El domingo 26 de marzo, el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu despidió a su ministro de Defensa en un intento de consolidar el poder sobre el país, lo que precipitó manifestaciones masivas espontáneas. El 27 de marzo, ante la perspectiva de una huelga general, aceptó retrasar su intento de impulsar una reforma judicial que centralizará el control en sus manos. A cambio de esa concesión, dio permiso a su ministro de extrema derecha de Seguridad Interior -el terrorista convicto Itamar Ben-Gvir- para establecer una milicia bajo su propia autoridad. En otras palabras, tras hacerse con el control del gobierno pero aún no de las calles, la coalición de extrema derecha reinante está ganando tiempo para averiguar cómo reprimir el descontento popular al tiempo que intensifica la persecución del pueblo palestino.
Estos son sólo los últimos acontecimientos de una lucha que lleva meses intensificándose y enfrentando a diversos sectores de la sociedad israelí. El resultado afectará a todos, pero la ciudadanía palestina será la que más sufra, independientemente del bando que salga vencedor: si gana el movimiento liberal de protesta, el régimen de apartheid imperante se percibirá como más legítimo, mientras que si ganan Netanyahu y Ben-Gvir, la situación será aún más mortífera y deshumanizadora para los y las palestinas. En el siguiente análisis, nuestro corresponsal muestra cómo esta crisis ha surgido de un conflicto entre élites rivales y sus respectivos modelos coloniales.
Desde hace meses se celebran en Tel Aviv y otras ciudades manifestaciones masivas semanales que congregan a decenas de miles de personas cada sábado. Se trata de uno de los mayores movimientos sociales de la historia de Israel. Las protestas comenzaron tras la toma de posesión del gobierno más ultraderechista que jamás haya gobernado este país; rápidamente se centraron en la oposición a una reforma judicial que consolidaría el poder en manos del gobierno en detrimento de los tribunales.
Muchos manifestantes consideran esta medida un intento de golpe de Estado. Una de las secciones más preocupantes del proyecto de ley de la reforma propuesta, denominada cláusula de anulación, socavará el sagrado concepto liberal de la separación de poderes. Entre otras cosas, Además, limitaría la capacidad del Tribunal Supremo para oponerse a las leyes aprobadas por el gobierno y derogarlas, permitiría al gobierno volver a promulgar leyes invalidadas por el tribunal y le daría más poder de decisión en el nombramiento de jueces. El gobierno de Benjamin Netanyahu ya ha presentado una ley que limita las formas en que un primer ministro en funciones puede ser declarado incapaz para el cargo. Pero para comprender en su totalidad la dinámica social en juego, necesitamos examinar las contradicciones dentro del sionismo contemporáneo e identificar los enfoques contrapuestos para gestionar una sociedad colonial de colonos. Para más contexto, concluiremos repasando los acontecimientos más recientes en la resistencia palestina.
Semántica: A lo largo de este texto, cuando nos referimos a la región geográfica entre el río Jordán y el mar Mediterráneo, utilizamos la palabra “Palestina”. Cuando nos referimos al Estado y a aspectos de la sociedad judeo-israelí, utilizamos la palabra “Israel”.
El Contexto detrás del “Golpe”
La situación actual en el llamado Israel es la historia de un gobierno cada vez más autoritario que consolida su poder, sí, pero hay algo más. El proceso de centralización que comenzó hace mucho tiempo está dando sus frutos, junto con una polarización hacia el fascismo. Hay alianzas reaccionarias locales y mundiales implicadas, junto con un conflicto entre élites rivales, un primer ministro desesperado por escapar a las acusaciones de corrupción y una sociedad colonial de colonos que se prepara para dar el siguiente paso del apartheid y la limpieza étnica. Sin este panorama más amplio, no podemos entender la reforma propuesta en sí, ni la “amenaza a la democracia judía” que representa, ni por qué tantas personas de la corriente principal de la sociedad israelí han salido a la calle contra ella mientras blandían banderas israelíes.
