30 de junio de 1876: Piotr Kropotkin escapa de prisión

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Una historia de osadía para conmemorar su cumpleaños

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Nacido el 9 de diciembre de 1842 en el seno de una familia aristocrática de la Rusia zarista1 Piotr Kropotkin desarrolló su pensamiento radical en el curso de investigaciones científicas. En 1874, horas después de presentar un aclamado informe sobre formaciones glaciales a la Sociedad Geográfica, fue arrestado y acusado de actividad subversiva. La siguiente narración, derivada de sus propias memorias y otros documentos históricos, describe los pormenores de su escape de una prisión de San Petersburgo dos años después.

Esta es una adaptación de nuestra proyectada historia narrada del anarquismo; puedes leer otra selección de avances aquí. La ilustración anterior es de Julian Watson, de Kropotkin escapa, una olvidada edición del relato del propio Kropotkin, actualmente reimpresa por Detritus Books. Para aprender más sobre el anarquismo, puedes empezar aquí.

Piotr Kropotkin.


Llega el año 1876 con invernal aliento. Dos años en las prisiones del zar han pasado factura a Piotr Kropotkin. Aunque solo tiene treinta y pocos, ha sufrido de escorbuto, desnutrición, reumatismo y una seguidilla de debilitantes enfermedades. Su hermano ha sido exiliado a Siberia; muchos de su sus compañeros en prisión han muerto, o perdido la cabeza, y él mismo está por alcanzar su límite. Preocupadas de que este muriera a la espera de un juicio, las autoridades transfieren a Kropotkin a un hospital-prisión.

Aquí, con aire fresco y una ventana por donde pasaba la luz del Sol, empieza a recuperarse, incluso demasiado rápido, se preocupa. Pone gran dedicación a su actuación de inválido para evitar que vuelvan a transferirlo.

Una tarde, un guarda le susurra palabras mágicas: ”pide que te saquen a caminar”.

Piotr Kropotkin ejercitando con un banco de madera en la Fortaleza de Pedro y Pablo, antes de su transferencia al hospital-prisión. Una ilustración hecha por él mismo.


El patio tiene un largo de unos trescientos pasos, y en la otra punta está el portón… abierto. Más allá de la caseta de guardia, Kropotkin puede ver gente y vehículos pasando por la calle.

Tiene permitido caminar de un lado a otro en una línea perpendicular al patio. Un centinela lo acompaña, a cinco pasos de distancia, siempre entre él y el portón. Sin embargo, como nada inquieta a un joven saludable que caminar a paso de tortuga, el centinela tiende a adelantarse unos cuantos pasos. Con el ojo de un matemático, Kropotkin adivina que si se lanza a correr en ese preciso momento, el guardia correrá hacia él, y no delante para bloquear el portón: así, corriendo en línea recta mientras su perseguidor lo hace en un arco, podría ser posible mantener la delantera.

De regreso a su celda, lucha por mantener el pulso de sus manos para rascar un mensaje que contrabandear a sus compañerxs:

”Esta cercanía de la libertad me hace temblar como si fuera fiebre. Hoy me sacaron al patio; su portón estaba abierto, sin centinelas cerca…”

Otra ilustración de la mano de Kropotkin, mostrándolo en la ventana de la prisión.


El camisón de franela no va a servir; se arrastra en el suelo, y lo obliga a cargar con la parte baja en su brazo, como las señoras acaudaladas llevan la cola de sus vestidos. Pero sus captores no le permitirán otra vestimenta.

Entre visitas de la guardia, practica cómo despojarse de él en dos tajantes movimientos. Un guardia pasa por su celda y ve Kropotkin enfermo en su lecho; en un momento, este está de pie, sacándose la bata de un chicotazo y arrojándola lejos; pasa otro momento, y está de nuevo en la cama, con la ropa puesta, listo para la siguiente pasada del guardia.


Llega el día: 29 de junio de 1876. La señal ha de ser un solo globo rojo ascendiendo al cielo. Kropotkin se saca el sombrero para mostrar que está listo: escucha el rumor de un carruaje en la calle y escudriña el horizonte, con el corazón desbocado… pero no hay nada, el cielo sigue vacío. Su tiempo finalmente se acaba, y lo conducen de nuevo a su celda. Convencido de que sus compañerxs habrían sido capturadxs, comienza a especular lóbregamente que ya sabrá lo que les pasó de su propia boca, cuando lo vuelvan a transferir a la fortaleza para morir.

