros lugares se intensificaron significativamente. Si estalla una guerra total en otros lugares, la atención del mundo cambiará y Gaza podría caer en el olvido. La gente debe luchar también por la vida de los y las libaneses, pero no dejen de hablar de Gaza y de actuar por el bien de la gente de allí. El genocidio allí no ha terminado. Incluso puede acelerarse una vez que la atención se desvía de él.
Alza tu voz, iza la bandera de la revolución.
No hay voz más fuerte que la voz del levantamiento.
«Si debo morir,
tú debes vivir
para contar mi historia
para vender mis cosas
para comprar un trozo de tela
y unas cuerdas,
(que sea blanca y con una larga cola)
para que un niño, en algún lugar de Gaza
mientras mira al cielo a los ojos
esperando a su padre que se fue en un incendio…
y no se despidió de nadie
ni siquiera a su carne
ni siquiera a sí mismo…
vea la cometa, mi cometa que tú hiciste, volando en lo alto
y piense por un momento que un ángel está allí
trayendo de vuelta el amor
Si tengo que morir
que traiga esperanza
que sea un cuento.»-Refaat Alareer, (1979-2023), escritor y poeta. El 6 de diciembre de 2023 fue asesinado por un ataque aéreo israelí en Gaza junto con su hermano, su hermana y sus hijos.
Bibliografía
- Rev & Reve, El levantamiento del gueto de Gaza [YouTube]
- Desde la periferia, Entendiendo Hamas: Perspectivas antiautoritarias [YouTube]
- Anónimo, «Hamás, anarquistas en Occidente y solidaridad con Palestina»
- Bassel Al-Araj, «¿Por qué vamos a la guerra?»
- Bassel Al-Araj, Vive como un puercoespín, lucha como una pulga
- Eve Tuck, K. Wayne Yang, «La descolonización no es una metáfora»
- Ilan Pappe, «El colapso del sionismo»
- Aufheben, «Detrás de la intifada del siglo XXI»
- Budour Hassan, «El color marrón: descolonizar el anarquismo y desafiar la hegemonía blanca»
- Serafinski, Bendita sea la llama
- Tareq Baconi, Hamas contenida: El ascenso y la pacificación de la resistencia palestina.
- Ilan Pappe, La limpieza étnica de Palestina.
- Frantz Fanon, Los condenados de la tierra.
- Edward Said, La cuestión palestina
- Edward Said, Orientalismo.
- Rashid Khalidi, The Hundred Years’ War on Palestine: Una historia de colonialismo de colonos y resistencia, 1917-2017.
- Dana El-Kurd, Polarizados y desmovilizados: Legados del autoritarismo en Palestina.
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Según estadísticas oficiales del Ministerio de Sanidad de Gaza. Además de esa cifra, hay más de 10.000 desaparecidos y se desconoce cuántos más siguen sepultados bajo los escombros. Es importante recordar que Israel destruyó sistemáticamente el sistema sanitario de Gaza, llevándolo al borde del colapso, y desde entonces, las cifras se mantienen en torno a las 40.000 personas. Otras estimaciones hablan de un número mucho mayor. ↩
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Traducido por Resistance News Network. ↩
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Este frente se ha intensificado y actualmente el futuro de la población en Líbano es incierto. El 23 de septiembre, un ataque de las FDI en Líbano mató al menos a 570 personas. El 27 de septiembre, Hassan Nasrallah, líder de Hezbolá, fue asesinado, y millones de personas en Líbano están desarraigadas de sus hogares. Ahora Israel invade el sur del Líbano. ↩
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«Ya no veo esto como un conflicto entre árabes y judíos, entre israelíes y palestinos. He abandonado esta dualidad, esta simplificación ingenua del conflicto. Me he convencido de las divisiones del mundo de Ali Shariati y Frantz Fanon (en un campo colonial y un campo de liberación). En cada uno de los dos campos hay personas de todas las religiones, lenguas, razas, etnias, colores y clases. En este conflicto, por ejemplo, encontrarás a gente de nuestra propia piel de pie, groseramente, en el otro campo, y al mismo tiempo encontrarás a judíos de pie en nuestro campo.» -Bassel Al-Araj ↩
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Este es un tema delicado. Hamás apoyó inicialmente la revolución siria allá por 2012 y rompió lazos con el presidente sirio Bashar Al-Assad. Esta medida cortó el apoyo financiero que el movimiento recibía de Irán. Una década más tarde, en una controvertida declaración, Hamás restableció relaciones con Assad. El caos político y el cambio de alianzas en Oriente Medio durante la Primavera Árabe, el golpe militar contra Mohamed Morsi en Egipto y el cierre de los túneles de Gaza por parte egipcia, y los pactos de normalización entre varios regímenes locales con Israel sirvieron para aislar a Hamás y obligarle a «elegir un bando.» En cualquier caso, creo que, al igual que los y las anarquistas y antiautoritarias de Occidente fueron capaces de entender la decisión tomada por la gente de Rojava de aceptar la ayuda estadounidense mientras se enfrentaban al ejército genocida del ISIS en Kobane, también pueden entender las decisiones tomadas por los palestinos en condiciones difíciles. Hasta que no hayamos construido una Internacional de la Liberación que pueda ofrecer apoyo material real a las luchas sobre el terreno, habrá un límite a lo mucho que podamos criticar las decisiones tomadas por quienes se enfrentan a la amenaza de la aniquilación, atrapados entre imperios y órdenes regionales en competencia. Esto no significa que no debamos criticar en absoluto, pero al menos deberíamos hacerlo con matices y contexto. ↩
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Este es el término oficial israelí. ↩
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Bajo el capitalismo global neoliberal, la limpieza étnica también puede privatizarse. Los intentos de judaización pueden estar bajo la dirección de organizaciones de colonos o de agentes inmobiliarios, lo que permite presentar la cuestión como una simple disputa inmobiliaria. La implicación de organizaciones de colonos estadounidenses en los intentos de desalojar a los residentes palestinos en el este de Jerusalén, y el aburguesamiento en Jaffa y ciertos barrios en Haifa, está intrínsecamente ligada a campañas de limpieza étnica de décadas de duración, bajo diferentes rostros, a medida que los sistemas coloniales se adaptan a las nuevas oportunidades y circunstancias. ↩
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Sólo hubo medio año, en 1966, en que Israel no impuso el gobierno militar a los palestinos. Las comunidades internas de personas desarraigadas dentro de lo que se convirtió en Israel estuvieron bajo gobierno militar hasta 1966; luego Israel ocupó Cisjordania y Gaza un año después e impuso allí el gobierno militar. ↩