El proyecto de ley expondría a comunidades ya marginadas al creciente poder del régimen. La subordinación del sistema judicial al gobierno expondrá a un mayor riesgo a muchas personas palestinas, mujeres, miembros de la comunidad LGBTQ, migrantes y solicitantes de asilo, entre otras. Al mismo tiempo, el sistema judicial israelí siempre ha sido parte integrante del régimen de apartheid. Ha legalizado una campaña de limpieza étnica tras otra. El desarraigo de comunidades beduinas en el Naqab (Néguev), el desalojo de familias y la demolición de casas en Jerusalén Este, los continuos intentos de desalojo y limpieza étnica de la zona de Masafer Yatta en Cisjordania… los tribunales han aprobado todo esto, funcionando como un matasellos para el régimen de supremacía judía.
Bajo la democracia israelí, muchas comunidades nunca tuvieron derechos. Ahora, muchos miembros de la clase media temen perder también sus privilegios. Al igual que en muchas sociedades coloniales a lo largo de la historia, la represión no se limita a los grupos inicialmente marginados, sino que se extiende a más y más personas.
En respuesta, estamos siendo testigos de uno de los mayores movimientos sociales en Israel en una década, desde al menos las protestas de las tiendas de campaña de 2011. Esto puede entenderse como una especie de resurrección del sionismo liberal, que parecía estar en su lecho de muerte hace apenas unas semanas. Israel tiene una clase media muy fuerte, organizada en la calle y con conciencia de clase, que se ha consolidado en la última década a través del movimiento de tiendas de campaña por la “justicia social” de 2011, los diversos movimientos de protesta en los que participaron trabajadores independientes y propietarios de pequeñas empresas durante los cierres de COVID-19, las manifestaciones anti-Netanyahu Balfour de 2020 y el actual movimiento de masas contra la reforma judicial. Tienen poder en las calles, pero no en el parlamento, ya que pierden sistemáticamente las elecciones.
Desde fuera, podría parecer que Netanyahu no es muy popular. De hecho, es una figura controvertida y polarizadora en Israel. Pero las imágenes de las protestas masivas muestran sólo la mitad del cuadro.
Hay muchas poblaciones antidemocráticas y antiliberales en aumento en Israel, y no estamos hablando de anarquistas. Por ejemplo, se prevé que la comunidad haredí ultraortodoxa, con su elevada tasa de natalidad, represente dos tercios de la población del país en unas décadas. El electorado típico que apoya a Netanyahu está formado por gente de clase trabajadora mizrahi/sefardí de ciudades periféricas de tendencia conservadora, por no mencionar a los fanáticos fundamentalistas y fascistas, pogromistas, kahanistas [una organización de extrema derecha ilegalizada oficialmente en Israel como grupo terrorista], colonos extremistas y jóvenes de las colinas que componen la extrema derecha. Estos últimos están muy organizados y son capaces de perpetrar actos violentos por medios tanto institucionales como extralegales. Ocupan destacados puestos de poder, tienen al ejército de su lado, están al mando de la policía y son ahora el tercer partido en el gobierno. También están estableciendo alianzas con reaccionarios extranjeros.
La principal reivindicación del movimiento de protesta es la democracia. Para los israelíes, desde el comienzo del sionismo, la democracia siempre ha significado sólo para judíos, en otras palabras, etnocracia. La mayoría de sionistas de clase media se sentían cómodos con la democracia liberal para ellos y el apartheid para todos los demás. Pero ahora que sus propios privilegios están en juego, esto es ir demasiado lejos.
Esta evolución no carece de precedentes. En cada paso de su desarrollo, las democracias liberales siempre han excluido a poblaciones enteras bajo su control, determinando selectivamente quién llega a ser incluido en la “nación”. La declaración francesa de los derechos humanos negaba la humanidad de las mujeres; la constitución de Estados Unidos fue escrita por propietarios de esclavos. En nombre de la difusión de la libertad y la democracia, el gobierno de Estados Unidos no tuvo ningún problema en apoyar dictaduras brutales en Sudamérica y otras partes del mundo.