En realidad, esa mañana, sus amigxs habían descubierto que no había un solo globo rojo en venta en todos los mercados de San Petersburgo. Luego de un largo rato, consiguieron uno viejo de un niño, pero este ya no volaba. Desesperadxs, compraron una pelota roja de goma y trataron de inflarla con hidrógeno; pero cuando la soltaron, flotó unos pocos metros, paró justo antes de superar el muro del patio, y volvió a bajar. Terminaron atándolo a la punta de un paraguas de una mujer, que caminaba de un lado a otro de la calle con el paraguas tan alto como podía. Pero no fue suficiente.

Esto terminó siendo un golpe de suerte. Al terminar el paseo de Kropotkin, mientras el carruaje partía por la ruta acordada para la fuga, fue frenado en seco por el abundante tráfico de otros carros.

Otra ilustración de Julian Watson tomada de Kropotkin Escapa.


“Un obsequio de una admiradora”. El guardia le pasa un pequeño reloj entre los barrotes. Kropotkin va a la ventana y alcanza a ver una mujer partiendo sin prisa hacia el bulevar. Si es quien él cree que es, está arriesgando su vida por haber cruzado esos muros.

Analiza el reloj. Al principio, le parece común; pero cuando fuerza la carcasa, halla un trozo de papel apretado contra los engranajes. Sus manos tiemblan mientras descifra el código.


Dos horas después, Kropotkin es conducido al patio para su paseo, tal vez el último antes de ser transferido. Otra vez, escucha el carruaje en el bulevar; otra vez, se saca el sombrero. A tiempo, un distante violín le responde con una alegre melodía. Su corazón se acelera mientras que se tambalea lentamente por el sendero. Echa un vistazo al soldado, contemplando su poderosa figura y la bayoneta que brilla en la punta de su rifle, y más allá, el portón abierto.

Al final del camino, se da vuelta; como siempre, el soldado está unos pasos más adelante. Ha llegado el momento. Endereza su cuerpo y se aferra a su ropa, pero, ¡el violín se detiene! Kropotkin fuerza una tos y lanza una mirada furtiva al centinela, que no se dio cuenta de nada.

Pasa un cuarto de hora. El tiempo se está acabando. Finalmente, una fila de carros atraviesa el portón, uno tras otro, deteniéndose en la otra punta del patio.

El violinista retomó su labor, conjurando una salvaje mazurka. Kropotkin arrastra los pies una vez más hacia el final del sendero, aterrorizado de que la música se detenga antes de que lo alcance. Cuando se da vuelta, ve que su escolta quedó varios pasos atrás: el guardia mira hacia afuera, contemplando a lxs campesinxs descargar las carretas. No volverá a haber una chance como esta.

Una mazurka por Antoni Kątski o Anton de Kontski. La mazurka es una música y danza tradicional de origen polaco. “Inmediatamente, el violinista -uno bueno, debo decir- comenzó con una excitante de Kontski, como si dijera: “Ahora, derecho: ¡este es tu momento!” -Piotr Kropotkin, Memorias de un revolucionario.

Como un relámpago, el camisón está en el piso, y Kropotkin corre hacia la hierba. Al principio, trata de economizar su fuerza; han pasado años desde la última vez que pudo correr. Pero luego, lxs campesinxs arrojaron sus fardos y se lanzaron tras él, gritando para llamar la atención del guardia, que también se arroja tras él. Ahí empezó a correr como poseído.

Escucha los pasos del guardia detrás de él, insultos y jadeos, casi tan cercanos como su propio pulso martillándole los oídos. El soldado blande su bayoneta, casi rozando la piel de Kropotkin; de no estar tan cerca, lo atravesaría sin duda con una bala. Pero el viejo príncipe logra de alguna forma mantenerse siempre a un solo paso de distancia, y ambos cruzan así el campo entero.

Otro sentinela esta apostado en la puerta del hospital, directamente frente al carruaje. Kropotkin y sus perseguidores corren en línea recta hacia él, pero este se encuentra inmiscuido en una furiosa discusión con un campesino, aparentemente ebrio, sobre un cierto parásito del cuerpo humano:

“¿Y sabías qué tremenda cola tiene?”