Las democracias a veces se expanden para incluir a grupos demográficos previamente excluidos, a menudo tras una insurrección, y siempre como parte de un proyecto de asimilación y borrado. Como dijo el Comité Invisible en “A Nuestros Amigos,”
La democracia es la verdad de todas las formas de gobierno. La identidad de gobernantes y gobernados es el límite donde el rebaño se convierte en pastor colectivo y el pastor se disuelve en su rebaño, donde la libertad coincide con la obediencia, la población con el soberano. El colapso de gobernantes y gobernados entre sí es el gobierno en estado puro, sin más forma ni límite.
Desde este punto de vista, no es de extrañar que varias dictaduras anticuadas de España, Grecia y Sudamérica tuvieran que hacer la “transición a la democracia” para seguir gobernando con legitimidad pública. En Israel, por el contrario, años de neoliberalismo y etnocracia han creado una situación en la que la democracia sólo puede contraerse.
Una masa confusa de gente que no entiende al monstruo que ha creado y que ahora viene a cazarla.
Algunos comunistas, anarquistas e izquierdistas radicales están participando en las protestas contra el intento de Netanyahu de consolidar el poder, formando bloques antiapartheid dentro de estas manifestaciones masivas. La idea es ampliar el alcance de la democracia para incluir a todas las personas, no sólo judías, y llevar la cuestión de la ocupación de Palestina al centro de la lucha. Son buenas intenciones, aunque fácilmente quedan marginadas como un minúsculo bloque de banderas palestinas dentro de un mar masivo de banderas israelíes. Los organizadores de las manifestaciones masivas y la gran mayoría de los participantes parecen considerar estos bloques como una molestia o distracción. La mayoría de los manifestantes no parecen captar la conexión con los temas más amplios del movimiento, y acusan a los y las activistas solidarias de secuestrar las protestas por cuestiones no relacionadas y “provocadoras”. Ambos bandos afirman luchar por la democracia, pero basan sus argumentos en ideas radicalmente distintas de lo que significa la democracia.
La oposición dentro de la oposición.
Cuando contemplamos el giro masivo hacia la extrema derecha que se ha producido en muchas partes de Occidente, debemos tener en cuenta que se ha producido como consecuencia del asalto neoliberal a la clase trabajadora y del fracaso de la izquierda a la hora de aportar soluciones, factores ambos que han hecho posible que los fascistas cobren impulso. Del mismo modo, en las sociedades que experimentaron un “pasado socialista” en el que un gobierno de izquierdas represivo atacó a los trabajadores, esto también ha llevado a mucha gente a la derecha. Y cuando, además de esas cosas, añadimos el colonialismo de los colonos a la ecuación -una situación en la que toda la población, proletariado y burgueses por igual, se beneficia de un régimen que impone la supremacía étnica-, bueno, pueden imaginarse que esto complica aún más las cosas.
Este es el contexto en el que el gobierno presenta su reforma judicial como un proyecto populista en la guerra de clases israelí entre la élite asquenazí y los mizrahim. La clase está fuertemente ligada a la etnia y la geografía en Israel. Los pioneros sionistas originales, los colonos europeos que llegaron a Oriente Medio, tenían una visión específica en mente: una colonia blanca, liberal y laica, una “villa en la jungla”. Setenta y cinco años después, están viendo cómo su utopía se desintegra, convirtiéndose en lo mismo que muchos otros Estados de la región.
Como ya se ha dicho, muchos en la sociedad israelí no aprecian la idea de la democracia liberal, algunos por razones fascistas y reaccionarias, otros simplemente porque la democracia liberal nunca tuvo nada que ofrecerles en primer lugar. Muchos en las ciudades periféricas aún recuerdan que el secuestro de niños judíos yemeníes, la represión de la huelga de marineros en Haifa y el aplastamiento de las revueltas de Wadi Salib y los Panteras Negras tuvieron lugar bajo el régimen del partido socialista democrático Mapai (Mifleget Poalei Eretz Yisrael, el Partido de los Trabajadores de la Tierra de Israel). La comunidad judía etíope recuerda asesinatos policiales y décadas de racismo y discriminación. Y el pueblo palestino… bueno, es obvio, pero llegaremos a eso más adelante.
Pero lo que está ocurriendo aquí no es simplemente una revuelta popular contra la democracia. Una de las principales organizaciones detrás de este intento de golpe de Estado es Kohelet Policy Forum, un instituto de investigación y grupo de reflexión de extrema derecha con una influencia considerable en la política gubernamental y el respaldo financiero de magnates extranjeros. Una investigación llevada a cabo por el canal 12 de los medios de comunicación israelíes concluyó que el foro desempeñó un papel importante en la propuesta de la actual reforma, así como en el proyecto de ley sobre el Estado-nación de 2018, y en la promoción de MK Betzalel Smotrich -el político de extrema derecha que encabeza la lista política de los Sionistas Religiosos- a la Administración Civil. Describiendo sus ambiciones como “asegurar el futuro de Israel como Estado-nación del pueblo judío, reforzar la democracia representativa y ampliar la libertad individual y los principios del libre mercado en Israel”, Kohelet Policy Forum ha promovido diversas causas nacionalistas y neoliberales, entre ellas la privatización de la sanidad y la educación, la abolición de las instituciones de bienestar, la oposición al aumento del salario mínimo, la anexión de Cisjordania, el nombramiento de jueces conservadores y la deportación de solicitantes de asilo. Durante la COVID-19, se opusieron a la concesión de ayudas a las pequeñas empresas y al aumento del número de camas hospitalarias.
Moshe Kopel, presidente de este foro, vive en Efrat, un asentamiento judío en Cisjordania. El foro Kohelet recibe anualmente decenas de millones de shekels, principalmente de dos fuentes: Jeff Yass, un multimillonario estadounidense conservador y “libertario” de derechas que también hace donaciones al partido republicano, y su socio, el multimillonario Arthur Dantchik. No es nada nuevo que los “institutos de investigación” de extrema derecha respaldados por donantes extranjeros, neoliberales y reaccionarios intenten iniciar un golpe de Estado para moldear la política de un país según sus propios intereses.
Este es el contexto en el que debemos entender el discurso populista de derechas según el cual el último bastión que le queda a la hegemonía de izquierdas es el sistema judicial, que debe ser suplantado por “el pueblo”.
La retórica sobre un Estado profundo de izquierdas que controla los tribunales y los medios de comunicación en contra de la soberanía del pueblo sonará familiar a camaradas de otras partes del mundo, que pueden sorprenderse de que los sionistas importen lo que suelen ser temas de conversación antisemitas. Esto es menos inusual si tenemos en cuenta cómo los nacionalistas blancos y otros grupos de extrema derecha han abrazado a Israel.
Las banderas israelíes se exhiben regularmente en las protestas de la Liga de Defensa Inglesa en el Reino Unido y por los partidarios de Trump y Bolsonaro en las Américas. Fueron exhibidas durante los disturbios en el Capitolio en Washington, DC el 6 de enero de 2021 y los disturbios en el Congreso de Brasil el 8 de enero de 2023. Los sionistas mantienen vínculos con los cristianos evangélicos de Estados Unidos, al igual que Netanyahu mantiene relaciones con partidos reaccionarios de extrema derecha como los regímenes de Viktor Orbán en Hungría y Giorgia Meloni en Italia. Asimismo, Israel firmó los Acuerdos de Abraham con dictaduras autoritarias de toda la región, como Marruecos, Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y Sudán. En palabras de Noam Chomsky, nos enfrentamos a una internacional reaccionaria en la que Israel desempeña un enorme papel.
Frente a la internacional reaccionaria.
Dentro de Israel, la alianza entre las poblaciones reaccionarias de clase trabajadora y los multimillonarios egoístas está impulsando la toma del poder por parte de Netanyahu, mientras que los manifestantes de clase media tratan de defender sus privilegios sin tener en cuenta a los sectores oprimidos y excluidos.