“¿Qué, hombre? ¿Una cola?”, se burló el soldado. “¡Ya son suficientes cuentos!

“¡Sí que la tiene, una larga! ¡Bajo un microscopio es así de grande!”. El campesino estira sus brazos mientras Kropotkin, el soldado y los demás cruzan estrepitosamente la puerta en una demente procesión.

Otra ilustración por Kropotkin, mostrando su escape del hospital-prisión.

Al frente, Kropotkin ve el carruaje, ahora a unos pocos saltos de distancia. Pero el chofer está mirando. Está a punto de gritar el nombre de su camarada, pero se detiene a tiempo, y aplaude en su lugar. El cochero mira a su alrededor, e inmediatamente fustiga al caballo, gritando: “¡Entra, rápido, rápido!”. El pie de Kropotkin ya está en el peldaño. Su compañero sacude un revólver en el aire: “¡Ya, ya! ¡Los mataré, bastardos!”

“¡Deténganlos! ¡Agárrenlos!”. Pero el caballo ya está galopando por el bulevar. El amigo de Kropotkin le tira en las manos un elegante sobretodo y una galera. Toman la primera curva tan cerrada que el carruaje casi se da vuelta, pero los dos hombres empujan al lado opuesto, manteniéndolo en su eje. Intercambian una mirada de incredulidad.

Detrás de ellos, la puerta de la cárcel estaba hecha un escándalo . El oficial de la guardia ha salido apresurado, a la cabeza de un destacamento, pero no puede volver a sus cabales como para dar órdenes. “¡Atrápenlo! ¡Persíganlo! ¡Malditos sean, imbéciles, estoy arruinado!”. Un hombre aparece llevando un violín, preguntando a todo el mundo qué pasaba, quién había huido, a dónde había ido y que creían que iban a hacer. Toma especial cuidado en expresar, largo y tendido, sus condolencias al apabullado oficial.

Una anciana campesina entre la multitud hace de Casandra: “Han de ir directamente a Nevsky Prospekt. Si se llevan estos caballos, los interceptarían fácilmente”. Nadie le presta atención.

Una ilustración de Kropotkin, mostrándolo escapando del carruaje abierto, tirado por el caballo Bárbaro; dos años más tarde, Bárbaro asistiría a Stepniak, amigo de Kropotkin, a escapar, luego de haber asesinado al jefe de la policía secreta rusa.


Kropotkin y su compañero galopan todo el camino a Nevsky, deteniéndose finalmente en la casa de los Kornílov. Su cuñada espera allí con Aleksandra Kornílova; ambas afeitan la larga barba del fugitivo y le dan una muda de ropa. Luego Kropotkin y su compañero se toman un coche al Golfo de Finlandia, donde ven al sol ponerse sobre la isla de Kronstadt.

Mientras tanto, la policía hace redadas en casas de todo San Petersburgo en un intento desesperado de recapturar al prófugo. Será necesario un lugar donde esconderse hasta que fuera lo suficientemente tarde para ir a la casa segura. “¿Qué te parece Donon?”, sugiere el compañero, haciendo referencia al restaurante más elegante de la ciudad. “¡Nadie pensará en buscarte allá!”.

Los hombres atraviesan un luminoso pasillo rodeados por la alta sociedad, y toman la habitación reservada para fiestas privadas. Lxs compañerxs de Kropotkin aparecen unx a unx, famélicos y febrilmente alegres. Esta será la última vez en la que estarán todxs juntxs.

Lxs amigxs pasan una jubilosa velada, comiendo y bebiendo, contando viejas historias, y desternillándose de la risa. “¿Qué, en serio, una cola?”.


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  1. De acuerdo al calendario juliano empleado en el imperio ruso durante el nacimiento de Kropotkin, su fecha de nacimiento fue registrada como 27 de noviembre. Rusia no pasó a usar el calendario gregoriano (empleado en Europa occidental y exportado a sus colonias) hasta la Revolución; notoriamente, es por esto que la ‘Revolución de octubre’ bolchevique se dio en noviembre según el calendario gregoriano.