No siempre fue así. Movimientos proletarios anteriores en Israel establecieron la conexión entre su propia situación y el colonialismo sionista y expresaron su solidaridad con el pueblo palestino. En 1959, la revuelta de Wadi Salib en Haifa exigió, entre otras cosas, el fin del dominio militar sobre el pueblo palestino. En la década de 1970, los y las Panteras Negras de Jerusalén establecieron vínculos con el pueblo palestino, entendiendo que las luchas mizrahi y palestina estaban interrelacionadas. Llegaron a reunirse con la Organización para la Liberación de Palestina.
Para muchos en Israel, las elecciones de 1977 supusieron un punto de inflexión, que llevó a la clase trabajadora a las garras de la derecha. Ese año, el partido derechista Likud ganó por primera vez, rompiendo la hegemonía del partido Mapai.
Podría ser una buena idea intentar resucitar el espíritu de los movimientos de mediados del siglo XX, aunque apenas queda nada de aquel legado. Las emociones nacionalistas han demostrado ser un impulso más fuerte; una “política de identidad” liberal de representación superficial ha sustituido a una visión emancipadora y potencialmente poscolonial para la región. Alfredo Bonanno afirmaba que una intifada que partiera del pueblo israelí podría ser la solución ideal. Probablemente sea así, pero actualmente nos dirigimos rápidamente en la dirección opuesta.
Sin embargo, el sionismo se encuentra en una encrucijada. Queda por ver qué resultará del reciente despertar político.
Guía de campo de la limpieza étnica
Un proyecto eficaz de limpieza étnica por parte de los colonos-colonos nunca es fácil de llevar a cabo, y los sionistas siempre han discrepado entre ellos sobre la mejor manera de llevarlo a cabo. Las estrategias y tácticas de la Nakba en curso [“el desastre”, es decir, el desplazamiento, la desposesión y la matanza de palestinos a partir de 1948] han cambiado con el tiempo; el régimen se adapta, pero el impulso hacia la limpieza étnica persiste. Ha habido muchos intentos de limpieza étnica desde 1948, principalmente a través del régimen militar y la asimilación.
Cuando no se puede expulsar a la gente de su tierra y deportarla, a veces lo más parecido es hacer lo contrario: encarcelarla en su tierra, convertir sus pueblos y ciudades en guetos, vigilar y restringir sus movimientos, rodearla de puestos de control y muros e impedir a toda costa la mezcla entre colonos y nativos. Para el resto, es necesario un proyecto de asimilación. Así, muchas personas palestinas se convirtieron en “árabes israelíes”, despojadas de su identidad y sus raíces.
El movimiento mesiánico de colonos complicó este planteamiento, porque insistieron en asentarse en los territorios ocupados en 1967, entre comunidades palestinas autóctonas, en contra de los deseos del gobierno de entonces. Los partidos gobernantes de Israel se oponían a la idea de los colonos judíos en Cisjordania: si quieres construir una cárcel, no tiene sentido que los carceleros vivan con las personas presas. Por eso Ariel Sharon desalojó a los colonos judíos de la Franja de Gaza en 2005 para convertirla en una prisión cerrada y bombardear a la población de vez en cuando.
Y aquí es donde entra en escena la otra facción del sionismo. Para simplificarlo, la corriente sionista liberal adopta un enfoque de la población autóctona estrictamente basado en el control y la asimilación: el borrado cultural de la identidad colectiva, especialmente de los vínculos materiales con el lugar y con los estilos de vida tradicionales, y un modelo de prisión al aire libre para la limpieza étnica. El sionismo de derechas, por su parte, adopta el enfoque de la aniquilación, tratando de sustituir a la población autóctona. Al igual que la corriente principal del sionismo liberal, han desarrollado un arsenal de tácticas y estrategias con las que perseguir ese objetivo, y han surgido varias facciones agrupadas en torno a cada una de ellas. Una de estas facciones, los colonos mesiánicos kahanistas, está llegando al poder ahora porque Netanyahu los necesita desesperadamente en su coalición para poder formar gobierno. Tienen ideas diferentes sobre el control de la población y la limpieza étnica de las que tenían en mente David Ben-Gurion y los sionistas pioneros, y están mucho menos comprometidos con el marco de la democracia liberal.
En la investigación académica se ha escrito muy poco sobre el sionismo de extrema derecha, ya que hasta hace muy poco se consideraba un fenómeno marginal. Pero las cosas están cambiando rápidamente. En la dialéctica entre judaísmo y democracia, Netanyahu se contentó con mantener borrosa la línea, como ha hecho hasta ahora la sociedad israelí en general. Pero los colonos del gobierno de coalición de Netanyahu han precipitado un conflicto, al priorizar con fuerza su noción de judaísmo sobre la democracia. La Lista Sionista Religiosa, un grupo político de extrema derecha formado por el partido kahanista Otzma Yehudit (Poder Judío) y algunos otros partidos fundamentalistas religiosos y de extrema derecha, es ahora el tercer partido más grande del nuevo gobierno, e Itamar Ben-Gvir, un veterano activista kahanista, se ha convertido en el nuevo ministro de Seguridad Interior, lo que le da autoridad sobre la policía.
Esto ya ha afectado a la actuación policial en el actual movimiento de protesta. Ben-Gvir dio instrucciones a la policía de usar la fuerza para reprimir cualquier intento de bloquear carreteras o “crear anarquía”. Durante uno de los “días de resistencia” en Tel Aviv, la policía lanzó granadas aturdidoras contra los manifestantes e hirió a algunos de ellos, algo poco habitual en Tel Aviv. Muchos afirmaron que la orden de hacerlo procedía directamente de Ben-Gvir. Además, al parecer, el comandante de la policía del distrito de Tel Aviv fue despedido después de que Ben-Gvir se enfadara con la policía por ser demasiado blanda con los y las manifestantes y no seguir su orden de impedir que bloquearan las carreteras. Ben-Gvir negó más tarde que ese fuera el motivo del despido, pero el momento era sospechoso.
La idea básica del sionismo religioso es que el establecimiento del Estado de Israel representa el comienzo del proceso de redención, un proceso mesiánico que está ocurriendo ante nuestros ojos, el consentimiento de Dios para regresar del exilio. El Estado no es perfecto, ya que es liberal y laico, pero los sionistas religiosos están dispuestos a utilizarlo como herramienta en pos de su objetivo: una monarquía teocrática bajo la ley Halakha. El destino de los palestinos en este futuro gobierno está claro: residencia temporal sin derechos o bien traslado forzoso1.
Las corrientes sionistas religiosas de extrema derecha han arraigado en muchos asentamientos judíos de Cisjordania. Sus milicias trabajan en plena coordinación con las Fuerzas de Defensa de Israel para llevar a cabo actos de terror y pogromos contra la población palestina, como el último pogromo de Huwara (descrito a continuación). Betzalel Smotrich, el líder de su lista electoral, ya ha declarado que “Huwara debe ser borrada”. Mucha gente de las ciudades “mixtas” espera ansiosamente la próxima ronda de pogromos y el regreso de los linchamientos, esta vez con los kahanistas como nuevos jefes de la policía.
La realización de su visión desataría el peor infierno que este pedazo de tierra haya visto en siglos. El sionismo ha creado un monstruo que no está seguro de poder manejar. Si las ambiciones de esta facción son realistas o no, no es la cuestión principal. Se trata de un movimiento contrarrevolucionario dedicado que ha alcanzado el poder explotando las contradicciones de la sociedad israelí y la crisis política de los últimos dos años, incluido el hecho de que Israel ha celebrado cinco elecciones en menos de cuatro años y que, enfrentado a acusaciones de corrupción, Netanyahu estaba desesperado por establecer un gobierno de coalición.
Los vínculos entre Kohelet Policy Forum y los políticos sionistas religiosos del actual gobierno son claros. Ven a MK Smotrich como su puerta de entrada al gobierno.
Así que, resumiendo: las corrientes fundamentalistas religiosas de extrema derecha financiadas por los conservadores estadounidenses y legitimadas por la ideología neoliberal están promoviendo un golpe para debilitar el sistema judicial de una entidad colonial de colonos establecida mediante la limpieza étnica. Esto daría al gobierno un mayor control sobre el poder, lo que le permitiría avanzar a la siguiente etapa del autoritarismo.
MK Betzalel Smotrich en un discurso en París este mes, en el que negó la existencia del pueblo palestino. En su podio se puede ver un mapa del “Gran Israel”, que incluye el territorio de Jordania. Smotrich también dijo que Huwara debería ser “aniquilada”.
Es difícil predecir lo que nos espera, pero aún no hemos visto lo peor. Nos dirigimos hacia tiempos difíciles, especialmente si tenemos en cuenta cómo afectará el cambio climático a esta región en las próximas dos décadas, exacerbando los conflictos étnicos y las guerras por los recursos. Deberíamos prepararnos para la posibilidad de que las futuras intifadas estén motivadas por necesidades básicas como el acceso a agua potable y alimentos.
Que esto sirva de lección a todas las personas. Estamos pagando caro los fracasos de la democracia liberal y de la izquierda, así como la decisión de establecer un Estado-nación colonial para intentar resolver los problemas de los sectores oprimidos. Ya en 1938, Emma Goldman declaró,
“Durante muchos años me he opuesto al sionismo como el sueño de la judería capitalista de todo el mundo de un Estado judío con todos sus adornos, como gobierno, leyes, policía, militarismo y demás. En otras palabras, una maquinaria de Estado judío para proteger los privilegios de unos pocos contra la mayoría”.
Deberíamos haber escuchado entonces, cuando aún estábamos a tiempo. Ahora tenemos que prepararnos. La crisis que se avecina no puede evitarse. Es el contexto en el que libraremos las luchas venideras.
Mientras tanto, al otro lado del Muro
Han ocurrido tantas cosas en Palestina desde la última vez que escribimos desde esta parte del mundo. Hasta ahora, al menos 80 palestinos han sido asesinados desde principios de 2023. Es difícil seguir el ritmo de todas las redadas, masacres y pogromos. Me centraré en la masacre de Nablús como una de las muchas técnicas de contrainsurgencia israelíes contra la Guarida del León, que representa una nueva fase de resistencia entre los jóvenes de Cisjordania, y en el pogromo de Huwara, que supuso un punto de inflexión para muchas personas.
El 22 de febrero, soldados de las FDI asaltaron la ciudad de Nablús y mataron a once personas en el curso de una operación dirigida contra militantes de la Guarida del León. Esto formaba parte de “Romper la ola”, (“Wave Breaker”), una operación militar de contrainsurgencia iniciada en 2022 para aplastar la nueva ola de militancia palestina. La Guarida del León es el nombre de un grupo guerrillero palestino con base en Naplusa que representa un nuevo fenómeno en la militancia palestina. Sin afiliación a las facciones tradicionales y, por tanto, fuera del control de Hamás, la Yihad Islámica, Al Fatah, el Frente Popular u otros grupos, su estructura descentralizada, no jerárquica e impredecible ha demostrado ser un reto para las IDF. Junto con grupos similares como el Batallón de Balata y la Brigada de Yenín, representan células de resistencia de base local que utilizan la guerra de guerrillas contra los puestos de control y asentamientos militares cercanos y protegen sus ciudades y pueblos contra las invasiones.
twitter.com/PalFeminist/status/1585081743932936192
Esto se deriva de un fenómeno más amplio de jóvenes palestinos que, a partir de la intifada del cuchillo de 2015, han ido tomando poco a poco el asunto en sus propias manos, actuando con independencia de las antiguas facciones, partidos y organizaciones. Esto complica las cosas para Israel, que se ha visto obligado a innovar también en sus mecanismos represivos. En 2022, un “funcionario de seguridad” comentó:
“Los tiradores salen de Nablús espontáneamente, sin una estructura organizativa clara ni jerarquía… No hay órdenes de arriba abajo, como conocemos las infraestructuras terroristas. No tienen una infraestructura organizada, esto nos desafía. Si tuviéramos la opción, actuaríamos contra ellos individualmente, pero es casi imposible”.
Esto justifica las incursiones, los asedios y el terror colectivo dirigido contra poblaciones enteras. En la era de la organización formal, bastaba con apuntar a individuos concretos, pero ahora, cualquiera es sospechoso, lo que permite una violencia más indiscriminada.
Uno y el mismo: colonos junto a soldados en otro pogromo en Hebrón, noviembre de 2022.
En la noche del 26 de febrero, docenas de colonos con cócteles molotov marcharon hacia los pueblos de Huwara y Zaa’tara, en la zona de Nablus, Cisjordania. Comenzaron a incendiar viviendas, vehículos y tiendas. Todo ello bajo la atenta mirada de los soldados de las IDF, que no hicieron nada para detener a los atacantes.
Es una práctica habitual que los soldados de las FDI permitan que los colonos pogromistas aterroricen a la población local y sólo actúen contra personas palestinas que intentan defenderse. Para los y las palestinas locales, apenas hay distinción entre “militares” y “civiles”, ya que trabajan juntos con plena coordinación y representan la misma fuerza.
twitter.com/RadicalHaifa/status/1629928523518320641
Más de 70 casas fueron incendiadas, y al menos nueve de ellas aún albergaban familias. Fueron evacuadas mientras sus casas ardían hasta los cimientos, junto con cientos de coches, tiendas, ambulancias y ganado. Al final del pogromo, cientos de personas habían resultado heridas. Murió un palestino: Sameh Al-Aqtash, del pueblo de Zaatra.
No está claro cómo se desarrollarán los acontecimientos a partir de ahora, pero podemos esperar que la represión se intensifique. Al mismo tiempo, la gente seguirá desarrollando nuevas formas innovadoras de resistir, adaptarse a las circunstancias y seguir adelante. Aún está por ver el efecto de la toma de poder autoritaria en esta situación ya de por sí grave.
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Para un resumen de las diversas corrientes fundamentalistas y ultranacionalistas contemporáneas dentro del sionismo religioso, los lectores pueden consultar los siguientes recursos. “El Plan de Decisión”, un manifiesto publicado en 2017 por Betzalel Smotrich, líder de la lista política sionista religiosa en la Knesset y actual ministro de Finanzas, detalla cómo debería resolverse el “conflicto israelí-palestino”: anexión completa de Cisjordania y la Franja de Gaza y más asentamientos judíos. Para los palestinos, ofrece dos alternativas: podrían vivir como residentes sin ciudadanía (por ahora) o emigrar a otros países (traslado forzoso). En un discurso en la yeshiva Mercaz HaRav de Jerusalén en 2019, declaró que la “ley de la Torá debe volver a Israel.” Otros influyentes defensores del sionismo religioso son los autores de Torat Hamelekh, que detalla el destino de los “gentiles” bajo la ley judía, y Yitzchak Ginsburgh, un influyente rabino, llamado por muchos el líder del movimiento juvenil de la cima de la colina, que considera a Smotrich y al partido de los Sionistas Religiosos demasiado moderados y aboga por la reinstitución de la monarquía judía en la Tierra de Israel. (Algunos de sus seguidores quieren que él sea el rey.) También aboga por el traslado forzoso de palestinos y la reconstrucción del templo judío de Jerusalén en lugar de la mezquita de Al-Aqsa, un acto que arrastraría a la región a una guerra religiosa. Para él, el golpe es bueno, ya que debilita el sistema judicial, pero no es suficiente: el plan es abolirlo por completo, entrar en guerra abierta con el Estado existente y preparar una revolución teocrática como la que tuvo lugar en Irán. ↩